sábado, 16 de marzo de 2019

AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 45




Pedro se sacudió mentalmente. Estaba pensando locuras completamente incomprensibles, sobre todo teniendo en cuenta lo que acababan de estar haciendo. Lo único que tenía que hacer era dejar que Paula se marchara y, en un día o dos, encontraría cualquier otra mujer que lo distrajera y se olvidaría para siempre de Paula.


—Pareces muy pensativo.


—Sólo me estaba preguntando si ya te habrías curado.


Paula suspiró y cerró los ojos con expresión de auténtica relajación.


—Vuelve a preguntármelo dentro de diez minutos.


Pedro le apartó un mechón de pelo de la mejilla. Con un poco de suerte, tardaría toda la noche en curar a Paula.


Paula no estaba en absoluto curada.


Ni siquiera un poco.


Lo cual, comprendió, era un enorme problema.


En cuanto Pedro había enterrado el rostro entre sus piernas y su lengua había comenzado a obrar aquella magia indescriptible, había comprendido que todo el viaje a Escapada había sido una pérdida de tiempo.


Acababan de hacer el amor otra vez, después de haber llamado al servicio de habitaciones para que les llevara el desayuno, y en aquel momento permanecían abrazados en la cama. 


Una cama en la que Paula deseaba quedarse toda la noche, y toda la mañana, y toda la tarde…


E incluso peor, estaba comenzando a albergar un extraño sentimiento en lo que a Pedro concernía.


Un sentimiento complejo, incontrolable. Y no se atrevía a nombrarlo por miedo a que no desapareciera si lo hacía.


Pero en el caso de que lo hiciera, ¿cómo lo llamaría?


Amor.


Ya estaba. El sentimiento que había intentado evitar durante los últimos años. Aquella emoción alocada e infantil con la que no quería tener absolutamente nada que ver.


Se había enamorado de Pedro… ¿Pero era posible enamorarse de alguien a quien no se quería amar? ¿Era posible que menos de una semana de sexo y alguna que otra conversación se hubiera transformado en una relación verdaderamente importante?


Quizá no. Quizá sólo estuviera dejándose llevar por los rescoldos del sexo. Quizá lo que sentía no fuera amor, sino la alegría del deseo satisfecho. Aunque tampoco había podido disfrutar últimamente de aquel sentimiento.


Precisamente, porque estaba preocupada por todas aquellas fantasías con Pedro que la estaban llevando a la locura.




AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 44




Pedro vio a Paula, con los senos asomando por un sujetador de color rojo, la cintura desnuda y las caderas y los muslos apenas cubiertos por una minifalda con flecos del mismo color… y la temperatura de su cuerpo subió.


—Bonito vestido —dijo—. Yo pensaba que íbamos a vernos en la fiesta.


Había salido de la reunión antes de lo que esperaba y acababa de ponerse el traje cuando había oído que llamaban a la puerta.


—He cambiado de opinión. Esta tarde ha sido una locura y esperaba que no te importara perderte la fiesta.


Pedro se apartó para dejarla pasar y cerró la puerta tras ella.


—Si para ti ha sido una locura es que realmente ha tenido que serlo.


Paula le habló del borracho con el que habían coincidido en el bar y después del incidente en la fiesta de despedida de soltero. Pedro tuvo que apretar los dientes para no empezar a decir barbaridades.


—Dime que estás de broma, que de verdad no has estado en la puerta de una fiesta de solteros fingiendo que eras una prostituta.


Paula se quedó sin habla. Algo inaudito en ella.


—Podría decírtelo, pero estaría mintiendo.


—¡Paula!


—Mira, ya me siento suficientemente estúpida, ¿de acuerdo?


—¿Y Lucia también estaba metida en esto? Yo pensaba que por lo menos ella tenía sentido común.


—No ha pasado nada, las dos estamos bien y te agradecería que dejaras de hacerme sentir culpable. Además, de todo esto seguramente salga algo bueno. Probablemente tus hombres de seguridad ya hayan localizado a dos prostitutas.


Pedro le entraban ganas de estrecharla contra él y no dejarla volver a cruzar nunca aquella puerta. ¿Pero de dónde salía aquel loco instinto de protección? Paula era una mujer adulta, no necesitaba que la protegiera. Aunque si eso fuera cierto, no habría hecho tantas tonterías.


De modo que la abrazó.


