jueves, 25 de abril de 2019

AMORES ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 15




Paula cerró los ojos, temblando y se le puso el vello de punta. Al principio, cuando Alex la dejó, se quedó tan resentida y desilusionada que consideró la idea de seducir a alguien para vengarse de él. Poco después, se dio cuenta de lo descabellado de ese impulso y se sintió avergonzada. Lo que sentía en aquel momento le demostraba claramente que su corazón no estaba roto y que había vida después de Alex.


¡Pero aquello no era parte del plan! Nunca había sentido nada tan intenso ni tan profundo como lo que sentía en aquellos momentos. Pedro le estaba acariciando el pelo.


—¿De verdad quieres que pare, Paula? —insistió él.


—No, no quiero.


—Quiero que estés segura de esto.


Era como una advertencia y Paula tembló.


—Estoy muy segura.


—¿No me estarás utilizando para hacer que vuelva tu ex?


—¿Te importaría? —pregunto ella, enfadada porque, ya que se había decidido, no le gustaba que le cuestionasen sus motivaciones. Algo primitivo e instintivo se había adueñado de ella, pero estaba segura de que no era venganza lo que buscaba.


—Puede que luego sí, pero ahora no.


Pedro la levantó y la tomó en brazos como si no pesase nada. Paula se sintió muy a gusto cuando le echó los brazos alrededor del cuello y se acurrucó contra su pecho, a pesar de que todo aquello parecía ir en contra de las reglas que habían gobernado su vida hasta entonces.


Él la depositó en la cama y terminó de desnudarla muy lentamente. Nunca había sentido nada igual. Entonces, al mirarlo a los ojos se dio cuenta de que ya no había vuelta atrás. Y cuando él finalmente la tocó, no con la suavidad de cuando la había desnudado sino de forma posesiva, sabiendo dónde y cómo debía acariciarla, Paula sintió que perdía la capacidad de pensar. Entre las manos de Pedro, ella era una criatura hecha de fuego.


Él bajó la cabeza y cubrió con su boca la de ella y la tomó con pasión.


Paula aceptó con agrado la lluvia febril de besos y suaves mordiscos. Su hambre por tocarlo era incontrolable. La piel de Pedro era sedosa y tenía un sabor salado que la hizo gemir y extender la lengua para saborearla un poco más.


La mezcla de sorpresa y pasión en los ojos de Paula intensificaba aún más el placer que ardía en los de él.


—¿Te gusta ver cuánto te deseo? —susurró él.


La sensual sonrisa desapareció de su rostro para dar paso a un gruñido de placer cuando ella le rozó un pezón con los labios. Entonces, hundió las manos en el abundante pelo de ella y la acunó entre sus brazos.


El cuerpo de Paula se arqueó de placer con un gesto sensual, casi felino, y le puso las manos en los hombros.


—Me gusta mirarte —admitió sin ningún pudor.


Con Alex, sólo había sentido vergüenza. 


Después de haber esperado tanto tiempo, se había sentido desilusionada y engañada. Pero no quería volver al pasado. De alguna manera, simplemente con mirar a Pedro se liberaba de todas sus inhibiciones. El olor que emanaba de él, la textura de su piel la intoxicaban de tal manera que sólo quería saciar el hambre que sentía.


Él aceptó pasivamente la exploración a la que ella le sometía durante algunos momentos hasta que, con una destreza que la dejó atónita, la hizo tumbarse.


—A mí también me gusta mirarte.


Él repitió sus palabras y la miró ávidamente. 


Recorrió todo su cuerpo y pudo sentir la suave piel, húmeda y ardiente.


El cuerpo de ella estaba listo para recibirlo, lleno de una tensión que la atenazaba.


—Por favor, Pedro… no puedo soportarlo… necesito…


La voz de Paula estaba distorsionada, casi irreconocible mientras le recorría la piel empapada de sudor y sentía el estremecimiento febril del poderoso torso.


