miércoles, 17 de abril de 2019

UN ASUNTO ESCANDALOSO: CAPITULO 26





Después de meter a Rafael en un taxi y mandarlo al aeropuerto, Pedro fue a buscar a Paula. Le dolía un poco la cabeza, del coñac.


La encontró casi sumergida por completo en un baño de espuma, mordiéndose las uñas. Le dio en la mano, para quitarla de su boca.


—Supongo que vas a salir.


Ella asintió.


—Imaginé que no querrías venir.


Pedro se sentó en el borde de la bañera y se sintió aturdido por el coñac y por el vapor. No le apetecía nada pasar la noche con los Blackstone.


Aunque tal vez fuese útil para Rafael que él conociese un poco cómo funcionaba la familia. 


Quién estaba a la cabeza, quién tenía más posibilidades de oponerse a aceptarlo y quién podía echarle una mano, si es que había alguien.


Tuvo una idea…


Pedro, ¿le has hablado a alguien de la boda?


—No —contestó él acariciándole el pelo.


—Es que conozco bien Port Douglas y sé que hay algo que no es normal. Puedo oler a un fotógrafo a dos kilómetros de distancia.


—Y se te ha ocurrido que yo había podido avisar a la prensa.


Ella sacó la mano de debajo del agua y le tocó la rodilla, mojándole el pantalón. La indignación de Pedro desapareció al ver aparecer entre la espuma un pezón rosado y erguido.


—No —respondió ella—. Es sólo que hay algo que no va bien.


—¿Entre nosotros, quieres decir? —preguntó él sin poder evitarlo, a pesar de saber que, después de haberse bebido media botella de coñac, no era el mejor momento para entrar en conversaciones profundas—. Supongo que me merezco que desconfíes de mí —al fin y al cabo, había sido el primero en chantajearla con la boda.


Si lo pensaba, tenía que reconocer que se merecía que lo colgasen y lo descuartizasen por todas las mentiras que le había contado, y por todos los secretos que guardaba. Justo cuando había decidido darle una oportunidad a su relación, lo había llamado sir John, y luego había ido a verlo Rafael. ¿Cómo iba a justificarse delante de ella?


—No he pensado que tú hayas llamado a los medios. Es sólo… —Paula suspiró y tomó una esponja mientras sacaba la rodilla del agua—. Quiero que todo salga perfecto.


¿Perfecto? Lo que era perfecto era su rodilla, pensó él. Notó que se excitaba y se humedeció los labios con la lengua.


—Seguro que la prensa ha venido por Rafael.


—¿Tú crees? —preguntó Paula, sonriendo aliviada.


—Lo siguen allí adonde va.


—¿Y qué ha venido a hacer aquí?


Pedro le quitó la esponja de la mano.


—Negocios. Levanta la pierna.


—¿La pierna? —Paula dudó, como si esperase una respuesta más exhaustiva a su pregunta.


Pedro la miró a los ojos, retándola. Metió la esponja en el agua y la mojó. A ella le brillaron los ojos. Una gota de agua le corrió por la frente y Pedro se olvidó de los Blackstone, de la prensa y de las acciones. Se olvidó de todos los secretos. La vio levantar la pierna y le agarró el pie para lavárselo mientras ella se retorcía.


—He estado pensando. ¿Te parece bien si voy a la boda contigo?


Ella sonrió.


—Me parece estupendo. Lo arreglaré todo esta noche.


Él le frotó el muslo, se mojó los antebrazos, los pantalones, y el agua hizo que se excitase todavía más.


—¿Cuánto tiempo tengo antes de que te marches?



UN ASUNTO ESCANDALOSO: CAPITULO 25




—Mira a quién me he encontrado en la puerta.


Paula iba a recoger a varios miembros del clan Blackstone del aeropuerto cuando la cara de Rafael Vanee apareció ante ella. Lo acompañó adonde estaba Pedro, se disculpó y se marchó corriendo.


Pedro dejó de sonreír al ver la expresión sombría de su amigo. ¿Qué estaba pasando? 


Rafel no solía aparecer en ningún sitio sin avisar antes.


Le hizo un gesto para que se sentase.


—¿Quieres un café?


—¿Tienes algo más fuerte?


Pedro frunció el ceño y levantó una botella de coñac.


