miércoles, 29 de agosto de 2018

PERSUASIÓN : CAPITULO 3




Paula abrió muy grandes los ojos. ¡El hombre era un demente! ¡De veras estaba loco! Era la única explicación que podía encontrar para sus acciones. Sólo que no parecía chiflado. Su mirada sostenía firmemente la de ella y reflejaba diversión a la vez que una fina determinación.


El corazón de Paula empezó a acelerarse. El hablaba en serio. Quería salir con ella y no aceptaría un no por respuesta. ¿Qué iba ella a hacer? ¡Nunca se había visto antes en una situación como esta! Entonces, muy de repente, le vino una idea y lentamente, Paula levantó los ojos hacia los de él.


—Quieres salir conmigo —afirmó sin necesidad, pues ya conocía la respuesta de él.


El hombre asintió y sus ojos marrones se entrecerraron para apreciar mejor las delicadas facciones de Paula.


—Y si yo accedo, ¿me dejarás tranquila?


Nuevamente el hombre asintió, pero esta vez añadió, en un tono ronco y bajo que estuvo lleno de cálidas promesas:
—Si tú todavía lo deseas...


Paula no se permitió responder a esa seductora voz. En cambio, se apresuró antes de perder el coraje.


—¿Entonces por qué no ahora? —dijo.


Si el hombre se sorprendió no lo demostró.


—Nada que yo sepa —dijo, con una sonrisa asomando a sus labios.


—¿Iremos a cenar? —dijo Paula y suspiró hondamente.


—¿Tienes apetito?


—Sí.


—Entonces cenaremos.


Nuevamente los dedos de acero tomaron posesión del brazo de Paula cuando él la hizo volverse y empezaron a caminar por la acera en sentido contrario a un flujo no muy denso de peatones que salían de sus oficinas.


—He estado un tiempo ausente —comentó quedamente él mientras volvían sobre sus pasos—. ¿Cero todavía sigue abierto para los clientes?


—Hum... sí, creo que sí.


Cero era un restaurante exclusivo ubicado en el área céntrica y frecuentado por los paladares más acaudalados de la ciudad.


—¿O preferirías ir a otro lado? —preguntó él y se volvió para mirarla de perfil.


Paula pensaba a toda velocidad.


—No, Cero está bien —respondió—. ¿Pero y qué hay de reservar una mesa? ¿No tendríamos que haberlo hecho?


—No tendremos problema alguno —le aseguró él en tono indiferente.


Paula no dijo nada al oír eso, pero pensó mucho. Siempre lleno de confianza, ¿eh? ¡Debía de ser difícil tener semejante opinión de uno mismo y de las propias habilidades!


El restaurante, que era su destino, se hallaba en una calle lateral y su entrada era clásicamente discreta: letras doradas en relieve sobre fondo negro y una puerta doble muy grande y pesada con plantas verdes a cada lado.


Adentro las luces eran tenues, con oscuros paneles de madera en las paredes y plantas de interior por todas partes. Por lo que Paula pudo ver, estaba diseñado con la intimidad como primer objetivo. Una pareja podía estar en el gran salón lleno de gente y no saberlo. Era perfecto para el propósito de ella.


Su compañero consultó con el maître y le respondieron que, por supuesto, encontraría una mesa para ellos. Después, se volvió hacia ella y le preguntó suavemente, señalando un bar cercano:
—¿Quieres una copa? Tenemos unos pocos minutos de espera.


—Hum... sí. Pero si no te molesta, me gustaría refrescarme un poco. —Trató de hablar en tono displicente.— Debo de estar hecha un desastre.


Intentó reír, pero la risa no sonó tan segura como ella quería. La mirada color canela la recorrió de arriba a abajo.


—Para mí luces perfecta, pero adelante, si lo deseas. Yo pediré las bebidas. ¿Qué prefieres?


—Oh, un vino blanco, supongo. Voy... —miró discretamente a su alrededor hasta que encontró las indicaciones disimuladas para llegar al cuarto de señoras.— Volveré en seguida.


Estaba mintiendo. Lo sabía, pero no le dio importancia. Todo lo que quería era marcharse. 


Por cierto, no tenía intención de comer con él; en ningún momento la había tenido.