Él se tumbó sobre ella, apoyado en los codos, muy cerca, pero no lo suficiente. Los muslos de Pedro descansaban sobre las caderas de ella y Paula oyó que emitía un gruñido de placer cuando ella deslizó las manos hacia su palpitante virilidad. Luego, la besó tan apasionadamente que sintió el sabor de la sangre en la boca.


A continuación, Pedro la levantó por las caderas hacia él y Paula cerró los ojos. Le había dolido con Alex y estaba segura de que le dolería también ahora, ya que había visto el tamaño de Pedro. Abrió los ojos y se sorprendió agradablemente al sentir cómo su cuerpo se abría para acogerlo, sin dolor, y desterró todos sus temores. ¡Se sentía exultante! Podía seguirlo hasta donde él la
llevara. El ritmo acompasado de sus movimientos fluyó a través de ella y se sintió inseparable del hombre con el que se había fundido.


Un estremecimiento previo a una poderosa contracción la sacudió segundos antes de que un grito primitivo saliera de las profundidades del pecho de Pedro.


Se estremeció de nuevo cuando él se levantó de encima de ella e inclinó la cabeza para apretarse contra su pecho.


Él estuvo un rato acariciando la suave curva de los muslos de Paula y finalmente se quedó dormido.


Paula no se arrepentía de nada. Nunca se había imaginado que pudiese ser tan perfecto y satisfactorio. Hacer el amor con Alex la había dejado vacía y desilusionada. Siempre le estaría agradecida a aquel hombre por enseñarle todo lo que podía sentir.


¿Qué había significado para él? Aunque hubiese sido sensible y generoso, para él aquello no había sido nada más que una aventura de una noche. Tenía que afrontar la realidad. La incomodidad que habría entre ellos la mañana después arruinaría todos los recuerdos. No quería pasar la noche con él y hacer que todo resultase sórdido y superficial.


En silencio, se puso la ropa. Ella no buscaba su afecto, su amor. Sólo era un extraño, que, por una crueldad del destino, había sido el único que había podido satisfacerla.


Se le llenaron los ojos de lágrimas cuando se puso las lentillas y parpadeó ante la imagen que se reflejaba en el espejo.


Siguió limpiándose las lágrimas de los ojos mientras conducía. ¿Qué sentiría él cuando se despertara? ¿Alivio? ¿Enojo? Probablemente una mezcla de los dos.


Antes de marcharse, había pagado la cuenta del hotel, aunque aquello significaba que iba a tener que apretarse el cinturón el mes siguiente.




AMORES ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 14




Cuando Pedro le miró el escote, Paula se dio cuenta de que se le habían desabrochado dos botones de la chaqueta. Las solapas abiertas dejaban entrever la camisola de seda y encaje. 


Con un movimiento rápido, él abrió los dos botones que aún tenía cerrados y la contempló con un gruñido de aprobación.


Paula sintió cómo una oleada de sensualidad le recorría todo el cuerpo.


Pedro, es tarde. Nos… nos hemos dormido.


Entonces emitió un pequeño grito de protesta que se le heló en la garganta cuando él la envolvió con un brazo y la acercó más hacia sí rozando con la boca uno de sus senos henchidos. Luego apartó la camisola y empezó a acariciárselo con la lengua.


Aquella sensación ardiente se extendió por todo su cuerpo y le llegó al vientre. Una parte de ella le gritaba que aquel hombre se estaba tomando muchas libertades, pero la otra no deseaba que parase.


Paula sabía que aquello era una locura de la que probablemente pronto se lamentaría, pero era tal el ansia de dejarse llevar por esas sensaciones que le resultaba difícil resistirse.


—¡Estáte quieto!


Aquella súplica ahogada fue el resultado de su lucha interna. Luego, lo apartó, empujándolo por los hombros.


El sentimiento de pérdida fue tan intenso que Paula no fue capaz de ocultar la frustración que revelaban sus ojos. Pedro la miró. Aunque la
expresión vidriosa le había desaparecido de los ojos, éstos todavía irradiaban pasión.


