jueves, 30 de agosto de 2018

PERSUASIÓN : CAPITULO 5




Paula pasó el fin de semana actuando, en la superficie, como si nada desusado hubiera sucedido el viernes anterior. El sábado lavó ropa y limpió su pequeño departamento hasta dejarlo reluciente. Por la noche fue a un concierto en el Music Hall. Los servicios religiosos, un partido de tenis y una fiesta improvisada en la casa de una de sus amigas le llevó el domingo y una buena parte de la noche de ese día.


Pero cuando ella menos se lo imaginaba, la imagen de unas facciones bronceadas, esculturalmente cinceladas, aparecían en su mente y se negaban a dejarse expulsar. ¡Era como si el hombre hubiera lanzado sobre ella una especie de encantamiento! Cuando estaba encerando el linóleo del piso de la cocina, cuando escuchaba serenamente una sinfonía de Beethoven, cuando hablaba el ministro, cuando bebía una Coca Cola estirada cómodamente sobre blandos cojines en el suelo escuchando a una amiga que parloteaba sobre su trabajo... el hombre súbitamente hacía su aparición. ¡Y ella parecía incapaz de dejar de pensar en él!


Decir que Paula estaba desazonada era poco. 


Cuatro años había vivido fiel a su juramento de no volver a responderle profundamente a un hombre. Y había tenido éxito. Durante esos cuatro años, ni un solo segundo de su tiempo fue perturbado por la compañía, o por la falta de compañía de un hombre... hasta ahora. Y eso la disgustaba tanto como el hombre en sí. 


Especialmente cuando junto con su recuerdo de él venía el recuerdo de su reacción a los besos que le había dado. La primera vez se había sentido chocada; la segunda... bueno, prefería no pensar en esa segunda vez. Era más turbadora que la primera. Su único alivio venía del hecho de que jamás lo volvería a ver.


Sin embargo, una y otra vez una visión de unos cálidos ojos castaños arrugados en los ángulos por una sonrisa se insertaba en sus pensamientos, y Paula, desasosegada, se cubría la cara con la sábana en un vano intento de borrar esa visión.


Era tarde... más de la una y media, y mañana tendría que presentarse temprano a la oficina, fresca y descansada para que la enviaran a un nuevo trabajo. Había sido una estúpida al quedarse levantada hasta tan tarde... y sin embargo, esta noche, por alguna razón, había sentido la necesidad de conversación.


Paula se encogió en su cama y se relajó con un largo suspiro. Estaba cansada. Hubiera podido dormir veinticuatro horas sin parar. Pero cuando se quedaba quieta, esperando que la bendición del sueño se apoderara de ella, comprobaba que sus nervios seguían tan excitados como las cuerdas de un arma dejada en medio del aula de un jardín de infantes, lleno de niños que tuvieran permiso para jugar todo el día con ella.


Y esa sensación podía adjudicarse solamente a una causa, solamente a una persona: el desconocido, ese hombre, ese Pedro. ¡Él le había hecho esto! ¡Y todo porque no quiso dejarla tranquila! Entonces y ahora. Pero lo que estaba ocurriendo en este momento era mucho más por culpa de ella que de él. Seguramente, ella hubiera tenido que mostrar mucha más determinación para permitir débilmente que él invadiese sus pensamientos.


Paula miró la luz moteada que un farol callejero de frente a su apartamento lanzaba contra su cortina. Mirando al pasado. Siempre mirando al pasado. Y recordando. No olvidar nunca los errores del pasado... entonces sería más fácil volver la espalda y olvidarse de que este hombre existía.


Con otro suspiro, Paula cerró los ojos y trató de relajarse haciendo esfuerzos de voluntad. No volvería a pensar en él.


Pero las circunstancias no permitieron que su firme determinación tuviese mucho tiempo para fortalecerse. Lo primero que sucedió el lunes por la mañana cuando se presentó a la agencia de empleos temporarios para la que trabajaba, fue que la joven encargada la miró de un modo curioso y le informó que había recibido varias llamadas por el servicio de respuestas durante el fin de semana. Era un hombre, dijo, con una voz ronca y profunda y que sonaba sumamente sexy. Había dicho que su nombre era Pedro.


Pese a su determinación en contrario, un relámpago de algo semejante a una mezcla misteriosa de temor y excitación atravesó de un salto el cuerpo de Paula. Pero de algún modo fue capaz de controlar sus sobresaltadas emociones y cuando preguntó, su expresión fue un ejemplo de indiferencia:
—¿Qué dijo?


—Sólo dejó un número para que tú lo llames. ¿Quién es él, Paula? —Marcia Stanley bajó su cabeza oscura y rizada y miró a Paula sobre el borde superior de sus anteojos.


—Un hombre... nada más.


—Pues sonaba como un hombre muy especial.


Paula le dirigió una leve sonrisa y cambió de tema.


—¿Tienes algo que me podría interesar?


Marcia entendió la indirecta y le dio una hoja de papel con el nombre de un servicio de vuelos privado.


—Pensé que esto podía ser para ti. Es nada más que por una semana, pero se trata de algo diferente.


Paula posó la mirada en el papel. Un servicio de vuelos. Enarcó una ceja.


—¿Les digo que vas para allá? —preguntó Marcia—. Necesitan que alguien vaya lo antes posible.


Paula se encogió de hombros, levantando la tela de color verde claro de su vestido.


—Sí, por supuesto. —Miró la dirección y el delgado reloj de oro que llevaba en la muñeca.


— Diles que estaré allá dentro de media hora.


El servicio de vuelos tenía su base en un pequeño aeropuerto de las afueras de la ciudad, no lejos de la oficina de la agencia.


—Diré en cuarenta y cinco minutos para darte más tiempo. Podrías necesitarlo, con el tráfico que hay.


Paula asintió y tomó su bolso del escritorio donde lo había dejado. Casi había llegado a la puerta cuando la voz de Marcia la detuvo.


—Dime... ¿qué hay de tus llamadas? ¿No quieres el número telefónico que dejó ese hombre?


Irritada por los acelerados latidos de su corazón, Paula encogió levemente sus hombros.


—No, no especialmente.


—¿Pero si él llama otra vez? ¿Qué le digo?


Paula pensó un momento y después sonrió.


—Dile que me he ido a un safari y que no esperan que regrese hasta dentro de uno o dos años. Dile que Jacques Cousteau me necesitaba con urgencia en el Calypso. Dile cualquier cosa, no me interesa.


Los ojos de color chocolate de Marcia se abrieron muy grandes, llenos de comprensión.


—Cualquier cosa menos dónde estás tú.


Paula asintió.


—Exacto.


Se volvió para marcharse pero otra vez la detuvieron las palabras de Marcia.


—Si su voz tiene alguna relación con su aspecto, ¿te importa si hago la prueba de pescarlo? Te lo pregunto porque no quiero cruzarte en mi camino.


Paula rechazó la preocupación de su amiga con un rápido movimiento de la mano.


—Haz como quieras.


Marcia Stanley sonrió.


—Bien. Entonces, te veré la semana que viene.
Paula saludó y corrió hacia su automóvil, diciéndose todo el camino que si la belleza de Marcia y su atrayente personalidad cautivaban la atención de Pedro, a ella le habría sucedido una de las mejores cosas de su vida.



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