jueves, 30 de agosto de 2018

PERSUASIÓN : CAPITULO 6




La semana en Miller Aviation pareció pasar volando... sin hacer juegos de palabras, se sonrió cansadamente Paula mientras por última vez, el viernes por la tarde, tapaba su máquina de escribir. La semana siguiente, la secretaria regular regresaría de una luna de miel de una semana y podría una vez más tomar las riendas del puesto. Eso si podía apartar su mente de su nuevo marido, pobre muchacha inocente. Ahora probablemente estaría pensando que había alcanzado el pináculo de la felicidad terrena. No sabía qué pronto la desilusión empañaría sus sueños dorados. A Paula no le había llevado mucho tiempo, y las aproximadamente cincuenta semanas que siguieron hubieran podido surgir de una pesadilla.





PERSUASIÓN : CAPITULO 5




Paula pasó el fin de semana actuando, en la superficie, como si nada desusado hubiera sucedido el viernes anterior. El sábado lavó ropa y limpió su pequeño departamento hasta dejarlo reluciente. Por la noche fue a un concierto en el Music Hall. Los servicios religiosos, un partido de tenis y una fiesta improvisada en la casa de una de sus amigas le llevó el domingo y una buena parte de la noche de ese día.


Pero cuando ella menos se lo imaginaba, la imagen de unas facciones bronceadas, esculturalmente cinceladas, aparecían en su mente y se negaban a dejarse expulsar. ¡Era como si el hombre hubiera lanzado sobre ella una especie de encantamiento! Cuando estaba encerando el linóleo del piso de la cocina, cuando escuchaba serenamente una sinfonía de Beethoven, cuando hablaba el ministro, cuando bebía una Coca Cola estirada cómodamente sobre blandos cojines en el suelo escuchando a una amiga que parloteaba sobre su trabajo... el hombre súbitamente hacía su aparición. ¡Y ella parecía incapaz de dejar de pensar en él!


Decir que Paula estaba desazonada era poco. 


Cuatro años había vivido fiel a su juramento de no volver a responderle profundamente a un hombre. Y había tenido éxito. Durante esos cuatro años, ni un solo segundo de su tiempo fue perturbado por la compañía, o por la falta de compañía de un hombre... hasta ahora. Y eso la disgustaba tanto como el hombre en sí. 


Especialmente cuando junto con su recuerdo de él venía el recuerdo de su reacción a los besos que le había dado. La primera vez se había sentido chocada; la segunda... bueno, prefería no pensar en esa segunda vez. Era más turbadora que la primera. Su único alivio venía del hecho de que jamás lo volvería a ver.


Sin embargo, una y otra vez una visión de unos cálidos ojos castaños arrugados en los ángulos por una sonrisa se insertaba en sus pensamientos, y Paula, desasosegada, se cubría la cara con la sábana en un vano intento de borrar esa visión.


Era tarde... más de la una y media, y mañana tendría que presentarse temprano a la oficina, fresca y descansada para que la enviaran a un nuevo trabajo. Había sido una estúpida al quedarse levantada hasta tan tarde... y sin embargo, esta noche, por alguna razón, había sentido la necesidad de conversación.


Paula se encogió en su cama y se relajó con un largo suspiro. Estaba cansada. Hubiera podido dormir veinticuatro horas sin parar. Pero cuando se quedaba quieta, esperando que la bendición del sueño se apoderara de ella, comprobaba que sus nervios seguían tan excitados como las cuerdas de un arma dejada en medio del aula de un jardín de infantes, lleno de niños que tuvieran permiso para jugar todo el día con ella.


Y esa sensación podía adjudicarse solamente a una causa, solamente a una persona: el desconocido, ese hombre, ese Pedro. ¡Él le había hecho esto! ¡Y todo porque no quiso dejarla tranquila! Entonces y ahora. Pero lo que estaba ocurriendo en este momento era mucho más por culpa de ella que de él. Seguramente, ella hubiera tenido que mostrar mucha más determinación para permitir débilmente que él invadiese sus pensamientos.


