miércoles, 22 de mayo de 2019

DUDAS: CAPITULO 20




Se marcharon a eso de las dos. Tomy llegó justo a tiempo para ofrecerse a llevarlos a casa.


El mayor de los Chaves se mostró encantado de refugiarse en su estudio y se despidió de su nuera con un rápido gesto de la mano cuando Paula subió al coche con Tomy al volante.


Ella tenía sus reservas, pero las controló. Sabía que Tomy no intentaría nada mientras Manuel la acompañara.


—He estado pensando regalarte un caballo para estas navidades —Tomy sedujo a Manuel con una sonrisa parecida a la de su padre—. ¿Qué te parecería?


—¿Un caballo? ¡Vaya! ¡Sería estupendo, tío Tomy!


—¿Te gustaría uno grande y negro como Dancer o preferirías un buen pony? —Tomy pisó el acelerador y salió de la entrada de la casa lanzando grava a los costados.


—Uno grande y negro como Dancer —repuso Manuel con rapidez—. ¿De verdad podré tener un caballo?


—No —intervino Paula—. El tío Tomy no debería prometerte cosas que no nos podemos permitir mantener.


—Paula, empiezas a ser una aguafiestas —se quejó Tomy—. Yo lo mantendré por ti. No os crearía una carga a Manuel y a ti.


—¿Quieres aminorar la marcha, por favor? —pidió cuando aceleraba por el camino comarcal hacia la carretera principal—. No tenemos prisa.


—¿Puedo tener un caballo si el tío Tomy lo alimenta? —inquirió Manuel.


—No —repuso Paula, mirando furiosa a Tomy.


Manuel se volvió para observarla y frunció el ceño.


—Hay un coche de policía detrás de nosotros. ¿Crees que será Pedro?


Paula giró y se llevó una mano a la cabeza. Las luces azules del nuevo coche patrulla parpadeaban, y la sirena se activó sólo una vez, indicándoles que pararan en el arcén.


Tomy detuvo el coche y observó con furia a Paula por el espejo retrovisor, como si fuera culpa suya.


—Carné de conducir y papeles del coche, por favor —pidió el nuevo ayudante. No era Pedro.


Paula reconoció a uno de los hombres que al finalizar el concejo se presentó para ayudar al sheriff. Vivía en una de las urbanizaciones nuevas.


—¿Cuál es el problema, agente? —inquirió Tomy con desgana.


—Superaba el límite de velocidad, señor. ¿Puedo ver su carné y los papeles del coche, por favor?


—No lo superaba —enfadado, Tomy le entregó los documentos.


—Es evidente que no se dio cuenta de lo rápido que iba, señor Chaves —el hombre inspeccionó con atención el carné.


—Este camino no tiene ninguna señal —arguyó Tomy—. Eso significa que por él se puede ir a cualquier velocidad.


—Desde su casa hasta este cruce, hay dos letreros que indican que el máximo permitido es de ochenta kilómetros, señor Chaves, Comprobé que usted había superado los cien.


—Creo que será mejor que se compre gafas, agente —rió Tomy, mirando a Paula y a Manuel para ver si compartían la broma.


El ayudante tomó una decisión.


—Si me acompaña a mi coche, hmm, al coche patrulla, señor Chaves…


—¿No va a ponerme una multa? —demandó Tomy con incredulidad.


—Sólo voy a darle una advertencia por el exceso de velocidad, señor, pero voy a ponerle una multa por no llevar puesto el cinturón de seguridad. Es una ley estatal. Si me acompaña al coche…


—No puede…


—No empeore la situación, señor —advirtió el ayudante con voz firme—. En este momento, sólo estamos hablando de una infracción de seguridad.


Tomy gruñó, pero acompañó al otro al coche patrulla.


—¿Va a arrestar al tío Tomy? —preguntó Manuel mientras esperaban.


—No —repuso ella—. Sólo va a ponerle una multa. Eso es lo que pasa cuando se quebranta la ley, Manuel.


—El tío Tomy debería saberlo bien —dijo Manuel—. Quería ser sheriff.


—Todo el mundo comete errores —respondió Paula con suavidad. Vio que Tomy regresaba—. Ahora mantente callado.


Tomy cerró de un portazo, no se puso el cinturón de seguridad y desprendió grava desde las ruedas traseras al acelerar hacia el camino principal.


