jueves, 18 de octubre de 2018

SUGERENTE: CAPITULO 46



—Hola —dijo Pedro, sosteniendo el cosmopolitan en la mano. Se lo entregó y ella bebió un sorbo.


—Gracias. Lo necesitaba.


Le tomó la mano y se la llevó a unos setos que los ocultaban de los demás invitados.


—¿Qué haces, Pedro?


—Tengo que hablar contigo.


—De acuerdo —lo miró a los ojos por encima del borde de la copa y todo en su interior se paralizó. Cayó en sus ojos intensos y el corazón le dio un vuelco—. Pedro, no…


—Ahí estás —dijo su madre—. Te he estado buscando por todas partes. Necesitas atender tus obligaciones sociales. Vamos. Me gustaría presentarte a Sylvia Moore. Se muere por conocer todo sobre tu vida en Nueva York…


Arrastrando a Paula de la mano, a ésta se le vertió el resto del cosmopolitan sobre la hierba.


—Aguarde un condenado minuto.


Paula jamás había oído a Pedro usar ese tono de voz. Pareció salir de alguna parte interior torturada.


Paula trató de conseguir que su madre la soltara, pero la tenía bien sujeta por la muñeca.
Finalmente, su madre se detuvo en medio del jardín, con Pedro pegado a sus talones.


—¿De qué se trata? ¿No puede esperar?


—No. No puede esperar. Maldita sea, es usted una mujer egoísta. ¿Es que no entiende nada? Quiero hablar con su hija en privado.


—¿Qué podrías querer decirle que sea tan importante?


—¡La amo, maldita sea!


La declaración sonora se extendió por el jardín y todo el mundo giró la cabeza. Algunos sonrieron, otros asintieron, y el silencio fue ensordecedor.


Su madre le soltó la muñeca y lo miró horrorizada. Sintiéndose súbitamente floja por dentro, Paula lo miró a los ojos.


—¿Qué acabas de decir?


—Te amo. No es la forma en que quería decírtelo, pero ya no puedo contenerlo más.



SUGERENTE: CAPITULO 45





Pedro pensó que iba a estallar por la cantidad de energía contenida que parecía haber ido acumulándose desde la noche en que vio a la artista dibujar el cuerpo hermoso de Paula.


—Un whisky solo y un cosmopolitan doble, si puede ser.


—Imagino cuál es para ti.


Se volvió al oír la voz de Emilia.


—Necesito una copa.


—¿Las fiestas siempre tensan tus habilidades sociales o es la hermosa Paula?


—No es asunto tuyo, Emilia.


—Ése fue el problema con nuestro matrimonio, Pedro. Nada tuyo era asunto mío. Pero no he venido a hablar del fracaso de nuestra relación. Me tienes preocupada.


El camarero vertió el líquido ambarino en una copa corta y gruesa junto a la elegante del cosmopolitan. Pedro alzó el whisky y se acabó su contenido.


—¿Por qué has de estar preocupada por mí?


—Paula parece una persona agradable, pero apuesto que también es muy ambiciosa. No creo que le resulte grato que la encajes en tu vida. No pienses ni por un momento que no la reconocí del artículo en On. No es más presidenta ejecutiva que yo Miss Universo. Tú eres la inteligencia detrás de la fachada. Que Dios no quiera que puedas quedar expuesto de alguna manera.


Pedro entrecerró los ojos.


—Escucha, Emilia, soy un chico grande y sé cuidar de mí mismo. Gracias por tu preocupación, pero es injustificada.


—¿Sí? Creo que, probablemente, ésta es la mujer que siempre se ha interpuesto entre nosotros. Creo que siempre has estado enamorado de ella. Una mujer como ésa atrae atención de forma natural. Ten cuidado, Pedro, derribará todo tu mundo.


Se le resecó la boca. Las mujeres y su habilidad para ver las cosas con tanta claridad. Había tenido una semana para contemplar cómo iba a ser la vida sin Paula.