—No me extraña que no se te vea el pelo —comentó Rafael mirando hacia la puerta por la que había desaparecido Paula.


Él guardó silencio y le dio un trago a su bebida mientras esperaba a que Rafael le dijese a qué había ido a verlo.


Pero el silenció duró hasta que Rafael dejó el vaso en el escritorio de Pedro.


—Parece importante.


—No he dicho nada —replicó Pedro, exasperado.


—Exacto. No sueles dejar que ninguna chica se quede en tu piso.


—¿Cómo lo sabes?


—Lucia.


—¿Hablas con Lucia?


—No te emociones. Me llamó el día después del funeral, antes de marcharse a Inglaterra, sólo para saludarme.


—Le preocupaba que no quisieras que fuese al funeral —murmuró Pedro.


Rafel se había quedado destrozado cuando ella lo había dejado después de varios años saliendo juntos. Pedro había intentado no ponerse de parte de nadie, ya que los quería a ambos, como tampoco había querido que ninguno de los dos volviese a sufrir.


—Pues se lo agradezco.


—¿Qué te trae por aquí? —le preguntó Pedro, esperando que no tuviese nada que ver con Mateo Chaves y Blackstone Diamonds. No quería más secretos que pudiesen disgustar a Paula.


Rafael le dio un buen trago a su copa.


—En general, es algo que concierne a la señorita que acaba de marcharse corriendo de aquí —miró fijamente a su amigo—. Bebe. Vas a necesitarlo.


Pedro lo escuchó con incredulidad mientras su mejor amigo le contaba que su madre, antes de morir, le había contado que ella no era su madre biológica, que se lo había encontrado cuando tenía dos años en la escena de un trágico accidente de tráfico. El coche se había caído a un río y los otros dos ocupantes del vehículo habían fallecido.


—Pensé que estaba delirando —comentó Rafael frotándose los ojos—, pero ella insistió en que yo era el hijo de Horacio.


Pedro abrió los ojos como platos. Levantó una mano.


—Espera. ¿Eso fue antes del funeral?


—No lo mencioné porque… bueno, no la creía. Pero he estado registrando la casa —abrió un maletín que había dejado encima de una silla y sacó un álbum de recortes—. Todo está aquí, Pedro. Y te juro por Dios que nunca he estado tan asustado en toda mi vida.


Él se levantó con la botella en la mano y le llenó el vaso a Rafael. Se inclinó sobre el escritorio y empezó a hojear el álbum.


Rafael siguió hablando:
—Fui secuestrado por el ama de llaves y su novio. Enviaron una nota y Horacio hizo todo lo posible por encontrarme, pero cuando iban a recoger el dinero, tuvieron un accidente.


Pedro levantó la vista para mirarlo mientras leía los recortes de periódico. Intentó imaginarse al niño de pelo oscuro que aparecía en las fotografías, hecho un hombre. Se fijó en los ojos verdes oscuros de Rafael, en el pelo negro como el azabache.


—Mi madre se encontraba en el lugar del accidente e hizo una locura. Había perdido a su hijo un año antes, de muerte súbita y quería dejar a su novio, que era un vago. Quería marcharse a algún sitio donde no la conociese nadie. Supongo que, por aquel entonces, estaba un poco trastornada, así que me recogió y fingió que era su hijo.


Pedro llegó a la última página y cerró el álbum. 


Las fechas podían coincidir, aunque, en ese caso, Rafael tendría un año más. O era cierto, o era un engaño muy elaborado. Pero para qué iba a mentir Abril, la madre de Rafael, al final de su vida, cuando ya no tenía nada que perder.


—Dios mío —dijo entre dientes—. Eres un Blackstone.


—No soy un Blackstone —replicó Rafael—. ¿Qué demonios voy a hacer ahora?


Se pasaron la tarde hablando y bebiendo. Pedro le sugirió que se hiciese una prueba de ADN para asegurarse de que Abril no era su madre biológica.


—Ya lo he hecho —contestó Rafael—. Tendré los resultados en un par de días.


Estuvieron de acuerdo en que Rafael debía hablar con sus abogados. Todo el mundo sabía que el testamento de Horacio dejaba un plazo de seis meses para que James apareciese.


Los Blackstone que seguían vivos no le darían la bienvenida con los brazos abiertos. Y otra complicación era la intención de Mateo Alfonso de calentar los ánimos en la junta directiva de la empresa.


