miércoles, 19 de junio de 2019

AMULETO: CAPITULO FINAL





El trabajo de parto es horrible Buena suerte y una mierda porque cuando se trata de empujar a una persona fuera de tu vagina, es puro infierno, sin importar cómo intentes ponerlo.


Pero al igual que muchas mujeres antes que yo, después del nacimiento, me olvido del dolor, porque en el momento en que veo a mi bebé, todo lo que puedo sentir es puro gozo.


—Ella es perfecta —afirma Pedro, acariciando a nuestra hija en sus brazos, envuelta en una manta rosa.


La enfermera que ayudó a traerla da palmadas en el brazo de Pedro.


—Ella también está saludable y no podría haber estado más preparada para entrar al mundo. 
Este fue el nacimiento más rápido que he visto en mucho tiempo. Tuviste suerte, Paula.


Los ojos de Pedro se encuentran con los míos, y compartimos una risa silenciosa. Mi hombre de montaña irlandés me conoce tan bien como yo lo conozco a él.


—¿Cómo llamaréis a la pequeña? —pregunta la enfermera, revisando mis signos vitales y tomando notas en una tabla.


—Rainbow.


Pedro me la entrega, sentada en el borde de la cama. Agarro a mi hija, sabiendo que su vida puede ser complicada, no parecer justa, y a menudo una broma cruel.


No puedo protegerla de las dudas y la negación, cosas que inevitablemente enfrentamos de una forma u otra, pero puedo asegurarme de que conozca a su padre y creo que somos la gente más afortunada del mundo por tenerla.


Y creo que eso podría ser suficiente.


De hecho, creo que eso podría serlo todo.



AMULETO: CAPITULO 39




Él extiende una manta sobre la hierba, y después de comer nuestros sándwiches y patatas fritas, Pedro se queda dormido con el sol brillando en su rostro.


Viendo el ascenso y caída de su pecho, estoy tan excitada por el hombre que es mi esposo. 


Ha cultivado aún más su barba, algo de lo que el espacio entre mis muslos está completamente agradecido, y lo encuentro más guapo que nunca. Es como si estuviera relajado durante todo el año, y el inicio de la paternidad lo ha ayudado a tomarse las cosas más en serio.


Por supuesto, su actitud engreída todavía está allí algunas veces, pero mi irlandés se ha suavizado.


Me gustaría pensar que también lo he hecho.


Excepto que ahora mismo no me siento para nada suave.


De hecho, siento todo tipo de calor y molestias.


Debe sentirme mirándolo porque un ojo se abre y levanta la cabeza.


—¿Qué estás mirando, amor?


—A tí —afirmo, acostándome a su lado—. Estaba pensando en cómo podría ser uno de nuestros últimos días como una familia de dos. Esta chica vendrá pronto, lo siento.


Pedro se da la vuelta, con sus manos sobre mi enorme barriga, besando mi ombligo que se salió hace meses. Estoy usando un corto vestido de verano y él levanta el dobladillo, pasando sus manos sobre mis muslos, aún más arriba. Siento sus dedos rozar mi coño, y dejo escapar los gemidos más suaves, el aleteo de sus dedos despertando mi interior.


—No te burles de mí —gimo arqueando mi espalda, dejando caer mis rodillas e invitándole a entrar.


—Nunca. —Aparta mis bragas y me mira a los ojos—. Te amo, Paula.


—¿Qué es lo que amas?


—Me encanta lo mojada que estás, tirada aquí, pensando en mí.


Me muerdo el labio, suspirando de placer mientras sus dedos me acarician suavemente, atrayendo el placer.


Me quito las bragas y se desabrocha los pantalones, dejándolos caer rápidamente. Su enorme pene hace que mis pezones se endurezcan, mi deseo aumentando. Con una mano, él se acaricia en el aire fresco de la montaña, y como poseemos este pedazo de tierra, él no tiene nada que esconder, ninguna inhibición.


Observo mientras pasa su mano por su aterciopelada longitud, su otra mano presionando dentro de mí.


—No quiero tus dedos, te quiero —exijo—. No puedo soportarlo más.


—Todo lo que quieras.