Una semana larga. Le desagradaba la necesidad que lo dominaba. No era el tipo de hombre que se entregara a ideas fantasiosas y necesidades románticas, pero con Paula todos sus pensamientos bien delineados parecían evaporarse.


Su trabajo siempre le había bastado. Si tenía que examinar los sentimientos que le inspiraba ella, tardaría un siglo. Recogió el cosmopolitan y cruzó la ostentosa casa de la madre de Paula en busca de la mujer que lo sumía en una distracción completa.


En cuanto a la advertencia de Emilia, no lo preocupaba tanto que el MIT averiguara que él era el cerebro detrás de la tela sexy para ropa de lencería. Desde luego, sería un desastre, pero era la idea de perder a Paula por una vida en la que no se imaginaba lo que de verdad lo preocupaba.


Sin embargo, la quería en su vida. La necesidad de decirle… todo le presionaba el cerebro y el corazón.



****

—¿Disculpe?


Paula se volvió de la conversación en la que llevaba inmersa los últimos diez minutos con dos de las mejores amigas de su madre, que no hacían más que sonsacarle información acerca de la última moda en París. Una mujer elegantemente vestida aguardaba expectante captar su atención.


Mantuvo su sonrisa social inmutable.


—Sí —respondió, llevándose a la mujer de la cercanía de las amigas de su madre, que cerraron filas y continuaron la charla entre ellas.


—Lamento molestarla, pero necesito saber dónde ha comprado ese vestido.


—De hecho, lo hice yo.


—¿De verdad? Soy la propietaria de Clarice's Unique Boutique —extendió la mano—. Clarice Wentworth.


Paula se la estrechó.


—Paula Chaves.


—Es un placer conocerla. Me encantaría uno en cada talla, si pudiera fabricarlos.


—No lo sé. En realidad, no creo… —la mujer se mostró tan ansiosa, que no pudo decirle que no—. De acuerdo.


—Maravilloso. Aquí tiene mi tarjeta. Por favor, llámeme para decirme cuándo estarán listos y cuánto cobra por cada uno.


Aceptó la tarjeta y sonrió.


—¿Cobrar? Claro. Cobrar. La llamaré mañana.


—Maravilloso. Mis dientas jóvenes se van a pelear por llevárselos.


—Te dije que tus diseños eran para morirse, cariño.


Giró la cabeza al oír la voz de Dany, pero el saludo murió en su garganta. Dany llevaba un vestido veraniego de color lavanda y amarillo.


En la cabeza lucía una pamela con ramas de violeta en un costado. Con la cara maquillada y el cabello largo y oscuro liberado de la coleta que solía llevar, estaba deslumbrante.


Dany alargó la mano y apoyó un dedo en su mentón para cerrarle la boca.


—¿Te has quedado sin habla?


—Como mínimo. ¿Qué haces aquí?


—Soy miembro del club social de tu madre.


Paula se llevó la mano a la boca.


—¿No es delicioso? Ella no sospecha nada.


—¿Desde cuándo eres miembro?


—Unos seis meses. De modo que Clarice quiere comprarte el vestido. ¿Cómo te sientes?


—Es una locura, ya que nunca consideré que mis trajes podrían dar dinero. No fui a la escuela de diseño.


—Tienes un talento innato. ¿Quién puede decir que no seas una diseñadora? Si alguien quiere tus creaciones, tú se las entregas. Si alguna vez necesitas algo de las RBU, dínoslo. Estamos aquí para ayudarte, tachan.


Con un gesto de la mano, cruzó el jardín con un andar sexy. Paula se dijo que era todo un personaje.




SUGERENTE: CAPITULO 44




Paula contempló la casa en la que había crecido, desvaneciéndose la sensación gozosa de conducir el Porsche de Pedro por Cambridge.