—Vas a necesitar tener a Mateo de tu lado por si se vuelven todos contra ti —le advirtió Pedro—. Y vigila tus espaldas. Ramiro y Ricardo Perrini son como Horacio. No te fíes de nadie. Los Blackstone tienen un topo en su organización.


Alguien estaba sacando información, así era como él se había enterado de los planes de boda de Ramiro y Jesica.


Cuando Paula volvió a casa un rato después, les preguntó si querían un café y, a pesar de necesitarlo, ambos dijeron que no.


—No te preocupes —le dijo Pedro a su amigo—. Mantendré el secreto.


—¿Vas en serio con ella?


—Todavía no lo sé.


Pedro lo había pensado mucho y ya le faltaba menos para encontrar una respuesta. En el funeral de su madre, Rafael había hablado de la importancia de la familia, y eso le había hecho pensar en las relaciones que eran esenciales para él. Estaba tan orgulloso de Lucia como si fuese su hermana de verdad. Y le había encantado ver crecer a Rafael en el mundo de los negocios y sabía que, por difícil que fuese la situación con los Blackstone, Rafael se enfrentaría a ella e impondría sus deseos. Hasta sus padres estaban siempre intentando mejorar las cosas. En esos momentos estaban recaudando fondos para comprar una caravana en la que atender a los niños de la calle en Newtown.


Los quería a todos y estaba orgulloso de poder compartir sus éxitos, aunque lo de compartir no era nada nuevo para él. Había crecido compartiéndolo todo hasta que Laura murió. 


Entonces, había sentido que no le quedaba nada, se había encerrado en sí mismo y había seguido funcionando, hasta que había llegado a Port Douglas.


Le apasionaba su trabajo y le iba muy bien, pero tenía que preguntarse si estaba creciendo o no. 


Porque tenía la sensación de estar igual que cinco años antes, mientras que el resto del mundo había evolucionado.


—Siempre me ha parecido injusto pedirle a una mujer que se quede sentada esperando me mientras yo viajo por todo el mundo.


—¡Mentiroso! —exclamó Rafael—. Nunca te has planteado pedirle a una mujer que te espere.


Pedro sonrió y tomó su vaso.


—Ya va siendo hora de que te centres —añadió Rafael poniéndose en pie y vaciando las últimas gotas de coñac en el vaso de Pedro.


—Mira quién habla —replicó él. Dejó de sonreír—. Ésta es distinta a las demás. Cada minuto que paso con ella merece la pena. De repente, mi vida, que yo creía que estaba completa…


—¡Es un asco! —dijo Rafael asintiendo, como si lo comprendiese.


—¡No! —Pedro vació el vaso y se le humedecieron los ojos—. Es sólo que me da la sensación de que le falta algo.




UN ASUNTO ESCANDALOSO: CAPITULO 24





Pedro, ¿vas a venir a la boda conmigo?


Él apoyó la espalda en la silla y puso la misma expresión de cautela que llevaba utilizando desde que habían vuelto de Sidney, tres días antes.


Paula estaba preocupada. Los rumores que había comentado Ramiro habían salido en televisión. Los accionistas de Blackstone Diamonds estaban inquietos, a pesar de que Kimberley había declarado a un periódico esa misma mañana que todo iba bien.


Tal vez si Pedro conociese a los Blackstone personalmente no ofrecería su apoyo a Mateo.


Pedro dejó el bolígrafo que tenía en la mano.


—No me parece una buena idea.


—¿Por qué no?


—Porque es una reunión familiar. Y dados los acontecimientos de los últimos meses, todo el mundo estará nostálgico —fijó la mirada en ella—. Mi enfrentamiento con Horacio provocará comentarios y no quiero restregárselo a todo el mundo por la nariz.


—No creo que nadie…


—Si cambio de opinión, te lo haré saber, ¿de acuerdo? —tomó de nuevo el bolígrafo—. ¿Cómo va el collar?


—Bien.


El cliente quería que estuviese listo para el veinticinco. Y lo tendría terminado siempre y cuando consiguiese concentrarse en su trabajo en vez de preguntarse qué estaba tramando Pedro.




martes, 16 de abril de 2019

UN ASUNTO ESCANDALOSO: CAPITULO 23




Pedro entró en el salón y vio a Paula de pie, frente a la ventana, con la mirada clavada en el cielo de Sidney y su bolsa de viaje en el suelo.


