miércoles, 22 de mayo de 2019
DUDAS: CAPITULO 20
Se marcharon a eso de las dos. Tomy llegó justo a tiempo para ofrecerse a llevarlos a casa.
El mayor de los Chaves se mostró encantado de refugiarse en su estudio y se despidió de su nuera con un rápido gesto de la mano cuando Paula subió al coche con Tomy al volante.
Ella tenía sus reservas, pero las controló. Sabía que Tomy no intentaría nada mientras Manuel la acompañara.
—He estado pensando regalarte un caballo para estas navidades —Tomy sedujo a Manuel con una sonrisa parecida a la de su padre—. ¿Qué te parecería?
—¿Un caballo? ¡Vaya! ¡Sería estupendo, tío Tomy!
—¿Te gustaría uno grande y negro como Dancer o preferirías un buen pony? —Tomy pisó el acelerador y salió de la entrada de la casa lanzando grava a los costados.
—Uno grande y negro como Dancer —repuso Manuel con rapidez—. ¿De verdad podré tener un caballo?
—No —intervino Paula—. El tío Tomy no debería prometerte cosas que no nos podemos permitir mantener.
—Paula, empiezas a ser una aguafiestas —se quejó Tomy—. Yo lo mantendré por ti. No os crearía una carga a Manuel y a ti.
—¿Quieres aminorar la marcha, por favor? —pidió cuando aceleraba por el camino comarcal hacia la carretera principal—. No tenemos prisa.
—¿Puedo tener un caballo si el tío Tomy lo alimenta? —inquirió Manuel.
—No —repuso Paula, mirando furiosa a Tomy.
Manuel se volvió para observarla y frunció el ceño.
—Hay un coche de policía detrás de nosotros. ¿Crees que será Pedro?
Paula giró y se llevó una mano a la cabeza. Las luces azules del nuevo coche patrulla parpadeaban, y la sirena se activó sólo una vez, indicándoles que pararan en el arcén.
Tomy detuvo el coche y observó con furia a Paula por el espejo retrovisor, como si fuera culpa suya.
—Carné de conducir y papeles del coche, por favor —pidió el nuevo ayudante. No era Pedro.
Paula reconoció a uno de los hombres que al finalizar el concejo se presentó para ayudar al sheriff. Vivía en una de las urbanizaciones nuevas.
—¿Cuál es el problema, agente? —inquirió Tomy con desgana.
—Superaba el límite de velocidad, señor. ¿Puedo ver su carné y los papeles del coche, por favor?
—No lo superaba —enfadado, Tomy le entregó los documentos.
—Es evidente que no se dio cuenta de lo rápido que iba, señor Chaves —el hombre inspeccionó con atención el carné.
—Este camino no tiene ninguna señal —arguyó Tomy—. Eso significa que por él se puede ir a cualquier velocidad.
—Desde su casa hasta este cruce, hay dos letreros que indican que el máximo permitido es de ochenta kilómetros, señor Chaves, Comprobé que usted había superado los cien.
—Creo que será mejor que se compre gafas, agente —rió Tomy, mirando a Paula y a Manuel para ver si compartían la broma.
El ayudante tomó una decisión.
—Si me acompaña a mi coche, hmm, al coche patrulla, señor Chaves…
—¿No va a ponerme una multa? —demandó Tomy con incredulidad.
—Sólo voy a darle una advertencia por el exceso de velocidad, señor, pero voy a ponerle una multa por no llevar puesto el cinturón de seguridad. Es una ley estatal. Si me acompaña al coche…
—No puede…
—No empeore la situación, señor —advirtió el ayudante con voz firme—. En este momento, sólo estamos hablando de una infracción de seguridad.
Tomy gruñó, pero acompañó al otro al coche patrulla.
—¿Va a arrestar al tío Tomy? —preguntó Manuel mientras esperaban.
—No —repuso ella—. Sólo va a ponerle una multa. Eso es lo que pasa cuando se quebranta la ley, Manuel.
—El tío Tomy debería saberlo bien —dijo Manuel—. Quería ser sheriff.
—Todo el mundo comete errores —respondió Paula con suavidad. Vio que Tomy regresaba—. Ahora mantente callado.
Tomy cerró de un portazo, no se puso el cinturón de seguridad y desprendió grava desde las ruedas traseras al acelerar hacia el camino principal.
—Ya me ocuparé de esto —prometió, pasándose la mano por el pelo crespo. Miró por el retrovisor hacia el coche de policía.
—Tomy, llévanos a casa —insistió Paula, temerosa por Manuel y por sí misma.
—Después de que vayamos a intercambiar unas palabras con tu amigo. Será mejor que hable con ese agente y rompa este trozo de papel, si sabe lo que es bueno para él. Ahora conocemos su secreto.
Manuel se atrevió a interrogar a su madre con la mirada. Paula meneó la cabeza. Era la misma amenaza velada que Ana había insinuado en su casa. ¿Qué habían logrado averiguar sobre Pedro?
Tomy giró a toda velocidad y se metió en el sendero cubierto de maleza que conducía a la casa de los Hannon. Escrutó la propiedad en busca del dueño.
—Quédate aquí —le aconsejó a Paula—. Volveré cuando haya acabado con esto.
Ella aguardó hasta que volvió a cerrar de un portazo y se marchó.
—Sal, Manuel. Después de todo, no vamos a ir a casa en el coche del tío Tomy.