Paula miró la luz moteada que un farol callejero de frente a su apartamento lanzaba contra su cortina. Mirando al pasado. Siempre mirando al pasado. Y recordando. No olvidar nunca los errores del pasado... entonces sería más fácil volver la espalda y olvidarse de que este hombre existía.


Con otro suspiro, Paula cerró los ojos y trató de relajarse haciendo esfuerzos de voluntad. No volvería a pensar en él.


Pero las circunstancias no permitieron que su firme determinación tuviese mucho tiempo para fortalecerse. Lo primero que sucedió el lunes por la mañana cuando se presentó a la agencia de empleos temporarios para la que trabajaba, fue que la joven encargada la miró de un modo curioso y le informó que había recibido varias llamadas por el servicio de respuestas durante el fin de semana. Era un hombre, dijo, con una voz ronca y profunda y que sonaba sumamente sexy. Había dicho que su nombre era Pedro.


Pese a su determinación en contrario, un relámpago de algo semejante a una mezcla misteriosa de temor y excitación atravesó de un salto el cuerpo de Paula. Pero de algún modo fue capaz de controlar sus sobresaltadas emociones y cuando preguntó, su expresión fue un ejemplo de indiferencia:
—¿Qué dijo?


—Sólo dejó un número para que tú lo llames. ¿Quién es él, Paula? —Marcia Stanley bajó su cabeza oscura y rizada y miró a Paula sobre el borde superior de sus anteojos.


—Un hombre... nada más.


—Pues sonaba como un hombre muy especial.


Paula le dirigió una leve sonrisa y cambió de tema.


—¿Tienes algo que me podría interesar?


Marcia entendió la indirecta y le dio una hoja de papel con el nombre de un servicio de vuelos privado.


—Pensé que esto podía ser para ti. Es nada más que por una semana, pero se trata de algo diferente.


Paula posó la mirada en el papel. Un servicio de vuelos. Enarcó una ceja.


—¿Les digo que vas para allá? —preguntó Marcia—. Necesitan que alguien vaya lo antes posible.


Paula se encogió de hombros, levantando la tela de color verde claro de su vestido.


—Sí, por supuesto. —Miró la dirección y el delgado reloj de oro que llevaba en la muñeca.


— Diles que estaré allá dentro de media hora.


El servicio de vuelos tenía su base en un pequeño aeropuerto de las afueras de la ciudad, no lejos de la oficina de la agencia.


—Diré en cuarenta y cinco minutos para darte más tiempo. Podrías necesitarlo, con el tráfico que hay.


Paula asintió y tomó su bolso del escritorio donde lo había dejado. Casi había llegado a la puerta cuando la voz de Marcia la detuvo.


—Dime... ¿qué hay de tus llamadas? ¿No quieres el número telefónico que dejó ese hombre?


Irritada por los acelerados latidos de su corazón, Paula encogió levemente sus hombros.


—No, no especialmente.


—¿Pero si él llama otra vez? ¿Qué le digo?


Paula pensó un momento y después sonrió.


—Dile que me he ido a un safari y que no esperan que regrese hasta dentro de uno o dos años. Dile que Jacques Cousteau me necesitaba con urgencia en el Calypso. Dile cualquier cosa, no me interesa.


Los ojos de color chocolate de Marcia se abrieron muy grandes, llenos de comprensión.


—Cualquier cosa menos dónde estás tú.


Paula asintió.


—Exacto.


Se volvió para marcharse pero otra vez la detuvieron las palabras de Marcia.


—Si su voz tiene alguna relación con su aspecto, ¿te importa si hago la prueba de pescarlo? Te lo pregunto porque no quiero cruzarte en mi camino.


Paula rechazó la preocupación de su amiga con un rápido movimiento de la mano.


—Haz como quieras.


Marcia Stanley sonrió.


—Bien. Entonces, te veré la semana que viene.
Paula saludó y corrió hacia su automóvil, diciéndose todo el camino que si la belleza de Marcia y su atrayente personalidad cautivaban la atención de Pedro, a ella le habría sucedido una de las mejores cosas de su vida.