La envolvió en sus brazos y la estrechó contra él. Pedro había visto a Paula con muchos disfraces de chica mala, y aquél no era menos excitante que el resto, pero era otro el sentimiento que lo impulsaba a abrazarla. Le bastaba imaginarla en peligro para que se le hiciera un nudo en la garganta.


—Espera —intentó apartarse de él, pero Pedro la sujetó por la cintura y continuó sosteniéndola contra él—. Gracias por preocuparte tanto por mí, me gustaría que no hubieras hecho nada de eso, pero te lo agradezco.


—No te sienta nada bien hacer de hombre protector, Pedro.


—No estoy haciendo de hombre protector, sólo estoy siendo sensato.


—¿Un pirata sensato, eh? —dijo Paula, mencionando por fin su disfraz.


—Aunque supongo que si no vamos a ir a la fiesta, me he disfrazado sin motivo.


—No, definitivamente, voy a darte algún motivo para haberte disfrazado —respondió Paula, recorriéndolo de arriba abajo con la mirada.


—¿Te gustan los piratas?


—Mmm. Siempre he deseado ser secuestrada por un pirata ruin.


Pedro se encendió por dentro. Jamás dejaría de sorprenderlo lo rápido que conseguía excitarlo Paula.


—Ese traje parece un poco incómodo, ¿por qué no te lo quitas?


—¿Y cómo voy a volver a mi habitación sin llevar nada encima? —batió las pestañas intentando en vano adoptar una expresión de inocencia.


—No pienso dejarte marchar cuando te hayas quitado la ropa.


Paula clavó la mirada en sus labios y volvió a mirarlo a los ojos con expresión traviesa.


—Creo que me confundes con una de esas chicas fáciles.


Pedro hundió la cabeza en el satinado lóbulo de su oreja y susurró:
—La última palabra que utilizaría para describirte es «fácil».


Paula soltó una carcajada e intentó desasirse de su abrazo.


—Te lo advierto, será mejor que me dejes marcharme o te arrepentirás.


—Adelante, demuéstramelo.


La agarró por detrás. Paula intentó darle codazos y patadas y a Pedro lo sorprendió su fuerza. Cuando consiguió pisarlo, Pedro la levantó en brazos y la llevó hasta el sofá, donde la dejó caer y se colocó sobre ella antes de que pudiera hacerle algún daño.


—Eres la mujer más problemática que he conocido en toda mi vida.


Paula sonrió.


—Apuesto a que estás deseando que me vaya de Escapada.


Pedro ignoró la punzada que sintió en el vientre. Era cierto, parte de él estaba deseando que se marchara. Pero otra parte más traicionera de sí mismo no podía imaginar lo que sería no tener a Paula a su alrededor, volviéndolo loco de excitación.


—No te vas a ir a ninguna parte hasta que no me des lo que quiero.


Paula dejó de resistirse y se quedó completamente quieta.


—¿Qué es?


—Quiero que te desnudes y te acuestes conmigo.


—Sólo si me prometes que esta noche curarás mi problema.


—No creo que haya una cura para este tipo de molestias —dijo Pedro.


—Lo que quiero decir es que quiero sacarte de mi cabeza antes de irme. Así que la cuestión es ésta: yo te doy todo lo que quieres y tú te despides de mí para siempre.


—¿Eso es una amenaza o una promesa? —respondió Pedro, sin pararse a pensar lo que realmente quería decir.


—Es un desafío —contestó Paula con expresión inescrutable.


Pedro la silenció con un apasionado beso al que le siguió otro, y otro. Sentía a Paula tan vital, tan ardiente, tan perfecta junto a él que no podía imaginarse lo que sería no tenerla.


¿Qué pasaría si aquélla fuera la última noche que iban a pasar juntos? ¿O si lo que ocurriera aquella noche terminara ardiendo para siempre en su memoria, convertido en el recuerdo de la última vez que había hecho el amor con Paula? ¿No quería poner fin de una vez por todas a aquel constante tira y afloja? Pero le resultaba difícil imaginar por qué cuando Paula estaba deslizando las manos por su espalda y le agarraba el trasero al tiempo que se estrechaba gimiendo contra él.


Aquello era mucho más que atracción sexual. 


Aquello que estaba ocurriendo entre Paula y él había escapado completamente a su control.


Se quedó muy quieto, todavía encima de ella, sin saber qué hacer con aquel descubrimiento.