Me río.


—Tengo la sensación de que esto es lo que quieres también —le digo, golpeándolo. Levanto mis piernas, doblándolas ligeramente cuando Pedro se arrodilla ante mí. Él toma mis muslos, presionando su pene profundamente dentro de mí.


Mi barriga de embarazada está entre nosotros, pero nuestros ojos están en el otro.


Empuja dentro de mí y pido más, nunca tengo suficiente, especialmente durante mi embarazo. 


Tan pronto como pasaron las náuseas matutinas, me convertí en un demonio sexual.


Pedro no pareció importarle ni un poco.


—Oh, oh, sí —jadeo, deseando que él entre en mí porque cada vez que lo hace, mi corazón florece de amor por él.


—Estoy tan cerca —presiona contra mí, sosteniendo mis muslos, mis pies en el aire mientras entra en mí, cintas de su semilla en mi coño de la manera en que yo quiero—. Te amo, Paula, y podría quedarme así para siempre.


Él yace a mi lado, tomando mis manos, nuestras piernas entrelazadas, nuestros cuerpos envueltos muy juntos.


—Yo también te amo, Pedro, pero no puedo quedarme así para siempre.


—Por favor —suplica en broma.


—No, de hecho, tenemos que irnos ahora.


—¿Qué sucede? —pregunta, inclinándose sobre sus codos cuando me echo a reír, sin sorprenderme de que sucediera después de un paseo por el bosque.


—Acabo de romper aguas, Pedro. Es hora de conocer a nuestra pequeña niña.


Pedro se pone de pie, subiéndose los pantalones, buscando mi mano. Mientras la tomo, él gira la cabeza, su mano en mi mejilla.


—Mira, muchacha —señalo hacia el cielo, donde una media luna empapada de color se eleva por encima de nosotros—. Es nuestro arcoíris.


Parpadeo con lágrimas de felicidad. Por supuesto, aquí hay un arcoíris, ahora. Pedro siempre los ve cuando está paseando por la ladera de la montaña en sus tours, y me los señala cada vez que estoy en ellos.


Jura que los ve ahora más que nunca.


Él bromea diciendo que soy su amuleto de la suerte.


La verdad es que, en algún punto del camino, nuestra vida se convirtió en una mina de oro... nos vemos ricos más allá de nuestros sueños más salvajes porque nos tenemos el uno al otro.



AMULETO: CAPITULO 38




UN AÑO DESPUES...





Fue fácil enamorarse de Pedro. Él me aceptó por lo que soy, e insistió en que mis debilidades eran mis puntos fuertes.


Un año después, mi hombre de montaña irlandés no ha vacilado ni un ápice. Se ha convertido en mi lecho de roca, sosteniéndome cuando mis emociones me lanzan de un lado a otro. Él es mi ancla, pero también es el bote y me lleva a aguas seguras.


Y nunca lo necesité más de lo que lo hago ahora.


—Todavía no puedo creer que ella pueda llegar en cualquier momento. No estoy segura de estar lista, Pedro —repito mientras estamos parados en nuestro porche con vista a nuestra propiedad. 


Su antiguo granero está a la distancia. Simon vive allí ahora, y estamos en la nueva cabaña que construimos poco después de nuestra boda hace diez meses.


Para nuestro regalo de bodas, Patricio, todo quemado por el sol y con ojos brillantes, habiendo regresado recientemente de Tailandia, nos dio la tierra que Pedro siempre había soñado.


—No me voy a quedar —nos dijo en la pequeña recepción que tuvimos en el pub donde nos conocimos. Mis padres habían volado, y había algunos amigos de ambos lados, pero era íntimo… Pedro y yo preferimos festejar solos.


—¿A dónde vas? —Pedro le había preguntado a su hermano.


—Vendí mis acciones, cobré mi 401 mil, ahora estoy viajando por el mundo. Tailandia no fue suficiente. Así que, toma la tierra, haz un hogar. Sé feliz.


Y lo somos.


Por supuesto, descubrir que estábamos embarazados unas semanas después de nuestro matrimonio no era parte del plan, pero echamos los planes por la ventana hace mucho tiempo.