PERSUASIÓN : CAPITULO 4




El camarero vino con eficiente prontitud. Cuando estuvo terminada la necesaria transferencia de dinero, Pedro se puso de pie y fue a ayudar a Paula a hacer lo mismo. Estiró la mano para conducirla hacia la puerta, pero Paula se apartó. 


No quería que él volviera a tocarla. En cambio, caminó graciosamente adelante de él, con su oscura cabeza enhiesta, el mentón en alto... una imagen muy diferente de la mujer que había sido conducida a tientas hasta la mesa.


El sol estaba ocultándose cuando una vez más salieron al mundo exterior, y sus rayos lanzaban un resplandor anaranjado rojizo sobre los modernos edificios de acero y cristal que bordeaban las calles céntricas.


Paula se permitió volverse hacia el hombre sólo cuando sintió que sus emociones estaban totalmente controladas. Aun no estaba segura de lo que le había sucedido durante la comida, pero estaba decidida a que no volviera a suceder. El no le gustaba. En realidad, no podía soportarlo. Y quedaba completamente fuera de los alcances de su entendimiento cómo pudo parecer que la compañía de él realmente le agradaba. Formalmente, empezó:
—Gracias por invitarme a comer...


El no la dejó terminar.


—Debemos hacerlo nuevamente alguna vez —dijo. Sus ojos marrones la miraron burlones. 


¡Sabía que ella no iba a acceder a eso!


Paula cerró la boca con un gesto decidido.


—¿Dónde está estacionado tu automóvil? —preguntó él— ¿O viajas en autobús?


Paula, con las plumas encrespadas, respondió secamente: —Soy muy capaz de encontrar sola mi automóvil. Gracias.


—Oh, no lo dudo. Yo diría que eres muy capaz de todo. Eres toda una mujer.


Paula ladeó ligeramente la cabeza y preguntó:
—¿Estás tomándome el pelo?


Pedro soltó una carcajada y dijo:
—¡Oh, santo Dios, claro que no!


Ella siguió mirándolo con mucho recelo. No confiaba en él ni un centímetro.


—Vamos. Déjame acompañarte hasta tu automóvil. Pronto estará oscuro y creo que no deberías andar sola por las calles.


Paula soltó un bufido de exasperación. ¡Él tenía siempre una respuesta para todo! Pero en este caso, él tenía razón... y ese hecho sirvió solamente para irritarla todavía más.


—No es lejos —protestó, tratando una vez más de librarse de él.


—Abre la marcha —dijo él, no dándose por aludido.


Paula le lanzó una mirada asesina antes de girar en redondo y encaminarse calle abajo. ¡El hombre era como una sanguijuela! Una vez adherido era imposible sacárselo de encima. 


Cubrió las ocho manzanas hasta el estacionamiento tan rápidamente como le fue humanamente posible, esperando impaciente cuando una luz de tráfico la obligaba a perder tiempo.


Por fin se detuvo junto a un deportivo y dorado Datsun 280—ZX y proclamó en tono contundente:
—Bien, ya has cumplido con tu deber. Estoy a salvo. Ahora puedes largarte.


El hombre miró el automóvil y la miró a ella.


—¿Tienes las llaves?


Paula explotó:


—¡Cielo santo! ¡No sé cómo me las he arreglado estos últimos veinticuatro años sin ti!


El hombre le sonrió, las finas arruguitas de los ángulos de sus ojos se hicieron más marcadas y su boca se curvó hacia arriba en una expresión de buen humor.


—Y yo tampoco sé cómo hice para vivir treinta y tres años sin ti —dijo.


—No quise decir... —Paula empezó a balbucear indignada, pero se detuvo cuando él siguió hablando como si ella no hubiese dicho nada.


—Cuando seamos viejos y canosos y estemos rodeados de nuestros nietos, ellos nos preguntarán cómo nos conocimos. Seguramente tendremos algo para contarle, ¿verdad?


Paula lo miró estupidizada, con la boca parcialmente abierta.


—Estás loco —susurró por fin—. Yo lo sabía pero no lo creía hasta este momento.


