lunes, 29 de julio de 2019
INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 49
La espera del ascensor se hizo interminable.
—Si hubiéramos subido por la escalera, ahora mismo ya estaríamos en el quinto piso —se quejó Corky, pulsando por enésima vez el botón de llamada.
Pedro lo había telefoneado de camino, y Corky había entrado en el aparcamiento del hospital justo después él. Al fin sonó el timbre y se abrió la puerta del ascensor. Esperaron a que salieran un par de médicos y dos trabajadores vestidos con monos, de edad avanzada.
—Nunca se me pasó por la cabeza que Javier Castle pudiera ser nuestro Freddy —masculló Corky mientras subían—. Ese tipo siempre me pareció un pobre pelele.
—No se necesita mucho valor para matar a una mujer indefensa. Además, todavía no ha confesado.
—Sí, pero ha intentado suicidarse. Esa no es la reacción de una persona inocente. Y te dijo que quería hablarte de un asesinato. Bonita combinación. ¿Quién habría pensado que caería en nuestras garras tan fácilmente?
Pedro no, desde luego. Pero todo aquello parecía demasiado fácil. Por eso no podía estar tan contento como su amigo.
Tuvo un mal presentimiento en el instante en que salieron del ascensor. Fue la expresión de las enfermeras de recepción, la postura tensa del médico que estaba rellenando un informe, el fantasmal silencio que invadía la planta entera, como una espesa niebla.
Pedro siguió las instrucciones del doctor Castle y se encaminó directamente a la habitación 512, sin preguntar ni pedir permiso a nadie. La puerta estaba entornada. Se dispuso a llamar, pero cambió de idea al oír unos sollozos ahogados.
Se asomó. La cama estaba vacía. Sara Castle se hallaba sentada en una silla, con el rostro bañado en lágrimas, pálida como la cera.
Detrás, de pie, el doctor Mariano Chaves intentaba consolar a la joven viuda con palabras tiernas y reconfortantes.
Pedro se retiró inmediatamente de la puerta.
—Hemos perdido una bonita confesión —murmuró Corky—. Si hubiéramos llegado unos minutos antes, tal vez la habríamos conseguido antes de que el tipo reventara.
Mariano marcó el número del detective privado que había contratado para vigilar su casa, un hombre de toda confianza, al que pagaba con sobrada generosidad. No le hacía ninguna gracia que aquel policía pusiera los pies en su casa, invitado por Paula. Además, ¿quién sabía lo que podían hacer esos dos a puerta cerrada?
—Recibí su mensaje de que me había llamado —lo informó Mariano cuando Harry Burger descolgó el teléfono—. ¿Qué ha pasado?
—Tenía usted razón. El hombre que usted me describió se presentó en su casa poco después de que se marchara. Una mujer seguía todavía allí, pero se fue tan pronto como entró el tipo.
Pensó que debía de haber sido Janice. Ella le había dicho que se había pasado por allí, tal y como él le había pedido, pero no le había mencionado la presencia de Pedro. Paula y ella lo estaban tomando por estúpido. Lástima.
Porque Mariano era más inteligente que todos ellos.
Siempre había sido más inteligente que los demás. Incluido Gerardo Dalton. Gerardo Dalton, el senador, el ladrón de mujeres. Una verdadera basura. El detective seguía hablando, proporcionándole más detalles sobre la visita de Pedro. La hora a la que había llegado, la hora de su marcha... Pero los detalles no eran importantes, Paula era una fulana, como todas.
Y las fulanas se merecían morir.
INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 48
Preocupado y a la vez expectante, Pedro siguió a Paula por la escalera exterior, hasta el apartamento situado encima del garaje.
Pensaba que Mariano era Freddie, el asesino múltiple, pero tenía que demostrarlo a toda costa y lo antes posible. Antes de que pudiera seguir matando.
—Aunque fuera verdad la explicación que me dio sobre las fotos que tenía en la pared... —pronunció Paula mientras insertaba la llave en la cerradura— a estas alturas dudo ya de cualquier cosa. Además de que eso no explica por qué guardó esos recortes, o las fotografías que encontré en el cajón de su escritorio.