Construida en 1894,la casa daba al río Charles, con una vista fantástica del horizonte de Boston en invierno, cuando las hojas se habían caído de los árboles. El nombre River House estaba escrito en negro encima de la puerta. El sendero de ladrillos que conducía hasta el hogar estaba alineado con robles y flanqueado por césped. No podía verlo, pero recordaba el jardín hermoso y privado, accesible desde diversos puntos de la propiedad. Rodeada de vallas, y de un patio de losas azules y plantas preciosas, entre ellas rododendros, azaleas, arces japoneses y acebos, con la piscina de agua templada en el centro, la casa estaba ideada para esas fiestas en el jardín.


Una casa importante era vital para su madre, a diferencia de lo que sentía su padre, a quien no lo afectaba la riqueza heredada ni tener una esposa ambiciosa.


La residencia de dos plantas, que había sido cuidadosamente restaurada por su madre, tenía habitaciones espaciosas y techos altos, con varias chimeneas y espacio de sobra para dos personas.


Tomó la mano de Pedro y comenzó a subir por el camino de ladrillo. Al entrar en el gran vestíbulo, su madre salió del salón, donde Paula podía ver a varias personas ante el bar.


—Has llegado, Paula. Que vestido tan hermoso llevas. ¿Es de París?


—No. Lo… hice yo —se alisó la sobrefalda con las flores grandes en tonalidades pastel. El corpiño y la falda eran de seda de un vibrante color arándano.


—¿Sí? —su madre frunció el ceño y le dedicó a Pedro una mirada hostil—. ¿De su tela?


—Sólo la sobrefalda. El resto es seda. Intento probar patrones y usos diferentes para la tela.


—Ya veo —la desaprobación se manifestó en cada línea de su cara—. Bueno, pasa, todo el mundo está aquí, incluida la esposa del alcalde

.
Al cruzar el salón hacia las puertas que llevaban a los jardines de atrás, Pedro susurró:
—Si las miradas mataran… —Paula rió entre dientes y asintió—. A propósito, el vestido es deslumbrante.


Lo miró.


—Gracias, adulador.


Él sonrió, pero el gesto no tardó en evaporarse.


—Emilia.


Paula se volvió y se encontró frente a la ex-esposa de Pedro. Iba tan impecablemente vestida como aquel primer día en la casa de él.


Pedro —miró expectante a Paula y en su frente aparecieron unas arrugas—. ¿Te conozco de alguna parte?


—Paula es modelo —soltó Pedro sin rodeos.


—Oh, debe de ser eso. Emilia Wadsworth, la ex esposa de Pedro.


—Paula Chaves, la amante de Pedro.


Durante un momento, reinó el silencio; luego Emilia rió.


—Tienes una mujer vivaz aquí. Eso me sorprende. Ha sido un placer conocerte. Precioso vestido.


Algo en su expresión hizo saltar las alarmas en la cabeza de Paula. Emilia fue a mezclarse con más invitados y ella la observó irse.


—Paula, ¿tenías que ser tan directa?


—Ella empezó.


—¿A qué te refieres?


—Se comportó de forma muy posesiva. No me gustó.


—¿Posesiva? Estamos divorciados y cada uno tiene su vida.


—Puede que tú sí, pero no estoy tan segura de ella. Una mujer puede percibir estas cosas, créeme.


—No tienes nada de qué preocuparte. Voy a buscar una copa al bar. ¿Quieres algo?


—Un cosmopolitan, por favor. Que sea doble.



miércoles, 17 de octubre de 2018

SUGERENTE: CAPITULO 43





Paula regresó a su casa, contenta de haber salido de la de Pedro sólo con el pelo revuelto y la blusa por fuera. Como llegara tarde al almuerzo de su madre, alguien pagaría las consecuencias.


El teléfono sonaba cuando abrió la puerta de entrada.


Era Naomi.


—La página Web ha recibido algunas visitas, pero, en general, el retorno sobre la inversión es deprimente tendremos que pensar en un plan mejor.


