viernes, 15 de marzo de 2019

AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 43




Se probaron los trajes, le hicieron algunos ajustes al de Lucia con unos imperdibles que encontraron en un cajón y decidieron dejarse los trajes puestos hasta que llegara la fiesta. 


Después, metieron su propia ropa en la maleta de ruedas y salieron del teatro.


A Paula no le extrañaba que la gente la mirara, pero aun así, se sentía un poco ridícula. Estaban cruzando el pasillo que conducía a su habitación cuando de pronto se abrió una puerta y salió un hombre con un preservativo gigante en la cabeza.


—Eh, ¿no sois vosotras las chicas que hemos contratado para la fiesta de solteros? Os estábamos esperando.


Lucia comenzó a protestar, pero Paula la silenció con un codazo en las costillas. Evidentemente, aquélla era una buena oportunidad para averiguar algo más sobre la red de prostitución y no quería desperdiciarla.


—Sí, somos nosotras. Siento llegar tarde.


—Vais vestidas de una forma muy extraña para un espectáculo de lesbianas —dijo el tipo, frunciendo el ceño.


—Eh, bueno, en realidad sólo nos han dicho que nos disfrazáramos. No sabíamos que teníamos que hacer un espectáculo especial.


—Pues sí, pequeña. Y espero que vengáis preparadas con consoladores o cualquier otra cosa que podáis necesitar.


Lucia emitió un ruido extraño y Paula volvió a darle un codazo en las costillas.


—Claro —señaló la maleta como si estuviera llena de objetos para el espectáculo—. Pero danos un segundo. Tenemos que planear la actividad antes de empezar.


—De acuerdo, pero será mejor que os deis prisa. Todo el mundo está muy impaciente —retrocedió y cerró la puerta.


—¿Qué demonios estás haciendo? —le espetó Lucia.


—¿No te das cuenta? ¡Esos tipos han contratado a unas prostitutas! Ésta es una oportunidad única de conseguir información para la investigación de Jeronimo.


Paula suspiró.


—No vamos a entrar ahí, Paula.


—No sé tú, pero yo sí. Sólo quiero echar un vistazo y ver si puedo conseguir alguna información. Quizá averigüe quién está detrás de esas prostitutas.


—¿Y después qué? ¿Tendremos que hacer un espectáculo de lesbianismo delante de un montón de borrachos? ¿Es que te has vuelto loca?


—¡No! Inventaremos alguna excusa y saldremos antes de que ocurra nada, ¡Sí! Ya lo tengo, tú vuelve a tu habitación y yo entraré y les diré que te has echado a atrás en el único momento.


—¡No puedo dejar que entres sola!


—Es perfecto. Y no te preocupes por mí. 
Además, Jeronimo me mataría si se enterara de que te he dejado entrar ahí.


Lucia se cruzó de brazos.


—No pienso dejar que entres sola. Yo iré contigo.


Maldita fuera.


Pero, sinceramente, la asustaba un poco tener que entrar en una habitación de borrachos vestida de esa guisa. Quizá Lucia tuviera razón. 


Tenían que encontrar una alternativa.


—De acuerdo, se me ocurre algo. Nos quedaremos aquí, inventaremos alguna excusa sobre que necesitamos más artículos para el espectáculo e intentaremos sacarles más información.


—Eso me gusta más.


—Yo me llevaré la conversación. Tú intenta permanecer tranquila.


—¿Y si surge algún problema?


—Llevo el teléfono móvil. Si las cosas se nos van de las manos podemos llamar a seguridad.


—De acuerdo, tienes razón. A lo mejor estoy exagerando, pero como tenga que empezar a meterte mano o algo parecido, jamás te lo perdonaré.


—No vas a tener que hacer nada. Nos limitaremos a presentar excusas y a marcharnos en cuanto tengamos la información que buscamos.


—Muy bien, de todas formas, dime otra vez lo tengo que hacer.


—Tú no digas nada y si alguien te pregunta, responde que te llamas de Desireé y que sólo te gustan las chicas.


Paula se detuvo cuando estaba a punto de llamar a la puerta.


—¿Quieres seguir con esto, Lucia? Si quieres, puedes marcharte.


—¡No voy a dejarte sola! —Lucia miró a su amiga con el ceño fruncido—. No estás asustada, ¿verdad?


Paula elevó los ojos al cielo, fingiendo confianza.


—Por supuesto que no. Sencillamente, no quiero que lo eches todo a perder.


Era una persona horrible, que no se merecía ni remotamente la amistad de alguien como Lucia, y decidió en aquel momento hacerle un regalo carísimo en cuanto salieran de aquella apestosa isla.


Paula llamó a la puerta y a los pocos segundos, la abrió el hombre con el preservativo gigante en la cabeza.


Tras él, Paula pudo ver la fiesta de solteros en pleno apogeo. Le recordó a una escena de una fiesta de los años ochenta, aderezada con mujeres medio desnudas y más hombres con preservativos en las cabezas.


¿Sería posible que todas aquellas mujeres fueran prostitutas? No, seguramente no. No podía haber tantas en la isla privada de Pedro. Probablemente eran huéspedes a las que no les importaba estar medio desnudas en una habitación llena de desconocidos.


Recordó entonces Paula que se suponía que era ella la que tenía que llevar las riendas de la situación, no quedarse allí boquiabierta.