Abrió la puerta y Pedro entró primero, completamente desprevenido ante el torrente de emociones que lo abrumó, tomándolo por sorpresa. Había previsto que no resultaría nada fácil entrar en aquella habitación, tan cargada de recuerdos. Pero lo que no había esperado era que la reacción fuera tan fuerte, sobre todo después de todo el tiempo que había pasado.
Se excitó de inmediato. Las imágenes de aquella noche asaltaron su cerebro a traición, imponiéndose a todo lo demás. Paula en sus brazos. Su cuerpo húmedo de lluvia y caliente de deseo. Sus suaves, invitadores labios. Sus senos perfectos. Sus piernas enredadas en las suyas...
Pero la asustada voz de Paula lo devolvió bruscamente a la realidad:
—¡Las fotos ya no están! —tocó la pared—. Estaban aquí anoche. Esas fotos asquerosas, depravadas—. ¿Lo ves? Todavía están los agujeros de las tachuelas...
—Debió de haber vuelto aquí anoche...
—No. Estuvo conmigo hasta que nos acostamos. Se quedó dormido enseguida, y ya no volvió a levantarse hasta que lo llamó Sara Castle a eso de las dos de la madrugada. Y sé que se marchó porque oí alejarse su coche.
—¿Qué quería Sara Castle a esas horas? ¿Se trataba de alguna emergencia?
Después de escuchar su explicación, Pedro se esforzó por recapitular todos los datos. El amigo de Mariano había intentado suicidarse con una sobredosis de calmantes. Mariano había salido a toda prisa para el hospital. Luego, había dejado a su amigo en una situación crítica, inestable, para volver a casa y retirar un montón de fotos escabrosas que, en cualquier caso, su esposa ya había descubierto.
—Mariano telefoneó al hospital justo antes de marcharse esta mañana —añadió Paula—. El estado de Javier estaba mejorando, aunque seguía en proceso de recuperación. Al parecer su esposa lo encontró a tiempo de hacerle vomitar la mayor parte de los medicamentos que había ingerido.
—Vaya. Supongo que intentar suicidarse es una forma como cualquier otra de escabullirse de una prueba de ADN. Pero mucho más arriesgada, claro.
—¿Por qué habrías de querer una prueba de ADN de...? Espera. ¡No pensarás que Javier dejó embarazada a Karen! Sara es una esposa maravillosa y... —se dejó caer en el sillón de Mariano, con la cabeza entre las manos— y él ha intentado matarse. De acuerdo, Pedro. Tengo que empezar a dejar de ser tan ingenua.
—Lo que pasa es que no estás acostumbrada a tratar con canallas de bata blanca. Los médicos no son dioses, Paula —se colocó detrás de ella y le puso las manos sobre los hombros. Craso error. Solamente aquel gesto había bastado para excitarlo de nuevo—. Echemos un vistazo a las fotos del cajón.
Si Paula percibió la ronquera de su voz, no lo demostró. Abrió el último cajón. Solo había un fajo de hojas en blanco.
—No estoy loca, Pedro. Esas fotos estaban aquí, en una carpeta azul. Debía de haber al menos una docena, todas de diferentes mujeres. Y también guardaba aquí recortes de prensa sobre los asesinatos —a continuación abrió el cajón superior de la izquierda—. Anoche este cajón estaba cerrado con llave. Intenté abrirlo, pero no pude.
Se levantó del sillón y se dirigió a la ventana, contemplando el jardín. Parecía triste, asustada.
Y tan sola que Pedro no podía soportar verla.
Ignorando toda precaución, se le acercó por detrás y deslizó los brazos por su cintura.
—Nada de esto es culpa tuya, Paula. Procura tenerlo bien presente. Es Mariano el responsable de todo esto.
—Aun así, duele. Creía que lo conocía. Estaba segura de que me amaba y de que estaba decidido a que fuéramos felices, a labrar un futuro conmigo. ¿Cómo pude haberme equivocado tanto?
—¿Cómo lo conociste?
Se apartó de los brazos de Pedro. Dio algunos pasos por la habitación antes de apoyarse en una esquina del escritorio.
—Formaba parte del equipo de médicos que atendió a mi padre cuando sufrió su ataque cardíaco. Luego, varios meses más tarde, después de que yo abandonara mi trabajo en Washington y volviera a Shreveport, coincidimos en una fiesta, una subasta en beneficio de una nueva sala infantil en el hospital. Se mostró extremadamente amable y encantador conmigo. Pensé que era un gran tipo, pero no me sentí particularmente atraída. Al día siguiente me envió flores. Después de eso, empezó a llamarme unas dos o tres veces por semana, hasta que consentí en salir con él.