El dio un paso, obligándola a apoyarse en la puerta del automóvil. A Paula la respiración se le atascó en la garganta.


—Te dije que generalmente consigo lo que quiero —le recordó él con voz ronca—. Y, señora mía, te quiero a ti.


Paula quedó completamente sin habla. Miró hipnotizada cuando él le apoyó las manos en los hombros y bajó la cabeza hasta que sus labios se encontraron. Su boca era cálida y suave, se movía con sensualidad, excitándola, tratando de obtener una reacción. Pero ella estaba como congelada y sólo podía seguir así, completamente inmóvil.


Lentamente, él se apartó, con una expresión contrita en su hermoso rostro. Suspiró, y casi como si hablara consigo mismo, dijo:
—Esto va a ser más largo de lo que yo pensaba. Pero creo que si vale la pena tener algo, vale la pena luchar por conseguirlo.


Pasaron varios segundos sin respirar mientras Paula continuaba mirándolo, mientras el pánico trataba de arrancarla de su estado de inmovilidad. Entonces, cuando él dio un paso atrás, aumentando el espacio que los separaba, Paula se obligó a moverse y sus dedos trémulos buscaron las llaves dentro de su bolso. Una vez que las encontró, insertó la que correspondía en la cerradura, subió rápidamente al asiento del conductor, cerró violentamente la puerta tras de sí, con la mente puesta en una sola cosa... ¡alejarse rápidamente!


Pero cuando puso el motor en marcha y el automóvil en primera, Pedro dio un golpecito en la ventanilla cerrada, haciendo que ella lo mirara sobresaltada. Su corazón se encogió cuando él dobló su largo cuerpo para estar más cerca.


—Tienes que salir conmigo mañana por la noche, Paula —la tentó suavemente, pues sus palabras atravesaron sin dificultad el cristal de la ventanilla que los separaba.


Un fino temblor recorrió la columna vertebral de Paula; fue algo que ella no esperaba. Desde David no había sentido una atracción tan intensa, tan magnética... ¡y pensar adonde la había llevado!


Sin palabras, apartó la mirada y pisó con fuerza el acelerador, haciendo que los neumáticos de las ruedas traseras chirriaran una protesta sobre el asfalto cubierto de polvo. Cuando el automóvil llegó a la calle, Paula miró rápidamente a ambos lados antes de lanzarse cuando se produjo una fugaz interrupción en el tráfico.


Pero aun entonces comprobó que no estaba completamente a salvo de la fascinación del hombre. Sin querer, sus ojos fueron atraídos hacia atrás para dirigirle una última mirada, para verlo por última vez: él estaba donde ella lo había dejado, alto, esbelto en su traje oscuro, con el resplandor de un farol callejero brillando en su espeso cabello castaño. Y estaba observándola... con sus facciones bien hechas ahora con expresión solemne, ausente la sonrisa que había sido evidente en sus ojos y en su boca bien dibujada.


El conductor de una camioneta detrás del automóvil de Paula hizo sonar irritado el claxon y eso la ayudó a volver la mirada hacia adelante. 


Pero el inesperado sonido nada hizo por aliviar el tumulto de emociones que se agitaban en su interior.


Sus suaves labios estaban tensos cuando ella apretó rápidamente el acelerador, y la creciente velocidad puso distancia entre ella y el hombre que tan descaradamente se había insinuado en su vida... y lo que resultaba todavía más turbador, en su conciencia.



miércoles, 29 de agosto de 2018

PERSUASIÓN : CAPITULO 3




Paula abrió muy grandes los ojos. ¡El hombre era un demente! ¡De veras estaba loco! Era la única explicación que podía encontrar para sus acciones. Sólo que no parecía chiflado. Su mirada sostenía firmemente la de ella y reflejaba diversión a la vez que una fina determinación.


El corazón de Paula empezó a acelerarse. El hablaba en serio. Quería salir con ella y no aceptaría un no por respuesta. ¿Qué iba ella a hacer? ¡Nunca se había visto antes en una situación como esta! Entonces, muy de repente, le vino una idea y lentamente, Paula levantó los ojos hacia los de él.


