jueves, 25 de abril de 2019

AMORES ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 13




Cuando Paula se despertó, todo estaba a oscuras. Poco a poco se fue despejando mientras se le iban acostumbrando los ojos a la oscuridad. Con una exclamación, se sentó en la cama como si la hubiera activado un resorte. ¿Qué hora era? ¿Por qué no la había despertado Pedro?


Paula buscó a tientas el interruptor de la luz. 


Cuando encendió la lámpara de la mesilla de noche, la habitación se iluminó tenuemente. 


Tomó el reloj y a través de los párpados medio cerrados vio que eran las dos y media. Paula soltó un gruñido. Veía la habitación borrosa, ya que no tenía las lentillas puestas.


Se sentó en la cama y se atusó el cabello. El sonido de la pesada respiración de su compañero indicaba que éste aún estaba dormido. Descalza, atravesó la habitación.


Pedro.


Paula pronunció el nombre suavemente. Iba a echarle la culpa por haberse dormido pero se dio cuenta de que no hubiese sido justo. Realmente estaba agotado. Ni siquiera se había movido desde que ella se había despertado.


Él tenía un brazo por encima de la cara y, ahora que estaba dormido, el rostro era menos anguloso y parecía más joven. La chaqueta con la que se había cubierto se había caído al suelo.


Paula se acercó un poco más. Tropezó con los zapatos de Pedro y estuvo a punto de caerse encima de él. Luego, se arrodilló a su lado. Se quedó sin respiración por la cercanía de su cuerpo.


«Despiértale y deja de mirarlo como una idiota», se dijo con firmeza. Sentir compasión por el cansancio de él estaba fuera de lugar. Además, aunque se negase a admitirlo, no era compasión lo que ella sentía.


Pedro—le dijo cerca de la oreja—. Pedro, es tarde —le gritó, con menos consideración.


Paula no se podía creer lo que veían sus ojos cuando él simplemente se dio la vuelta.


Pedro, despiértate, ¡ya!


Todavía arrodillada al lado del sofá, le sacudió por un hombro. Decidió que, si no se despertaba pronto, se iría y lo dejaría allí solo. Pero Pedro emitió unos gruñidos que la animaron a intentarlo de nuevo.


—Despiértate. Son las dos y media.


Paula dio un suspiro de alivio cuando al fin se volvió hacia ella. Tenía los ojos entreabiertos y desenfocados, pero al menos estaba despierto. 


La sensación de alivio de Paula desapareció cuando vio la mirada vidriosa de sus ojos. Era tan abrasadora y sensual que la inmovilizó como una mano de hierro. El corazón empezó a latirle muy rápidamente.






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