—¿Por qué? —preguntó, tras un largo silencio.


La pregunta la aturdió aún más. Paula tenía todavía las manos en los hombros de Pedro


«Debería quitarlas de ahí», pensó mirando los dedos que se aferraban a la camisa. La dureza de los músculos que se adivinaban debajo de la tela, la fuerza que emanaban, le producía una adicción difícil de controlar. Al final movió los dedos, pero el movimiento fue más parecido a una caricia. Era incapaz de romper el contacto.


—¿Por qué…? —repitió al final débilmente. 


Había perdido el hilo de la conversación.


—¿Por qué quieres que pare?


Tenía que haber un montón de buenas razones, pero no podía encontrar ninguna. El deseo todavía le corría por las venas, aniquilándole cualquier asomo de sentido común.


—No podemos pasar la noche aquí.


—En este momento, no se me ocurre nada mejor que hacer.


—Te refieres a hacer el amor —respondió ella, casi consiguiendo el tono convincente que buscaba—. Estabas dormido y no creo que fueras responsable de tus actos —concluyó con una leve sonrisa.


Paula movió las manos con un gran esfuerzo y sintió los poderosos bíceps y la potente curva de los velludos antebrazos. Entonces, mientras deslizaba los dedos sobre el dorso de las manos de Pedro, él rápidamente giró las muñecas y entrelazó sus dedos con los de ella.


—Me desperté y me encontré con unas curvas tentadoras. Me dejé llevar por un impulso, como cualquier otro hombre, pero no estaba dormido. No estoy dormido…


La voz se fue desvaneciendo cuando volvió a mirarle los senos, que empezó a acariciar de nuevo. Paula se soltó e intentó cubrirse.


—No dejarnos llevar por los impulsos es lo que nos distingue… a la mayoría de nosotros… de los animales.


—No pienses que los instintos primitivos son algo sórdido o vulgar, Paula. Algunas veces tienes que dejarte llevar. El instinto te ha estado
gritando desde el primer momento que me viste. —Es tarde, deberíamos marcharnos —respondió Paula, titubeando.


Intentaba a duras penas apagar el fuego que ardía en su interior.


El sonido entrecortado de su voz hizo que Paula se estremeciera. Aquel hombre la dejaba sin aliento. Debería haberse enfadado por el comentario que había hecho, pero era tan cierto que una parte de ella deseaba admitirlo. Aquello era mucho más que una simple respuesta instintiva. Una parte de ella se había sentido atraída hacia él desde el primer momento en que lo vio. El comportamiento agresivo sólo había sido un mecanismo de defensa.


Paula nunca había experimentado aquel profundo y primitivo deseo por hacer el amor con Alex. Sin embargo, con aquel extraño todo era diferente.


—En el momento en que vi cómo te caía el pelo por la espalda, deseó verlo contra tu piel desnuda.


Pedro colocó las manos de Paula contra su pecho. Con mucho cuidado y todavía mirándola a los ojos, le quitó la chaqueta.




AMORES ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 13




Cuando Paula se despertó, todo estaba a oscuras. Poco a poco se fue despejando mientras se le iban acostumbrando los ojos a la oscuridad. Con una exclamación, se sentó en la cama como si la hubiera activado un resorte. ¿Qué hora era? ¿Por qué no la había despertado Pedro?


Paula buscó a tientas el interruptor de la luz. 


Cuando encendió la lámpara de la mesilla de noche, la habitación se iluminó tenuemente. 


Tomó el reloj y a través de los párpados medio cerrados vio que eran las dos y media. Paula soltó un gruñido. Veía la habitación borrosa, ya que no tenía las lentillas puestas.


Se sentó en la cama y se atusó el cabello. El sonido de la pesada respiración de su compañero indicaba que éste aún estaba dormido. Descalza, atravesó la habitación.


Pedro.


Paula pronunció el nombre suavemente. Iba a echarle la culpa por haberse dormido pero se dio cuenta de que no hubiese sido justo. Realmente estaba agotado. Ni siquiera se había movido desde que ella se había despertado.


