martes, 9 de octubre de 2018

SUGERENTE: CAPITULO 17




Con un nudo en el estómago al ver a tantos periodistas, Pedro extendió la mano hacia Paula para ayudarla a bajar del taxi. Ella apoyó la sandalia dorada en la acera y se plantó ante los fotógrafos. Los destellos de las cámaras lo cegaron momentáneamente cuando Paula posó de forma automática.


Otro taxi se detuvo ante el local y las cámaras se alejaron de Paula.


—¿Por lo general es así? —preguntó él.


—Bastante. Terminas por acostumbrarte. 


Pedirles a las modelos que formen parte de la clientela de la inauguración de un club es algo común en el negocio de la noche, con la esperanza de que les reporte un éxito inmediato.


El sexo lo vende todo.


Avanzaron y el portero los miró.


—¿Nombre?


—Paula Chaves.


Miró la lista de invitados y dijo:
—Adelante.


Pedro se sintió clavado en el sitio, preguntándose por qué había aceptado ir. Se hallaba completamente fuera de su elemento.


—Qué camiseta tan estupenda —dijo una chica con el pelo rosa al pasar junto a él.


Pedro se quedó boquiabierto hasta que Paula lo tomó de la mano y tiró de él.


—Vamos, Pedro.


De camino a las mesas, un hombre pasó junto a Paula, se detuvo y dio marcha atrás.


—Paula, cariño —la abrazó de ese modo en que los asistentes asiduos a los actos sociales habían perfeccionado a lo largo de los años—. Me voy a St. Barts este fin de semana, ¿quieres venir?


—No puedo, Seth.


—Te echaremos de menos —se alejó al hablar, posando los ojos en otra mujer al tiempo que decía—: Tanya, cariño. ¿St. Barts este fin de semana?


—¿Por lo general vas a St. Barts?


—Es raro cuando puedo ir. Seth es inofensivo, pero egoísta. Una vez fui en su avión privado y no quiso traerme de vuelta a tiempo. Tuve que reservar billete en una línea comercial y fue una pesadilla.


—Apuesto que sí.


—La tía Eva lo conoció cuando estábamos en París y la llevé a un club nocturno. Pensó que era superficial.


—Es estupendo que lleves a tu tía contigo cuando viajas.


—Es una pena que disponga de tiempo limitado. Tiene un horario estricto en el hospital.


Varias personas pronunciaron el nombre de Paula y se vio arrastrada en diversas direcciones, dejando a Pedro súbitamente a su libre albedrío. Se fue al bar, pidió una cerveza y se dedicó a mirar a la gente. Vio que Paula hablaba con una mujer elegante cerca de una de las mesas donde un grupo de gente se afanaba por llamar ruidosamente la atención de ella. Al verla hacer de relaciones públicas, se le ocurrió una idea. Ella necesitaba un trabajo y él introducir su tela en el mercado. Podría funcionar para los dos. También influyó saber que estaba en un aprieto. No había ido a decírselo abiertamente, pero sospechaba que los problemas que tenía eran más acuciantes que lo que mencionaba.


Paula se abrió pasó entre la multitud en dirección a él.


—Lo siento.


—¿Con quién hablabas?


—Con Maggie Winterbourne. Es una diseñadora con la que me encantaría trabajar. He hecho un poco de relaciones públicas, y ahora toca un poco de baile —le pasó el brazo por el suyo y frunció el ceño cuando no se movió.


—No se me da muy bien bailar —reconoció él.


—No es necesario.


Lo sacó a la pista y se movió al son de la música, mientras la gente alrededor chocaba con él en un frenesí general de movimiento.


Pasados unos minutos, se adaptó mejor al ritmo. 


Ver a Paula bailar lo inspiró.




SUGERENTE: CAPITULO 16





No pronunciaron ninguna palabra ya que ninguna era necesaria. Ella alzó una mano y la posó en su nuca. Le acercó los labios y lo besó profunda, ávidamente. La boca de Pedro estaba igualmente encendida y ansiosa, la lengua atrevida y codiciosa, consumiéndola con un placer rico y puro.


Los dedos de él aletearon sobre sus hombros. 


Lo siguiente que supo Paula fue que el top se le había deslizado por los pechos y las anillas metálicas le acariciaron los pezones duros y tensos. Gimió suavemente sobre la boca de Pedro.


Él se apartó y la recorrió con sus ojos oscuros.


Ella le acarició el torso amplio y luego bajó hasta el estómago plano. Todo el cuerpo de Pedro se sacudió en respuesta. Con un gruñido ronco, ladeó la cabeza y volvió a posar los labios sobre la boca de Paula, penetrándola con la lengua mientras la pegaba contra la pared del probador.


Posó los dedos abiertos contra su espalda y forzó su cuerpo a arquearse contra él y que sus pechos se frotaran contra el torso.


