jueves, 25 de abril de 2019

AMORES ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 14




Cuando Pedro le miró el escote, Paula se dio cuenta de que se le habían desabrochado dos botones de la chaqueta. Las solapas abiertas dejaban entrever la camisola de seda y encaje. 


Con un movimiento rápido, él abrió los dos botones que aún tenía cerrados y la contempló con un gruñido de aprobación.


Paula sintió cómo una oleada de sensualidad le recorría todo el cuerpo.


Pedro, es tarde. Nos… nos hemos dormido.


Entonces emitió un pequeño grito de protesta que se le heló en la garganta cuando él la envolvió con un brazo y la acercó más hacia sí rozando con la boca uno de sus senos henchidos. Luego apartó la camisola y empezó a acariciárselo con la lengua.


Aquella sensación ardiente se extendió por todo su cuerpo y le llegó al vientre. Una parte de ella le gritaba que aquel hombre se estaba tomando muchas libertades, pero la otra no deseaba que parase.


Paula sabía que aquello era una locura de la que probablemente pronto se lamentaría, pero era tal el ansia de dejarse llevar por esas sensaciones que le resultaba difícil resistirse.


—¡Estáte quieto!


Aquella súplica ahogada fue el resultado de su lucha interna. Luego, lo apartó, empujándolo por los hombros.


El sentimiento de pérdida fue tan intenso que Paula no fue capaz de ocultar la frustración que revelaban sus ojos. Pedro la miró. Aunque la
expresión vidriosa le había desaparecido de los ojos, éstos todavía irradiaban pasión.


—¿Por qué? —preguntó, tras un largo silencio.


La pregunta la aturdió aún más. Paula tenía todavía las manos en los hombros de Pedro


«Debería quitarlas de ahí», pensó mirando los dedos que se aferraban a la camisa. La dureza de los músculos que se adivinaban debajo de la tela, la fuerza que emanaban, le producía una adicción difícil de controlar. Al final movió los dedos, pero el movimiento fue más parecido a una caricia. Era incapaz de romper el contacto.


—¿Por qué…? —repitió al final débilmente. 


Había perdido el hilo de la conversación.


—¿Por qué quieres que pare?


Tenía que haber un montón de buenas razones, pero no podía encontrar ninguna. El deseo todavía le corría por las venas, aniquilándole cualquier asomo de sentido común.


—No podemos pasar la noche aquí.


—En este momento, no se me ocurre nada mejor que hacer.


—Te refieres a hacer el amor —respondió ella, casi consiguiendo el tono convincente que buscaba—. Estabas dormido y no creo que fueras responsable de tus actos —concluyó con una leve sonrisa.


Paula movió las manos con un gran esfuerzo y sintió los poderosos bíceps y la potente curva de los velludos antebrazos. Entonces, mientras deslizaba los dedos sobre el dorso de las manos de Pedro, él rápidamente giró las muñecas y entrelazó sus dedos con los de ella.


—Me desperté y me encontré con unas curvas tentadoras. Me dejé llevar por un impulso, como cualquier otro hombre, pero no estaba dormido. No estoy dormido…


La voz se fue desvaneciendo cuando volvió a mirarle los senos, que empezó a acariciar de nuevo. Paula se soltó e intentó cubrirse.


—No dejarnos llevar por los impulsos es lo que nos distingue… a la mayoría de nosotros… de los animales.


—No pienses que los instintos primitivos son algo sórdido o vulgar, Paula. Algunas veces tienes que dejarte llevar. El instinto te ha estado
gritando desde el primer momento que me viste. —Es tarde, deberíamos marcharnos —respondió Paula, titubeando.


Intentaba a duras penas apagar el fuego que ardía en su interior.


El sonido entrecortado de su voz hizo que Paula se estremeciera. Aquel hombre la dejaba sin aliento. Debería haberse enfadado por el comentario que había hecho, pero era tan cierto que una parte de ella deseaba admitirlo. Aquello era mucho más que una simple respuesta instintiva. Una parte de ella se había sentido atraída hacia él desde el primer momento en que lo vio. El comportamiento agresivo sólo había sido un mecanismo de defensa.


Paula nunca había experimentado aquel profundo y primitivo deseo por hacer el amor con Alex. Sin embargo, con aquel extraño todo era diferente.


—En el momento en que vi cómo te caía el pelo por la espalda, deseó verlo contra tu piel desnuda.


Pedro colocó las manos de Paula contra su pecho. Con mucho cuidado y todavía mirándola a los ojos, le quitó la chaqueta.




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