Sí, había querido llevarla allí para ver si encajaba. Y si no sentía ganas de hacer el salto del ángel desde el balcón, entonces, tenía pensado presentársela a sus padres. Pero sus padres se le habían adelantado invitándose a su casa la noche anterior.


¿Y acaso no había salido todo bien?


La tensión de los últimos días en Port Douglas le había hecho sentirse mal. Ser tratado como un jefe, en vez de como un amante, no debía haberle molestado ya que, desde la muerte de Laura, no había vuelto a pensar en tener una relación para siempre. Con treinta y cuatro años, no se había preguntado hasta entonces si se estaba perdiendo algo.


No había esperado disfrutar tanto de ella.


Paula se giró y le sonrió, sacándolo de sus pensamientos.


—¿Ya has hecho la maleta?


Pedro no sabía cuál era el siguiente paso que tenía que dar, pero al menos estaba preparado para admitir que, con Paula Chaves, tenía que dar un paso más.


La vio asentir y tomar la bolsa. Entonces sonó el teléfono de Pedro; era sir John Knowles, ex primer ministro y gobernador general, amigo y mentor de Pedro. Debía responder.


Entró en su despacho y sir John fue directo al grano y le hizo una confesión que terminó con la sensación de paz con la que se había levantado esa mañana.


—El taxi ya está aquí —dijo Paula desde la puerta.


Pedro tapó el auricular con la mano.


—Tengo que atender esta llamada. Ve tú, nos encontraremos en el aeropuerto.


Paula se marchó y él volvió a su conversación.


—Quiero salir del negocio, John.


El otro hombre le rogó en voz baja. ¿Cómo iba a decepcionarlo?


—Me he implicado de manera personal, no puedo mentir sobre algo así.


—Por favor, Pedro, sólo un par de días más. No te lo pediría si no fuese mi última oportunidad.


—En ese caso, permíteme que se lo cuente —dijo Pedro.


—No puedo arriesgarme a que ella se niegue, ¿no te das cuenta? Y todavía no se lo he dicho a Clara. Ni lo del pronóstico, ni lo otro.


Sir John sonaba como si estuviese enfermo y solo. Era su última oportunidad. Pedro había oído aquello antes, y llevaba siete años viviendo con su fracaso.


—No sabes lo que me estás pidiendo.


—Sí que lo sé. Y no se lo pediría a nadie más que a ti. Sé que no me defraudarás.



UN ASUNTO ESCANDALOSO: CAPITULO 22




Dani sobrevivió al abrazo y se echó hacia atrás para observar a su madre.


—Te veo… diferente. ¿Te has dado mechas?


Su madre se tocó el pelo mientras Marcie, el ama de llaves, trajinaba alrededor de la mesa.
Sonya Hammond solía llevar el pelo castaño recogido en un perfecto moño, pero ese día se había dejado unos mechones sueltos y estaba completamente distinta. ¿Era por el maquillaje o por qué llevaba una blusa de color chillón y unos pantalones negros muy elegantes? Su madre solía ser la personificación de la elegancia conservadora, pero ese día parecía más joven, más chic.


—¿Te has hecho un tratamiento facial o algo así?


Sonya ignoró sus preguntas e hizo un sonido de desaprobación.


—¿Por qué siempre llegan tus pendientes antes que tú?


—Pensé que éstos eran bastante recatados —comentó ella tocándose la joya, una línea de oro con un trozo de cuarzo de color humo al final.


—Siéntate. ¿Cómo es que has venido, si vamos a vernos dentro de unos días?


—Te conté que estaba haciendo un trabajo para Pedro Alfonso —dijo Paula, echándose hacia delante y oliendo de manera apreciativa la fuente que había en el centro de la mesa—. Umm, puré de calabaza.


—Sí, menudo caradura, después de todo lo que te ha hecho pasar.


Toda la familia había sido testigo del deterioro de la reputación de Paula gracias a Pedro.


—Bueno, el caso es que tenía que venir a un funeral a Sidney y me he venido con él. Tengo que comprarme unos zapatos para la boda.


—¿De qué color es el vestido? —preguntó enseguida Sonya—. No, no me lo digas. Intentaré mantener mi mente abierta.