—Sí. ¿Sabes, Naomi? Necesito a alguien que se ocupe del negocio en cuanto esté en marcha. Verás, yo nunca planeé llegar a dirigirlo de verdad. Esperaba que a ti te interesara.


Durante un momento, Naomi guardó silencio.


—Bromeas, ¿verdad?


—No. Hablo muy en serio.


—Me encantaría —chillo su amiga—. La tela me parece fantástica y tengo muchos planes. La que has encargado va a estar lista muy pronto. Necesitaremos encontrar un sitio donde almacenarla.


—Lo arreglaremos —la desanimaba que la campaña de muestras no funcionara. Iba a tener que pensar en otra cosa.


Naomi cortó y ella subió a su habitación a vestirse. Sintiéndose de repente triste, trató de identificar la causa.


Se sentó para retocarse el maquillaje, pero descubrió que los ojos se le humedecían. 


Parpadeando para contener las lágrimas, se las secó con una toallita de papel.


Movió la cabeza. Se sentía triste porque iba a poder regresar a Nueva York en cualquier momento. El negocio iba en marcha, a pesar de las muestras, y su cuenta bancada estaba saneada con el salario generoso que Pedro le pagaba. Iba a echar de menos a Naomi y a la tía Eva.


Iba a echar de menos a Pedro.


Muchísimo.




SUGERENTE: CAPITULO 42




Paula se sumergió en el negocio de Pedro, llamando a diseñadores y haciendo más prendas con la tela, principalmente para mantener la mente ocupada. El tiempo transcurría. El lunes apareció y se fue y la semana pasó volando. Llegó el sábado y el momento de la fiesta en el jardín de su madre.


No había tenido ni una oportunidad de ver a Pedro. Sus ocupadas agendas no coincidían. 


Quizá había decidido que no quería ir, después de todo. Debería preguntárselo para cerciorarse.


Fue a su casa y suspiró aliviada al ver el coche en la entrada de vehículos. Con la boca seca, llamó a la puerta. Tenía ganas de verlo, de oír su voz sexy. Él no contestó. Giró el pomo y descubrió que estaba abierta.


Probablemente estaba enfrascado en algo y había aislado de su mente todo lo demás. No lo habría molestado, pero necesitaba una respuesta. Se preguntó a quién quería engañar. 


Quería verlo.


Empujó la puerta y llamó.


—¡Pedro!


—Arriba —respondió.


Sonó distraído… y sexy.


—Espero no molestarte.


—No lo haces. Sube.


Al llegar a su habitación, lo vio sentado ante la ventana, con unas hojas en la mano y el ordenador portátil en las rodillas.


—Pareces ocupado.


—Terminaba un artículo para una revista. Nada importante.


Ella respiró hondo.


—Bueno. Me preguntaba si aún seguía en pie que me acompañaras a la fiesta de mi madre. Entendería…


Él dejó los papeles.


—¿Y dejarte a merced de tu madre? —movió la cabeza—. Imposible. Iré. Además, apuesto que hay una comida rica y me estoy muriendo de hambre. No he desayunado.


—Oh. Me alegro.


—¿Paula? —su voz se tornó ronca.


Sin saber por qué, ella se preparó para lo peor.


—¿Sí?


—¿Te has mantenido alejada de mí porque querías o porque pensabas que necesitaba espacio?


Ella avanzó mientras él cerraba la tapa del portátil y lo dejaba junto a la silla. Al estar más cerca, vio las líneas de tensión alrededor de sus ojos, de la boca.


—Creí que necesitas espacio.


—El espacio es para los astronautas. Te echo de menos.


—Oh, Pedro —le tomó la mano entre las suyas. Él apartó la vista.


—No. Es verdad —cuando volvió a mirarla, lo hizo con expresión perdida—. Sé que vas a regresar a Nueva York, pero ahora estás aquí.


—Sí —sonrió.