Pedro me besa en la frente, el sol está alto en el cielo, y Pedro tiene una canasta de picnic en la mano, teniendo un día libre por una vez. Simon y él han estado trabajando duro en la construcción de su compañía de viajes. Yo también.


Tomé todas mis habilidades fotográficas y creé nuevos folletos, un sitio web, un video promocional que mostraba las paradas más bellas del recorrido de las montañas Wicklow. Es mi parte para ayudarlos a expandir su negocio. 


Está funcionando, la compañía tiene reservas sólidas e incluso hemos tenido que comprar un autobús para reemplazar la camioneta de ocho pasajeros.


—¿A dónde vamos? —me quejo—. Sabes que no puedo caminar muy lejos. Nuestra hija está decidida a meter el pie en mi caja torácica cada vez que pueda.


—Debe ser una luchadora, teniendo en cuenta a su madre.


—Gracioso —le digo, ladeando una ceja—. Has empacado mucha comida, ¿verdad? Porque estoy…


—¿Hangry? Lo tengo, muchacha. He sido tu esposo por casi un año. Creo que sé cómo empacar un almuerzo. —Él me golpea el culo, y yo grito, agarrando su mano y llevándome un dedo a la boca. Mientras lo chupo, él gime.


—Mujer, me estás volviendo loco.


—Bien —me burlo—. Es justo como me gustas.



martes, 18 de junio de 2019

AMULETO: CAPITULO 37




Un poco más tarde, con el bolsillo lleno, entro en el pub y veo que Patricio y Simon ya están sentados en los taburetes, bebiendo su cerveza. 


Las calles son salvajes, hombres crecidos disfrazados de duendes y mujeres con acento americano pellizcándome el trasero.


Me recuerda por qué vivo en las montañas, tan lejos de esta escena como sea posible.


Cuando Simon y Patricio me ven, miran alrededor exageradamente, gritando que no ven a ninguna mujer a mi lado.


—Sabíamos que no podría suceder —se burla Patricio. Él golpea su rodilla como si esto fuese lo más divertido que haya visto.


—¿A dónde se fue Paula entonces? —pregunta Simon—. Hace unos días, pensé que vosotros dos estaban listos para ir al atardecer. Le dije a Patricio lo mismo.


—Ella descubrió la apuesta —les digo.


—¿Cómo sucedió eso? —pregunta Simon.


—Yo mismo se lo dije. Ya no podía mentirle.


—Oh demonios, hermano, ¿eres un tonto? ¿quieres perder? —Patricio se ríe, ordena una ronda y me da una pinta de Guinness.


Agarro el anillo de mi bolsillo y se lo paso a Patricio.


—Perdí con justicia. Por mucho que quería ganar, aprendí que solo hay una cosa que importa. Y no es la tierra o el anillo… es la chica. Y la perdí porque soy un maldito tonto. Así que, tómalo Patricio, y no seas como yo. Ve a Tailandia o renuncia a tu trabajo o lo que sea que tengas que hacer para ser feliz, pero no andes como un tonto como yo, pensando que tu suerte te dará todo lo que deseas. Puede que pierdas lo mejor que nunca tuviste.


Pedro —dice Patricio, con los ojos muy abiertos, sin haberme escuchado hacer una confesión tan honesta en mi vida. Apoya su mano en mi hombro, mirándome a los ojos—. ¿Me estás engañando?


—Ni siquiera un poco —le aseguro—. Ojalá nunca hubiese hecho la apuesta, lo jodió todo.


—Pero has querido esa tierra toda tu vida, hermano.


—¿De qué sirve un pedazo de tierra si no tienes a nadie con quien compartirlo?


—No lo sé —duda Patricio—. Pero si eso es realmente lo que sientes, no puedo tomar este anillo.


—Sólo tómalo. Debo ir a buscarla. Tengo que luchar por ella con cada respiración que tenga.


—Conociéndote a ti y a tu suerte, la encontrarás en el primer lugar donde mires —asegura Simon.


—Y cuando la encuentres, ella necesitará este anillo, el anillo de mamá, Pedro. Tómalo y dáselo. —Patricio presiona el anillo en mi mano.