—Un tipo insistente.
—Sí, pero entonces me pareció sencillamente halagador. Había tenido un año muy duro, con la muerte de mi padre. Y además estaba muy preocupada por Rodrigo, siempre pendiente de que estuviera bien atendido. Estoy segura de que me sentía especialmente vulnerable. Más de lo normal.
—Una buena oportunidad para Mariano
.
—Sí. Durante todo el tiempo, él fue el amo del juego. El juego de llevar a Paula Dalton al altar.
Se llevó las manos a la cabeza y se levantó la melena, dejándola caer sobre sus finos hombros. No había querido que el gesto fuera seductor, pero excitó igualmente a Pedro, que a duras penas pudo contenerse de tocarla, de abrazarla...
—¿Lo amas? —se odió a sí mismo por haberle hecho esa pregunta, porque no estaba seguro de poder soportar la respuesta. Vio que se quedaba mirando al vacío, con la mirada velada por una sombra de tristeza. El corazón le latía a toda velocidad.
—No estoy segura de si alguna vez lo amé. Sé que es terrible decirlo, pero estoy intentando ser sincera. Deseaba estar enamorada, tener a alguien en quien apoyarme, creer que lo que él me decía era verdad y que estábamos destinados a estar juntos. ¿Pero cómo pude haberle amado cuando lo único que me dejaba ver de él era una máscara, un puro fantoche? Y, además, nunca fue como...
Se interrumpió. Cuando alzó los ojos para mirarlo, Pedro pudo distinguir un rastro de aquel antiguo deseo en sus ojos.
—¿Como qué, Paula?
—Ya no importa —sacudió la cabeza—. Ahora, simplemente, tengo que superar esto. Tengo que enfrentarme con el presente.
—Y lo harás. Yo estaré a tu lado, para ayudarte.
—¿Qué vamos a hacer ahora, Pedro?
—Tú dejarás la ciudad. Te irás a algún lugar seguro, algún complejo turístico en la costa, donde puedas relajarte viendo el mar y pensando en otras cosas que no sean estos horribles asesinatos. Nosotros nos ocuparemos de la investigación.
—No puedo hacer eso.
—¿Qué quieres decir? Antes me dijiste que pensabas que Mariano podía ser el asesino que estamos buscando.
—Puede que lo sea. Si lo es, no podrás encerrarlo sin una prueba sólida a tu favor.
—La encontraré. Es solo una cuestión de tiempo.
—Pero tardarás menos si yo te ayudo desde dentro. Dime lo que estás buscando. Patrones de comportamiento. Recuerdos o fetiches que pueda haberse llevado. Notas que pueda haber dejado. Algún arma que oculte...
—¡Ni hablar! Nada de heroicidades. No eres policía. No vas a armada. Nadie te ha dado vela en este entierro.
—¿Ah, no? Da la casualidad de que vivo aquí. Y que estoy casada con Mariano.
—¿Qué es lo que pretendes demostrar?
—No pretendo demostrar nada. Pero si Mariano es el asesino que está aterrorizando la ciudad, no pienso salir corriendo y esperar a que mate a alguien más. No mientras exista una sola posibilidad, por pequeña que sea, de detenerlo. Además, los asesinos múltiples no suelen matar a sus esposas...
—Este caso no tiene nada de ordinario. ¿Quién sabe lo que podría hacer Mariano si sospechara que andas detrás de él?
—Si me considerara en peligro, me marcharía.
En aquel preciso instante sonó su teléfono móvil.
—¿Es usted el inspector Alfonso? —preguntó una voz masculina, baja y temblorosa.
—Sí. ¿Quién llama?
—Javier Castle.
No le extrañaba que la voz sonara tan débil.
—Necesito hablar con usted. Es importante.
—¿Sigue aún en el hospital?
—Sí. Habitación 512. Cuando entre, no pregunte a nadie. Intentarán prohibírselo, o le dirán que no estoy aquí. Venga directamente a esta habitación.
—¿Quiere explicarme de qué se trata todo esto?
—Tengo que hacerle una confesión.
—¿Tiene algo que ver con el embarazo de Karen Tucker?