—Ya me ocuparé de esto —prometió, pasándose la mano por el pelo crespo. Miró por el retrovisor hacia el coche de policía.


—Tomy, llévanos a casa —insistió Paula, temerosa por Manuel y por sí misma.


—Después de que vayamos a intercambiar unas palabras con tu amigo. Será mejor que hable con ese agente y rompa este trozo de papel, si sabe lo que es bueno para él. Ahora conocemos su secreto.


Manuel se atrevió a interrogar a su madre con la mirada. Paula meneó la cabeza. Era la misma amenaza velada que Ana había insinuado en su casa. ¿Qué habían logrado averiguar sobre Pedro?


Tomy giró a toda velocidad y se metió en el sendero cubierto de maleza que conducía a la casa de los Hannon. Escrutó la propiedad en busca del dueño.


—Quédate aquí —le aconsejó a Paula—. Volveré cuando haya acabado con esto.


Ella aguardó hasta que volvió a cerrar de un portazo y se marchó.


—Sal, Manuel. Después de todo, no vamos a ir a casa en el coche del tío Tomy.


—Te dije que te quedaras en el coche, Paula —gritó Tomy, dando media vuelta.


—No pienso volver a subir contigo —afirmó con decisión—. Te comportas como un maníaco, Tomy. Has dejado que todo esto te volviera loco.


—Paula… —amenazó.


—¿Paula? —Pedro apareció por una esquina de la vieja casa y estudió la situación con ojos entrecerrados—. ¿Hay algún problema?


—Yo te diré cuál es el problema —Tomy avanzó hacia él. Tiró la multa a los pies del sheriff—. Uno de tus chicos me impuso esta multa.


—Entonces quizá sea mejor que la recojas, Tomy —Pedro miró el trozo de papel en el suelo—. Es un documento legal.


—Esto es lo que pienso de tu documento legal —espetó y pisoteó el papel—. Y de ti. Mantuve una pequeña charla con algunos de tus amigos de Chicago. Será mejor que vigiles por donde pisas, sheriff. Vamos, Paula.


—No, Tomy. Iremos andando —soltó ella.


—Perfecto —se detuvo un instante y miró la cara asustada de Manuel. Pareció apaciguarse—. Vamos, Paula. Estoy bien.


—Caminaremos, Tomy —repitió—. Vete a casa.


—Lo haré —respondió y observó furioso a Pedro—. ¡ No olvides lo que dije, sheriff! Lo que hay entre nosotros no ha hecho más que empezar.


Las ruedas traseras del Cadillac nuevo chirriaron mientras retrocedía por el camino.


Pedro agarró la mano de su madre. Paula se arrodilló junto a él en las hojas húmedas y lo abrazó.


—No pasa nada —lo tranquilizó al tiempo que le besaba la frente—. El tío Tomy sólo está enfadado.


—Muy enfadado —corroboró Manuel—. Yo no estaba asustado.


—No lo pensaba —meneó la cabeza—. El tío Tomy no te haría daño, Manuel.


—Lo sé —mintió con un susurro.


Pedro respiró hondo y se obligó a no seguir a Tomy. No tenía sentido provocarlo. Si algo iba a suceder entre ellos, quería que la ley estuviera de su lado. Se unió a Paula y Manuel.


—Llevo días sin verte, Manuel. ¿Qué has estado haciendo?


—Hola, Pedro —el niño lo miró—. ¿Debería llamarte sheriff ahora?


—Creo que puedes llamarme Pedro, ya que me conocías antes de que me nombraran oficialmente sheriff —le dijo con una sonrisa—. Tengo algo que me gustaría que vieras.


—¿Qué? —de inmediato estuvo listo—. ¿Qué haces aquí fuera?


—Derribar una casa, pero guardo todo lo que pueda encontrar que aún sea de utilidad —explicó Pedro y lanzó un rápido vistazo a Paula, quien sonrió con timidez.


Ella los siguió a la parte trasera de la estructura y observó el trabajo que él ya había realizado. 


Había guardado las maderas que aún estaban en buen estado.


Pedro los condujo a la esquina derecha posterior de la casa.


—Mirad lo que he encontrado —un juego de puertas dobles se abría desde el suelo.


—Un sótano —exclamó Paula—. Nuestra casa tenía uno cuando yo era pequeña. La gente guardaba las patatas y la comida enlatada en estos lugares.


—¿Qué hay dentro? —le preguntó Manuel.


