viernes, 15 de febrero de 2019

PAR PERFECTO: CAPITULO 15




—Bueno, pues intentad pasarlo bien —dijo Pedro, intentando sonar despreocupado.


¿Pasarlo bien? Ése un era uno de los consejos típicos de Pedro, y eso confundió a Paula. Pedro siempre decía: «llévate paraguas» o «ten cuidado».


—De acuerdo. Te tendré al corriente de si pasa la primera prueba y llega al test de Pedro.


Como respuesta, ella sólo tuvo un leve asentimiento de cabeza, y sus pensamientos volaron hasta Mariano. Parecía bastante agradable por teléfono y debía de estar interesado si la llamaba al día siguiente de haberle dado su número.


Pedro le indicó que ya habían llegado a su parada agarrándole el codo con suavidad. Ella saltó del vagón tras él y lo siguió por las escaleras. De nuevo, Pedro la dejó atrás. 


Continuó a su paso por Manhattan Avenue sin darse cuenta de su ausencia hasta que ella llegó a su altura en un semáforo.


—¿Qué tal el trabajo? —preguntó ella mientras esperaban a que la luz se pusiese verde para los peatones—. ¿Has tenido algún caso especialmente duro hoy?


—Ninguno de ésos que gustan a la gente —respondió él con media sonrisa—. Los típicos casos de delincuentes comunes. ¿Por?


—Pareces... distraído... raro...


—Lo siento, Paula —volvió a decir Pedro. El semáforo se abrió y ambos echaron a andar—. No quería ignorarte. Tengo mil cosas en la cabeza.


—Eso es evidente —y se calló para que él tuviera la oportunidad de expresarse.


—Estoy cambiando de casos y de perspectiva. Voy a centrarme en unos casos muy concretos. Violencia doméstica.


—Vaya —dijo Paula, solidaria—. Eso sí que va a ser duro.


—Eso mismo ha dicho Jeffers.


—Imagínate: el único sitio en el que te sientes completamente seguro es tu hogar, pero para las víctimas es el peor lugar del mundo. Qué pesadilla.


Pedro se quedó en silencio un momento, y cuando habló, sólo dijo un «sí» con voz grave.


Unos minutos después, Paula le colocó la mano en el hombro mientras caminaban. El estaba tenso y sólo miraba al frente. Pobre Pedro, enfrentarse todos los días a esa violencia, no directamente, desde luego, pero seguro que era también muy duro. Esas mujeres, esos niños... ¡Niños!


—¿Pedro?


—¿Sí?


—¿Esa gente golpea sobre todo a las mujeres, verdad?


—Sí y... bueno, yo voy a ocuparme de los malos tratos a menores.


Paula dejó escapar una exclamación. Ahora no le extrañaba que Pedro se hubiera sentido extraño con Sara. ¿Cuántas barbaridades estaría oyendo y viendo en los juzgados? Si ella tuviera que tratar casos de malos tratos a niños, estaba segura de que se echaría a llorar al ver un niño sano y feliz.


«Pobre Pedro», pensó de nuevo. Siempre preocupado. Para reconfortarlo, le pasó la mano por el brazo, desde el hombro y entrelazó sus dedos con los suyos, dándole un apretón.


No estaba preparada para el cálido modo en que él le tomó la mano. Fue como si hubiera sido él quien le hubiera dado la mano. Bajó el ritmo para que sus pasos se acompasaran, así que ya no parecía que estuvieran de camino a casa, sino en un paseo romántico de la mano. Como si fueran novios.


Paula contuvo el aliento e intentó no pensar en nada. Pedro y ella ya se habían tomado algunas libertades en el plano físico, como intercambiar abrazos para agradecer regalos de cumpleaños, pasarse el brazo por encima del hombro e incluso bailar una canción lenta en la fiesta de Nochevieja, pero ahora ella tenía la certeza de que se había saltado la barrera de la amistad.


Si le soltaba la mano, sería como si para ella fuese muy importante, y tampoco quería que pensara que estaba pensando en él, en ellos, de otro modo... Tenía que entender que se estaban dando la mano como amigos, como lo hacían sus alumnos.


Entonces Pedro movió el pulgar y empezó a acariciarle suavemente la sensible piel del dorso de la mano. A Paula se le puso la carne de gallina. Eso no lo hubiera hecho un amigo.


«Tengo que soltarlo», pensaba Paula, pero cuando empezó a aflojar los dedos, Pedro se detuvo y se puso frente a ella. Tenía una mirada extraña, le observaba la cara como si no la hubiera visto nunca antes. Quería explicarle por qué le había tomado la mano, no podía soportar la sensación mutua de estar mirando a un extraño.


