lunes, 29 de julio de 2019

INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 47




Paula durmió mal durante el resto de la noche. 


Incluso se despertó bañada en un sudor frío, presa de una pesadilla demasiado real. Había estado pescando con Rodrigo y su padre en un tranquilo lago. Un pez había picado en su caña, y cuando intentó sacarlo, a punto estuvo de caerse al agua.


Se volvió hacia su padre y su hermano en busca de ayuda, pero habían desaparecido. Estaba sola en medio del lago, y cuando el pez subió a la superficie descubrió que no era tal. Era un hombre cubierto de algas, blandiendo un cuchillo en su mano engarfiada. En aquel preciso momento despertó de la pesadilla... para descubrir a Mariano durmiendo profundamente a su lado.


A la mañana siguiente, Mariano la informó de que el estado de Javier era grave. No se quedó a desayunar, ni le dio tiempo para que pudiera hacerle pregunta alguna. Se vistió rápidamente y volvió al hospital, dejándola a solas con sus dudas y sus miedos.


Había llamado a Pedro antes incluso de que el coche de Mariano se alejara por el sendero de entrada. Una vez duchada y vestida, bajó a esperarlo al salón. Habría preferido verse con él en cualquier otro lugar, pero quería enseñarle las fotos del estudio-taller y consultar su opinión al respecto.


Sonó el timbre. Paula dio un respingo y se levantó del sofá como un resorte. Tenía los nervios a punto de estallar, y era lógico. La casa en la que se había criado ya no era el refugio, el remanso de paz de antaño. Ahora tenía la sensación de que era un terreno minado. Y que, al primer mal paso, nuevos horrores le estallarían en la cara.


Pero, cuando abrió la puerta, fue a Janice a quien vio en el umbral. La perspicaz, brutalmente sincera Janice. Prácticamente la última persona a la que habría querido ver aquella mañana. Sobre todo cuando Pedro tenía que llegar de un momento a otro.


—Si estás vendiendo productos de Avon, te comunico desde ya que no necesito ninguno —le dijo Paula, esforzándose por bromear.


—Muy graciosa. Pero, a juzgar por tu palidez y tus ojeras, no creo que te viniera nada mal que te maquillaras un poco.


—Vaya, muchas gracias. No me digas que se te ha ocurrido pasar por aquí de camino a tu trabajo para revisar mi maquillaje.


—No. Más bien para revisar tu estado mental y emocional —entró en la casa—. Me ha llamado Mariano. Teme que todo ese asunto del asesinato de Karen Tucker te esté afectando demasiado.


«Claro», pensó Paula. Ahora comprendía el objetivo de aquella inesperada visita.


—Pues resulta que últimamente no hemos hablado mucho sobre el asesinato. Más bien sobre la presunta incompetencia de la policía.


Janice dejó su bolso en el sofá mientras se dirigía directamente hacia la cocina.


—¿Sobre la policía o sobre Pedro Alfonso? —se sirvió una taza de café.


—¿Qué es lo que te ha dicho Mariano exactamente?


—Que ese insistente inspector de mente calenturienta te está llenando la cabeza de pájaros.


—¿Seguro que esa es su opinión? ¿No será por casualidad la tuya?


—Mariano es un hombre muy sagaz. Ni siquiera conoce a Pedro, pero ya se ha hecho una idea de cómo es. Y no le cae bien. ¿Qué tienes de comer? Me he perdido un delicioso desayuno con rosquillas en la cafetería solo para venir a ver cómo estabas.


—Pues ya has visto que estoy perfectamente. Así que por mí no te prives de esas rosquillas...
Janice metió dos rebanadas de pan blanco en la tostadora. Nada más tomar el primer sorbo de café, esbozó una mueca de asco y dejó bruscamente la taza sobre la mesa.


—¿Con qué hacéis el café en esta casa?


—A Mariano le gusta el café bien fuerte.


—¡Y que lo digas! Escucha, Paula—fue directamente al grano—. Mariano está muy preocupado por ti. Y ahora que te he visto, lo entiendo perfectamente. Puedo ver que estás nerviosa, irritable...


—De acuerdo, admito que lo estoy. Pero no tiene nada que ver con Pedro. Hoy temprano tengo una cita con el dentista, y ya sabes el miedo que les tengo. Así qué, lo siento mucho, pero tendrás que comerte las tostadas por el camino, Envuélvelas en esto —cortó dos servilletas de papel de un rollo de pared y las dejó sobre la mesa.


—Júrame que no te estás viendo con Pedro Alfonso, Paula —le espetó Janice, ignorándola—. Ni como policía ni como amigo. Y mucho menos como amante. Tranquilízame al respecto y me iré de una vez.


Paula le dio la espalda.


—No me estoy viendo con Pedro.


