martes, 7 de agosto de 2018

CORTOS PyP (NOVELAS ADAPTADAS): LA AMANTE DEL SENADOR: SINOPSIS

CORTOS PyP (NOVELAS ADAPTADAS): LA AMANTE DEL SENADOR: SINOPSIS: Pedro  siempre conseguía lo que deseaba... y ahora deseaba a Paula. Paula Chaves  era una mujer independiente que había encontrado el ...

LA AMANTE DEL SENADOR: CAPITULO 3




Sentada en el aseo adjunto de la habitación de invitados que ocupaba en Crofthaven, Paula se quedó mirando los resultados de las dos pruebas de embarazo ante sí sin poder dar crédito a lo que estaba viendo: dos líneas rosas en la primera; dos líneas rosas en la segunda. 


Una sensación de pánico se apoderó de ella.


La regla no le había bajado el mes anterior, pero nunca había sido muy regular en sus periodos, así que no se había preocupado. Además, tenía treinta y siete años, y según los estudios médicos más recientes la fertilidad femenina empezaba a decrecer a partir de los veintiséis.


Había sido el hecho de que ese mes tampoco le hubiera bajado junto con las persistentes náuseas lo que la había escamado lo bastante como para comprar un par de pruebas de embarazo en la farmacia.


«¡Cómo has podido ser tan estúpida?; ¿acaso no aprendiste la lección la primera vez?», se reprendió cerrando los ojos con fuerza. Mil emociones contradictorias se agitaron en su interior, como las entrañas de un volcán que hubiera entrado en erupción tras años de inactividad, y no pudo evitar recordar aquella otra vez, que se había quedado embarazada.


Ninguna de las personas de su entorno le dio apoyo alguno. Sus padres adoptivos se sintieron profundamente humillados, y su novio del instituto se escudó en que era demasiado joven para ser padre. La única persona que no la juzgó ni la censuró fue la directora del hogar para madres solteras.


A Paula se le encogió el estómago al recordarlo. 


Se había sentido atrapada, sola, y muy asustada. Incapaz de abortar pero, consciente de que no podría criar sola al bebé porque carecía de medios, siguió adelante con el embarazo, y entregó en adopción a la niña a la que dio a luz.


El pensar en todo aquello hizo que el terrible sentimiento de culpa que la había acompañado a lo largo de todos esos años volviera a apoderarse de ella. «No empieces otra vez con eso», se dijo; «tiene unos padres maravillosos que la quieren con locura. Fue la decisión correcta; fue lo mejor para ella». Sin embargo, por mucho que intentase convencerse de aquello, lo cierto era que nunca había logrado dejar de pensar que era una mala persona por haber entregado en adopción a su hija.


Se mordió el labio inferior y abrió los ojos, pero las líneas rosas seguían ahí. «¿Cómo has podido ser tan estúpida como para volver a caer en el mismo error otra vez?».


Al entrar Pedro en el comedor esa mañana, se encontró con que Bety, una de las criadas, estaba poniendo ya la mesa.


—¿Sólo un servicio? —le preguntó, extrañado al ver que sólo había una taza.


Paula y él solían desayunar juntos, y le encantaba empezar la mañana con ella porque, por mal que se presentara el día, siempre conseguía animarlo.


—La señorita Chaves llamó hace un rato a la cocina para avisar de que no bajaría a desayunar porque no se encuentra bien, señor. Le manda sus disculpas.


Pedro frunció el entrecejo. ¿Que le mandaba sus disculpas? ¿Por qué no lo había llamado a su habitación para decírselo directamente?


La sirvienta pareció notar su contrariedad, porque añadió:
—Según parece tiene molestias de vientre; ya sabe, está en esa época del mes... debió darle vergüenza decírselo.


Pedro no comprendía cómo podía darle vergüenza hablar con él de nada cuando habían tenido relaciones íntimas, pero hizo un breve gesto de asentimiento con la cabeza y le dijo a la mujer:
—Gracias, Bety. Puede retirarse.


Apenas había salido la criada cuando su hijo Marcos asomó la cabeza por la puerta.


—Buenos días. ¿Cómo va el traslado a Washington?


—Dejémoslo en que va simplemente —farfulló Pedro—. Todavía tengo en el despacho montones de cosas por embalar.


—No parece muy contento, senador —apuntó Marcos acercándose a la mesa.