¿Sentía él lo mismo que ella?


Consiguió no decir nada, contra su costumbre. 


Realmente no quería saber qué sentía él, sólo quería que aquella... sensación desapareciese cuanto antes, pero no sabía cómo.


Él le ahorró tomar la decisión hablando el primero.


—¿No vas a entrar?


—¿Qué? —preguntó ella, confundida.


—A por el helado.


Al mirar a su lado, se dio cuenta de que estaban al lado del supermercado. Retiró su mano sudorosa de la de él y buscó en su bolso su monedero.


—Tengo que tranquilizarme —sus mejillas se encendieron y su mano se detuvo al darse cuenta de que había pronunciado esas palabras en voz alta—.Con este paseo, me va el corazón a mil —se excusó —. Voy a entrar. ¿Prefieres elegir tú? Has tenido un día duro...


—No, tú querías helado con trocitos de galleta, ¿no te acuerdas? Te espero aquí.


Paula estaba tan ofuscada que no recordaba ni su propio nombre. Entró en la tienda y se dirigió directamente a los congelados. Cuando hubo elegido, sin mirar demasiado, decidió que haría como si nada hubiera pasado entre ellos. Si él lo mencionaba, ella cortaría la conversación para evitar que dijera nada de lo que pudiera arrepentirse. Era perfectamente consciente de que aunque fueran amigos, entre un hombre y una mujer podía surgir tensión sexual en cualquier momento. Tal vez siempre había estado ahí, pensó Paula, pero no se había dado cuenta hasta que se agarraron de la mano. Pero ahora que lo sabía, no quería enfrentarse a ello. 


Recordaba que Aly le había contado que perdió la amistad con un amigo porque éste se enamoró de ella y ella no lo correspondió.


Paula no estaba dispuesta a perder a su mejor amigo por algo tan tonto como una reacción física involuntaria, que hasta donde sabía, era sólo cosa suya.


Pagó el helado y salió de la tienda.





PAR PERFECTO: CAPITULO 14




Pedro! ¡Espera! —pero no la oyó y salió del edificio dejando que la puerta se cerrara tras él —. Vaya...


Con un tremendo esfuerzo, porque iba muy cargada, Paula empujó la puerta y vio a Pedro en el aparcamiento, como si acabara de recordar su existencia.


—No —dijo Paula, sarcástica—. No me sujetes la puerta. Aunque voy cargada como una muía, no necesito ayuda de nadie.


—Lo siento —dijo él, tomando la bolsa que llevaba al hombro para cargarla por ella—. Hacía calor ahí dentro y con el traje...


—No pasa nada —replicó Paula al instante, lamentando haber sido tan brusca. Sólo deseaba saber qué le ocurría.


—¿Qué te parece si compramos helado de camino a casa? Te toca elegir sabor, aunque nada de helado con trocitos de galleta.


—Si me toca elegir, elijo lo que quiero. Y a mí me gusta ese helado —respondió Paula, terca, balanceando los brazos libres mientras él cargaba con su maletín y la bolsa de ella.


—Pues te daré todos los trocitos de galleta del mío.


—¿Y por qué crees que me gusta ése? Si elijo un sabor que te gusta a ti, te lo comes todo y me dejas sin nada.


La conversación no iba por donde Paula queria, pero no podía dejar que Pedro se saliera con la suya en riada. Además, probablemente él hubiera cambiado de tema a propósito. Tendría que intentarlo en otro momento, cuando estuviera desprevenido, pero no podía quitarse la escena de la cabeza.


—He visto a Damian hoy —dijo Pedro.


—¡Damian! Hace un montón que no lo veo.


—Eso es justo lo que ha dicho él. Pero nunca podemos quedar porque los dos tenéis deberes.


En ese momento llegaron a la estación y ambos subieron al metro que esperaba en el andén. 


Una vez dentro y agarrada a la barra de techo, Paula siguió la conversación como si nada.


—Nos echas la culpa a nosotros, pero tú también te llevas trabajo a casa. Si preparas algún plan con Damian, allí estaré. En serio. Cuando sea.


—Pues de hecho estaba pensando organizar una cena en mi casa mañana. Yo haré la cena y vosotros podéis traer el postre y el vino. Prefiero que seas tú la que traiga el postre... siempre encuentras las mejores pastelerías.