Me doy cuenta de que Patricio puede ser un imbécil de hermano, pero sigue siendo irlandés. 


Un hombre con integridad. Un hombre con honor.


Rodeo a mi hermano en un abrazo rápido.


—Te veré por allí entonces, con suerte, más temprano que tarde.


Simon habla en voz alta.


—La verdad es que creo que te veremos antes de lo que pensamos.


Antes de que pueda preguntar por qué alguien estaba tocando en mi hombro.


Giro y allí está ella.


Paula.


—¿Qué estás haciendo aquí, muchacha?


—No puedo dejar que el hombre que amo pierda una apuesta por mí, ¿verdad?


—¿El hombre que amas? —pregunto parpadeando para recuperar las lágrimas en mis ojos. En algún momento, parece que me he convertido en una montaña rusa emocional, al igual que la mujer que amo.


Alejándome de mi hermano y de Simon, le digo a Paula la verdad.


—La apuesta ha terminado. No quiero la tierra si eso significa que la gané así, rompiendo tu corazón.


—No creo que mi corazón sea tan frágil.


—Cuando regresamos a mi casa, parecía serlo. Dijiste que te lo rompí, Paula.


Ella niega con la cabeza, su cabello oscuro se mueve sobre sus hombros. Solo hemos estado separados unas pocas horas, pero parece una vida entera. No quiero estar sin ella otra vez.


—Bien. Dije eso. Pero puedo haber reaccionado solo un poco exageradamente.


—¿Un poco? —pregunto dándome cuenta de que no está huyendo. Ya no. Quizás nunca más.


—Después de que esa mujer loca me dejó, Hilda, me registré en una pensión con cama y desayuno, una terrible, porque todo estaba reservado. —Ella sonríe, invitándome a regresar a su corazón—. Aparentemente, el día de San Patricio es un gran problema aquí.


—¿De verdad, acabas de descubrirlo? —Dudo, cruzando mis brazos, mirándola. Sus curvas están en exhibición dentro de los ajustados jeans que usa, el suéter abraza sus tetas de una manera que hace que mi pene se endurezca. 


Maldita sea, yo podría mirarla por siempre.


—Y cuando llegué allí, me di cuenta de algunas cosas. Antes que nada... es posible que hayas mentido, pero no estabas tratando de lastimarme como mi ex. Eres un idiota, seguro, pero sé que no estabas siendo cruel. Cuando dices que me amas, te creo.


—¿Estás diciendo que no ves las cosas en blanco y negro? —mi corazón late con fuerza.


—No. Quiero todos los colores, justo como me enseñaste. Estaba mirando al cielo para cambiar mi suerte, pero estaba justo en frente de mí.


—Dijiste que te diste cuenta de algunas cosas. ¿Qué más, muchacha?


—Cuando me senté en esa cama desvencijada. Todo lo que pude pensar era, ¿cuál es el punto de tener una cama si la persona que amas no la está compartiéndola contigo?


—¿Entonces me amas? —presiono—. ¿Incluso si nunca te encontré un arcoíris?


—A la mierda el arcoíris, Pedro. Tú eres todo lo que quiero.


—Espero que quieras una cosa más —le digo dejándome caer en una rodilla—. Espero que quieras ser mi mujer.


Paula se tapa la boca y el ruidoso pub se queda en silencio. Patricio y Simon han sacado sus teléfonos para conmemorar el momento y todo el lugar está mirando. De repente estoy tan nervioso como la mierda, pero probablemente sea bueno que lo esté. Nunca he estado nervioso por una maldita cosa porque no tenía nada que fuera precioso para mí.


Pero ahora lo tenía. Ahora tengo a Paula.


—¿Qué será, muchacha?


Se muerde el labio y, por un segundo, creo que va a decir que no.


—Debo confesar algo primero.


—¿Qué es? —pregunto—. Mi rodilla me está matando aquí.


—Esperaba que no me encontraras un arcoíris, porque la verdad es que nunca quise irme.


Me río, aliviado por su confesión, ella me dijo que quería quedarse tanto como yo.


—Bien, ahora nunca lo harás, arcoíris o no. Estás atrapada conmigo, muchacha.