Pedro se rió y alzó la vista para mirar a su hijo a los ojos. La tensión que había habido en su relación hasta entonces se había disipado un poco, pero todavía notaba en Marcos cierta reticencia a abrirse a él. Cuando un par de meses atrás su hijo había sido falsamente acusado de un delito que no había cometido, se había sentido indignado, pero aquel trance le había mostrado la fortaleza de Marcos y se sentía muy orgulloso de cómo se había comportado hasta que finalmente había sido absuelto y todo se había solucionado.


Era consciente de que Marcos seguía sin comprender las decisiones que había tomado en el pasado y que les habían afectado a sus hermanos y a él, pero al menos su resentimiento parecía haber disminuido un poco.


—Estoy intentando hallar el modo de convencer a Paula para que se venga conmigo a Washington —le confesó.


Marcos enarcó las cejas sorprendido.


—¿No va a seguir trabajando contigo? ¿Por qué? Si os habéis compenetrado muy bien durante estos meses...


—Yo también lo creo, pero ella insiste en que quiere quedarse aquí, en Georgia.


—Probablemente haya recibido unas cuantas ofertas de trabajo. No hay nada como estar en el equipo ganador para impulsar tu carrera... y más cuando se es relaciones públicas.


—Cierto —asintió su padre, rascándose la barbilla pensativo—; quizá si le hiciera una contraoferta mejor de las que le hayan hecho...


—Si alguien puede convencerla, ése eres tú —le dijo Marcos.


—Gracias por el voto de confianza. Bueno, ¿y cómo está esa esposa tuya agente del FBI?


—Trabajando mucho. Estamos a punto de conseguir pruebas contra la gente que hizo que fuera acusado falsamente —le explicó Marcos—. Dana dice que se ha convertido en algo personal para ella —sacudió la cabeza—. Todavía no puedo creerme la suerte que he tenido al encontrar a una mujer tan maravillosa como ella.


Su padre no necesitaba oírle decir esas palabras para saber cuánto la quería; el amor que sentía por Dana se reflejaba en el modo en que le brillaban los ojos cada vez que hablaba de ella.


—¿Quieres desayunar conmigo?


—No, gracias, no puedo quedarme mucho tiempo. Sólo he venido para traerte esos papeles que me pediste el otro día —le contestó Marcos tendiéndole una carpeta que llevaba en la mano.


—Oh, sí, lo había olvidado —respondió Pedro tomándola—. Por cierto, ¿contamos con vosotros para la cena familiar del día de Navidad?


—Por supuesto.


—Estupendo —respondió su padre con una sonrisa.


—¿Sabes?, te noto distinto —dijo Marcos—; menos tenso. Claro que supongo que el que hayas ganado las elecciones tendrá algo que ver.


—Ya lo creo. Estos últimos meses han sido una locura.


Era extraño, pero lo cierto era que en ese momento, pasado ya todo el bullicio de las elecciones, se sentía vacío. La euforia que había experimentado al conocer los resultados de las votaciones se había ido disipando, y le había quedado una sensación agridulce por la presión que la campaña electoral le había creado a su familia. Sin embargo, la entereza con la que sus cuatro hijos y su hija se habían enfrentado a cada una de las dificultades que habían surgido le había hecho darse más cuenta que nunca de todo lo que se había perdido al no haber estado a su lado durante su niñez y adolescencia.


—Tus hermanos y tú demostrasteis de qué estáis hechos durante la campaña —le dijo a Marcos—, y aunque Dios sabe bien que no he sido un buen padre y que no puedo adjudicarme mérito alguno por las grandes personas en las que os habéis convertido —admitió con amargura y arrepentimiento—, me siento muy orgulloso de todos vosotros.


Marcos lo miró sorprendido.


—Es la primera vez que te oigo decir algo así.


—Pues hace mucho tiempo que lo pienso —respondió su padre con voz ronca.


—Mamá siempre decía que tenías cosas más importantes que hacer que estar con nosotros.


Una ráfaga de ira invadió a Pedro, pero se mordió la lengua. No quería hablar mal de su difunta esposa, a quien nunca había sido capaz de complacer.


—En cierto modo tenía razón; necesitaba demostrar lo que valía —le respondió—. Tu madre y yo no tuvimos un matrimonio perfecto, Marcos. Queríamos cosas distintas.


—¿Qué cosas?