—Quieres salir conmigo —afirmó sin necesidad, pues ya conocía la respuesta de él.


El hombre asintió y sus ojos marrones se entrecerraron para apreciar mejor las delicadas facciones de Paula.


—Y si yo accedo, ¿me dejarás tranquila?


Nuevamente el hombre asintió, pero esta vez añadió, en un tono ronco y bajo que estuvo lleno de cálidas promesas:
—Si tú todavía lo deseas...


Paula no se permitió responder a esa seductora voz. En cambio, se apresuró antes de perder el coraje.


—¿Entonces por qué no ahora? —dijo.


Si el hombre se sorprendió no lo demostró.


—Nada que yo sepa —dijo, con una sonrisa asomando a sus labios.


—¿Iremos a cenar? —dijo Paula y suspiró hondamente.


—¿Tienes apetito?


—Sí.


—Entonces cenaremos.


Nuevamente los dedos de acero tomaron posesión del brazo de Paula cuando él la hizo volverse y empezaron a caminar por la acera en sentido contrario a un flujo no muy denso de peatones que salían de sus oficinas.


—He estado un tiempo ausente —comentó quedamente él mientras volvían sobre sus pasos—. ¿Cero todavía sigue abierto para los clientes?


—Hum... sí, creo que sí.


Cero era un restaurante exclusivo ubicado en el área céntrica y frecuentado por los paladares más acaudalados de la ciudad.


—¿O preferirías ir a otro lado? —preguntó él y se volvió para mirarla de perfil.


Paula pensaba a toda velocidad.


—No, Cero está bien —respondió—. ¿Pero y qué hay de reservar una mesa? ¿No tendríamos que haberlo hecho?


—No tendremos problema alguno —le aseguró él en tono indiferente.


Paula no dijo nada al oír eso, pero pensó mucho. Siempre lleno de confianza, ¿eh? ¡Debía de ser difícil tener semejante opinión de uno mismo y de las propias habilidades!


El restaurante, que era su destino, se hallaba en una calle lateral y su entrada era clásicamente discreta: letras doradas en relieve sobre fondo negro y una puerta doble muy grande y pesada con plantas verdes a cada lado.


Adentro las luces eran tenues, con oscuros paneles de madera en las paredes y plantas de interior por todas partes. Por lo que Paula pudo ver, estaba diseñado con la intimidad como primer objetivo. Una pareja podía estar en el gran salón lleno de gente y no saberlo. Era perfecto para el propósito de ella.


Su compañero consultó con el maître y le respondieron que, por supuesto, encontraría una mesa para ellos. Después, se volvió hacia ella y le preguntó suavemente, señalando un bar cercano:
—¿Quieres una copa? Tenemos unos pocos minutos de espera.


—Hum... sí. Pero si no te molesta, me gustaría refrescarme un poco. —Trató de hablar en tono displicente.— Debo de estar hecha un desastre.


Intentó reír, pero la risa no sonó tan segura como ella quería. La mirada color canela la recorrió de arriba a abajo.


—Para mí luces perfecta, pero adelante, si lo deseas. Yo pediré las bebidas. ¿Qué prefieres?


—Oh, un vino blanco, supongo. Voy... —miró discretamente a su alrededor hasta que encontró las indicaciones disimuladas para llegar al cuarto de señoras.— Volveré en seguida.


Estaba mintiendo. Lo sabía, pero no le dio importancia. Todo lo que quería era marcharse. 


Por cierto, no tenía intención de comer con él; en ningún momento la había tenido.


Paula caminó lentamente sobre el piso alfombrado, haciendo lo posible por dominar el nervioso impulso de echarse a correr. Varias miradas siguieron con interés sus movimientos, pero ella era receptiva a una sola. La serena impronta de los ojos de él era como una marca sobre su espalda. Con no poco alivio, por fin pudo doblar en un pasillo y apoyarse débilmente en la pared, para esperar, mientras el corazón le martillaba los oídos.