—Estaba a punto de averiguarlo —indicó Pedro—. ¿Quieres venir?


—¡Claro que sí! —Manuel sonrió y lo ayudó a abrir las puertas.


En el viejo sótano reinaba un fuerte olor a tierra y a algo podrido. Las escaleras estaban resbaladizas y el lugar estaba a oscuras, pero Pedro encendió una linterna.


—Con cuidado —le dijo a Paula al ver sus sandalias.


—No voy vestida para la aventura —reconoció ella con una sonrisa al señalarse la falda azul y la blusa.


—No —acordó él—, pero podemos pasarlo por alto, ¿verdad, Manuel?


—Claro —Manuel se mostró generoso—. Estuvimos en la casa de la abuela. Mamá siempre se arregla cuando va allí. Está guapa, ¿verdad, Pedro? —se hallaba entre los adultos y sonreía, a la espera de una respuesta.


—Está estupenda —bajo la tenue luz de la linterna, Pedro la recorrió desde las sandalias hasta la cara—. Aunque siempre está estupenda.


—No por la mañana —indicó Manuel con una carcajada—. Se levanta como un zombie.


—¡Manuel! —Paula frenó sus comentarios personales—. ¿Hemos bajado a explorar o no? —se pusieron a mirar por las paredes—. Probablemente no haya gran cosa —se inclinó para tocar la fresca pared de barro—. Los Hannon no eran ricos. Sólo eran una pareja que crió a sus hijos y trabajó la tierra hasta que murieron.


—¿Qué les pasó? —preguntó Pedro, empleando la linterna para escrutar en estanterías casi vacías.


—Creo que la señora Hannon tuvo un accidente, se cayó en el patio, o algo así. Permaneció en el frío un buen rato y padeció una neumonía. El señor Hannon jamás se recuperó de su muerte.




DUDAS: CAPITULO 19




A la semana siguiente, continuaron los planes para las celebraciones del Día de los Fundadores. El Grupo 119 de las Exploradoras trabajó en una carroza que reflejaba le fiebre del oro que llevó a los colonos a Gold Springs. Se desempolvaron recetas para preparar todo tipo de tartas.


El sheriff Alfonso y sus ayudantes estuvieron ocupados con conductores ebrios y unos pocos casos de violencia doméstica. El condado había enviado otro coche patrulla, y la vigilancia nocturna en las nuevas urbanizaciones les había granjeado la simpatía de los que vivían allí. Todo el mundo se sentía más seguro al ver a los coches en sus rutas nocturnas.


La familia Chaves echó chispas y mantuvo su distanciamiento. Tomy hizo circular una petición para que el condado destituyera al nuevo sheriff, pero sólo un puñado de sus amigos firmó la solicitud. Sus esfuerzos no estaban dando el fruto que él quería.


Paula y Manuel comieron el domingo en el elegante hogar de los Chaves. Manuel era su único nieto. A pesar de los sentimientos encontrados de Ana Chaves hacia la madre, se le caía la baba por el niño.


—¿Cómo van las cosas, Paula? —preguntó Joel Chaves mientras su esposa iba a la cocina a buscar el helado favorito de Manuel.


—Bastante bien —repuso, reclinándose en la silla. Se encontraba a gusto, ya que Tomy y el menor de los Chaves, Ricky, se habían marchado antes del almuerzo—. La cosecha ha sido buena este año. Creo que la del próximo será aún mejor.


—Me he enterado de lo que le pasó a tu camioneta —comentó Joel, tratando de ofrecer su ayuda de la forma más delicada posible. Sus ojos claros se posaron en su nuera. Sabía que Paula podía ser demasiado testaruda y orgullosa.


—Voy a comprarle otra a Benjamin. Está dispuesto a que pague a plazos una que arregló el mes pasado —aseguró—. Se arreglará.


—Estoy seguro —le sonrió con amabilidad desde el otro lado de la mesa—. Pero sabes que si podemos ayudar…


—Lo sé —respondió, agradecida—. Nos irá bien, Joel.


—Tu amigo el sheriff ha revuelto todo tal como temíamos que hiciera —manifestó Ana Chaves al regresar de la cocina.


—Oh, Ana —su marido intentó acallar el discurso, pero fue silenciado con una mirada acerada.


—No sabe cuándo retirarse y ocuparse de sus propios asuntos —continuó como si Joel no hubiera hablado.


—Creo que cumple con su trabajo, Ana —Paula miró a su hijo comer el helado—. A la mayoría de la gente parece caerle bien.