Los cuerpos estaban casi fusionados mientras Pedro le daba a Paula besos suaves, húmedos y ardientes sobre el cuello y las pendientes superiores de los senos. Remolineó la lengua sobre un pezón rígido y lo sopló, luego repitió el proceso sobre el otro. Lamió lentamente las cumbres duras y las mordisqueó hasta que a ella le fue imposible soportar esa locura. Liberando una mano, lo agarró por el pelo y pegó los labios abiertos contra una cumbre palpitante en silenciosa exigencia. Él obedeció, introduciéndose todo lo que pudo del pecho en la mojada calidez de su boca.


Succionó y ella experimentó la sensación hasta el mismo núcleo de su sexo. Bajó un brazo y lo tomó con una mano.


—Disculpen, ¿está todo en orden ahí dentro? —preguntó una voz masculina desde el exterior del vestidor.


—Maldita sea —susurró Pedro con voz trémula.
Parecía aturdido, desconcertado.


—Todo en orden —respondió Paula, tratando de no reír.


—¿Tienen la talla correcta?


Ella se tapó la boca y se miraron. Los ojos de Pedro estaban llenos de hilaridad. A Paula le costó no soltar un gemido de frustración. La verdad era que Pedro parecía tener el tamaño exacto y que ella quería experimentar lo que sostenía en la mano de cerca y de manera personal.


A él no se le escapó la situación.


—Dénos un minuto. Ya casi hemos terminado —repuso él.


Se separaron y ella pudo ver que Pedro cerraba los ojos con un suspiro de alivio mientras el dependiente se alejaba.


Paula se subió el top y se lo aseguró detrás del cuello. Luego se detuvo con la mano en el pomo de la puerta.


—Será mejor que te vistas antes de que perdamos el control por completo. Doctor Alfonso, aquí el peligroso eres tú.



SUGERENTE: CAPITULO 15




De pronto, el sonido del teléfono móvil de ella quebró la apacible quietud.


Paula lo sacó del bolsillo y contestó. Pedro fue a marcharse con el fin de brindarle privacidad, pero ella lo detuvo sujetándolo por el brazo.


—¿Esta noche? Claro. Será estupendo para relacionarse. Cuenta conmigo —cortó la comunicación y explicó entusiasmada—: Era mi agente. Me acaban de invitar a la inauguración de un club. Muy exclusivo. Apuesto a que habrá un montón de diseñadores, ya que es propiedad de Maggie Winterbourne.


—¿Vas a volver a Nueva York? Si acabas de llegar aquí.


Ella agitó una mano.


—No hay problema, aunque sí lo es el transporte. No quiero tomar el tren… —miró el coche—. Pedro, ¿te gustaría ir a la inauguración de un club?


Él alzó las manos.


—No, Paula. No voy a llevar el coche de mi padre a Manhattan.


—Mi inquilina no toma posesión del loft hasta el lunes. Mi edificio tiene un aparcamiento muy seguro.


—No.


Pedro, por favor. No quiero ir a la inauguración sola. ¿Por qué no vienes y ves cómo vive la otra mitad?


—No me interesa la otra mitad. Además, tengo que evaluar exámenes, no he preparado la maleta y no he planificado un viaje.


—Intenta ser espontáneo por una vez en la vida. No necesitamos una maleta y tienes el domingo para evaluar los exámenes.


—Necesito mi maleta.


—De acuerdo. Podemos ir a tu casa para que la hagas. Por favor, di que sí.


Él miró en dirección al río y metió las manos en los bolsillos.


—De acuerdo.


—¿Te vas a poner eso? —preguntó Pedro cuando Paula salió del dormitorio en su nuevo loft de Nueva York.


—¿Qué? ¿Está roto? —agarró el bajo de la falda corta plisada para comprobar si había algún agujero. El top no podía tener nada porque estaba hecho de pequeñas anillas de metal unidas por una costura.


—Espero que no. No permanecerá en tu cuerpo.


—Oh, Pedro. No seas puritano. He llevado cosas más escuetas en reportajes fotográficos.


—Supongo que es lo que se espera de ti.


—Exacto. Todo forma parte del negocio de la moda. Muestra piel y muéstrate sexy.


—¿Sexy? Entonces, es evidente que yo no encajo ahí. Creo que necesito ayuda.


—Camisa de vestir y pantalones negros son un poco aburridos, pero he de reconocer que a ti te quedan de miedo. ¿Has traído unos vaqueros?


—No.


—¿Qué?


—No tengo vaqueros. No enseño con ellos. Necesito fomentar una imagen profesional para conseguir la cátedra de forma permanente. Quiero que se me tome en serio, así que nada de vaqueros.


—De acuerdo, nada de vaqueros. Vamos.