Pronto pasaron caminando dos mujeres, absortas en su conversación. Paula las miró hasta que desaparecieron por una puerta en ese mismo pasillo. Aspiró profundamente, trató de regularizar su respiración. Las cosas no habrían resultado mejor si ella hubiese tenido todo el día para planearlas y coreografiarlas. Ahora, todo lo que tenía que hacer era esperar que volvieran las mujeres, y entonces podría usarlas como pantalla y separarse de ellas cuando llegaran cerca de las dos grandes puertas de la entrada.


Los nervios de Paula estaban tensos casi hasta el punto de ruptura cuando por fin reaparecieron las dos mujeres. Siguieron hablando cuando se acercaron, pero una de ellas se interrumpió el tiempo suficiente para enarcar una ceja y lanzarle una mirada indagadora. Paula trató de sonreír de un modo casual, amistoso, pero por el ceño adusto de la desconocida supo que su sonrisa había salido un poco forzada. Entonces, la segunda mujer cooperó tocando el brazo de su amiga y preguntándole si había oído lo que acababa de decirle; Paula fue olvidada en seguida como una mera curiosa.


Cuando las dos pasaron, ella se les puso rápidamente detrás y en seguida al lado, como si fuera una de ellas. Cuando el trío entró en el área a un costado del bar, Paula lanzó una rápida mirada, pero la multitud de gente le impidió ver y también impidió que la viera él. Un estremecimiento de complacida excitación onduló a través de su pecho. ¡Mejor que mejor! ¡Era como si los dioses estuviesen ayudándola en su huida! Rápidamente se volvió hacia las grandes puertas con un resplandor de triunfo en sus ojos violetas y una pequeña sonrisa divertida en sus labios. Se preguntó cuánto esperaría él para ir a buscarla. ¿Diez minutos? ¿Quince? Probablemente, pensaría que ella había emprendido una restauración completa... ¡de pies a cabeza!


Paula tuvo que reprimir una risita malvada. El se lo tenía merecido. Era tan apuesto que probablemente las mujeres venían haciendo lo que él quería desde su nacimiento. La seguridad en sí mismo que él demostraba tener no dejaba duda alguna de eso. Pero ella no tenía intención de imitarlas. Ella no. Paula Chaves, no. ¡El tendría que ponerla en la categoría de la que escapó!


Parte del calor oprimente del día había pasado cuando Paula salió a la calle, y el contraste entre la frescura del aire acondicionado del restaurante y la temperatura de la calle, además de la luminosidad, le exigió un momento para adaptarse. A las seis de una tarde de julio el sol todavía estaba alto y Paula tuvo que cerrar los ojos al punzante resplandor que la asaltó.


Pronto advirtió que alguien estaba detenido frente a ella, como esperando entrar al restaurante.


—Permiso —murmuró ella, parpadeando como un búho pequeño recién arrancado de su sueño—. Lo siento. —Trató de apartarse para dejarlo entrar. Sus ojos estaban adaptándose, pero el proceso era lento.


La persona se movió junto con ella. Finalmente, Paula se movió otra vez, pensando que debía de estar bloqueando la entrada de alguna manera.


—¿No has olvidado algo? —preguntó una voz ronca que la dejó paralizada.


¡El hombre! ¡El hombre insufrible, horrible! ¿De dónde había venido? ¡No era posible! ¡No podía estar aquí! ¡El todavía estaba en el restaurante!


Paula parpadeó en dirección a esa cara intensamente bronceada y esos duros ojos marrones.


—¿Quizá olvidaste tu copa? —insistió él—. ¿O extravió su camino?


—Yo... yo... —tartamudeó ella.


—Ya sé, saliste a tomar un poco de aire fresco.


En ese momento, un autobús que se alejaba de la acera, a corta distancia calle abajo, despidió una nube tóxica por el tubo de escape y el humo se difundió lentamente hasta envolverlos a ella y a él.


Paula tragó con dificultad y tosió. No se le ocurrió nada que decir. ¡Su plan había venido desarrollándose tan bien!


La mano que le aferró el brazo no hubiera podido ser clasificada como nada que no fuese firme.