Él tenía un brazo por encima de la cara y, ahora que estaba dormido, el rostro era menos anguloso y parecía más joven. La chaqueta con la que se había cubierto se había caído al suelo.


Paula se acercó un poco más. Tropezó con los zapatos de Pedro y estuvo a punto de caerse encima de él. Luego, se arrodilló a su lado. Se quedó sin respiración por la cercanía de su cuerpo.


«Despiértale y deja de mirarlo como una idiota», se dijo con firmeza. Sentir compasión por el cansancio de él estaba fuera de lugar. Además, aunque se negase a admitirlo, no era compasión lo que ella sentía.


Pedro—le dijo cerca de la oreja—. Pedro, es tarde —le gritó, con menos consideración.


Paula no se podía creer lo que veían sus ojos cuando él simplemente se dio la vuelta.


Pedro, despiértate, ¡ya!


Todavía arrodillada al lado del sofá, le sacudió por un hombro. Decidió que, si no se despertaba pronto, se iría y lo dejaría allí solo. Pero Pedro emitió unos gruñidos que la animaron a intentarlo de nuevo.


—Despiértate. Son las dos y media.


Paula dio un suspiro de alivio cuando al fin se volvió hacia ella. Tenía los ojos entreabiertos y desenfocados, pero al menos estaba despierto. 


La sensación de alivio de Paula desapareció cuando vio la mirada vidriosa de sus ojos. Era tan abrasadora y sensual que la inmovilizó como una mano de hierro. El corazón empezó a latirle muy rápidamente.






miércoles, 24 de abril de 2019

AMORES ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 12





Paula se preguntaba cómo había podido mantener la calma. Todos los dardos envenenados de Ana habían dado en el blanco, pero no había querido que su prima lo notase. Podría haberle dicho muchas cosas, pero no había querido rebajarse y utilizar las mismas tácticas de Ana.


El curso de los acontecimientos sólo había hecho que se sintiera más humillada, ya que Alex se había acostado con Ana antes que con ella.


Obviamente, lo que había encontrado en su prima había sido mejor que lo que ella había podido ofrecerle.


—Estás muy pálida. ¿Te encuentras bien? —le preguntó Pedro, volviendo con una taza de café.


—Perdona, ¿qué has dicho? —respondió ella. 


Era difícil olvidar los amargos recuerdos y concentrarse en el presente.


—La conversación con la novia te ha dejado al borde un ataque de nervios —comentó él con franqueza.


—No te voy a contar todos los detalles horribles —dijo Paula irguiéndose un poco—. Pídeme otro café mientras voy a retocarme el maquillaje.


Pedro admiró su determinación mientras ella se abría paso entre la multitud de invitados. Tenía que reconocer que Paula Chaves tenía agallas.


Paula se había tomado dos tazas de café y le dolía terriblemente la cabeza. La novia estaba a punto de marcharse y todos los invitados estaban apelotonados en el vestíbulo para la tradicional despedida. Ana buscó deliberadamente a su prima y la miró con malicia. Paula recordó su encuentro con Alex poco antes y casi sintió pena por ella. Podía afrontar aquella mirada con total tranquilidad, lo que hizo que el gesto de Ana se ensombreciera.


Paula se preguntó qué era lo que había hecho para que Ana la odiara tanto. Vio cómo su prima levantaba el ramo y se lo tiraba con tanta fuerza a la cara que le tiró el sombrero. Paula sonrió a pesar de que el dolor le había llenado los ojos de lágrimas. Cuando Pedro recuperó el sombrero, estaba pisoteado.


—Ahí va la paga de una semana —comentó ella, tirándolo a la papelera más cercana. No quería recuerdos de aquel día.


—Pau, ¿podemos llevaros a alguna parte? ¿A casa de tu madre? — preguntó su tío George.


—Tenemos una habitación, pero gracias de todos modos —dijo Pedro.