—Así que no perdamos tiempo, ¿de acuerdo? —tiró de ella hasta que cayó sobre su regazo—. Eres preciosa, dulce y complicada —la acomodó con facilidad de costado.


Ella le acarició la cara y él la giró para pegar los labios en su palma, luego le enmarcó el rostro y la atrajo a un beso.


La dejó sin aliento y lo mismo sucedió con sus pensamientos conscientes. Y cuando creyó que ya no podría soportar mucho más, saqueó aún más profundamente, exigiendo más. Y ella se entregó sin cuestionar nada. Pedro le recorrió
el cuerpo con las manos mientras también ella realizaba algunas exploraciones por su propia cuenta.


Cuando al fin apartó la boca de ella, Paula tenía la blusa medio abierta y Pedro el pelo revuelto. 


No dijo nada, simplemente pegó la frente contra su mejilla y la abrazó mientras respiraba de forma entrecortada. Ella le acarició el pelo, el cuello, la espalda, recobrándose también, a pesar de que sus pensamientos se proyectaban al futuro.


En el breve tiempo que habían estado juntos, sentía como si realmente hubiera llegado a conocerlo. Entenderlo. Y, sin embargo, ésa era una parte de él que no había esperado. Algo más profundo, más emocional, más… complicado.


Pedro giró la cara para poder frotarle el cabello.


—Empieza a gustarme lo desordenado —comentó con sorprendente emoción.


—Pero no es algo a lo que estés acostumbrado.


—No —respiró hondo y soltó el aire despacio—. Estoy acostumbrado a la cautela. A pensar bien las cosas. Mis padres jamás esperaron tener hijos. De modo que cuando llegué, se preocuparon por todo. Mi madre fue sobreprotectora. Por desgracia, nada era únicamente mío. Tenían que saber dónde estaba, qué hacía, en qué me metía, todo. Me volví introvertido para protegerme. Tú has sido la única persona que he dejado que se acercara tanto —volvió a respirar hondo—. Por eso Emilia y yo no duramos. No me abría y ella odiaba eso.


—¿Por qué es diferente conmigo?


—Lo es. Como he dicho, tienes algo que sobrepasa mis defensas. No puedo explicarlo.


—Yo siento lo mismo contigo. Estamos moldeados por la gente que nos rodea —murmuró, pensando en su madre, en la presión de hacerla feliz siempre—. Mi madre puede ser difícil, pero ella me empujó a tener éxito, lo que, supongo, puede ser un arma de doble filo. Todo lo que hacía tenía que ver con los concursos de belleza, hasta que sólo viví, respiré y comí concursos —se encogió de hombros—. Ese estilo de vida se convirtió en el mío —le acarició la cara y luego le alzó el mentón hasta que sus ojos se encontraron—. Pero siempre tendremos esta conexión.


Él asintió y luego miró el reloj.


—Falta una hora para esa fiesta, así que creo que será mejor que nos preparemos. Si llegas tarde, me lo achacará a mí.


Ella sonrió y asintió.


—¿Puedo conducir yo el cupé?


—¿Qué? No sé si es una buena idea dejar que lo lleves tú.


Paula hizo un mohín.


La acercó y le dio un beso lento en esa ocasión. 


Ella se relajó contra su cuerpo y se preguntó si alguna vez llegaría a cansarse de eso, de él. No lo creyó. Era una pena que estuvieran tan hechos el uno para el otro de esa manera, y no de ninguna otra. Si tan sólo se hubieran conocido en otras circunstancias…


«Este camino lleva a la locura, Paula». 


Reunirse con Pedro había sido estupendo en muchos y maravillosos sentidos, empezando por el mejor sexo que jamás llegaría a tener. Pero para su cordura era mejor callarse y disfrutarlo mientras durara. Mucho mejor que no haberlo experimentado jamás.


Pedro terminó el beso con un suspiro.


Paula se movió en su regazo.


—Vamos, Pedro. Por favor.


—No puedo oponerme a ti.