—Los chicos han celebrado carreras de coches en Downs Crossroads desde hace años… desde que yo iba al instituto. Nunca ha molestado a nadie —indicó Ana—. El fin de semana pasado se lo hizo pasar mal a algunos muchachos.


Paula se encogió de hombros y cruzó los brazos a la defensiva.


—Creo que esas carreras son ilegales. Quizá por eso pensó que era asunto suyo.


—Tomy y Jose corrieron allí —le recordó la otra—, ¿Estás diciendo que hicieron algo ilegal?


—No —Paula no deseaba discutir con la mujer—. Digo que Pedro Alfonso hace lo que cree que es correcto. Igual que hacía Jose. ¿Estás diciendo que eso estaba mal?


Si las miradas pudieran matar… Paula tembló bajo la mirada beligerante de Ana Chaves.


—Digo que a la gente de esta ciudad no le caen bien los que llegan de fuera para interferir en sus asuntos. Tu amigo el sheriff haría bien en dejar las cosas en paz o puede que se encuentre en una situación en que tenga que explicar algo de su propia vida.


Paula quiso decirle que no era «su amigo el sheriff», pero se contuvo. ¿Ana habría conseguido averiguar algo sucio del pasado del sheriff?



DUDAS: CAPITULO 18



Decir que lo siento parece fuera de lugar —comentó él al fin mientras contemplaban el agua sin moverse.


Ella experimentó un escalofrío y reanudó la marcha. A pesar del sol, tenía frío; cruzó los brazos.


—Después, Frank fue condenado por asesinato. Su mujer y sus hijos se trasladaron cerca de la prisión para poder estar cerca de él.


—¿Y Tomy ocupó el puesto de Jose como alguacil?


—No —meneó la cabeza—. Ya se había empezado a hablar de que un sheriff ocupara su lugar. Mike Matthews volvió a su viejo trabajo como alguacil. Tomy permaneció como su ayudante, pensando que conseguiría el puesto cuando llegara el momento.


—¿Así que Jose murió como un héroe? —preguntó en voz baja.


—Un héroe —repitió ella—. Le ofrecieron una salva de veintiún disparos y a mí me dieron una bandera y su placa.


—Era un buen hombre —Pedro asintió.


Paula se detuvo y lo miró.


—¿No lo ves? Era un buen hombre y un héroe para mucha gente. Pero está muerto por necesitar hacer lo correcto. Si se hubiera quedado en casa para criar ganado como siempre había soñado, aún seguiría con vida.


Pedro la entendía, pero no estaba de acuerdo.


—Quería dejar huella —¿no había sido esa la respuesta que siempre le había dado a Raquel?


—Y lo consiguió; dejó una gran huella en la vida de nuestro hijo y en la mía. Su madre va a poner flores frescas en su tumba cada semana. Frank y su esposa aún se aman y piensan seguir juntos cuando él salga de la cárcel. Eso es lo que consiguió.


Emprendió la marcha hacia la camioneta y Pedro la siguió, sabiendo que no había nada que él pudiera decir. La observó quitarse una lágrima y con amargura lamentó haber sacado el tema.


¿Qué estaba haciendo? Una vez más intentaba defender un estilo de vida que había matado a Raquel y se había llevado al marido de Paula.


 ¿No había sido ése el motivo por el que decidió no tener una familia?


Paula respiró hondo varias veces para calmarse. 


El dolor ya tendría, que haberse mitigado, pero seguía tan vivo como la noche que fueron a decirle que Jose había muerto. Se sentía avergonzada por su exabrupto y quería disculparse con Pedro, pero no pudo encontrar las palabras.


Él había preguntado por Jose. Ya lo sabía.


De camino a casa, le resultó más fácil comprender por qué no podía involucrarse con el hombre sentado a su lado.


Revivir esos sentimientos había hecho que volvieran a salir a la superficie. El dolor por la pérdida de Jose y la sensación de traición por su partida le recordaron que Pedro Alfonso estaba cortado por el mismo patrón. Existían muchas posibilidades de que terminara de la misma manera.


En esa ocasión, ella no quería ser la que se quedara llorando. Nunca más haría que Manuel pasara por algo tan doloroso.


Sin embargo, cuando se atrevió a mirarlo al subir a la camioneta, lamentó haberse desahogado con él.