—No querrás que me enfade, ¿verdad? —susurró Paula—, Porque tengo un arma y sé cómo utilizarla.


—¿Qué arma?


—El sexo —susurró Paula.


—Mmm. Tienes razón, sabes cómo utilizarlo.


Paula lo empujó hasta hacerlo sentarse y después se colocó sobre su regazo y comenzó a desabrocharle los pantalones.


—¿Alguna vez te he enseñado lo que aprendí de mi compañero de piso cuando estaba en la universidad?


—¿Tu compañero de piso?


—Se llamaba Phil y por lo visto sus felaciones eran espectaculares.


Pedro se quedó sin habla.


—Evidentemente, no a mí, pero me enseñó su secreto.


Paula se levantó del sofá, liberó el pene de Pedro y lo sostuvo en su mano.


Pedro la observó hundir la cabeza, derramando al hacerlo su melena rojiza sobre su vientre y gimió cuando Paula lo tomó con la boca.


Eso. Eso era lo que iba a echar de menos.


No a Paula, ¿verdad?


No, iba a echar de menos su cuerpo y aquella manera de actuar libre por completo de inhibiciones.


Paula deslizó la lengua a lo largo de su sexo, después retrocedió y dejó que su aliento lo enfriara mientras le acariciaba los testículos. 


Pedro iba tensándose, acercándose cada vez más a lo inevitable.


Cuando Paula volvió a apoderarse de él e hizo algo increíble con los dientes, todos los músculos de Pedro se pusieron en tensión, dispuestos para ponerse en acción a la más ligera invitación. Paula aceleró el ritmo, succionaba, lo acariciaba y lo tensaba hasta llevarlo al límite.


Pero en medio de aquel placer, una idea se abría paso en la mente de Pedro. Paula era mucho más de lo que esperaba, mucho más interesante de lo que había imaginado. Y dejarla marchar le resultaba mucho más difícil de lo que había anticipado… ¿Qué diablos se suponía entonces que tenía que hacer?


Paula aceleró el ritmo todavía más, borrando de la mente de Pedro cualquier pensamiento coherente. Pedro enterró los dedos en su pelo.


—Paula —jadeó—, no te detengas.


Y Paula obedeció. Justo cuando Pedro estaba a punto de vaciarse en su boca, se apartó, apretó estratégicamente su sexo y prolongó aquella tortuosa y dulce sensación de estar al borde del clímax.


—¿Quieres más? —le preguntó.


Pedro estaba tenso, y al mismo tiempo se sentía impotente y dispuesto a tirarla al suelo y a terminar adecuadamente lo que la propia Paula había comenzado.


—Ya lo sabes —contestó con voz tensa.


Paula sonrió con dulzura.


—Entonces tendrás que tomar tú lo que quieres, pirata ruin.


Eran demasiadas las cosas que adoraba de aquella pelirroja salvaje, pensó mientras se levantaba para desnudarse con la mirada fija en Paula.


Ella permanecía sentada en el suelo, con las piernas cruzadas, tan recatadamente como permitía aquella falda.


Sí, eran demasiadas las cosas que de ella adoraba.


—Para ser una mujer tan valiente como tú, te veo sospechosamente pasiva.


Paula batió las pestañas.


—¿Es que una mujer no puede conseguir que la dominen un poco cuando lo necesita?


Pedro sacó un preservativo de la cartera, se lo puso y se sentó al lado de Paula.


—Quítate la ropa y quédate con los tacones.



La observó mientras Paula se desprendía lentamente del sujetador y lo deslizaba por los brazos hasta tirarlo al suelo. Sus senos, llenos y suntuosos, siempre conseguían sorprenderlo por su voluptuosidad. Con expresión seductora, Paula se quitó la falda y las bragas y después se apoyó sobre los codos, llevando encima únicamente los tacones y una sonrisa.


—Me estás volviendo loco —susurró Pedro mientras se colocaba sobre ella y la hacía tumbarse en el suelo.


Estaba ya en disposición de penetrar en aquel rincón húmedo y caliente que estaba a punto de hacerlo desmayarse de deseo.


—¿Quieres castigarme?


—Si a esto lo llamas un castigo —contestó Pedro mientras se deslizaba dentro de ella y observaba su rostro transformarse en una máscara de puro placer.