Marcie apareció con el pan y Sonya señaló el puré.


—Come, yo he quedado. Ramiro pasará a recogerme en cualquier momento.


Paula se sirvió el puré.


—Pensé que querrías supervisar mis compras, pero podemos cenar juntas y, si quieres, ir al cine o algo así.


—No puedo, cariño —dijo Sonya, que parecía incómoda—. Tengo un compromiso. Voy a ir al teatro.


—¿Sí?


Aquello era muy poco habitual en su madre, que casi no salía por la noche. Paula se tragó el puré mientras la observaba. Ropa nueva, peinado nuevo, citas…


—¿Con quién? —quiso saber.


—Con Garth.


—¿Cuántos años tiene? —preguntó Paula, aliviada.


Gaston Buick era el secretario de la empresa y llevaba en su puesto desde que ella tenía uso de razón. Debía de ser el mejor amigo de Horacio.


Un hombre agradable. Y viudo desde hacía unos años.


—Está muy joven, y en forma.


Paula dejó de comer y miró a su madre a los ojos.


Sonya se sonrojó y apartó la mirada.


—Cierra la boca, Paula. Sólo somos amigos. Ha estado enseñándome a navegar.


—Qué bien. Es estupendo, de verdad.


Y lo era. Su madre se había pasado media vida criándola a ella, a los hijos de Horacio y llevando su casa. Paula no sabía qué le había hecho su padre, pero Sonya se había cerrado a cualquier relación que no fuese con la familia.


O eso, o había amado a alguien que no la correspondía.


Paula se preguntó si Pedro seguiría enamorado de su mujer. Debía de hacer seis o siete años que había fallecido. ¿La echaría de menos? ¿La compararía con otras mujeres? ¿Estaba ella a punto de descubrir lo que su madre había descubierto hacía muchos años, que no podía competir con una muerta?


—Va a empezar a salirte humo por las orejas de tanto pensar —le dijo Sonya—. Sé que crees que tu pobre madre ha estado perdiendo el tiempo toda su vida por Horacio.


Paula sacudió la cabeza, sorprendida. ¿Cómo lo hacía?


—Pero, no —continuó su madre—. Horacio se quedó tan mal después de la muerte de Úrsula, que yo sabía que jamás se arriesgaría a volver a entregar su corazón por completo. Y jamás quise formar parte de su larga lista de amantes —suspiró—. Por cierto, esta tarde he quedado con un agente inmobiliario. Estoy buscando una casa en Double Bay.


—Pero… —a Paula le sorprendió que su madre quisiera marcharse de Miramare—. Tienes derecho a vivir en esta casa —así figuraba en el testamento de Horacio y Paula no podía imaginarse a su madre en ningún otro lugar.


—Ahora estoy sola aquí. Además, ¿y si aparece James Blackstone? Horacio estaba convencido de que estaba vivo, si no, no habría puesto la mansión a su nombre.


—Éste es tu hogar. Y tienes derecho a quedarte. James, si es que existe, tendrá que aceptarlo —apartó el plato; de repente, ya no tenía hambre—. ¿Qué pasará con Marcie?


—Siempre habrá un lugar para Marcie, y ella lo sabe.


—¿Habéis hablado de ello? —preguntó Paula, molesta porque su madre no se lo hubiese comentado a ella antes.


—Sólo estoy mirando, cariño. Gaston sugirió que este lugar podría ponerse a la venta y me decidí a echar un vistazo, eso es todo.


—Gaston… Espera un momento, ¿Gaston no vive en Double Bay? —Paula no supo si sentirse ofendida o encantada. Al final, se decidió por lo último.


Sonya se aclaró la garganta.


—No voy a vivir con él. Sólo estoy buscando una casa más pequeña que ésta, y da la casualidad de que hay una cerca de donde él vive.


Marcie se acercó a la mesa.


—Te he preparado la cama, cariño.


—Ah, no voy a dormir en casa.


Dos pares de ojos la acribillaron.


—Tengo veintisiete años, ¡por el amor de Dios!


Marcie se escabulló, sonriendo.


—¿Es tan guapo como en la foto? —quiso saber Sonya.


Paula se encogió de hombros. Le habría hecho falta todo el día para contarle las miles de cosas que la atraían de Pedro Alfonso.