—Lo siento —dijo por encima del traqueteo del vehículo—. No pretendía que pareciera que era tu culpa.


—Yo pregunté —se encogió de hombros—. Lamento haberte provocado tanto dolor al tener que contarlo de nuevo.


—Eso es lo gracioso —explicó ella con una sonrisa—. Nunca se lo dije a nadie. Todo el mundo sabía cuándo y cómo había muerto Jose. Hasta la maestra de Manuel se lo había contado cuando fui a buscarlo a la escuela. Eres la primera persona a la que se lo cuento.


—Podría ser positivo —musitó él—. Quizá contárselo a alguien te ayude a empezar a superarlo.


—Ya lo he superado —repuso con sequedad, apartando la vista.


Pedro le echó un vistazo a su perfil y supo que debería cerrar la boca, pero conocía bien lo que era huir de la verdad.


—No hay nada de malo en lamentar la pérdida de alguien a quien has amado, pero esa amargura va a terminar por carcomerte.


—Creo que tengo derecho a sentirme amargada —espetó Paula—. Jose fue asesinado por nada.


—Hacía lo que consideraba correcto —le recordó él—. Hacía lo que quería hacer. ¿Qué más podemos pedir de la vida?


Ella se quedó asombrada. Nadie le había dicho antes nada parecido.


—Manuel y yo tenemos que luchar para poder vestirnos y mantener un techo sobre nuestras cabezas. ¡Manuel ha tenido que vivir sin un padre y yo sin el hombre al que amaba por unos principios!


Ante un semáforo en rojo, Pedro se volvió y la miró con ojos intensos.


—Por esas cosas era el hombre al que amabas. ¿No lo entiendes? Si no hubiera llevado su vida de esa manera, habría sido como Tomy o cualquier otro. Lo que somos define lo que hacemos. O estabas enamorada de Jose o estabas enamorada del hombre que creías que Jose debía ser. ¿De cuál?


Paula sintió como si le hubiera dado un golpe físico. Nunca había tenido intención de discutir el tema con él ni con nadie más. Lo que sentía, la pérdida de Jose y de la vida que habían planeado era demasiado personal. Lo guardaba en su interior al igual que el amor que sentía por su hijo, y se negaba a permitir que un desconocido lo cuestionara.


No contestó a su pregunta, no volvió a hablar hasta que llegaron al giro hacia Gold Springs.


—Manuel debe de estar en la casa de su amigo. Si me llevas a buscarlo, no volveré a molestarte —prometió con gelidez.


—¿Dónde? —suspiró.


Ella señaló el camino por un empinado sendero de grava hasta una granja grande que necesitaba una mano nueva de pintura.


—Desde aquí puedo conseguir que me lleven, gracias —anunció al bajar de la camioneta antes de que él pudiera apagar el motor.


—Yo puedo llevaros a los dos a casa —se ofreció Pedro, sabiendo que ella no iba a aceptar. Sus ojos irradiaban suficiente frío como para congelarle el alma.


—Gracias de todos modos. Adiós, sheriff.


—Piensa en el trabajo, Paula —indicó cuando ella se marchaba—. Estás más cualificada que nadie de Gold Springs.


—No olvides colocar el anuncio en el periódico, sheriff —se detuvo y lo observó—. Terminarás por encontrar a alguien que quiera trabajar para ti.


Quiso golpearse la frente contra el volante. El parecido entre Jose Chaves y él debía concluir en que ambos eran agentes de la ley. Jose era capaz de hechizar a los pájaros en los árboles, y él carecía de semejante talento.


Decidió que era lo mejor.


Paula era el fantasma del dolor que Raquel siempre había argüido que ella sería si le sucediera algo a él. Era como observar una imagen de su propio pasado en un mal espejo. 


No necesitaba esos recuerdos y dolor en un momento en que luchaba por su supervivencia y un comienzo nuevo.




martes, 21 de mayo de 2019

DUDAS: CAPITULO 17




Aguardó en la camioneta mientras ella entraba en el banco, y meditó en los interludios de pasión que surgían entre ellos.


¿Qué era lo que quería? Sólo hacía unos días que se conocían. Y si no iba con cuidado, la asustaría y no aceptaría el trabajo en la oficina del sheriff. Necesitaba su experiencia allí tanto como ella necesitaba el trabajo.


Paula regresó.


—¿Comemos? —preguntó con una sonrisa generosa en la cara.


