miércoles, 17 de abril de 2019

UN ASUNTO ESCANDALOSO: CAPITULO 25




—Mira a quién me he encontrado en la puerta.


Paula iba a recoger a varios miembros del clan Blackstone del aeropuerto cuando la cara de Rafael Vanee apareció ante ella. Lo acompañó adonde estaba Pedro, se disculpó y se marchó corriendo.


Pedro dejó de sonreír al ver la expresión sombría de su amigo. ¿Qué estaba pasando? 


Rafel no solía aparecer en ningún sitio sin avisar antes.


Le hizo un gesto para que se sentase.


—¿Quieres un café?


—¿Tienes algo más fuerte?


Pedro frunció el ceño y levantó una botella de coñac.


—No me extraña que no se te vea el pelo —comentó Rafael mirando hacia la puerta por la que había desaparecido Paula.


Él guardó silencio y le dio un trago a su bebida mientras esperaba a que Rafael le dijese a qué había ido a verlo.


Pero el silenció duró hasta que Rafael dejó el vaso en el escritorio de Pedro.


—Parece importante.


—No he dicho nada —replicó Pedro, exasperado.


—Exacto. No sueles dejar que ninguna chica se quede en tu piso.


—¿Cómo lo sabes?


—Lucia.


—¿Hablas con Lucia?


—No te emociones. Me llamó el día después del funeral, antes de marcharse a Inglaterra, sólo para saludarme.


—Le preocupaba que no quisieras que fuese al funeral —murmuró Pedro.


Rafel se había quedado destrozado cuando ella lo había dejado después de varios años saliendo juntos. Pedro había intentado no ponerse de parte de nadie, ya que los quería a ambos, como tampoco había querido que ninguno de los dos volviese a sufrir.


—Pues se lo agradezco.


—¿Qué te trae por aquí? —le preguntó Pedro, esperando que no tuviese nada que ver con Mateo Chaves y Blackstone Diamonds. No quería más secretos que pudiesen disgustar a Paula.


Rafael le dio un buen trago a su copa.


—En general, es algo que concierne a la señorita que acaba de marcharse corriendo de aquí —miró fijamente a su amigo—. Bebe. Vas a necesitarlo.


Pedro lo escuchó con incredulidad mientras su mejor amigo le contaba que su madre, antes de morir, le había contado que ella no era su madre biológica, que se lo había encontrado cuando tenía dos años en la escena de un trágico accidente de tráfico. El coche se había caído a un río y los otros dos ocupantes del vehículo habían fallecido.


—Pensé que estaba delirando —comentó Rafael frotándose los ojos—, pero ella insistió en que yo era el hijo de Horacio.


Pedro abrió los ojos como platos. Levantó una mano.


—Espera. ¿Eso fue antes del funeral?


—No lo mencioné porque… bueno, no la creía. Pero he estado registrando la casa —abrió un maletín que había dejado encima de una silla y sacó un álbum de recortes—. Todo está aquí, Pedro. Y te juro por Dios que nunca he estado tan asustado en toda mi vida.


Él se levantó con la botella en la mano y le llenó el vaso a Rafael. Se inclinó sobre el escritorio y empezó a hojear el álbum.


Rafael siguió hablando:
—Fui secuestrado por el ama de llaves y su novio. Enviaron una nota y Horacio hizo todo lo posible por encontrarme, pero cuando iban a recoger el dinero, tuvieron un accidente.


Pedro levantó la vista para mirarlo mientras leía los recortes de periódico. Intentó imaginarse al niño de pelo oscuro que aparecía en las fotografías, hecho un hombre. Se fijó en los ojos verdes oscuros de Rafael, en el pelo negro como el azabache.


—Mi madre se encontraba en el lugar del accidente e hizo una locura. Había perdido a su hijo un año antes, de muerte súbita y quería dejar a su novio, que era un vago. Quería marcharse a algún sitio donde no la conociese nadie. Supongo que, por aquel entonces, estaba un poco trastornada, así que me recogió y fingió que era su hijo.