Pongo a mi mujer sobre mis rodillas, la siento donde pertenece y saco el anillo de bodas de mi madre.


—Te lo preguntaré de nuevo, pero esta vez necesitaré una respuesta adecuada. —La miro, la mujer que amo, la futura madre de mis hijos, la persona con la que quiero envejecer—. ¿Te casarás conmigo, Paula, y me convertirás en el irlandés más afortunado que jamás haya existido?


Sonríe ampliamente, echando la cabeza hacia atrás como lo hizo la noche en que me enamoré de ella.


—Sí —afirma—. Pero creo que te equivocaste, Pedro. Yo soy la afortunada.


Niego con la cabeza, deslizando el anillo Claddagh en su dedo, un corazón esmeralda con una corona, centrado entre dos manos.


—¿Sabes lo que significa el anillo?


Ella niega con la cabeza, sus ojos llenos de lágrimas, y cuando caen, brillan en sus mejillas. 


Ella parece una copa de amor, desbordante.


—Con esta corona, te doy mi lealtad. Con estas manos, ofrezco mi servicio. Con este corazón, te doy el mío.


Y entonces la beso y le susurro todos los planes traviesos que tengo para pasar la noche.


Tener suerte es nuestro deber después de todo.


Y nunca la volveré a fallar.



AMULETO: CAPITULO 36




Soy un hombre, pero eso no significa que no pueda llorar. Especialmente cuando Paula tiene su bolso sobre su hombro y su rostro se aparta de mí.


El coche de Hildagard está aquí, y le digo que no se vaya. Paula solo sacude la cabeza, su rostro lavado por las lágrimas. El mío también.


Hilda está mirando con cara de suficiencia, y yo solo quiero patear sus neumáticos, tomar a Paula de los brazos y arrastrarla a mi casa.


—No puedes irte así. No es necesario. Te amo.


—Tengo que ir a la ciudad, me siento tan confundida, Pedro —Se cubre la cara, llorando, y trato de rodearla con mis brazos, pero Paula no está aceptando nada.


—Confié en ti sobre todo, Pedro. Y jugaste conmigo.


—Lo sé, y lo siento amor. Realmente lo siento. Sabía que estarías enojada, pero...


—¿Enojada? Pedro, esta no soy yo enojada, esta soy yo con el corazón roto.


—Hilda, es una locura llevarla a Dublín ahora, las calles serán salvajes. Turistas con cerveza verde y disturbios de borrachos, Paula no debería estar sola.


—Retrocede, Pedro, deja a la dama entrar al coche. —Hilda me dice como si tuviese algún derecho sobre ella—. Ella te llamará si quiere hacerlo.


Me aparto y dejo que Paula se suba, no quiero alejarme, pero después de todo lo que hice, lo último que quiero es lastimarla aun más.


La respeto demasiado, incluso si en este momento no está bien de la cabeza. Yo fui quien le hizo esto. Dije que nunca quería hacerle llorar, sin embargo, ella se está yendo de mi casa sin nada más que lágrimas y un corazón roto.


El coche se aleja. La llamo después, gritando que la amo.


La amo muchísimo.


Grito al cielo. ¡Dios mío!


¿Cómo podía haber sido tan jodidamente estúpido? Al comienzo de la semana, todavía estaba confundido, no sabía lo que quería realmente. Pensé que la propiedad le daría una razón para amarme, pero ella estaba dispuesta a amarme aunque no tuviera nada grandioso que ofrecerle.


Después de que el coche se vaya, trato de calmar mis pensamientos, pero son un desastre, solo hay una cosa que sé con certeza… tengo que ir detrás de Paula


Simon y Patricio mandan un mensaje de texto para ver si voy a estar en el pub y cuándo iré. 


Por supuesto que sí, perdí la apuesta y puedo ser un idiota, pero soy un hombre de palabra.


Además, ahora tenía que ir a Dublín. Ahí es donde Hilda ha llevado a Paula y estoy decidido a encontrarla.


No sé dónde se aloja, pero llamaré a todas las puertas de Dublín esta noche hasta encontrar a mi chica.