—¿Vamos a ir a la inauguración en el coche? No me seduce la idea de dejar el deportivo de mi padre…


—Eres propenso a las preocupaciones, ¿eh? Todavía no vamos a la inauguración y, no, vamos a ir en taxi.


—Si no vamos a la inauguración, ¿adonde vamos?


—De compras.


—¿De compras? —suspiró—. De acuerdo. Es tu mundo. Jugaré en él un poco más. Pero mi límite está en las cazadoras negras con cadenas.


—Por el amor del cielo, Pedro, no voy a vestirte como a un motero.


Una vez en la tienda, Paula buscó entre las camisetas de moda situadas en la parte delantera. Al encontrar una de tacto sedoso y de una tela ceñida, se la pasó a Pedro.


Él la alzó.


—Es rosa intenso, Paula.


—No es rosa intenso. Es de color frambuesa. Cielos, Pedro, anímate un poco. Nadie te conoce en el club. ¿Por qué no te diviertes un poco y abandonas por una noche la imagen estereotipada de profesor? Deja que se asome el salvaje que llevas dentro.


Él puso los ojos en blanco mientras ella se dirigía a la sección de vaqueros. Los repasó con rapidez hasta que vio unos diseñados por Richard Lawrence. Perfectos.


Con clase. Se volvió para entregárselos, pero él estaba ocupado mirando las chaquetas.


—Ésta es bonita —observó una negra.


Paula se la quitó de las manos.


—Es de cachemira y quedará perfecta con la camiseta.


Pedro entrecerró los ojos.


—¿Dónde están los probadores?


—En la parte de atrás.


Lo siguió hasta verlo desaparecer detrás de una puerta. Mientras lo esperaba, vio otro par de vaqueros que podrían quedar aún mejor. Se volvió y llamó a la puerta.


Pedro, pruébate también éstos.


De inmediato se le resecó la boca. Pedro se había puesto los vaqueros, aunque todavía no se los había abotonado y su torso se veía magnífico desnudo. Estaba cerca de él, tanto que podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo. Su sonrisa cálida la llamó, por lo que avanzó y cerró la puerta detrás. Entre ellos crepitó una energía pura y abierta, una química rara e irresistible que se intensificaba con cada momento que pasaba.



lunes, 8 de octubre de 2018

SUGERENTE: CAPITULO 14




Cuando regresó, él introdujo la llave en la puerta del pasajero y giró. Las cerraduras se elevaron.


Paula no hizo movimiento alguno para entrar. 


Pedro se dio cuenta de lo cerca que estaban. 


Para ser un tipo inteligente, había subestimado la atracción que le provocaba. Era como luchar a través del agua para resistir la tentación de tocarla. Sabía que ella lo deseaba y eso sólo incrementaba la espiral de deseo que tenía dentro.


Carraspeó y dijo:
—Vamos.


Suspirando aliviado, o decepcionado, no lo tenía muy claro, se sentó al volante, ocupando mucho espacio en el interior íntimamente compacto. 


Sólo la consola que había entre ellos impedía que sus muslos se tocaran.


Se abrochó el cinturón de seguridad, ella lo imitó, y luego giró la llave de arranque. El coche gruñó a la vida debajo de él. El poderoso motor le hizo cosquillas en la parte de atrás de las piernas, vibrando por sus pantorrillas hasta los mismos pies. Apoyó la mano en la palanca de cambios y puso marcha atrás.


Paula bajó la ventanilla para airear el interior cerrado.


—Dejemos las ventanillas bajadas, la brisa es maravillosa. Me encanta el olor a verano. En Nueva York no tienes este olor. Cuando la ciudad se calienta, no quieres estar en la calle.


Avanzaron por la ciudad y se acercaron a la calle que corría a lo largo del río Charles. Los kayaks moteaban el agua junto con las canoas.


Pedro redujo la marcha en la siguiente esquina y entonces el camino corrió absolutamente recto.


—Pisa el acelerador, Pedro.


—Eso me haría pasar el límite de velocidad.


—Vamos, ¿es que nunca has hecho algo travieso?


—No, en realidad no.


—Tienes que empezar a vivir, Pedro. La juventud no dura siempre. Créeme. Lo sé de buena tinta.


Los ojos juguetones y la sonrisa picara de ella eran contagiosos. Pedro no pudo negar la descarga de adrenalina que corrió por su sistema. Coches y mujeres veloces. Una, combinación peligrosa.


Aceleró un poco el coche deportivo y el motor respondió disparándose como un caballo ansioso por correr.


—¡Hurra! —exclamó Paula, y el sonido de su voz fue tragado por el viento que entraba por las ventanillas.


Él volvió a cambiar de marcha y el coche se asentó en un ronroneo constante.


El cabello rubio remolineó en torno al rostro de Paula, como guirnaldas doradas de seda, al girar sus ojos brillantes hacia él. Se inclinó y encendió la radio.


