sábado, 16 de marzo de 2019

AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 44




Pedro vio a Paula, con los senos asomando por un sujetador de color rojo, la cintura desnuda y las caderas y los muslos apenas cubiertos por una minifalda con flecos del mismo color… y la temperatura de su cuerpo subió.


—Bonito vestido —dijo—. Yo pensaba que íbamos a vernos en la fiesta.


Había salido de la reunión antes de lo que esperaba y acababa de ponerse el traje cuando había oído que llamaban a la puerta.


—He cambiado de opinión. Esta tarde ha sido una locura y esperaba que no te importara perderte la fiesta.


Pedro se apartó para dejarla pasar y cerró la puerta tras ella.


—Si para ti ha sido una locura es que realmente ha tenido que serlo.


Paula le habló del borracho con el que habían coincidido en el bar y después del incidente en la fiesta de despedida de soltero. Pedro tuvo que apretar los dientes para no empezar a decir barbaridades.


—Dime que estás de broma, que de verdad no has estado en la puerta de una fiesta de solteros fingiendo que eras una prostituta.


Paula se quedó sin habla. Algo inaudito en ella.


—Podría decírtelo, pero estaría mintiendo.


—¡Paula!


—Mira, ya me siento suficientemente estúpida, ¿de acuerdo?


—¿Y Lucia también estaba metida en esto? Yo pensaba que por lo menos ella tenía sentido común.


—No ha pasado nada, las dos estamos bien y te agradecería que dejaras de hacerme sentir culpable. Además, de todo esto seguramente salga algo bueno. Probablemente tus hombres de seguridad ya hayan localizado a dos prostitutas.


Pedro le entraban ganas de estrecharla contra él y no dejarla volver a cruzar nunca aquella puerta. ¿Pero de dónde salía aquel loco instinto de protección? Paula era una mujer adulta, no necesitaba que la protegiera. Aunque si eso fuera cierto, no habría hecho tantas tonterías.


De modo que la abrazó.


La envolvió en sus brazos y la estrechó contra él. Pedro había visto a Paula con muchos disfraces de chica mala, y aquél no era menos excitante que el resto, pero era otro el sentimiento que lo impulsaba a abrazarla. Le bastaba imaginarla en peligro para que se le hiciera un nudo en la garganta.


—Espera —intentó apartarse de él, pero Pedro la sujetó por la cintura y continuó sosteniéndola contra él—. Gracias por preocuparte tanto por mí, me gustaría que no hubieras hecho nada de eso, pero te lo agradezco.


—No te sienta nada bien hacer de hombre protector, Pedro.


—No estoy haciendo de hombre protector, sólo estoy siendo sensato.


—¿Un pirata sensato, eh? —dijo Paula, mencionando por fin su disfraz.


—Aunque supongo que si no vamos a ir a la fiesta, me he disfrazado sin motivo.


—No, definitivamente, voy a darte algún motivo para haberte disfrazado —respondió Paula, recorriéndolo de arriba abajo con la mirada.


—¿Te gustan los piratas?


—Mmm. Siempre he deseado ser secuestrada por un pirata ruin.


Pedro se encendió por dentro. Jamás dejaría de sorprenderlo lo rápido que conseguía excitarlo Paula.


—Ese traje parece un poco incómodo, ¿por qué no te lo quitas?


—¿Y cómo voy a volver a mi habitación sin llevar nada encima? —batió las pestañas intentando en vano adoptar una expresión de inocencia.


—No pienso dejarte marchar cuando te hayas quitado la ropa.


Paula clavó la mirada en sus labios y volvió a mirarlo a los ojos con expresión traviesa.


—Creo que me confundes con una de esas chicas fáciles.


Pedro hundió la cabeza en el satinado lóbulo de su oreja y susurró:
—La última palabra que utilizaría para describirte es «fácil».


Paula soltó una carcajada e intentó desasirse de su abrazo.


—Te lo advierto, será mejor que me dejes marcharme o te arrepentirás.


—Adelante, demuéstramelo.


La agarró por detrás. Paula intentó darle codazos y patadas y a Pedro lo sorprendió su fuerza. Cuando consiguió pisarlo, Pedro la levantó en brazos y la llevó hasta el sofá, donde la dejó caer y se colocó sobre ella antes de que pudiera hacerle algún daño.


—Eres la mujer más problemática que he conocido en toda mi vida.


Paula sonrió.