—Sí. Y con su muerte.
—Estaré allí enseguida.
Pero Javier ya no escuchó sus palabras. La conexión se había cortado. Para entonces la aguja ya estaba a punto de hundirse en su vena.
INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 47
Paula durmió mal durante el resto de la noche.
Incluso se despertó bañada en un sudor frío, presa de una pesadilla demasiado real. Había estado pescando con Rodrigo y su padre en un tranquilo lago. Un pez había picado en su caña, y cuando intentó sacarlo, a punto estuvo de caerse al agua.
Se volvió hacia su padre y su hermano en busca de ayuda, pero habían desaparecido. Estaba sola en medio del lago, y cuando el pez subió a la superficie descubrió que no era tal. Era un hombre cubierto de algas, blandiendo un cuchillo en su mano engarfiada. En aquel preciso momento despertó de la pesadilla... para descubrir a Mariano durmiendo profundamente a su lado.
A la mañana siguiente, Mariano la informó de que el estado de Javier era grave. No se quedó a desayunar, ni le dio tiempo para que pudiera hacerle pregunta alguna. Se vistió rápidamente y volvió al hospital, dejándola a solas con sus dudas y sus miedos.
Había llamado a Pedro antes incluso de que el coche de Mariano se alejara por el sendero de entrada. Una vez duchada y vestida, bajó a esperarlo al salón. Habría preferido verse con él en cualquier otro lugar, pero quería enseñarle las fotos del estudio-taller y consultar su opinión al respecto.
Sonó el timbre. Paula dio un respingo y se levantó del sofá como un resorte. Tenía los nervios a punto de estallar, y era lógico. La casa en la que se había criado ya no era el refugio, el remanso de paz de antaño. Ahora tenía la sensación de que era un terreno minado. Y que, al primer mal paso, nuevos horrores le estallarían en la cara.
Pero, cuando abrió la puerta, fue a Janice a quien vio en el umbral. La perspicaz, brutalmente sincera Janice. Prácticamente la última persona a la que habría querido ver aquella mañana. Sobre todo cuando Pedro tenía que llegar de un momento a otro.
—Si estás vendiendo productos de Avon, te comunico desde ya que no necesito ninguno —le dijo Paula, esforzándose por bromear.
—Muy graciosa. Pero, a juzgar por tu palidez y tus ojeras, no creo que te viniera nada mal que te maquillaras un poco.
—Vaya, muchas gracias. No me digas que se te ha ocurrido pasar por aquí de camino a tu trabajo para revisar mi maquillaje.
—No. Más bien para revisar tu estado mental y emocional —entró en la casa—. Me ha llamado Mariano. Teme que todo ese asunto del asesinato de Karen Tucker te esté afectando demasiado.
«Claro», pensó Paula. Ahora comprendía el objetivo de aquella inesperada visita.
—Pues resulta que últimamente no hemos hablado mucho sobre el asesinato. Más bien sobre la presunta incompetencia de la policía.
Janice dejó su bolso en el sofá mientras se dirigía directamente hacia la cocina.
—¿Sobre la policía o sobre Pedro Alfonso? —se sirvió una taza de café.
—¿Qué es lo que te ha dicho Mariano exactamente?
—Que ese insistente inspector de mente calenturienta te está llenando la cabeza de pájaros.
—¿Seguro que esa es su opinión? ¿No será por casualidad la tuya?
—Mariano es un hombre muy sagaz. Ni siquiera conoce a Pedro, pero ya se ha hecho una idea de cómo es. Y no le cae bien. ¿Qué tienes de comer? Me he perdido un delicioso desayuno con rosquillas en la cafetería solo para venir a ver cómo estabas.
—Pues ya has visto que estoy perfectamente. Así que por mí no te prives de esas rosquillas...
Janice metió dos rebanadas de pan blanco en la tostadora. Nada más tomar el primer sorbo de café, esbozó una mueca de asco y dejó bruscamente la taza sobre la mesa.
—¿Con qué hacéis el café en esta casa?
—A Mariano le gusta el café bien fuerte.
—¡Y que lo digas! Escucha, Paula—fue directamente al grano—. Mariano está muy preocupado por ti. Y ahora que te he visto, lo entiendo perfectamente. Puedo ver que estás nerviosa, irritable...