—Antes tienen que pagarnos —dijo.


El hombre, que estaba comiéndosela con los ojos, cambió inmediatamente de expresión.


—Ya le hemos pagado a él, ¿no os lo ha dicho?


—¿De quién me estás hablando?


—Ya sabes, del tipo del teléfono.


—¿Y cómo ha podido pagarle si sólo ha hablado con él por teléfono? —le preguntó Paula.


—Mira, pequeña, no sé lo que está pasando aquí, pero a vosotras ya os han pagado, así que será mejor que entréis y comencéis el espectáculo.


Paula suspiró con resignación.


—De acuerdo, podemos hacer un trato. Tú me dices el nombre de la persona a la que le has dado el dinero, yo hablo con ella y después comenzamos el espectáculo, ¿qué te parece?


—Mira —contestó el tipo del preservativo—, ésta es la despedida de soltero de mi mejor amigo, y si él no ve a dos lesbianas esta noche, me voy a enfadar de verdad.


Lucia la miró acongojada y Paula arqueó una ceja, pidiéndole en silencio que le permitiera continuar. Aunque aquello no estaba saliendo tal como esperaba.


—Tendrás que ponerte en contacto con nuestro jefe. Siempre nos pagan antes de las actuaciones —Paula comenzó a alejarse de la puerta, seguida por Lucia.


—¡Esto es un desastre!


Algunos de los invitados a la fiesta, oyeron la discusión e interrumpieron sus conversaciones para escuchar y observar atentamente. 


Afortunadamente, la música impedía que los oyeran aquellos que estaban a más de un par de metros de distancia.


—No hace falta enfadarse —dijo Paula, intentando ocultar su propia irritación—. Podemos hablar y…


—Esto es un chanchullo, ¿verdad? Lo que quieres es que te pague yo también para cobrar el doble. Probablemente has pensado que estoy tan borracho que ni siquiera me daría cuenta, ¿eh?


Paula retrocedió un paso más.


—Mira, no soporto la agresividad. No me importa que hayas pagado porque no pienso actuar aquí con lo mal que nos estás tratando —miró a Lucia—. ¡Vámonos de aquí!


—¡De ningún modo! —salió al pasillo—. No vais a iros de aquí hasta que no hayamos visto el espectáculo de lesbianas, ¿entendido?


A su lado, Lucia lo miró con expresión de auténtico pánico.


Paula sonrió con dulzura, se inclinó hacia delante y dijo:
—Vete a la porra —dijo al tiempo que le clavaba el tacón en el pie.


El hombre aulló de dolor y se dobló sobre sí mismo.


—Hija de…


Paula lo empujó y Lucia agarró a su amiga por la muñeca y comenzó a tirar de ella para que se marchara.


—Eh, ¿qué está pasando aquí? —se acercó un hombre cerveza en mano y agarró a su amigo del brazo para evitar que se cayera.


Lucia siguió tirando de Paula y corrió con ella hasta la entrada principal del edificio. Justo en aquel momento, estaban cruzando la puerta dos mujeres vestidas de látex negro que, seguramente, eran las que iban a realizar el espectáculo de lesbianismo.


Lucia y Paula intercambiaron miradas. Afuera, había muchos huéspedes paseando, así que decidieron salir, confundirse con ellos y entrar en el edificio por la puerta de atrás.


—Llamaré a seguridad para que vayan a ver lo que está pasando en esa habitación —dijo Paula, sacándose el teléfono móvil del bolsillo.


Marcó el número de seguridad que había visto impreso en uno de los folletos informativos de Escapada y les contó lo que sospechaba que estaba pasando en la suite que acababan de abandonar. Después colgó el teléfono.


—Creía que le ibas a dar una patada en el trasero —dijo Lucia sonriendo.


—No me ha dado oportunidad —contestó Paula, intentando parecer despreocupada.


Lo que había hecho había sido una auténtica estupidez y lo sabía.


—Estaba tan asustada que he estado a punto de hacerme pis en el disfraz —dijo Lucia cuando estaban llegando a la entrada del edificio.


—Yo también —contestó Paula entre risas.


—¿Vienes a nuestra habitación? —le preguntó Lucia.


—No, quiero ir a buscar a Pedro para decirle lo que he visto.


—Pero…


—Es posible que no vaya a la fiesta —dijo Paula—. Después de todo lo que ha pasado, no tengo muchas ganas de fiesta.


—Yo tampoco —contestó Lucia—.Y si no te conociera, realmente pensaría que estás enamorada de Pedro.


¿Enamorada? Era ridículo.


—Pero me conoces, así que ni siquiera vas a sugerirlo, ¿verdad?


Paula podía intentar disimular todo lo que quisiera, pero, desgraciadamente, Lucia siempre era capaz de interpretar sus sentimientos. 


Cometió el error de desviar la mirada demasiado rápido y Lucia se abalanzó sobre ella:
—¡Estás enamorada!


—Es una cuestión puramente sexual, Lucia, es algo muy diferente.


—Sí, no has parado de decirlo. Y creo que estás intentando convencerte de que es cierto —dijo Lucia mientras abría la puerta.


A veces, tener una amiga tan astuta era un auténtico fastidio.




2 comentarios:

  1. Qué bueno que descubrieron lo que le ocultan a Pedro. Está buenísima esta historia.

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  2. Que duros que son los dos para admitir lo que sienten!!

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