miércoles, 17 de octubre de 2018

SUGERENTE: CAPITULO 42




Paula se sumergió en el negocio de Pedro, llamando a diseñadores y haciendo más prendas con la tela, principalmente para mantener la mente ocupada. El tiempo transcurría. El lunes apareció y se fue y la semana pasó volando. Llegó el sábado y el momento de la fiesta en el jardín de su madre.


No había tenido ni una oportunidad de ver a Pedro. Sus ocupadas agendas no coincidían. 


Quizá había decidido que no quería ir, después de todo. Debería preguntárselo para cerciorarse.


Fue a su casa y suspiró aliviada al ver el coche en la entrada de vehículos. Con la boca seca, llamó a la puerta. Tenía ganas de verlo, de oír su voz sexy. Él no contestó. Giró el pomo y descubrió que estaba abierta.


Probablemente estaba enfrascado en algo y había aislado de su mente todo lo demás. No lo habría molestado, pero necesitaba una respuesta. Se preguntó a quién quería engañar. 


Quería verlo.


Empujó la puerta y llamó.


—¡Pedro!


—Arriba —respondió.


Sonó distraído… y sexy.


—Espero no molestarte.


—No lo haces. Sube.


Al llegar a su habitación, lo vio sentado ante la ventana, con unas hojas en la mano y el ordenador portátil en las rodillas.


—Pareces ocupado.


—Terminaba un artículo para una revista. Nada importante.


Ella respiró hondo.


—Bueno. Me preguntaba si aún seguía en pie que me acompañaras a la fiesta de mi madre. Entendería…


Él dejó los papeles.


—¿Y dejarte a merced de tu madre? —movió la cabeza—. Imposible. Iré. Además, apuesto que hay una comida rica y me estoy muriendo de hambre. No he desayunado.


—Oh. Me alegro.


—¿Paula? —su voz se tornó ronca.


Sin saber por qué, ella se preparó para lo peor.


—¿Sí?


—¿Te has mantenido alejada de mí porque querías o porque pensabas que necesitaba espacio?


Ella avanzó mientras él cerraba la tapa del portátil y lo dejaba junto a la silla. Al estar más cerca, vio las líneas de tensión alrededor de sus ojos, de la boca.


—Creí que necesitas espacio.


—El espacio es para los astronautas. Te echo de menos.


—Oh, Pedro —le tomó la mano entre las suyas. Él apartó la vista.


—No. Es verdad —cuando volvió a mirarla, lo hizo con expresión perdida—. Sé que vas a regresar a Nueva York, pero ahora estás aquí.


—Sí —sonrió.


—Así que no perdamos tiempo, ¿de acuerdo? —tiró de ella hasta que cayó sobre su regazo—. Eres preciosa, dulce y complicada —la acomodó con facilidad de costado.


Ella le acarició la cara y él la giró para pegar los labios en su palma, luego le enmarcó el rostro y la atrajo a un beso.


La dejó sin aliento y lo mismo sucedió con sus pensamientos conscientes. Y cuando creyó que ya no podría soportar mucho más, saqueó aún más profundamente, exigiendo más. Y ella se entregó sin cuestionar nada. Pedro le recorrió
el cuerpo con las manos mientras también ella realizaba algunas exploraciones por su propia cuenta.


Cuando al fin apartó la boca de ella, Paula tenía la blusa medio abierta y Pedro el pelo revuelto. 


No dijo nada, simplemente pegó la frente contra su mejilla y la abrazó mientras respiraba de forma entrecortada. Ella le acarició el pelo, el cuello, la espalda, recobrándose también, a pesar de que sus pensamientos se proyectaban al futuro.


En el breve tiempo que habían estado juntos, sentía como si realmente hubiera llegado a conocerlo. Entenderlo. Y, sin embargo, ésa era una parte de él que no había esperado. Algo más profundo, más emocional, más… complicado.


Pedro giró la cara para poder frotarle el cabello.


—Empieza a gustarme lo desordenado —comentó con sorprendente emoción.


—Pero no es algo a lo que estés acostumbrado.


—No —respiró hondo y soltó el aire despacio—. Estoy acostumbrado a la cautela. A pensar bien las cosas. Mis padres jamás esperaron tener hijos. De modo que cuando llegué, se preocuparon por todo. Mi madre fue sobreprotectora. Por desgracia, nada era únicamente mío. Tenían que saber dónde estaba, qué hacía, en qué me metía, todo. Me volví introvertido para protegerme. Tú has sido la única persona que he dejado que se acercara tanto —volvió a respirar hondo—. Por eso Emilia y yo no duramos. No me abría y ella odiaba eso.


—¿Por qué es diferente conmigo?


—Lo es. Como he dicho, tienes algo que sobrepasa mis defensas. No puedo explicarlo.


—Yo siento lo mismo contigo. Estamos moldeados por la gente que nos rodea —murmuró, pensando en su madre, en la presión de hacerla feliz siempre—. Mi madre puede ser difícil, pero ella me empujó a tener éxito, lo que, supongo, puede ser un arma de doble filo. Todo lo que hacía tenía que ver con los concursos de belleza, hasta que sólo viví, respiré y comí concursos —se encogió de hombros—. Ese estilo de vida se convirtió en el mío —le acarició la cara y luego le alzó el mentón hasta que sus ojos se encontraron—. Pero siempre tendremos esta conexión.


Él asintió y luego miró el reloj.


—Falta una hora para esa fiesta, así que creo que será mejor que nos preparemos. Si llegas tarde, me lo achacará a mí.


Ella sonrió y asintió.


—¿Puedo conducir yo el cupé?


—¿Qué? No sé si es una buena idea dejar que lo lleves tú.


Paula hizo un mohín.


La acercó y le dio un beso lento en esa ocasión. 


Ella se relajó contra su cuerpo y se preguntó si alguna vez llegaría a cansarse de eso, de él. No lo creyó. Era una pena que estuvieran tan hechos el uno para el otro de esa manera, y no de ninguna otra. Si tan sólo se hubieran conocido en otras circunstancias…


«Este camino lleva a la locura, Paula». 


Reunirse con Pedro había sido estupendo en muchos y maravillosos sentidos, empezando por el mejor sexo que jamás llegaría a tener. Pero para su cordura era mejor callarse y disfrutarlo mientras durara. Mucho mejor que no haberlo experimentado jamás.


Pedro terminó el beso con un suspiro.


Paula se movió en su regazo.


—Vamos, Pedro. Por favor.


—No puedo oponerme a ti.


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