—Vaya, no va a poder ser —se mordió el labio. ¿Por qué le costaba decirlo?—. Tengo una...una cita.


¿Por qué no se sentía cómoda diciéndoselo a Pedro? No era la primera cita que tenía desde que lo conocía. Tal vez fuera por lo de su misión. 


Sonaba tan patético estar a la caza de un marido... Pero él entendía su situación y no había nada que temer.


Pero Pedro, que se dedicaba a anticipar las reacciones de un jurado, no se esperaba aquello. Intentó reaccionar.


—¿Una cita? ¿Con quién? —pero lo sabía de sobra.


—Con Mariano —dijo ella sonriendo, como si él estuviera de broma.


—¿Quién es Mariano?


—El tío del videoclub —empezaba a sentirse algo incómoda.


—Creía que se llamaba Miguel.


—No, es Mariano.


—¿Desde cuándo?


—Me llamó ayer. Te lo hubiera dicho, pero te llamé dos veces a casa y no contestaste.


—Oh.


—¿Eso es todo? ¿Oh?


—¿Y qué quieres que diga? —exclamó él a la defensiva, sin poder reaccionar.


—No lo sé.


Ella volvió la cabeza para no mirarle y Pedro supo que lo hacía para que se sintiera culpable.


—¿Adonde vais a ir? —dijo él por fin, sin ganas, para quitarle importancia.


—No lo sé. Al cine, tal vez.


—Pasado mañana tienes clase.


—Ya lo sé, papá. Volveré a casa temprano.



Pedro hizo una mueca y deseó que ella no se hubiera dado cuenta. Lo cierto era que no podía imaginar que lo había llamado con el nombre más desagradable para él. Había jurado no volver a pronunciar esa palabra y que nunca lo llamaran así a él.


Pero ella parecía ignorarlo, mirando por las ventanas el paisaje del túnel. Él no lograba entender el problema de aquella situación ni por qué Paula se había embarcado en esa búsqueda. Si no hubiera tenido eso en la cabeza, estarían riendo y pasándoselo bien. Tal vez la dejara plantada... Sintió una puñalada de culpabilidad por desear algo que podría hacerla infeliz. No era justo hacer que ella se sintiera mal. Damian tenía razón: estaba celoso, eso era todo. Celoso porque Paula tenía la oportunidad de ser normal. Y punto.





PAR PERFECTO: CAPITULO 13






Mientras recogía, Paula pensó que al haber crecido con un hermano mayor, tal vez Pedro no sabía cómo tratar a las niñas pequeñas, pero después se dio cuenta de que nunca lo había visto con un niño pequeño, así que no podía establecer una comparación.


Entonces se dio cuenta de que nunca, desde que eran amigos, lo había visto interaccionar con niños, ni se había acercado al patio cuando ella estaba cuidando a su clase. Nunca lo había pensado hasta entonces pero... ¿Acaso Pedro evitaba ir a la escuela cuando estaban allí los alumnos? ¿Se portaba Pedro de aquel modo tan tímido y extraño con todos los niños?


Pero eso tampoco tenía por qué ser malo, se dijo Paula, saliendo de su ensoñación y metiendo unas carpetas en su bolsa. A mucha gente no le gustaban los niños.


No era nada importante, y sin embargo, por alguna extraña razón, la molestaba.


Pedro, ¿no te gustan los niños? —no pudo contenerse más.


Él se giró para mirarla y no dijo nada.


—No importa —añadió ella—. No importa, es sólo que...


—Claro que me gustan —dijo él, pero sonó forzado, como si no pudiera convencerse ni a sí mismo.


—De acuerdo —respondió ella en voz baja.


—Vamonos —dijo Pedro, echando a andar hacia la puerta. Salió primero y no la esperó, como era su costumbre.


Mientras cerraba la puerta, Paula sintió un escalofrío al verlo caminar mirando al suelo, igual que un niño al que mandan al despacho del director. Él no se dio cuenta de que Paula no estaba a su lado; ni siquiera miró hacia atrás. 


Aquel cambio de humor... ¿había sido por la niña? ¿Por qué?


Nunca había pensado que su mejor amigo tuviese secretos con ella, pero de algún modo, averiguaría qué era.




jueves, 14 de febrero de 2019

PAR PERFECTO: CAPITULO 12




Paula estaba sentada en su mesa, con un montón de papeles ante sí, cuando oyó ruido de pisadas en los pasillos acercándose hacia su clase. Pudo distinguir los pasos suaves de unos zapatos masculinos, muy distintos del ruido de los tacones de las profesoras. No levantó la vista del ejercicio que estaba corrigiendo hasta que oyó un «hola» que la sorprendió. Pedro estaba en la puerta.