La miró, cautivado por la curva de sus labios, y las palabras de advertencia que había pensado unos minutos antes se desvanecieron bajo la luz del sol que coronaba su cabeza.


—Me muero de hambre.


—Bien. Conozco un sitio agradable junto al lago.


Condujo por la ciudad siguiendo las directrices que le daba Paula, prometiéndose que almorzaría con ella sin precipitarse. No la apremiaría ni la tocaría.


Se sentaron en un banco de hierro forjado bajo el sol y comieron unos burritos comprados en un puesto callejero. La conversación fue general. 


Haría frío en poco tiempo. Las navidades ya estaban cerca. El año casi se había terminado.


—¡No podía creer que anunciaran árboles de navidad en septiembre! —rió y echó los últimos trozos del burrito a unos patos próximos.


—La navidad pasada la pasé en la carretera —le dijo, contemplando el lago.


—Pero tu hermana… quiero decir, tienes familia —titubeó.


—Intentaba llegar a su casa —explicó él—. Tardé un día más debido al mal tiempo —la miró—. De paso, aproveché para ayudar a traer a un niño al mundo.


—¿De verdad? —Paula abrió mucho los ojos—. ¿Cómo?


—La madre se vio atrapada en un accidente. Los quitanieves venían de camino con la ambulancia y la policía de carretera, pero yo fui la primera persona en llegar al lugar.


—¿Hubo algún problema?


—Ni la madre ni el niño sufrieron complicaciones —repuso—. Unos minutos después llegó todo el mundo y yo continué mi camino.


—¿Por qué? —lo miró.


—Porque me daba la impresión de que siempre iba hacia algún sitio —respiró hondo y le sonrió—. Quería un hogar. Quería estar en alguna parte para ver crecer a algunos de esos bebés.


Paula apartó la vista de sus ojos intensos y en silencio terminó de beberse el refresco, luego arrojó el vaso a la papelera.


—Jose ayudó a traer al mundo a varios niños siendo alguacil. Era una de sus llamadas favoritas.


Pedro tiró su vaso de papel y la observó largo rato mientras se acercaba al lago. Se había prometido no inmiscuirse en sus asuntos, pero parecía que no le quedaba otra alternativa. La culpabilidad, el remordimiento y un fuerte sentido de responsabilidad pudieron con el sentido común.


—Háblame de Jose, Paula —invitó al llegar a su lado.


Por acuerdo silencioso, comenzaron a caminar por el camino que circundaba el lago.


—Jose —musitó ella, sin mirarlo—. Siempre intentaba hacer lo que era correcto. Era tan distinto de Tomy como pueden serlo dos hermanos. Era divertido, y capaz de hechizar incluso a los pájaros en los árboles.


—Y lo amabas —concluyó Pedro, con sensación de opresión en el pecho. Estaba celoso de un muerto. Un muerto que podría haber sido él. Que nunca vería crecer a su hijo.


—Y lo amaba —se apartó el pelo de la cara y lo miró—. Estuvimos casados diez años, desde que salimos del instituto. Jamás salí con alguien en serio antes de conocerlo a él, y no he vuelto a salir con nadie desde… desde que murió.


El percibió el leve temblor en su voz y deseó poder cambiar de tema. Pero debía saberlo.


—¿Qué le pasó, Paula?


Ella suspiró y anheló no tener que contarlo. Se dio cuenta de que nunca lo había hecho en voz alta. Todo el mundo sabía lo que sucedió.


—Salió una noche después de cenar. La esposa de Frank Martin llamó para decir que su esposo volvía a pegarle —lo miró e intentó sonreír—. Tenían diez hijos, pero no podían evitar hacerse daño. Mike Matthews solía contamos historias sobre los padres de Frank… eran iguales.


Caminaron unos minutos con el único sonido de los coches en la calle y la risa de unos niños en el parque.


—Bueno, en esa ocasión tenía una pistola. Dijeron que estaba loco con ella, disparando al aire y amenazando con matarlos a todos. Había hecho acto de presencia la patrulla de carretera de Rockford, pero como Jose había visto tantas veces a Frank de esa manera, dejaron que él manejara la situación —calló y posó la vista sobre el centelleante lago—. Jose era capaz de convencer a todo el mundo. Oyeron los disparos después de que entrara en la casa. Luego salió con la pistola en la mano y cayó a sus pies. Frank había disparado… dijeron que al azar, pero le había dado a Jose. Murió de camino al hospital