Paula caminó lentamente sobre el piso alfombrado, haciendo lo posible por dominar el nervioso impulso de echarse a correr. Varias miradas siguieron con interés sus movimientos, pero ella era receptiva a una sola. La serena impronta de los ojos de él era como una marca sobre su espalda. Con no poco alivio, por fin pudo doblar en un pasillo y apoyarse débilmente en la pared, para esperar, mientras el corazón le martillaba los oídos.


Pronto pasaron caminando dos mujeres, absortas en su conversación. Paula las miró hasta que desaparecieron por una puerta en ese mismo pasillo. Aspiró profundamente, trató de regularizar su respiración. Las cosas no habrían resultado mejor si ella hubiese tenido todo el día para planearlas y coreografiarlas. Ahora, todo lo que tenía que hacer era esperar que volvieran las mujeres, y entonces podría usarlas como pantalla y separarse de ellas cuando llegaran cerca de las dos grandes puertas de la entrada.


Los nervios de Paula estaban tensos casi hasta el punto de ruptura cuando por fin reaparecieron las dos mujeres. Siguieron hablando cuando se acercaron, pero una de ellas se interrumpió el tiempo suficiente para enarcar una ceja y lanzarle una mirada indagadora. Paula trató de sonreír de un modo casual, amistoso, pero por el ceño adusto de la desconocida supo que su sonrisa había salido un poco forzada. Entonces, la segunda mujer cooperó tocando el brazo de su amiga y preguntándole si había oído lo que acababa de decirle; Paula fue olvidada en seguida como una mera curiosa.


Cuando las dos pasaron, ella se les puso rápidamente detrás y en seguida al lado, como si fuera una de ellas. Cuando el trío entró en el área a un costado del bar, Paula lanzó una rápida mirada, pero la multitud de gente le impidió ver y también impidió que la viera él. Un estremecimiento de complacida excitación onduló a través de su pecho. ¡Mejor que mejor! ¡Era como si los dioses estuviesen ayudándola en su huida! Rápidamente se volvió hacia las grandes puertas con un resplandor de triunfo en sus ojos violetas y una pequeña sonrisa divertida en sus labios. Se preguntó cuánto esperaría él para ir a buscarla. ¿Diez minutos? ¿Quince? Probablemente, pensaría que ella había emprendido una restauración completa... ¡de pies a cabeza!


Paula tuvo que reprimir una risita malvada. El se lo tenía merecido. Era tan apuesto que probablemente las mujeres venían haciendo lo que él quería desde su nacimiento. La seguridad en sí mismo que él demostraba tener no dejaba duda alguna de eso. Pero ella no tenía intención de imitarlas. Ella no. Paula Chaves, no. ¡El tendría que ponerla en la categoría de la que escapó!


Parte del calor oprimente del día había pasado cuando Paula salió a la calle, y el contraste entre la frescura del aire acondicionado del restaurante y la temperatura de la calle, además de la luminosidad, le exigió un momento para adaptarse. A las seis de una tarde de julio el sol todavía estaba alto y Paula tuvo que cerrar los ojos al punzante resplandor que la asaltó.


Pronto advirtió que alguien estaba detenido frente a ella, como esperando entrar al restaurante.


—Permiso —murmuró ella, parpadeando como un búho pequeño recién arrancado de su sueño—. Lo siento. —Trató de apartarse para dejarlo entrar. Sus ojos estaban adaptándose, pero el proceso era lento.


La persona se movió junto con ella. Finalmente, Paula se movió otra vez, pensando que debía de estar bloqueando la entrada de alguna manera.


—¿No has olvidado algo? —preguntó una voz ronca que la dejó paralizada.


¡El hombre! ¡El hombre insufrible, horrible! ¿De dónde había venido? ¡No era posible! ¡No podía estar aquí! ¡El todavía estaba en el restaurante!


Paula parpadeó en dirección a esa cara intensamente bronceada y esos duros ojos marrones.


—¿Quizá olvidaste tu copa? —insistió él—. ¿O extravió su camino?


—Yo... yo... —tartamudeó ella.


—Ya sé, saliste a tomar un poco de aire fresco.


En ese momento, un autobús que se alejaba de la acera, a corta distancia calle abajo, despidió una nube tóxica por el tubo de escape y el humo se difundió lentamente hasta envolverlos a ella y a él.