—Apuesto a que estás deseando que me vaya de Escapada.


Pedro ignoró la punzada que sintió en el vientre. Era cierto, parte de él estaba deseando que se marchara. Pero otra parte más traicionera de sí mismo no podía imaginar lo que sería no tener a Paula a su alrededor, volviéndolo loco de excitación.


—No te vas a ir a ninguna parte hasta que no me des lo que quiero.


Paula dejó de resistirse y se quedó completamente quieta.


—¿Qué es?


—Quiero que te desnudes y te acuestes conmigo.


—Sólo si me prometes que esta noche curarás mi problema.


—No creo que haya una cura para este tipo de molestias —dijo Pedro.


—Lo que quiero decir es que quiero sacarte de mi cabeza antes de irme. Así que la cuestión es ésta: yo te doy todo lo que quieres y tú te despides de mí para siempre.


—¿Eso es una amenaza o una promesa? —respondió Pedro, sin pararse a pensar lo que realmente quería decir.


—Es un desafío —contestó Paula con expresión inescrutable.


Pedro la silenció con un apasionado beso al que le siguió otro, y otro. Sentía a Paula tan vital, tan ardiente, tan perfecta junto a él que no podía imaginarse lo que sería no tenerla.


¿Qué pasaría si aquélla fuera la última noche que iban a pasar juntos? ¿O si lo que ocurriera aquella noche terminara ardiendo para siempre en su memoria, convertido en el recuerdo de la última vez que había hecho el amor con Paula? ¿No quería poner fin de una vez por todas a aquel constante tira y afloja? Pero le resultaba difícil imaginar por qué cuando Paula estaba deslizando las manos por su espalda y le agarraba el trasero al tiempo que se estrechaba gimiendo contra él.


Aquello era mucho más que atracción sexual. 


Aquello que estaba ocurriendo entre Paula y él había escapado completamente a su control.


Se quedó muy quieto, todavía encima de ella, sin saber qué hacer con aquel descubrimiento.


—No querrás que me enfade, ¿verdad? —susurró Paula—, Porque tengo un arma y sé cómo utilizarla.


—¿Qué arma?


—El sexo —susurró Paula.


—Mmm. Tienes razón, sabes cómo utilizarlo.


Paula lo empujó hasta hacerlo sentarse y después se colocó sobre su regazo y comenzó a desabrocharle los pantalones.


—¿Alguna vez te he enseñado lo que aprendí de mi compañero de piso cuando estaba en la universidad?


—¿Tu compañero de piso?


—Se llamaba Phil y por lo visto sus felaciones eran espectaculares.


Pedro se quedó sin habla.


—Evidentemente, no a mí, pero me enseñó su secreto.


Paula se levantó del sofá, liberó el pene de Pedro y lo sostuvo en su mano.


Pedro la observó hundir la cabeza, derramando al hacerlo su melena rojiza sobre su vientre y gimió cuando Paula lo tomó con la boca.


Eso. Eso era lo que iba a echar de menos.


No a Paula, ¿verdad?


No, iba a echar de menos su cuerpo y aquella manera de actuar libre por completo de inhibiciones.


Paula deslizó la lengua a lo largo de su sexo, después retrocedió y dejó que su aliento lo enfriara mientras le acariciaba los testículos. 


Pedro iba tensándose, acercándose cada vez más a lo inevitable.


Cuando Paula volvió a apoderarse de él e hizo algo increíble con los dientes, todos los músculos de Pedro se pusieron en tensión, dispuestos para ponerse en acción a la más ligera invitación. Paula aceleró el ritmo, succionaba, lo acariciaba y lo tensaba hasta llevarlo al límite.


Pero en medio de aquel placer, una idea se abría paso en la mente de Pedro. Paula era mucho más de lo que esperaba, mucho más interesante de lo que había imaginado. Y dejarla marchar le resultaba mucho más difícil de lo que había anticipado… ¿Qué diablos se suponía entonces que tenía que hacer?


Paula aceleró el ritmo todavía más, borrando de la mente de Pedro cualquier pensamiento coherente. Pedro enterró los dedos en su pelo.


—Paula —jadeó—, no te detengas.


Y Paula obedeció. Justo cuando Pedro estaba a punto de vaciarse en su boca, se apartó, apretó estratégicamente su sexo y prolongó aquella tortuosa y dulce sensación de estar al borde del clímax.