Con el cuerpo de Paula bajo él y sus piernas alrededor de la cintura, no podría haber ido más despacio aunque hubiera querido. De modo que dejó que fuera la fuerza de su deseo la que lo dominara mientras se hundía en ella una y otra vez.


Inclinó la cabeza, seducido por el movimiento de sus senos y susurró:
—¿Crees que esta noche te mereces un orgasmo?


—Por favor —respondió Paula suplicante.


—Cuando quieres algo no eres tan mala, ¿verdad?


Paula se tensó bajo él y Pedro continuó moviéndose cada vez más rápido, hasta estar seguro, por la respiración entrecortada de Paula, de que estaba a punto de llegar al orgasmo.


Y entonces se detuvo, como se había detenido ella minutos antes.


Necesitó para ello toda su fuerza de voluntad y cuando Paula se retorció bajo él y tensó los músculos internos alrededor de su sexo, estuvo a punto de perder completamente el control.


Pero antes de darse tiempo a cambiar de opinión, se separó de ella.


—Maldito seas —susurró Paula.


Pero el brillo de sus ojos revelaba que estaba disfrutando de aquel juego.


Pedro se apoyó en un codo, deslizó los dedos en el interior de Paula y la observó retorcerse. 


Después, hundió la cabeza entre sus piernas y enterró allí su rostro para lamerla, saborearla y beber de su interior. Estaba tan caliente, y tan dulce, tan húmeda. Era como estar saboreando su plato favorito sin que nunca se acabara.


Buscó el clítoris con la lengua y le brindó el orgasmo que Paula estaba anhelando. En cuestión de segundos, Paula estaba gritando y arqueándose contra él.


Pedro suspiró, deseando algo que ni siquiera era capaz de nombrar. Se enterró de nuevo en ella y comenzó a moverse hasta que sintió llegar su propio orgasmo.


Paula le rodeó las caderas con las piernas y lo sostuvo contra ella mientras él iba acercándose cada vez más, cada vez más, hasta terminar precipitándose en su propio orgasmo.¿Qué pasaría si aquélla fuera la última noche que iban a pasar juntos?


La mente de Pedro conjuró aquella pregunta y él intentó olvidarla.


Se derrumbó a su lado, la abrazó, enredó sus piernas con las suyas y le dio un beso en la frente. Comprendía de pronto que Paula había llegado a convertirse en alguien muy querido para él, y que había cometido un gran error al permitir que se quedara en el centro. En vez de conseguir que la olvidara, había conseguido metérsele completamente bajo la piel.




viernes, 15 de marzo de 2019

AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 43




Se probaron los trajes, le hicieron algunos ajustes al de Lucia con unos imperdibles que encontraron en un cajón y decidieron dejarse los trajes puestos hasta que llegara la fiesta. 


Después, metieron su propia ropa en la maleta de ruedas y salieron del teatro.


A Paula no le extrañaba que la gente la mirara, pero aun así, se sentía un poco ridícula. Estaban cruzando el pasillo que conducía a su habitación cuando de pronto se abrió una puerta y salió un hombre con un preservativo gigante en la cabeza.


—Eh, ¿no sois vosotras las chicas que hemos contratado para la fiesta de solteros? Os estábamos esperando.


Lucia comenzó a protestar, pero Paula la silenció con un codazo en las costillas. Evidentemente, aquélla era una buena oportunidad para averiguar algo más sobre la red de prostitución y no quería desperdiciarla.


—Sí, somos nosotras. Siento llegar tarde.


—Vais vestidas de una forma muy extraña para un espectáculo de lesbianas —dijo el tipo, frunciendo el ceño.


—Eh, bueno, en realidad sólo nos han dicho que nos disfrazáramos. No sabíamos que teníamos que hacer un espectáculo especial.


—Pues sí, pequeña. Y espero que vengáis preparadas con consoladores o cualquier otra cosa que podáis necesitar.


Lucia emitió un ruido extraño y Paula volvió a darle un codazo en las costillas.


—Claro —señaló la maleta como si estuviera llena de objetos para el espectáculo—. Pero danos un segundo. Tenemos que planear la actividad antes de empezar.


—De acuerdo, pero será mejor que os deis prisa. Todo el mundo está muy impaciente —retrocedió y cerró la puerta.


—¿Qué demonios estás haciendo? —le espetó Lucia.