—¿Te gusta, Paula? —insistió su madre.


—¿Pasaría la noche con él si no me gustase?


La mirada penetrante de su madre hizo que se sintiera como si tuviese diez años, como siempre. Reconsideró su actitud defensiva, que no le había funcionado mucho en el pasado.


—Supongo que sí, pero está fuera de mi alcance.


—Debe de ser muy duro, ir andando con semejante cruz en los hombros.


—No lo conoces, mamá. Es todo un adonis. Un hombre dueño de sí mismo, seguro con el lugar que ocupa, con sus habilidades. Y consigue transmitir todo eso sin hacer que las personas que están a su alrededor se sientan inferiores —puso los ojos en blanco—. Aunque sea dolorosamente evidente que lo son.


Su madre apoyó la barbilla en la mano. Tenía la mirada ausente.


—Te gusta —afirmó.


Y Paula buscó sin éxito algo que decir.


—¿Por qué no venís los dos a cenar y al teatro con Gaston y conmigo? —preguntó Sonya.


Paula negó con la cabeza.


—Llegará tarde.


—Oh —dijo Sonya, que parecía decepcionada—. Pues ven tú, entonces.


—No pienso ir de carabina. Y, además, tengo montones de cosas que hacer, de verdad —mintió, y decidió cambiar de tema—. ¿A que no adivinas quién vino a verme la semana pasada? Mateo Chaves.


A Sonya se le iluminó la mirada, tal y como Paula había esperado. Buscó las fotografías de Benito que éste le había dado. Su madre se abalanzó sobre ellas.


—Y todavía hay más. Quiere que diseñe un collar con los diamantes de Blackstone Rose, aunque no sé si puede hacerse público todavía.


—¡No puedo creerlo! ¿Cómo es Mateo? ¡Cuéntamelo todo!


—Es agradable —al menos, eso había pensado antes de oír la conversación entre Pedro y él—. Muy agradable.


—Pues no pareces muy convencida.


—Sí, es sólo que Pedro también estaba allí y hablaron de negocios.


Oyeron el timbre de la puerta principal.


—Vaya —dijo Sonya—. Ése debe de ser Ramiro.


—No le digas nada de Mateo—susurró Paula.


Ramiro pareció alegrarse de verla y pasaron unos minutos charlando de la boda. A Paula le gustó verlo tan feliz. Jesica y él estaban esperando gemelos y Jesica estaba radiante, aunque preocupada por su vestido de novia.


—¿Qué te ha traído por Sidney? —le preguntó Ramiro.


—Tengo que comprarme unos zapatos para mi vestido —le explicó.


Él puso los ojos en blanco.


—Que Dios nos pille confesados…


Todo el mundo sabía cómo solía vestirse Paula para las grandes ocasiones.


—No seas malo —gruñó—. Me he preocupado mucho por que todo salga bien. Sobre todo, he tenido que mantener el secreto.


«Y he tenido que irme a casa de Pedro, meterme en su dormitorio, explorar su cuerpo, agradecer sus caricias… y todo para guardar el secreto», pensó.


Sonrió. De repente, sintió afecto por Ramiro Blackstone.


Pedro tenía que venir a un funeral, así que me apunté al viaje —añadió.


Ramiro arqueó las cejas.


—Sonya me contó que estás haciendo un trabajo para él. Y me sorprendió, dados vuestros antecedentes.


Ella se encogió de hombros e intentó no sentirse dolida.


—Ha sido lo que ha querido el cliente.


—Jesica conoce un poco a Pedro, le cae bien, creo —Ramiro sonrió como no había sonreído nunca antes—. Aunque últimamente le cae bien todo el mundo.


A Paula casi se le llenaron los ojos de lágrimas al verlo así. Ramiro siempre había sido un alma en pena. El secuestro de su hermano y el suicidio de su madre lo habían marcado. Y a eso había que añadir la brusquedad con que Horacio los trataba a él y a Kimberley, y que hubiese elegido a Ric Perrini y no a él para ocupar su puesto en la empresa.


—¿Quién ha fallecido? —preguntó Ramiro mientras tomaba una rebanada de pan y un trozo de queso de la mesa.


—La madre de Rafael Vanee.