—¡Pedro! Vaya susto que me has dado.


—Lo siento, profe —dijo él, con voz de estudiante pillado con las manos en la masa.


—No es suficiente. De cara contra la pared.


Pedro hizo como que se dirigía a una esquina y se detuvo de repente.


—¿De veras pones a los niños de cara a la pared?


—Normalmente soy un poco más creativa. Si los pillo pasando notitas, las pongo en el tablón para que las lean todos.


—Qué duro.


—Si están comiendo chicle, se lo tienen que pegar en la nariz.


—Asqueroso.


—Y si los pillo copiando en un examen, les hago escribir una redacción sobre lo brillante que es el alumno del que intentaban copiar.


—Qué profesora tan estricta. Yo hacía todas esas cosas, excepto lo de copiar, y te hubiera considerado una bruja de profesora.


—¡Pedro!


—Probablemente también me hubiera enamorado de ti.


Paula sintió que se ponía roja de vergüenza.


—Qué pronto has salido hoy de trabajar, ¿no? —miró cómo se sentaba con cuidado en una de las sillas diminutas, como si dudase si resistiría su peso.


—Estaba un poco machacado, así que como empecé temprano, decidí acabar temprano.


—¿Y ayer? Te llamé un par de veces y no contestaste, así que supuse que habías salido.


—No —dijo mirándose los pantalones, en busca de bolitas, pensó Paula—. Simplemente no me apetecía hablar con nadie


Eso no era muy propio de él, pero antes de poder decir nada al respecto, oyó un ruido en la entrada. Una niña rubia con el pelo recogido en una coleta, miraba hacia el interior de la clase como si quisiera entrar, pero se sentía intimidada por la presencia de Pedro.


—¡Sara! ¿Qué estás haciendo aquí tan tarde?


—Estaba en los columpios con Joan y Courtney, y me acordé de que me había olvidado el libro de lectura.


—Entonces tienes suerte de que aún no me haya marchado. Corre a por él.


La niña se quedó quieta, mirando a Pedro.


—Es un amigo mío, el señor Bennington —Paula esperó a que Pedro se presentara o dijera algo que hiciera sentirse cómoda a la niña, pero no lo hizo y se quedaron mirándose el uno al otro en un incómodo silencio hasta que Sara lo rompió.


—Ése es mi sitio. Está sentado en mi silla.


Pedro se levantó de un salto con expresión culpable, susurrando una disculpa. Su figura masculina destacaba entre las mesas y sillas de los niños como un gigante en una casa de muñecas. La niña llegó hasta la mesa, sacó el libro de la cajonera y un bolígrafo grueso y redondo. Lo levantó y se lo mostró a Pedro.


—Mira qué boli tengo —Pedro alargó la mano sin decir nada y Sara le dejó el bolígrafo en ella—. Tiene un millón de colores diferentes. Bueno, realmente, sólo tiene diez. Ahora pinta azul —sacó una hoja usada de la cajonera, miró lo que tenía escrito, y luego le dio la vuelta por la cara que estaba en blanco y le tomó el boli para escribir en ella—. ¿Ves? Azul. Si quieres cambiar de color, sólo tienes que bajar este botoncito hasta que suena clic —le devolvió el bolígrafo a Pedro y esperó.


Paula vio cómo Pedro tragaba saliva antes de aclararse la garganta y decir.


—¿Tiene verde?


—Claro —la niña bajó el botón de color verde en la mano de Pedro—. Se hace así... ahora escribe tu nombre.


Pedro se puso en cuclillas para escribir apoyado en la mesa de la niña. Después cambió de color y escribió algo varias veces. Sara lo miró con sonrisa triunfante.


—Qué bonito, Sara —dijo Paula cuando la niña le mostró el papel.


El presenciar, la incomodidad de Pedro había hecho que ella también se sintiera incómoda con la situación. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué la presencia de la adorable niñita lo hacía reaccionar como si la clase estuviera llena de serpientes venenosas?


Sara se guardó el bolígrafo en el bolsillo y salió corriendo de la clase, despidiéndose de los dos con la mano.


—Te veo mañana, Sara —se despidió Paula, pero Pedro apenas esbozó una sonrisa forzada.


—¿Has acabado ya? —le dijo Pedro, pero sin dejar de mirar a la puerta.


—Sí. Lo que me queda por corregir lo haré mañana por la mañana. Recojo y nos vamos.