—De acuerdo, admito que lo estoy. Pero no tiene nada que ver con Pedro. Hoy temprano tengo una cita con el dentista, y ya sabes el miedo que les tengo. Así qué, lo siento mucho, pero tendrás que comerte las tostadas por el camino, Envuélvelas en esto —cortó dos servilletas de papel de un rollo de pared y las dejó sobre la mesa.
—Júrame que no te estás viendo con Pedro Alfonso, Paula —le espetó Janice, ignorándola—. Ni como policía ni como amigo. Y mucho menos como amante. Tranquilízame al respecto y me iré de una vez.
Paula le dio la espalda.
—No me estoy viendo con Pedro.
—Nunca se te ha dado bien mentir. No tires por la borda lo que tienes con Mariano, Paula. Sé que vuestra relación no es perfecta, pero tenéis que intentar arreglar las cosas. Mariano es un buen hombre, y te ama.
—Ninguna de esas dos cosas es cierta.
—¿De qué estás hablando?
Paula maldijo para sus adentros. No había querido abordar aquel tema con Janice, y menos en ese momento, cuando Pedro estaba al caer.
Pero las palabras habían brotado solas, y ya no podía retirarlas.
—No quiero hablar de esto ahora, pero tenemos problemas muy serios.
—¿Qué tipo de problemas?
Las imágenes de las mujeres desnudas y torturadas, las fotografías que guardaba Mariano, asaltaron de pronto su mente.
—Por el momento no puedo contarte detalles, pero Mariano no es ni mucho menos el santo que todo el mundo cree que es.
—¿Te engaña? —Janice dio un paso hacia ella.
—No estoy segura. Solo sé que me miente y que es... —«un depravado», añadió para sí, Esa era la palabra que mejor lo definía, pero no podía pronunciarla, ni siquiera a su prima. No hasta que hubiera hecho más averiguaciones—. Mira, no confío en él. No sé lo que voy a hacer, pero no podemos seguir así.
—Oh, cariño, no lo sabía... ¿por qué no me dijiste nada? —le pasó un brazo por los hombros—. Ya sabes que siempre puedes contar conmigo y... —la interrumpió de pronto el timbre de la puerta—. ¿Esperabas a alguien?
Paula soltó un profundo suspiro, imaginándose perfectamente la reacción de Janice cuando se lo dijera. Aun así, no podía negar lo obvio.
—Estoy esperando a Pedro. Pero no es lo que tú piensas.
—Espero que así sea. Porque creo que has perdido el juicio.
—Estoy perfectamente cuerda.
—Entonces deshazte de él. Por muy alterada y confundida que te encuentres, Pedro no es la respuesta.
—Te agradezco tu preocupación, pero no tienes idea de lo que está pasando y te juro que, por tu bien, es mejor así. Y ahora.., ¿por qué no me acompañas a la puerta y le vas de una vez?
—No puedo creer que ese hombre tenga el descaro y la desvergüenza de venir a esta casa.
—Es un asunto de trabajo. No es nada personal.
—Pero lo será. Lo vi en tus ojos el otro día. Dejarás que te rompa de nuevo el corazón.
—Ya cuidaré yo perfectamente de mi corazón, gracias. Pero necesito que me hagas un favor. Te ruego que no le comentes a Mariano que Pedro ha estado aquí. Algún día, espero que sea pronto, te lo explicaré. Por ahora, solo te pido que confíes en mí.
—En ti sí que confío. Pero no en Pedro. Creo que estás cometiendo un enorme error.
Pedro y Janice coincidieron en la puerta. Se miraron fijamente, como dos adversarios a la espera de batirse en duelo.
—Espero no haber interrumpido nada —le dijo él a Paula.
—Estás haciendo algo mucho peor que eso —le espetó Janice.
—No, no has interrumpido nada —le aseguró Paula, tomándolo del brazo y haciéndolo entrar—. Mi prima se marchaba ahora mismo.
—Me voy a trabajar, que es exactamente lo que tú deberías estar haciendo ahora mismo —le dijo a Pedro, pasando de largo por delante de él—. ¿Acaso no tienes un asesino que capturar?
—Gracias por recordármelo. Casi me había olvidado —una vez que Janice se hubo marchado, le comentó a Paula—: Tienes una prima encantadora. ¿Qué hacía aquí a esta hora de la mañana?