—He oído que Alfonso y Vanee son muy amigos. ¿Ha comentado Pedro algo acerca del hecho de que Mateo Chaves esté husmeando por ahí?


Paula negó con la cabeza, sin mirar a Sonya.


—Al parecer, Chaves estuvo en la ciudad la semana pasada, con Vanee. Se rumorea que Chaves y Vanee quieren lanzar una OPA sobre Blackstone Diamonds. Parece ser que Mateo está buscando el apoyo de todos los accionistas.


Sonya abrió la boca para decir algo, pero Paula le dio una patada. ¿Para qué contarle a Ramiro que Mateo también había estado en Port Douglas hablando de negocios con Pedro? Al fin y al cabo, este último no le había dado su apoyo.


Sonya no dijo nada. Y, unos minutos después, Ramiro y ella dejaban a Paula en la parada del autobús y se marchaban a su cita con el agente inmobiliario. No obstante, ni siquiera la idea de ir a comprarse unos zapatos la tranquilizó. ¿Debía advertir a los Blackstone sobre la relación entre Rafael, Mateo y Pedro? ¿Estaba traicionando a la familia que la había mantenido durante toda su vida?


Entró en el piso de Pedro utilizando la llave que él le había dado. Le dolían los pies y estaba deseando darse un baño, así que le sorprendió de manera desagradable oír voces dentro.


Había cuatro personas en la cocina de Pedro


Una mujer guapa, de piernas largas y pelo canoso, que fue la primera en verla. Un hombre alto y delgado que estaba a su lado, con el brazo alrededor de sus hombros. Pedro también estaba allí, y también tenía el brazo alrededor de los hombros de alguien, una elegante rubia con un traje de color lila y unos ojos impresionantes.


Paula no pudo fijarse en nada más.


Pedro la atravesó con la mirada.


—Lo… lo siento —balbuceó ella—. No pretendía interrumpir. Pensé que no estarías en casa.


Pedro bajó el brazo de los hombros de la rubia y fue hacia ella. La llevó hacia el resto del grupo y dijo en tono cariñoso:
—Ésta es Paula —como si hubiese estado esperando que llegase, deseando presentarla.


Al final, aquello resultó ser mucho mejor que un baño. Le dio la mano a los padres de Pedro, Guadalupe y Jose, y a Lucia, su hermana adoptiva, que tenía los ojos violetas más bonitos que había visto nunca.


Eran sencillos y escandalosos y estaban tan unidos que terminaban las frases los unos de los otros. Era increíble ver a Pedro en aquel ambiente. Fuera de su dormitorio, parecía un hombre intocable. No obstante, sus padres no eran así y él, cuando estaba con ellos, tampoco. 


Había tanto cariño, humor e interés por los demás en aquella cocina… Ella se llevaba muy bien con su madre, pero nunca había estado así, en la cocina, con los demás miembros de la familia, bebiendo, gastando bromas y compartiendo recuerdos.


Sí, era un día triste para los Alfonso, pero como solía ocurrir en los funerales, el alivio de que hubiese terminado se manifestaba en la necesidad de tomarse una copa.


Paula recordó la tensión del funeral de Horacio: la cautela, la constante presión de los medios, todo el mundo observándose, o preguntándose quién sabría qué acerca de su ajetreada vida.


Le daba la sensación de que hacía mucho tiempo de aquello. Intercambió recetas de magdalenas con Guadalupe, bailó con Jose una canción de Leonard Cohén y Lucia le confesó que había encontrado unas braguitas suyas debajo del sofá.


—Deben de ser de otra novia —le dijo Paula—. Yo nunca me pongo.


—No creo —rió Lucia—. Pedro nunca invita a nadie a venir aquí.


Todo el mundo se marchó un par de horas más tarde y Pedro llamó por teléfono a un restaurante italiano para que les llevasen pasta, que comieron en la bañera. Paula se tumbó sobre él y se dijo que tenía que tener cuidado con su corazón. Tenía la mala costumbre de esperar demasiado de los demás. Un comentario de Lucia, la manera en que la había mirado nada más llegar… podían hacer que soñase con ser admitida algún día en aquel círculo de amor que acababa de conocer.


Hizo girar el agua con los dedos y se dio cuenta de que había entrado en una espiral sobre la que no tenía control. Estaba enamorándose, no sólo de Pedro, sino también de la idea de formar parte de su familia.