Paula tragó con dificultad y tosió. No se le ocurrió nada que decir. ¡Su plan había venido desarrollándose tan bien!


La mano que le aferró el brazo no hubiera podido ser clasificada como nada que no fuese firme.


—Vamos —ordenó él—. Hiciste un trato y vas a cumplirlo, aunque te vaya en ello la vida.


La pesada puerta se abrió y una vez más entraron en la penumbra del restaurante. La visión de Paula, ya maltratada, le falló y tuvo que ser conducida a ciegas a través del salón.


—Nuestra mesa —anunció Brian, casi obligándola a tomar asiento.


Parte de la parálisis de Paula empezó a desaparecer cuando él se sentó frente a ella.


—¡No puede hacer esto! —protestó.


Pedro se reclinó hacia atrás en su silla, aparentemente muy a gusto.


—Ya lo hice —dijo.


Paula tomó su bolso.


—¡Puedo marcharme si quiero!


Pedro la miró fijamente y la algo dura belleza masculina de su rostro se vio algo oscurecida por la iluminación indirecta.


—Podrías —admitió.


Ahora le tocó a Paula mirarlo fijamente. Nunca había conocido alguien así en su vida. 


Obstinado, terco.... esos eran solamente dos adjetivos que podían aplicarse, junto con una lista entera de términos mucho más insultantes. 


Y sin embargo, él tenía algo especial. Era difícil de negar, pero a ella no le gustaba hacerlo.


Por fin Paula suspiró profundamente y dejó que su cuerpo se relajara. El era un hombre decidido, por lo menos. Y después de las últimas dos semanas, se sentía demasiado cansada para continuar la discusión. Que le pagara la cena si eso lo ponía contento. Ello no quería decir que estuviera aceptando algo más de él. 


Después podría desaparecer y no volver a verlo más.


—Está bien, usted gana —dijo con voz cansada—. Me quedaré.


—¿Y no tendrás necesidad de hacer más viajes al tocador de señoras?


Paula se permitió una pequeña sonrisa.


—No —dijo.


Las líneas a cada lado de la boca de él se acentuaron.


—Bien. Porque no me importa dejar un Bloody Mary, pero me importa, y mucho, dejar un buen bistec.


—Lo prometo. —El entrecerró los ojos.


—Tus promesas no valen mucho.


La espalda de Paula se puso rígida.


—Cuando las hago en serio, valen.


—¿Y cómo tiene que hacer una persona para saber cuándo hablas en serio?


Chispitas de fuego púrpura saltaron de los ojos de ella.


—Mire, si va a ponerse desagradable...


El levantó una mano de dedos finos y largos.


—Tú no digas más nada y yo haré lo mismo. Tengamos una cena agradable y tranquila. Conozcámonos mejor uno al otro y dejemos que lo demás se acomode solo. ¿Estás de acuerdo?


Paula asintió rápidamente. Ella no tenía ningún interés en conocerlo mejor y no iba a dejar que él se enterase de más cosas sobre su propia vida, pero decírselo sólo serviría para prolongar la ordalía. Y mientras más rápido se libraba de esta situación, sería tanto mejor.


Sorprendentemente, la comida fue un éxito. 


Cuando él no trataba abiertamente de provocarla, sabía ser encantador. En realidad, Paula apenas tuvo conciencia de lo que sucedía; todo lo que sabía era que cuando pusieron ante ella un postre de fresas y crema batida, estaba sonriendo de algo que había dicho él y se sentía totalmente a gusto... hasta el punto de responderle con un comentario gracioso.


Pero de pronto se recobró. Santo Dios, ¿qué había hecho? Ahora él pensaría que la había conquistado y se volvería aún más fastidioso.


La temperatura alrededor de la mesa debió de descender unos diez grados cuando Paula borró de su cara su relajada sonrisa y se irguió rígidamente hacia adelante.


—Ahora tengo que marcharme —anunció.


Pedro arrugó la frente.


—¿No quieres comer tu postre?


—No. Yo... cómelo tú. Tengo que irme.


El la estudió pensativo un momento.


—Está bien —dijo—. Nos iremos.


—Tú no tienes que hacerlo —protestó ella apresuradamente, demasiado apresuradamente.


—No hay problema —respondió él de inmediato, y con un leve movimiento de la mano pidió la cuenta.


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