Hablar se había vuelto complicado por encima del aullido del viento, pero resultó imposible con el ritmo de la música rock que atronó por los altavoces. Fueron en agradable silencio, algo que Pedro estaba seguro de que no había conseguido con ninguna otra mujer.


Al llegar a Somerset Park, se detuvo en la entrada, pagó los billetes de acceso y aparcó.


Con el pelo revuelto por el viento, Paula se lo mesó lo mejor que pudo con los dedos. Luego abrió la puerta y sacó las piernas.


Él bajó del coche y ella hizo lo mismo. Se dirigieron hacia una mesa de picnic desde donde se disfrutaba de una vista espectacular del río.


Una vez allí, Pedro recogió una piedra y la lanzó para que rebotara sobre el agua tranquila.


—Otro mito que puedo eliminar. Hacen falta horas para que en una foto pueda parecer la mujer perfecta. Horas de peinado, maquillaje y vestuario. Salí con un chico que huyó gritando de mi apartamento cuando me vio con mi máscara de hierbas —rió entre dientes—. Fue gracioso.


Pedro le tomó la mano que tímidamente trató de alisarse otra vez el pelo.


—Pero apuesto que también dolió un poco. Sé lo que se requiere para ocultar los sentimientos cuando te han tratado de forma injusta por el aspecto que puedas tener. Yo no te juzgaré, Paula. Los amigos no lo hacen.


Sorpresa primero y luego ternura se reflejaron en sus ojos. Le aferró la mano.


—No, no lo hacen. Por eso los echo tanto de menos —tragó saliva.


Pedro se dio cuenta de que eso era mucho más peligroso que los coches y las mujeres veloces. 


Ahí estaba… la relajada camaradería que había sido parte integral de su relación siendo jóvenes, una conexión auténtica que Pedro anhelaba repetir.


Involucrarse con ella sería un error, para ambos. 


Todo tenía que ver con el estilo de vida y sabía que el suyo no encajaba en el de ella.


Le dio un último apretón y se apartó.


—Debería volver. Aún me queda cortar el césped de tu tía. También tengo que calificar exámenes.



SUGERENTE: CAPITULO 13




Él salió del garaje y Paula le quitó la tela al coche, encantada con el diseño aerodinámico y al tiempo que pensaba la velocidad que podría alcanzar.


Cuando terminó, fue a buscar a Pedro. Oyó correr agua en un lado de la casa. Fue en esa dirección y se detuvo en seco como si hubiera chocado contra una pared.


Pedro usaba la manguera sobre su cabeza como si fuera una ducha. Observó fascinada mientras las gotas se deslizaban de forma tentadora por los moldeados contornos de sus pectorales, por la tabla de lavar que era su abdomen y terminaban por desaparecer en la cintura de los pantalones cortos negros. Clavó los ojos en ese punto y la respiración se le aceleró mientras el deseo le atenazaba las entrañas como una prensa.


Desde el pelo revuelto y los asombrosos ojos color miel al cuerpo fibroso y trabajado que había imaginado desnudo y excitado, exudaba un atractivo sexual que despertaba su instinto femenino como ningún otro hombre había logrado.


Giró la cabeza para mirarla y sus ojos se encontraron. En los de él había un deseo inconfundible, pero también distancia.


Un mensaje claro que decía: «Mira pero no toques». Pedro empezaba a convertirse en una adicción imprudente. Anhelaba acariciar toda esa piel mojada y centelleante.


Pedro cerró la manguera y juntos fueron a la casa. Después de cambiarse de ropa, él le entregó un rollo de tela.


—¿Qué te parece?


Paula lo extendió un poco. De lo suave que era al tacto, parecía una mezcla de seda y terciopelo.


—Es magnífica. Apuesto que te sentirías casi desnuda llevándola. Muy sugerente. Un buen nombre.


—Capta la atención.


—No soy una experta, pero apuesto que se conseguiría una ropa interior preciosa con esta tela.


—Sí.


—Sensualidad en el cuerpo.


Pedro se frotó la nuca.


—Lencería. No es precisamente mi especialidad.


—No, supongo que no.


—Quizá podrías llevártela y trabajar algunas de tus prendas mágicas con ella. Darme algunas ideas.


—¿Te refieres a que diseñe algo?


—Claro. ¿De qué otra manera voy a saber qué hacer con ella? Soy ingeniero, Paula. Me centro en la ciencia y en los usos prácticos. La lencería no se puede considerar algo práctico.


—No sé. No soy diseñadora.


—Haces prendas estupendas. Inténtalo. Por mí.


—De acuerdo, veré qué se me ocurre.


—¿Por qué no te cambias y yo preparo el coche?


Ella movió la cabeza.


Pedro, eres tan pragmático…