—Al parecer Mariano la telefoneó para pedirle que se pasara a verme.
—¿Por qué?
—Debió de pensar que unas cuantas palabras de consuelo de Janice bastarían para tranquilizar... mi alterado estado de ánimo.
—¿Mariano y ella están muy unidos?
—Ahora que lo dices, jamás han congeniado bien. Yo tenía la impresión de que a Mariano no le gustaba nada.
—Aun así, esta mañana la ha llamado.
—Mira, ya no consigo explicarme nada de lo que hace Mariano. Tengo la impresión de que no lo conozco en absoluto. Por eso te he telefoneado...
Los sucesos de la noche anterior arrasaron de pronto su mente, y fue como si estuviera viendo de nuevo aquellas horribles fotografías. Pedro dio un paso hacia ella.
—Estás temblando, Paula. Cuéntame lo que ha sucedido. ¿Te ha hecho daño? Por que si es así, yo...
—No —el dolor físico habría sido mucho más soportable que las sospechas que amenazaban con enloquecerla—. No me ha hecho daño. Pero creo que pudo haber asesinado a Karen Tucker.
domingo, 28 de julio de 2019
INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 46
Paula seguía despierta mucho después de que Mariano se hubiera dormido, a juzgar por su respiración profunda y regular. Había querido hacer el amor y ella se había negado pretextando un fuerte dolor de cabeza. El pretexto no era enteramente falso. Si esa noche hubieran hecho el amor, habría enfermado físicamente. Aun así, no podía sacudirse la sensación de que se estaba deslizando irremediablemente por un túnel negro, sin fondo.
Si pudiera telefonear a Pedro, contarle lo que había descubierto y pedirle su opinión... Pero no se atrevía a hacer la llamada, no con Mariano en la casa. Esperaría hasta la mañana, cuando saliera para su trabajo.
Era extraño que Pedro fuera la única persona a la que anhelara llamar cuando todo su mundo se estaba derrumbando. Era el primer hombre al que había amado. El hombre que la había arrastrado hasta las más altas cumbres del placer, una oscura y lluviosa noche, para abandonarla horas después, a la luz del día.
Pese a todo, no podía negar los sentimientos que la habían embargado mientras hacían el amor. Había sido una experiencia gloriosa, cargada de pasión, emocionante, salvaje y a la vez increíblemente tierna. Demasiado hermosa para que se olvidara fácilmente. Demasiado devastadora para que no continuara infiltrándose en sus sueños.
Precisamente en aquel instante, los recuerdos volvieron en toda su intensidad, acariciando su vientre con dedos de fuego, desatando ardientes temblores en los secretos lugares que Pedro había despertado a la vida aquella noche.
Estremecida, casi jadeando, bajó lentamente los pies de la cama y se levantó con sigilo.
Abandonó de puntillas la habitación, teniendo buen cuidado de no despertar a Mariano.
Las imágenes seguían asaltando su cerebro mientras bajaba las escaleras, tan vívidas que casi podía sentir la lluvia empapándole la ropa mientras subían hasta el apartamento situado encima del garaje. Aquella habitación había sido tan distinta entonces... cálida, acogedora, juvenil. Y tan erótico el momento en que vio entrar a Pedro con su cazadora de cuero negro...
Se acurrucó en el sofá del salón, reviviendo aquellos instantes. Pedro acercándola hacia sí, desgarrándole la ropa en su apresuramiento.
Luchando con los botones de su blusa con una mano, mientras deslizaba la otra bajo su falda...
—Dime que me detenga, Paula. Dímelo...
Pero no lo había hecho. No había podido. Lo había deseado desde el primer momento en que lo vio. Y allí estaba, tocándola por todas partes, besándola como jamás nadie antes la había besado. Rodando por el suelo, abrazados, fundidos sus cuerpos. Era hermoso: alto, esbelto, fuerte. Acarició su miembro excitado con los dedos, con los labios. Para entonces estaba enloquecido de deseo, y susurraba su nombre una y otra vez, sin cesar.
—Me alegro de hacerlo contigo, Pedro —había murmurado Paula—. Es mi primera vez y...
Se había apartado rápidamente. Paula había interpretado que no la deseaba porque era virgen, y el dolor de su rechazo había sido abrumador. Pero luego, cuando se atrevió a mirarlo a los ojos, volvió a leer el deseo en ellos.