—¿No te das cuenta? ¡Esos tipos han contratado a unas prostitutas! Ésta es una oportunidad única de conseguir información para la investigación de Jeronimo.


Paula suspiró.


—No vamos a entrar ahí, Paula.


—No sé tú, pero yo sí. Sólo quiero echar un vistazo y ver si puedo conseguir alguna información. Quizá averigüe quién está detrás de esas prostitutas.


—¿Y después qué? ¿Tendremos que hacer un espectáculo de lesbianismo delante de un montón de borrachos? ¿Es que te has vuelto loca?


—¡No! Inventaremos alguna excusa y saldremos antes de que ocurra nada, ¡Sí! Ya lo tengo, tú vuelve a tu habitación y yo entraré y les diré que te has echado a atrás en el único momento.


—¡No puedo dejar que entres sola!


—Es perfecto. Y no te preocupes por mí. 
Además, Jeronimo me mataría si se enterara de que te he dejado entrar ahí.


Lucia se cruzó de brazos.


—No pienso dejar que entres sola. Yo iré contigo.


Maldita fuera.


Pero, sinceramente, la asustaba un poco tener que entrar en una habitación de borrachos vestida de esa guisa. Quizá Lucia tuviera razón. 


Tenían que encontrar una alternativa.


—De acuerdo, se me ocurre algo. Nos quedaremos aquí, inventaremos alguna excusa sobre que necesitamos más artículos para el espectáculo e intentaremos sacarles más información.


—Eso me gusta más.


—Yo me llevaré la conversación. Tú intenta permanecer tranquila.


—¿Y si surge algún problema?


—Llevo el teléfono móvil. Si las cosas se nos van de las manos podemos llamar a seguridad.


—De acuerdo, tienes razón. A lo mejor estoy exagerando, pero como tenga que empezar a meterte mano o algo parecido, jamás te lo perdonaré.


—No vas a tener que hacer nada. Nos limitaremos a presentar excusas y a marcharnos en cuanto tengamos la información que buscamos.


—Muy bien, de todas formas, dime otra vez lo tengo que hacer.


—Tú no digas nada y si alguien te pregunta, responde que te llamas de Desireé y que sólo te gustan las chicas.


Paula se detuvo cuando estaba a punto de llamar a la puerta.


—¿Quieres seguir con esto, Lucia? Si quieres, puedes marcharte.


—¡No voy a dejarte sola! —Lucia miró a su amiga con el ceño fruncido—. No estás asustada, ¿verdad?


Paula elevó los ojos al cielo, fingiendo confianza.


—Por supuesto que no. Sencillamente, no quiero que lo eches todo a perder.


Era una persona horrible, que no se merecía ni remotamente la amistad de alguien como Lucia, y decidió en aquel momento hacerle un regalo carísimo en cuanto salieran de aquella apestosa isla.


Paula llamó a la puerta y a los pocos segundos, la abrió el hombre con el preservativo gigante en la cabeza.


Tras él, Paula pudo ver la fiesta de solteros en pleno apogeo. Le recordó a una escena de una fiesta de los años ochenta, aderezada con mujeres medio desnudas y más hombres con preservativos en las cabezas.


¿Sería posible que todas aquellas mujeres fueran prostitutas? No, seguramente no. No podía haber tantas en la isla privada de Pedro. Probablemente eran huéspedes a las que no les importaba estar medio desnudas en una habitación llena de desconocidos.


Recordó entonces Paula que se suponía que era ella la que tenía que llevar las riendas de la situación, no quedarse allí boquiabierta.


—Antes tienen que pagarnos —dijo.


El hombre, que estaba comiéndosela con los ojos, cambió inmediatamente de expresión.


—Ya le hemos pagado a él, ¿no os lo ha dicho?


—¿De quién me estás hablando?


—Ya sabes, del tipo del teléfono.


—¿Y cómo ha podido pagarle si sólo ha hablado con él por teléfono? —le preguntó Paula.


—Mira, pequeña, no sé lo que está pasando aquí, pero a vosotras ya os han pagado, así que será mejor que entréis y comencéis el espectáculo.


Paula suspiró con resignación.


—De acuerdo, podemos hacer un trato. Tú me dices el nombre de la persona a la que le has dado el dinero, yo hablo con ella y después comenzamos el espectáculo, ¿qué te parece?


