miércoles, 22 de mayo de 2019

DUDAS: CAPITULO 18



Decir que lo siento parece fuera de lugar —comentó él al fin mientras contemplaban el agua sin moverse.


Ella experimentó un escalofrío y reanudó la marcha. A pesar del sol, tenía frío; cruzó los brazos.


—Después, Frank fue condenado por asesinato. Su mujer y sus hijos se trasladaron cerca de la prisión para poder estar cerca de él.


—¿Y Tomy ocupó el puesto de Jose como alguacil?


—No —meneó la cabeza—. Ya se había empezado a hablar de que un sheriff ocupara su lugar. Mike Matthews volvió a su viejo trabajo como alguacil. Tomy permaneció como su ayudante, pensando que conseguiría el puesto cuando llegara el momento.


—¿Así que Jose murió como un héroe? —preguntó en voz baja.


—Un héroe —repitió ella—. Le ofrecieron una salva de veintiún disparos y a mí me dieron una bandera y su placa.


—Era un buen hombre —Pedro asintió.


Paula se detuvo y lo miró.


—¿No lo ves? Era un buen hombre y un héroe para mucha gente. Pero está muerto por necesitar hacer lo correcto. Si se hubiera quedado en casa para criar ganado como siempre había soñado, aún seguiría con vida.


Pedro la entendía, pero no estaba de acuerdo.


—Quería dejar huella —¿no había sido esa la respuesta que siempre le había dado a Raquel?


—Y lo consiguió; dejó una gran huella en la vida de nuestro hijo y en la mía. Su madre va a poner flores frescas en su tumba cada semana. Frank y su esposa aún se aman y piensan seguir juntos cuando él salga de la cárcel. Eso es lo que consiguió.


Emprendió la marcha hacia la camioneta y Pedro la siguió, sabiendo que no había nada que él pudiera decir. La observó quitarse una lágrima y con amargura lamentó haber sacado el tema.


¿Qué estaba haciendo? Una vez más intentaba defender un estilo de vida que había matado a Raquel y se había llevado al marido de Paula.


 ¿No había sido ése el motivo por el que decidió no tener una familia?


Paula respiró hondo varias veces para calmarse. 


El dolor ya tendría, que haberse mitigado, pero seguía tan vivo como la noche que fueron a decirle que Jose había muerto. Se sentía avergonzada por su exabrupto y quería disculparse con Pedro, pero no pudo encontrar las palabras.


Él había preguntado por Jose. Ya lo sabía.


De camino a casa, le resultó más fácil comprender por qué no podía involucrarse con el hombre sentado a su lado.


Revivir esos sentimientos había hecho que volvieran a salir a la superficie. El dolor por la pérdida de Jose y la sensación de traición por su partida le recordaron que Pedro Alfonso estaba cortado por el mismo patrón. Existían muchas posibilidades de que terminara de la misma manera.


En esa ocasión, ella no quería ser la que se quedara llorando. Nunca más haría que Manuel pasara por algo tan doloroso.


Sin embargo, cuando se atrevió a mirarlo al subir a la camioneta, lamentó haberse desahogado con él.


—Lo siento —dijo por encima del traqueteo del vehículo—. No pretendía que pareciera que era tu culpa.


—Yo pregunté —se encogió de hombros—. Lamento haberte provocado tanto dolor al tener que contarlo de nuevo.


—Eso es lo gracioso —explicó ella con una sonrisa—. Nunca se lo dije a nadie. Todo el mundo sabía cuándo y cómo había muerto Jose. Hasta la maestra de Manuel se lo había contado cuando fui a buscarlo a la escuela. Eres la primera persona a la que se lo cuento.


—Podría ser positivo —musitó él—. Quizá contárselo a alguien te ayude a empezar a superarlo.


—Ya lo he superado —repuso con sequedad, apartando la vista.


Pedro le echó un vistazo a su perfil y supo que debería cerrar la boca, pero conocía bien lo que era huir de la verdad.


—No hay nada de malo en lamentar la pérdida de alguien a quien has amado, pero esa amargura va a terminar por carcomerte.


—Creo que tengo derecho a sentirme amargada —espetó Paula—. Jose fue asesinado por nada.


—Hacía lo que consideraba correcto —le recordó él—. Hacía lo que quería hacer. ¿Qué más podemos pedir de la vida?


Ella se quedó asombrada. Nadie le había dicho antes nada parecido.


—Manuel y yo tenemos que luchar para poder vestirnos y mantener un techo sobre nuestras cabezas. ¡Manuel ha tenido que vivir sin un padre y yo sin el hombre al que amaba por unos principios!


Ante un semáforo en rojo, Pedro se volvió y la miró con ojos intensos.


—Por esas cosas era el hombre al que amabas. ¿No lo entiendes? Si no hubiera llevado su vida de esa manera, habría sido como Tomy o cualquier otro. Lo que somos define lo que hacemos. O estabas enamorada de Jose o estabas enamorada del hombre que creías que Jose debía ser. ¿De cuál?


Paula sintió como si le hubiera dado un golpe físico. Nunca había tenido intención de discutir el tema con él ni con nadie más. Lo que sentía, la pérdida de Jose y de la vida que habían planeado era demasiado personal. Lo guardaba en su interior al igual que el amor que sentía por su hijo, y se negaba a permitir que un desconocido lo cuestionara.


No contestó a su pregunta, no volvió a hablar hasta que llegaron al giro hacia Gold Springs.


—Manuel debe de estar en la casa de su amigo. Si me llevas a buscarlo, no volveré a molestarte —prometió con gelidez.


—¿Dónde? —suspiró.


Ella señaló el camino por un empinado sendero de grava hasta una granja grande que necesitaba una mano nueva de pintura.


—Desde aquí puedo conseguir que me lleven, gracias —anunció al bajar de la camioneta antes de que él pudiera apagar el motor.


—Yo puedo llevaros a los dos a casa —se ofreció Pedro, sabiendo que ella no iba a aceptar. Sus ojos irradiaban suficiente frío como para congelarle el alma.


—Gracias de todos modos. Adiós, sheriff.


—Piensa en el trabajo, Paula —indicó cuando ella se marchaba—. Estás más cualificada que nadie de Gold Springs.


—No olvides colocar el anuncio en el periódico, sheriff —se detuvo y lo observó—. Terminarás por encontrar a alguien que quiera trabajar para ti.


Quiso golpearse la frente contra el volante. El parecido entre Jose Chaves y él debía concluir en que ambos eran agentes de la ley. Jose era capaz de hechizar a los pájaros en los árboles, y él carecía de semejante talento.


Decidió que era lo mejor.


Paula era el fantasma del dolor que Raquel siempre había argüido que ella sería si le sucediera algo a él. Era como observar una imagen de su propio pasado en un mal espejo. 


No necesitaba esos recuerdos y dolor en un momento en que luchaba por su supervivencia y un comienzo nuevo.




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