PAR PERFECTO: CAPITULO 11




Pedro puso a Damian al corriente de los planes de Paula, sintiéndose cada vez más ofendido. 


Cuando le dijo que le había pedido que él le filtrara las citas, Damian echó a reír.


—Desde luego, te tiene calado. De hecho, es incluso divertido.


—No lo es. No es divertido estar en una punta del videoclub sabiendo que en la sección de películas extranjeras hay un extraño babeando por ella.


Su hermano lo estudió con la mirada.


—¿No crees que esto te está afectando demasiado? Probablemente sea una fase y pronto se calmará. Es lista y sabe que no se puede encontrar marido en un mes, y menos cuando se busca. Sigúele el juego hasta que se canse.


—Ya estoy siguiéndola en este juego estúpido y repugnante. Y tienes razón: es lista, por eso me pone enfermo ver cómo los hombres la miran como si fuera un pedazo de carne. Es muy desagradable.


—Creo que estás haciendo una montaña de un grano de arena.


—Tal vez. Ayer me pasé todo el día pensando en ello. Lo que no entiendo es por qué estoy así. Es su vida, después de todo.


—Justo. De hecho, en lugar de criticar a Paula —dijo con cautela—, tal vez deberías aprender de ella.


Pedro miró la sonrisa de chico travieso de su hermano.


—¿A qué te refieres?


—A que tal vez también sea hora de que tú empieces a buscar a alguien que te haga feliz.


—¿Y quién dice que no lo soy ahora?


—Bueno, yo sólo digo que... —empezó Damian.


—Además —interrumpió Pedro, levantándose del banco a toda prisa—, tengo mucho trabajo. 


Y empezó a andar camino de la estación donde tomaría el metro para volver a su oficina del centro. Su hermano lo siguió.


—Es cierto que estás muy ocupado. Ocupado cuidando de todo el mundo, además de mí y de Paula; por eso te fastidia que no haga caso de tus sabios consejos. Estás tan ocupado con el resto de la gente del planeta que no tienes tiempo par ti. O para una novia. ¿Me equivoco?


—No demasiado. Las novias suponen mucho esfuerzo.


—Te encanta esforzarte.


—No es por eso. El problema es que todas las mujeres de treinta años andan por ahí buscando comprometerse, y ahora Paula es parte del club. No quiero verme implicado en ese lío. En absoluto.


—¿Hablas en serio?


—Completamente. No quiero formar una familia. No quiero hijos. Me niego a tener hijos. Y además, tú deberías entenderlo perfectamente.


Damian se detuvo y miró a su hermano.


—¿No puedes olvidarte de eso? Se acabó, Pedro. Hace años que se acabó. Papá ya no puede hacernos daño.


—Te equivocas. Papá ya no está, pero seguimos llevando su sangre y en el fondo somos como él. Nosotros no podemos creerlo, pero es genético.


—No, Pedro. No somos como él. Elegimos marcharnos. Yo también pasé por eso. Era una persona horrible, pero no tiene nada que ver conmigo y yo puedo elegir ser una buena persona, al igual que tú. No te niegues a ti mismo pensando que eres como él, porque tú también puedes tener una familia, una esposa...


—No quiero seguir hablando de esto, Damian. Tal vez debieras estudiar psicología en lugar de periodismo.


Damian se enfrentó a él con voz más dura y le dijo lentamente:
—No eres como él —repitió—. Y mira lo que te estás haciendo a ti mismo. Estás dejando que esto se interponga entre Paula y tú.


Pedro le resultaba muy difícil mirar a Damian, que había pasado lo mismo que él, a los ojos. 


Suspiró y siguió andando. Anduvieron unos minutos en silencio hasta que dijo:
—Tienes razón. Tal vez sea eso y sólo estoy celoso de Paula por salir a buscar su sueño. Es un sueño normal, que todo el mundo tiene y yo no me puedo ni plantear.


—No me refería a eso.


—¿Entonces a qué? —acababan de llegar a la estación de metro.


—Tú y Paula... —Damian sacudió la cabeza—. Déjalo. Intenta no hacérselo pasar mal. Como has dicho, lo que está haciendo es lo más natural. No necesita que la agobies.


—¿Al igual que te agobio a ti?


—Yo soy tu hermano. Tengo que aguantarme.


—Pasaré por tu casa el jueves —dijo Pedro, pasando al otro lado del torno de entrada al andén.


—Ya lo sé —Damian se alejó pero Pedro pudo oírlo—. Animal de costumbres.