—Mira —contestó el tipo del preservativo—, ésta es la despedida de soltero de mi mejor amigo, y si él no ve a dos lesbianas esta noche, me voy a enfadar de verdad.


Lucia la miró acongojada y Paula arqueó una ceja, pidiéndole en silencio que le permitiera continuar. Aunque aquello no estaba saliendo tal como esperaba.


—Tendrás que ponerte en contacto con nuestro jefe. Siempre nos pagan antes de las actuaciones —Paula comenzó a alejarse de la puerta, seguida por Lucia.


—¡Esto es un desastre!


Algunos de los invitados a la fiesta, oyeron la discusión e interrumpieron sus conversaciones para escuchar y observar atentamente. 


Afortunadamente, la música impedía que los oyeran aquellos que estaban a más de un par de metros de distancia.


—No hace falta enfadarse —dijo Paula, intentando ocultar su propia irritación—. Podemos hablar y…


—Esto es un chanchullo, ¿verdad? Lo que quieres es que te pague yo también para cobrar el doble. Probablemente has pensado que estoy tan borracho que ni siquiera me daría cuenta, ¿eh?


Paula retrocedió un paso más.


—Mira, no soporto la agresividad. No me importa que hayas pagado porque no pienso actuar aquí con lo mal que nos estás tratando —miró a Lucia—. ¡Vámonos de aquí!


—¡De ningún modo! —salió al pasillo—. No vais a iros de aquí hasta que no hayamos visto el espectáculo de lesbianas, ¿entendido?


A su lado, Lucia lo miró con expresión de auténtico pánico.


Paula sonrió con dulzura, se inclinó hacia delante y dijo:
—Vete a la porra —dijo al tiempo que le clavaba el tacón en el pie.


El hombre aulló de dolor y se dobló sobre sí mismo.


—Hija de…


Paula lo empujó y Lucia agarró a su amiga por la muñeca y comenzó a tirar de ella para que se marchara.


—Eh, ¿qué está pasando aquí? —se acercó un hombre cerveza en mano y agarró a su amigo del brazo para evitar que se cayera.


Lucia siguió tirando de Paula y corrió con ella hasta la entrada principal del edificio. Justo en aquel momento, estaban cruzando la puerta dos mujeres vestidas de látex negro que, seguramente, eran las que iban a realizar el espectáculo de lesbianismo.


Lucia y Paula intercambiaron miradas. Afuera, había muchos huéspedes paseando, así que decidieron salir, confundirse con ellos y entrar en el edificio por la puerta de atrás.


—Llamaré a seguridad para que vayan a ver lo que está pasando en esa habitación —dijo Paula, sacándose el teléfono móvil del bolsillo.


Marcó el número de seguridad que había visto impreso en uno de los folletos informativos de Escapada y les contó lo que sospechaba que estaba pasando en la suite que acababan de abandonar. Después colgó el teléfono.


—Creía que le ibas a dar una patada en el trasero —dijo Lucia sonriendo.


—No me ha dado oportunidad —contestó Paula, intentando parecer despreocupada.


Lo que había hecho había sido una auténtica estupidez y lo sabía.


—Estaba tan asustada que he estado a punto de hacerme pis en el disfraz —dijo Lucia cuando estaban llegando a la entrada del edificio.


—Yo también —contestó Paula entre risas.


—¿Vienes a nuestra habitación? —le preguntó Lucia.


—No, quiero ir a buscar a Pedro para decirle lo que he visto.


—Pero…


—Es posible que no vaya a la fiesta —dijo Paula—. Después de todo lo que ha pasado, no tengo muchas ganas de fiesta.


—Yo tampoco —contestó Lucia—.Y si no te conociera, realmente pensaría que estás enamorada de Pedro.


¿Enamorada? Era ridículo.


—Pero me conoces, así que ni siquiera vas a sugerirlo, ¿verdad?


Paula podía intentar disimular todo lo que quisiera, pero, desgraciadamente, Lucia siempre era capaz de interpretar sus sentimientos. 


Cometió el error de desviar la mirada demasiado rápido y Lucia se abalanzó sobre ella:
—¡Estás enamorada!


—Es una cuestión puramente sexual, Lucia, es algo muy diferente.


—Sí, no has parado de decirlo. Y creo que estás intentando convencerte de que es cierto —dijo Lucia mientras abría la puerta.


A veces, tener una amiga tan astuta era un auténtico fastidio.