—Vamos —ordenó él—. Hiciste un trato y vas a cumplirlo, aunque te vaya en ello la vida.


La pesada puerta se abrió y una vez más entraron en la penumbra del restaurante. La visión de Paula, ya maltratada, le falló y tuvo que ser conducida a ciegas a través del salón.


—Nuestra mesa —anunció Brian, casi obligándola a tomar asiento.


Parte de la parálisis de Paula empezó a desaparecer cuando él se sentó frente a ella.


—¡No puede hacer esto! —protestó.


Pedro se reclinó hacia atrás en su silla, aparentemente muy a gusto.


—Ya lo hice —dijo.


Paula tomó su bolso.


—¡Puedo marcharme si quiero!


Pedro la miró fijamente y la algo dura belleza masculina de su rostro se vio algo oscurecida por la iluminación indirecta.


—Podrías —admitió.


Ahora le tocó a Paula mirarlo fijamente. Nunca había conocido alguien así en su vida. 


Obstinado, terco.... esos eran solamente dos adjetivos que podían aplicarse, junto con una lista entera de términos mucho más insultantes. 


Y sin embargo, él tenía algo especial. Era difícil de negar, pero a ella no le gustaba hacerlo.


Por fin Paula suspiró profundamente y dejó que su cuerpo se relajara. El era un hombre decidido, por lo menos. Y después de las últimas dos semanas, se sentía demasiado cansada para continuar la discusión. Que le pagara la cena si eso lo ponía contento. Ello no quería decir que estuviera aceptando algo más de él. 


Después podría desaparecer y no volver a verlo más.


—Está bien, usted gana —dijo con voz cansada—. Me quedaré.


—¿Y no tendrás necesidad de hacer más viajes al tocador de señoras?


Paula se permitió una pequeña sonrisa.


—No —dijo.


Las líneas a cada lado de la boca de él se acentuaron.


—Bien. Porque no me importa dejar un Bloody Mary, pero me importa, y mucho, dejar un buen bistec.


—Lo prometo. —El entrecerró los ojos.


—Tus promesas no valen mucho.


La espalda de Paula se puso rígida.


—Cuando las hago en serio, valen.


—¿Y cómo tiene que hacer una persona para saber cuándo hablas en serio?


Chispitas de fuego púrpura saltaron de los ojos de ella.


—Mire, si va a ponerse desagradable...


El levantó una mano de dedos finos y largos.


—Tú no digas más nada y yo haré lo mismo. Tengamos una cena agradable y tranquila. Conozcámonos mejor uno al otro y dejemos que lo demás se acomode solo. ¿Estás de acuerdo?


Paula asintió rápidamente. Ella no tenía ningún interés en conocerlo mejor y no iba a dejar que él se enterase de más cosas sobre su propia vida, pero decírselo sólo serviría para prolongar la ordalía. Y mientras más rápido se libraba de esta situación, sería tanto mejor.


Sorprendentemente, la comida fue un éxito. 


Cuando él no trataba abiertamente de provocarla, sabía ser encantador. En realidad, Paula apenas tuvo conciencia de lo que sucedía; todo lo que sabía era que cuando pusieron ante ella un postre de fresas y crema batida, estaba sonriendo de algo que había dicho él y se sentía totalmente a gusto... hasta el punto de responderle con un comentario gracioso.


Pero de pronto se recobró. Santo Dios, ¿qué había hecho? Ahora él pensaría que la había conquistado y se volvería aún más fastidioso.


La temperatura alrededor de la mesa debió de descender unos diez grados cuando Paula borró de su cara su relajada sonrisa y se irguió rígidamente hacia adelante.


—Ahora tengo que marcharme —anunció.


Pedro arrugó la frente.


—¿No quieres comer tu postre?


—No. Yo... cómelo tú. Tengo que irme.


El la estudió pensativo un momento.


—Está bien —dijo—. Nos iremos.


—Tú no tienes que hacerlo —protestó ella apresuradamente, demasiado apresuradamente.


—No hay problema —respondió él de inmediato, y con un leve movimiento de la mano pidió la cuenta.