—Nunca se te ha dado bien mentir. No tires por la borda lo que tienes con Mariano, Paula. Sé que vuestra relación no es perfecta, pero tenéis que intentar arreglar las cosas. Mariano es un buen hombre, y te ama.


—Ninguna de esas dos cosas es cierta.


—¿De qué estás hablando?


Paula maldijo para sus adentros. No había querido abordar aquel tema con Janice, y menos en ese momento, cuando Pedro estaba al caer. 


Pero las palabras habían brotado solas, y ya no podía retirarlas.


—No quiero hablar de esto ahora, pero tenemos problemas muy serios.


—¿Qué tipo de problemas?


Las imágenes de las mujeres desnudas y torturadas, las fotografías que guardaba Mariano, asaltaron de pronto su mente.


—Por el momento no puedo contarte detalles, pero Mariano no es ni mucho menos el santo que todo el mundo cree que es.


—¿Te engaña? —Janice dio un paso hacia ella.


—No estoy segura. Solo sé que me miente y que es... —«un depravado», añadió para sí, Esa era la palabra que mejor lo definía, pero no podía pronunciarla, ni siquiera a su prima. No hasta que hubiera hecho más averiguaciones—. Mira, no confío en él. No sé lo que voy a hacer, pero no podemos seguir así.


—Oh, cariño, no lo sabía... ¿por qué no me dijiste nada? —le pasó un brazo por los hombros—. Ya sabes que siempre puedes contar conmigo y... —la interrumpió de pronto el timbre de la puerta—. ¿Esperabas a alguien?


Paula soltó un profundo suspiro, imaginándose perfectamente la reacción de Janice cuando se lo dijera. Aun así, no podía negar lo obvio.


—Estoy esperando a Pedro. Pero no es lo que tú piensas.


—Espero que así sea. Porque creo que has perdido el juicio.


—Estoy perfectamente cuerda.


—Entonces deshazte de él. Por muy alterada y confundida que te encuentres, Pedro no es la respuesta.


—Te agradezco tu preocupación, pero no tienes idea de lo que está pasando y te juro que, por tu bien, es mejor así. Y ahora.., ¿por qué no me acompañas a la puerta y le vas de una vez?


—No puedo creer que ese hombre tenga el descaro y la desvergüenza de venir a esta casa.


—Es un asunto de trabajo. No es nada personal.


—Pero lo será. Lo vi en tus ojos el otro día. Dejarás que te rompa de nuevo el corazón.


—Ya cuidaré yo perfectamente de mi corazón, gracias. Pero necesito que me hagas un favor. Te ruego que no le comentes a Mariano que Pedro ha estado aquí. Algún día, espero que sea pronto, te lo explicaré. Por ahora, solo te pido que confíes en mí.


—En ti sí que confío. Pero no en Pedro. Creo que estás cometiendo un enorme error.


Pedro y Janice coincidieron en la puerta. Se miraron fijamente, como dos adversarios a la espera de batirse en duelo.


—Espero no haber interrumpido nada —le dijo él a Paula.


—Estás haciendo algo mucho peor que eso —le espetó Janice.


—No, no has interrumpido nada —le aseguró Paula, tomándolo del brazo y haciéndolo entrar—. Mi prima se marchaba ahora mismo.


—Me voy a trabajar, que es exactamente lo que tú deberías estar haciendo ahora mismo —le dijo a Pedro, pasando de largo por delante de él—. ¿Acaso no tienes un asesino que capturar?


—Gracias por recordármelo. Casi me había olvidado —una vez que Janice se hubo marchado, le comentó a Paula—: Tienes una prima encantadora. ¿Qué hacía aquí a esta hora de la mañana?


—Al parecer Mariano la telefoneó para pedirle que se pasara a verme.


—¿Por qué?


—Debió de pensar que unas cuantas palabras de consuelo de Janice bastarían para tranquilizar... mi alterado estado de ánimo.


—¿Mariano y ella están muy unidos?


—Ahora que lo dices, jamás han congeniado bien. Yo tenía la impresión de que a Mariano no le gustaba nada.


—Aun así, esta mañana la ha llamado.


—Mira, ya no consigo explicarme nada de lo que hace Mariano. Tengo la impresión de que no lo conozco en absoluto. Por eso te he telefoneado...


Los sucesos de la noche anterior arrasaron de pronto su mente, y fue como si estuviera viendo de nuevo aquellas horribles fotografías. Pedro dio un paso hacia ella.


—Estás temblando, Paula. Cuéntame lo que ha sucedido. ¿Te ha hecho daño? Por que si es así, yo...


—No —el dolor físico habría sido mucho más soportable que las sospechas que amenazaban con enloquecerla—. No me ha hecho daño. Pero creo que pudo haber asesinado a Karen Tucker.



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