jueves, 30 de agosto de 2018

PERSUASIÓN : CAPITULO 4




El camarero vino con eficiente prontitud. Cuando estuvo terminada la necesaria transferencia de dinero, Pedro se puso de pie y fue a ayudar a Paula a hacer lo mismo. Estiró la mano para conducirla hacia la puerta, pero Paula se apartó. 


No quería que él volviera a tocarla. En cambio, caminó graciosamente adelante de él, con su oscura cabeza enhiesta, el mentón en alto... una imagen muy diferente de la mujer que había sido conducida a tientas hasta la mesa.


El sol estaba ocultándose cuando una vez más salieron al mundo exterior, y sus rayos lanzaban un resplandor anaranjado rojizo sobre los modernos edificios de acero y cristal que bordeaban las calles céntricas.


Paula se permitió volverse hacia el hombre sólo cuando sintió que sus emociones estaban totalmente controladas. Aun no estaba segura de lo que le había sucedido durante la comida, pero estaba decidida a que no volviera a suceder. El no le gustaba. En realidad, no podía soportarlo. Y quedaba completamente fuera de los alcances de su entendimiento cómo pudo parecer que la compañía de él realmente le agradaba. Formalmente, empezó:
—Gracias por invitarme a comer...


El no la dejó terminar.


—Debemos hacerlo nuevamente alguna vez —dijo. Sus ojos marrones la miraron burlones. 


¡Sabía que ella no iba a acceder a eso!


Paula cerró la boca con un gesto decidido.


—¿Dónde está estacionado tu automóvil? —preguntó él— ¿O viajas en autobús?


Paula, con las plumas encrespadas, respondió secamente: —Soy muy capaz de encontrar sola mi automóvil. Gracias.


—Oh, no lo dudo. Yo diría que eres muy capaz de todo. Eres toda una mujer.


Paula ladeó ligeramente la cabeza y preguntó:
—¿Estás tomándome el pelo?


Pedro soltó una carcajada y dijo:
—¡Oh, santo Dios, claro que no!


Ella siguió mirándolo con mucho recelo. No confiaba en él ni un centímetro.


—Vamos. Déjame acompañarte hasta tu automóvil. Pronto estará oscuro y creo que no deberías andar sola por las calles.


Paula soltó un bufido de exasperación. ¡Él tenía siempre una respuesta para todo! Pero en este caso, él tenía razón... y ese hecho sirvió solamente para irritarla todavía más.


—No es lejos —protestó, tratando una vez más de librarse de él.


—Abre la marcha —dijo él, no dándose por aludido.


Paula le lanzó una mirada asesina antes de girar en redondo y encaminarse calle abajo. ¡El hombre era como una sanguijuela! Una vez adherido era imposible sacárselo de encima. 


Cubrió las ocho manzanas hasta el estacionamiento tan rápidamente como le fue humanamente posible, esperando impaciente cuando una luz de tráfico la obligaba a perder tiempo.


Por fin se detuvo junto a un deportivo y dorado Datsun 280—ZX y proclamó en tono contundente:
—Bien, ya has cumplido con tu deber. Estoy a salvo. Ahora puedes largarte.


El hombre miró el automóvil y la miró a ella.


—¿Tienes las llaves?


Paula explotó:


—¡Cielo santo! ¡No sé cómo me las he arreglado estos últimos veinticuatro años sin ti!


El hombre le sonrió, las finas arruguitas de los ángulos de sus ojos se hicieron más marcadas y su boca se curvó hacia arriba en una expresión de buen humor.


—Y yo tampoco sé cómo hice para vivir treinta y tres años sin ti —dijo.


—No quise decir... —Paula empezó a balbucear indignada, pero se detuvo cuando él siguió hablando como si ella no hubiese dicho nada.


—Cuando seamos viejos y canosos y estemos rodeados de nuestros nietos, ellos nos preguntarán cómo nos conocimos. Seguramente tendremos algo para contarle, ¿verdad?


Paula lo miró estupidizada, con la boca parcialmente abierta.


—Estás loco —susurró por fin—. Yo lo sabía pero no lo creía hasta este momento.


El dio un paso, obligándola a apoyarse en la puerta del automóvil. A Paula la respiración se le atascó en la garganta.


—Te dije que generalmente consigo lo que quiero —le recordó él con voz ronca—. Y, señora mía, te quiero a ti.


Paula quedó completamente sin habla. Miró hipnotizada cuando él le apoyó las manos en los hombros y bajó la cabeza hasta que sus labios se encontraron. Su boca era cálida y suave, se movía con sensualidad, excitándola, tratando de obtener una reacción. Pero ella estaba como congelada y sólo podía seguir así, completamente inmóvil.


Lentamente, él se apartó, con una expresión contrita en su hermoso rostro. Suspiró, y casi como si hablara consigo mismo, dijo:
—Esto va a ser más largo de lo que yo pensaba. Pero creo que si vale la pena tener algo, vale la pena luchar por conseguirlo.


Pasaron varios segundos sin respirar mientras Paula continuaba mirándolo, mientras el pánico trataba de arrancarla de su estado de inmovilidad. Entonces, cuando él dio un paso atrás, aumentando el espacio que los separaba, Paula se obligó a moverse y sus dedos trémulos buscaron las llaves dentro de su bolso. Una vez que las encontró, insertó la que correspondía en la cerradura, subió rápidamente al asiento del conductor, cerró violentamente la puerta tras de sí, con la mente puesta en una sola cosa... ¡alejarse rápidamente!


Pero cuando puso el motor en marcha y el automóvil en primera, Pedro dio un golpecito en la ventanilla cerrada, haciendo que ella lo mirara sobresaltada. Su corazón se encogió cuando él dobló su largo cuerpo para estar más cerca.


—Tienes que salir conmigo mañana por la noche, Paula —la tentó suavemente, pues sus palabras atravesaron sin dificultad el cristal de la ventanilla que los separaba.


Un fino temblor recorrió la columna vertebral de Paula; fue algo que ella no esperaba. Desde David no había sentido una atracción tan intensa, tan magnética... ¡y pensar adonde la había llevado!


Sin palabras, apartó la mirada y pisó con fuerza el acelerador, haciendo que los neumáticos de las ruedas traseras chirriaran una protesta sobre el asfalto cubierto de polvo. Cuando el automóvil llegó a la calle, Paula miró rápidamente a ambos lados antes de lanzarse cuando se produjo una fugaz interrupción en el tráfico.


Pero aun entonces comprobó que no estaba completamente a salvo de la fascinación del hombre. Sin querer, sus ojos fueron atraídos hacia atrás para dirigirle una última mirada, para verlo por última vez: él estaba donde ella lo había dejado, alto, esbelto en su traje oscuro, con el resplandor de un farol callejero brillando en su espeso cabello castaño. Y estaba observándola... con sus facciones bien hechas ahora con expresión solemne, ausente la sonrisa que había sido evidente en sus ojos y en su boca bien dibujada.


El conductor de una camioneta detrás del automóvil de Paula hizo sonar irritado el claxon y eso la ayudó a volver la mirada hacia adelante. 


Pero el inesperado sonido nada hizo por aliviar el tumulto de emociones que se agitaban en su interior.


Sus suaves labios estaban tensos cuando ella apretó rápidamente el acelerador, y la creciente velocidad puso distancia entre ella y el hombre que tan descaradamente se había insinuado en su vida... y lo que resultaba todavía más turbador, en su conciencia.



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