—¿Quieres más? —le preguntó.


Pedro estaba tenso, y al mismo tiempo se sentía impotente y dispuesto a tirarla al suelo y a terminar adecuadamente lo que la propia Paula había comenzado.


—Ya lo sabes —contestó con voz tensa.


Paula sonrió con dulzura.


—Entonces tendrás que tomar tú lo que quieres, pirata ruin.


Eran demasiadas las cosas que adoraba de aquella pelirroja salvaje, pensó mientras se levantaba para desnudarse con la mirada fija en Paula.


Ella permanecía sentada en el suelo, con las piernas cruzadas, tan recatadamente como permitía aquella falda.


Sí, eran demasiadas las cosas que de ella adoraba.


—Para ser una mujer tan valiente como tú, te veo sospechosamente pasiva.


Paula batió las pestañas.


—¿Es que una mujer no puede conseguir que la dominen un poco cuando lo necesita?


Pedro sacó un preservativo de la cartera, se lo puso y se sentó al lado de Paula.


—Quítate la ropa y quédate con los tacones.



La observó mientras Paula se desprendía lentamente del sujetador y lo deslizaba por los brazos hasta tirarlo al suelo. Sus senos, llenos y suntuosos, siempre conseguían sorprenderlo por su voluptuosidad. Con expresión seductora, Paula se quitó la falda y las bragas y después se apoyó sobre los codos, llevando encima únicamente los tacones y una sonrisa.


—Me estás volviendo loco —susurró Pedro mientras se colocaba sobre ella y la hacía tumbarse en el suelo.


Estaba ya en disposición de penetrar en aquel rincón húmedo y caliente que estaba a punto de hacerlo desmayarse de deseo.


—¿Quieres castigarme?


—Si a esto lo llamas un castigo —contestó Pedro mientras se deslizaba dentro de ella y observaba su rostro transformarse en una máscara de puro placer.


Con el cuerpo de Paula bajo él y sus piernas alrededor de la cintura, no podría haber ido más despacio aunque hubiera querido. De modo que dejó que fuera la fuerza de su deseo la que lo dominara mientras se hundía en ella una y otra vez.


Inclinó la cabeza, seducido por el movimiento de sus senos y susurró:
—¿Crees que esta noche te mereces un orgasmo?


—Por favor —respondió Paula suplicante.


—Cuando quieres algo no eres tan mala, ¿verdad?


Paula se tensó bajo él y Pedro continuó moviéndose cada vez más rápido, hasta estar seguro, por la respiración entrecortada de Paula, de que estaba a punto de llegar al orgasmo.


Y entonces se detuvo, como se había detenido ella minutos antes.


Necesitó para ello toda su fuerza de voluntad y cuando Paula se retorció bajo él y tensó los músculos internos alrededor de su sexo, estuvo a punto de perder completamente el control.


Pero antes de darse tiempo a cambiar de opinión, se separó de ella.


—Maldito seas —susurró Paula.


Pero el brillo de sus ojos revelaba que estaba disfrutando de aquel juego.


Pedro se apoyó en un codo, deslizó los dedos en el interior de Paula y la observó retorcerse. 


Después, hundió la cabeza entre sus piernas y enterró allí su rostro para lamerla, saborearla y beber de su interior. Estaba tan caliente, y tan dulce, tan húmeda. Era como estar saboreando su plato favorito sin que nunca se acabara.


Buscó el clítoris con la lengua y le brindó el orgasmo que Paula estaba anhelando. En cuestión de segundos, Paula estaba gritando y arqueándose contra él.


Pedro suspiró, deseando algo que ni siquiera era capaz de nombrar. Se enterró de nuevo en ella y comenzó a moverse hasta que sintió llegar su propio orgasmo.


Paula le rodeó las caderas con las piernas y lo sostuvo contra ella mientras él iba acercándose cada vez más, cada vez más, hasta terminar precipitándose en su propio orgasmo.¿Qué pasaría si aquélla fuera la última noche que iban a pasar juntos?


La mente de Pedro conjuró aquella pregunta y él intentó olvidarla.


Se derrumbó a su lado, la abrazó, enredó sus piernas con las suyas y le dio un beso en la frente. Comprendía de pronto que Paula había llegado a convertirse en alguien muy querido para él, y que había cometido un gran error al permitir que se quedara en el centro. En vez de conseguir que la olvidara, había conseguido metérsele completamente bajo la piel.




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