Paula sintió la presión de las manos de él, como de plomo, sobre sus pesados hombros.


—Creo que ya puedes dejar de actuar —le dijo cuándo su tío se hubo marchado—. Has cumplido con creces tus obligaciones. Espera, se me ha ocurrido algo más que puedes hacer. Deshazte de esto —le dijo poniéndole las flores en las manos.


— ¿No se supone que te auguran una boda inminente?


—No, si puedo evitarlo.


—Creo que eso es tentar al destino, Pau—dijo Pedro pronunciando muy despacio el nombre que ella tanto odiaba—. ¿O acaso debería llamarte señorita Chaves ahora que la función ha terminado?


—Cállate —le sugirió Paula, mirándolo con profunda antipatía.


—Tienes resaca, ¿verdad?


— ¿Es que tú no has bebido nada?


—Nada con alcohol —afirmó él—. Después de un largo vuelo, hubiese sido una equivocación. Tú has sido uno de mis primeros… trabajos.


—Pensé que serías uno de esos tipos machos que están convencidos de que su constitución de hierro puede soportar cualquier cosa. ¿O eres un fanático de las pesas?


—Estás muy resentida, pero no me hagas el blanco de tus frustraciones. No soy lo que diríamos un tipo sufrido.


—Puedo imaginarme lo que eres —le espetó en un tono muy desagradable.


Pedro la agarró por el brazo cuando Paula echó a andar.— ¿Qué? —preguntó suavemente.


Ella miró la mano que le agarraba el brazo y exclamó, escogiendo las palabras cuidadosamente:
—Un gigoló.


Pedro se echó a reír de una forma desinhibida.


—Cuando te pones santurrona y remilgada, frunces las comisuras de los labios. Así —añadió tocándoselas con los pulgares—. Tengo que confesar que me halaga que creas que tengo todos los atributos necesarios.


Paula había pensado en disculparse por aquella acusación tan fuera de lugar, pero aquella respuesta inesperada la había dejado sin habla. El roce de los dedos contra sus labios la hizo respirar entrecortadamente. Cuando Paula lo
miró, la expresión de los ojos semicerrado de Pedro se desvaneció tan rápidamente que pensó que sólo había sido producto de su imaginación. «Tengo que frenar estas fantasías eróticas», se dijo.


—He tenido un día horrible, así que puedes ahorrarte tus comentarios —le espetó—. ¿Crees que si me voy alguien lo notaría?


—Estoy seguro de que todo el mundo se dará cuenta cuando nos marchemos —replicó—, pero eso sólo reforzaría aún más tu papel como mujer realizada de los noventa.


Paula odiaba el sarcasmo que había en su voz, incluso más que el calor que le recorría todo el cuerpo.


—No tengo la culpa de los prejuicios de la gente.


—Sí la tienes cuando los perpetúas con tu actitud —le contestó Pedro imperturbable—. ¿Nos vamos? —sugirió a continuación, contemplando la indignación de Paula con una sonrisa.


La habitación no tenía nada que la distinguiera del resto de las habitaciones del hotel. Era lujosa e impersonal. Paula se lavó las manos y la cara, se quitó los zapatos y se tumbó en la cama con los ojos medio cerrados. Luego, vio a Pedro estirarse en el sofá, demasiado pequeño para él. Debería haberle cedido la cama, pero no le dijo nada. «Un poco de incomodidad le vendrá muy bien».


Luego le dijo entre bostezos:
—Sólo necesito una siestecita.


El día había sido muy estresante. Hacer frente a sus emociones había sido más traumático de lo que se había imaginado. El vino probablemente la había ayudado, pero tenía efectos secundarios. Los párpados le pesaban como el plomo y cerró los ojos completamente.


De repente, se le ocurrió que estaba siendo confiada al encerrarse en una habitación con un completo desconocido. Desconfiaba de él instintivamente, pero no se imaginaba que pudiese aprovecharse de la situación. Se fue quedando dormida y no sintió que él la cubría suavemente con el cobertor.