—¿De verdad que es tu primera vez? —le había preguntado al tiempo que la abrazaba con exquisita delicadeza, como temiendo que fuera a romperse.
—Sí.
—Ya. Y aquí estoy yo, perdido todo control y estropeándolo todo...
—No... es perfecto, sencillamente perfecto. Por favor, hazme el amor, Pedro...
—Oh, cariño, cariño, cariño...
Se acurrucó en el sofá, cada vez más excitada.
Aquella noche habían hecho el amor dos veces.
La segunda había sido aún más maravillosa.
Una noche perfecta. Hacía ya tanto tiempo de aquello... Se frotó los ojos, enjugándose las lágrimas. No sabía por qué estaba llorando, ni por qué se había permitido revivir algo que ya nunca volvería a suceder.
Quizá fuera una forma de supervivencia, un medio de hacer frente a la dolorosa realidad de aquel día. Pero los sueños y las fantasías no podían devolverle el juvenil milagro del primer amor. Ni cambiar la estremecedora posibilidad de que se hubiera casado con un psicópata asesino.
Si Mariano era el asesino, tal vez fuera ella la única persona que pudiera detenerlo. Al menos, tenía que intentarlo.
***
Cuando llegó a la habitación, Mariano ya se había levantado y se estaba poniendo los pantalones.
—¿Era del hospital? —le preguntó, dejando el vaso sobre la mesilla.
—Era Sara Castle.
—La esposa de Javier.
—Sí. Javier está hospitalizado.
—¿Qué ha sucedido?
—La despertó un fuerte ruido. Javier no estaba en la cama. Lo encontró tirado en el suelo de la cocina y enseguida llamó a una ambulancia.
—¿Un ataque cardíaco?
—Aparentemente, una sobredosis de calmantes. Sara no ha podido decirme nada más. Está histérica.
—No me extraña... ¿se pondrá bien?
—Todavía no le han dicho nada. Quiere que vaya para allá cuando antes, a ver si a mí me lo dicen.
—Pobre Sara... ¿quieres que te acompañe?
—No. Esta noche no. Tienes que dormir. Te llamaré para informarte tan pronto como sepa algo.
—La verdad, no puedo imaginarme que Javier haya intentado suicidarse. Tiene que haber sido un accidente.
—Probablemente la culpa sea de ese maldito policía amigo tuyo. Lo estuvo interrogando acerca de la muerte de Karen, y a Javier lo preocupaba mucho que intentaran acusarlo a él.
—¿Lo habrían hecho?
—¿Quién sabe lo que se les puede pasar por la cabeza a esos policías? Son una panda de tarados.
—Eso no es cierto.
Sin molestarse en responder, Mariano continuó vistiéndose tranquilamente. Paula no podía dejar de pensar en Javier, apenada.
Contempló a su marido mientras se afeitaba. Ya no lo veía como tal, sino como a un extraño frío, calculador, lleno de secretos. Se preguntó cuál sería su reacción si le espetara la pregunta que tanto la acosaba. Si le preguntara si había asesinado a Karen y a las otras mujeres...
¿Montaría en cólera y la asesinaría a ella de la misma manera? ¿O simplemente se la quedaría mirando como si hubiera perdido el juicio, y se marcharía tranquilamente de casa?
—Duerme un poco, Paula. No tienes buen aspecto.
Se inclinó para besarla, tomándola de la nuca y acariciándole suavemente el cuello. Ella intentó apartarse, pero él se lo impidió.
—¿Qué te pasa, Paula? Estás temblando. Si no te conociera mejor, diría que tienes miedo de mí.
—No, claro que no —susurró con un ronco murmullo.
Mariano deslizó entonces un dedo entre sus senos, tensando la fina tela de su camisón.
—Tú eres mucho más hermosa que las mujeres de esas fotos, Paula. Muchísimo más.
Y volvió a besarla mientras una fría y espantosa sensación de terror la ahogaba por dentro.
Podía imaginárselo perfectamente haciéndole lo mismo a Karen. Tocándola, consolándola… y luego matándola. Y sin que su expresión se alterara lo más mínimo.
Estremecida, se apoyó contra la puerta cerrada mientras escuchaba los pasos de Mariano alejándose por el pasillo. Por el momento se marchaba. Pero volvería.
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