Pedro llegó a la última página y cerró el álbum. 


Las fechas podían coincidir, aunque, en ese caso, Rafael tendría un año más. O era cierto, o era un engaño muy elaborado. Pero para qué iba a mentir Abril, la madre de Rafael, al final de su vida, cuando ya no tenía nada que perder.


—Dios mío —dijo entre dientes—. Eres un Blackstone.


—No soy un Blackstone —replicó Rafael—. ¿Qué demonios voy a hacer ahora?


Se pasaron la tarde hablando y bebiendo. Pedro le sugirió que se hiciese una prueba de ADN para asegurarse de que Abril no era su madre biológica.


—Ya lo he hecho —contestó Rafael—. Tendré los resultados en un par de días.


Estuvieron de acuerdo en que Rafael debía hablar con sus abogados. Todo el mundo sabía que el testamento de Horacio dejaba un plazo de seis meses para que James apareciese.


Los Blackstone que seguían vivos no le darían la bienvenida con los brazos abiertos. Y otra complicación era la intención de Mateo Alfonso de calentar los ánimos en la junta directiva de la empresa.


—Vas a necesitar tener a Mateo de tu lado por si se vuelven todos contra ti —le advirtió Pedro—. Y vigila tus espaldas. Ramiro y Ricardo Perrini son como Horacio. No te fíes de nadie. Los Blackstone tienen un topo en su organización.


Alguien estaba sacando información, así era como él se había enterado de los planes de boda de Ramiro y Jesica.


Cuando Paula volvió a casa un rato después, les preguntó si querían un café y, a pesar de necesitarlo, ambos dijeron que no.


—No te preocupes —le dijo Pedro a su amigo—. Mantendré el secreto.


—¿Vas en serio con ella?


—Todavía no lo sé.


Pedro lo había pensado mucho y ya le faltaba menos para encontrar una respuesta. En el funeral de su madre, Rafael había hablado de la importancia de la familia, y eso le había hecho pensar en las relaciones que eran esenciales para él. Estaba tan orgulloso de Lucia como si fuese su hermana de verdad. Y le había encantado ver crecer a Rafael en el mundo de los negocios y sabía que, por difícil que fuese la situación con los Blackstone, Rafael se enfrentaría a ella e impondría sus deseos. Hasta sus padres estaban siempre intentando mejorar las cosas. En esos momentos estaban recaudando fondos para comprar una caravana en la que atender a los niños de la calle en Newtown.


Los quería a todos y estaba orgulloso de poder compartir sus éxitos, aunque lo de compartir no era nada nuevo para él. Había crecido compartiéndolo todo hasta que Laura murió. 


Entonces, había sentido que no le quedaba nada, se había encerrado en sí mismo y había seguido funcionando, hasta que había llegado a Port Douglas.


Le apasionaba su trabajo y le iba muy bien, pero tenía que preguntarse si estaba creciendo o no. 


Porque tenía la sensación de estar igual que cinco años antes, mientras que el resto del mundo había evolucionado.


—Siempre me ha parecido injusto pedirle a una mujer que se quede sentada esperando me mientras yo viajo por todo el mundo.


—¡Mentiroso! —exclamó Rafael—. Nunca te has planteado pedirle a una mujer que te espere.


Pedro sonrió y tomó su vaso.


—Ya va siendo hora de que te centres —añadió Rafael poniéndose en pie y vaciando las últimas gotas de coñac en el vaso de Pedro.


—Mira quién habla —replicó él. Dejó de sonreír—. Ésta es distinta a las demás. Cada minuto que paso con ella merece la pena. De repente, mi vida, que yo creía que estaba completa…


—¡Es un asco! —dijo Rafael asintiendo, como si lo comprendiese.


—¡No! —Pedro vació el vaso y se le humedecieron los ojos—. Es sólo que me da la sensación de que le falta algo.




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