—Te dije que te quedaras en el coche, Paula —gritó Tomy, dando media vuelta.
—No pienso volver a subir contigo —afirmó con decisión—. Te comportas como un maníaco, Tomy. Has dejado que todo esto te volviera loco.
—Paula… —amenazó.
—¿Paula? —Pedro apareció por una esquina de la vieja casa y estudió la situación con ojos entrecerrados—. ¿Hay algún problema?
—Yo te diré cuál es el problema —Tomy avanzó hacia él. Tiró la multa a los pies del sheriff—. Uno de tus chicos me impuso esta multa.
—Entonces quizá sea mejor que la recojas, Tomy —Pedro miró el trozo de papel en el suelo—. Es un documento legal.
—Esto es lo que pienso de tu documento legal —espetó y pisoteó el papel—. Y de ti. Mantuve una pequeña charla con algunos de tus amigos de Chicago. Será mejor que vigiles por donde pisas, sheriff. Vamos, Paula.
—No, Tomy. Iremos andando —soltó ella.
—Perfecto —se detuvo un instante y miró la cara asustada de Manuel. Pareció apaciguarse—. Vamos, Paula. Estoy bien.
—Caminaremos, Tomy —repitió—. Vete a casa.
—Lo haré —respondió y observó furioso a Pedro—. ¡ No olvides lo que dije, sheriff! Lo que hay entre nosotros no ha hecho más que empezar.
Las ruedas traseras del Cadillac nuevo chirriaron mientras retrocedía por el camino.
Pedro agarró la mano de su madre. Paula se arrodilló junto a él en las hojas húmedas y lo abrazó.
—No pasa nada —lo tranquilizó al tiempo que le besaba la frente—. El tío Tomy sólo está enfadado.
—Muy enfadado —corroboró Manuel—. Yo no estaba asustado.
—No lo pensaba —meneó la cabeza—. El tío Tomy no te haría daño, Manuel.
—Lo sé —mintió con un susurro.
Pedro respiró hondo y se obligó a no seguir a Tomy. No tenía sentido provocarlo. Si algo iba a suceder entre ellos, quería que la ley estuviera de su lado. Se unió a Paula y Manuel.
—Llevo días sin verte, Manuel. ¿Qué has estado haciendo?
—Hola, Pedro —el niño lo miró—. ¿Debería llamarte sheriff ahora?
—Creo que puedes llamarme Pedro, ya que me conocías antes de que me nombraran oficialmente sheriff —le dijo con una sonrisa—. Tengo algo que me gustaría que vieras.
—¿Qué? —de inmediato estuvo listo—. ¿Qué haces aquí fuera?
—Derribar una casa, pero guardo todo lo que pueda encontrar que aún sea de utilidad —explicó Pedro y lanzó un rápido vistazo a Paula, quien sonrió con timidez.
Ella los siguió a la parte trasera de la estructura y observó el trabajo que él ya había realizado.
Había guardado las maderas que aún estaban en buen estado.
Pedro los condujo a la esquina derecha posterior de la casa.
—Mirad lo que he encontrado —un juego de puertas dobles se abría desde el suelo.
—Un sótano —exclamó Paula—. Nuestra casa tenía uno cuando yo era pequeña. La gente guardaba las patatas y la comida enlatada en estos lugares.
—¿Qué hay dentro? —le preguntó Manuel.
—Estaba a punto de averiguarlo —indicó Pedro—. ¿Quieres venir?
—¡Claro que sí! —Manuel sonrió y lo ayudó a abrir las puertas.
En el viejo sótano reinaba un fuerte olor a tierra y a algo podrido. Las escaleras estaban resbaladizas y el lugar estaba a oscuras, pero Pedro encendió una linterna.
—Con cuidado —le dijo a Paula al ver sus sandalias.
—No voy vestida para la aventura —reconoció ella con una sonrisa al señalarse la falda azul y la blusa.
—No —acordó él—, pero podemos pasarlo por alto, ¿verdad, Manuel?
—Claro —Manuel se mostró generoso—. Estuvimos en la casa de la abuela. Mamá siempre se arregla cuando va allí. Está guapa, ¿verdad, Pedro? —se hallaba entre los adultos y sonreía, a la espera de una respuesta.
—Está estupenda —bajo la tenue luz de la linterna, Pedro la recorrió desde las sandalias hasta la cara—. Aunque siempre está estupenda.
—No por la mañana —indicó Manuel con una carcajada—. Se levanta como un zombie.
—¡Manuel! —Paula frenó sus comentarios personales—. ¿Hemos bajado a explorar o no? —se pusieron a mirar por las paredes—. Probablemente no haya gran cosa —se inclinó para tocar la fresca pared de barro—. Los Hannon no eran ricos. Sólo eran una pareja que crió a sus hijos y trabajó la tierra hasta que murieron.
—¿Qué les pasó? —preguntó Pedro, empleando la linterna para escrutar en estanterías casi vacías.
—Creo que la señora Hannon tuvo un accidente, se cayó en el patio, o algo así. Permaneció en el frío un buen rato y padeció una neumonía. El señor Hannon jamás se recuperó de su muerte.
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Wowwwwwww, qué imbécil Tomy y una arpía la vieja. Qué buena es la relación entre Pedro, Pau y Manuel.
ResponderBorrarPor Dios! Que par de hdp la suegra y el cuñado!
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