—Ella no quería un marido militar, ni abandonar Savannah o Crofthaven.


—¿No estabas ya en el ejército cuando os casasteis?


Pedro asintió.


—Sí, pero ella creyó que podría cambiarme —replicó, alzando una mano al ver que Marcos parecía querer hacerle otra pregunta—. Escucha, hijo, tu madre os quería y quería lo mejor para vosotros, y yo no quiero manchar el recuerdo que tienes de ella. No sería justo. Además, siempre he pensado que hay que asumir las consecuencias de las decisiones que uno toma, ya sean buenas o malas.


Una expresión vulnerable cruzó por el rostro de su hijo, y Pedro sintió una punzada en el pecho. 


Lo que acababa de ver no era más que un atisbo del dolor que le había causado a Marcos y a sus hermanos por haber estado siempre demasiado ocupado luchando contra sus demonios como para ser el padre que necesitaban. Lo cierto era que no había modo alguno en que pudiera excusar su comportamiento, y tampoco iba a tratar de hacerlo. Nunca había creído que las excusas resolvieran nada. Además, ¿qué podría decir?


Su hijo se encogió de hombros.


—Bueno, será mejor que me marche—murmuró—; he quedado con un cliente.


—Entonces vete ya; a los clientes no se les hace esperar —respondió su padre esbozando una pequeña sonrisa—. Saluda a Dana de mi parte, ¿quieres?


—Lo haré —respondió Marcos levantando la mano en señal de despedida.


Se dio la vuelta y se dirigía hacia la puerta cuando su padre lo llamó. Marcos se volvió y lo miró expectante.


—Yo... sólo quería decirte que serás bienvenido siempre que vengas.


Marcos lo miró con recelo, como si creyera que tras su amabilidad había un motivo oculto, hizo un leve asentimiento de cabeza, y salió del comedor.




LA AMANTE DEL SENADOR: CAPITULO 2




Aquello era una locura, pero a Paula Chaves cada vez le costaba más decir que no.


—Creía que habíamos quedado en que no volveríamos a hacer esto —murmuró tras despegar de mala gana sus labios de los de Pedro Alfonso.


La puerta de su despacho, contra la cual tenía apoyada la espalda, estaba fría, pero el calor
del cuerpo de Pedro, pegado al de ella, era delicioso.


—Ya han pasado las elecciones y he ganado, Pau —replicó él, masajeándole las caderas y
atrayéndola hacia sí—; ¿por qué seguir luchando contra ello?


A Paula se le ocurrían unas cuantas razones de peso; entre ellas una perteneciente a su
pasado que haría que Pedro Alfonso, ex SEAL de la Marina de los Estados Unidos, ex director general de la empresa familiar, y nuevo senador por el estado de Georgia, se cayese de espaldas y quedase sentado en el suelo sobre ese firme trasero que tenía.


Al conocer a Pedro la habían sorprendido muchas cosas, y una de ellas había sido su
físico. De hecho, pocos hombres de cincuenta y cinco años tenían un cuerpo que hiciese que
las mujeres se volviesen a mirarlo al pasar.


—Porque no se vería con buenos ojos que tuvieses un romance con tu directora de
campaña —le contestó intentando centrarse, aunque por dentro se estaba derritiendo—.
Después de todo lo que hemos pasado ya deberías saberlo.


—Lo único que sé es que durante todos estos meses has conseguido alejar los nubarrones
negros que se cernían sobre mí, haciendo que siempre volviera a salir el sol. ¿Quién sino tú
podría haber mantenido la buena imagen de un candidato con escándalos como la aparición de
una hija ilegítima, como la de un hijo acusado de un presunto delito, como...?


Paula sacudió la cabeza y le tapó la boca con la mano.


—Puede que haya habido situaciones difíciles de manejar, pero la clase de hombre que
eres, bueno y honrado, ha hecho más fácil mi trabajo. Eres auténtico, Pedro, y por eso te han
elegido.


—Me niego a seguir discutiendo esto. Digas lo que digas sin tu ayuda no habría ganado. Y
volviendo al tema del que estábamos hablando... no sé por qué tenemos que seguir luchando
contra la atracción que hay entre nosotros, que ha habido entre nosotros desde el principio.


Paula alzó la vista hacia los ojos azules de Pedro y sintió que una ola de calor la invadía. A veces tenía la impresión de que, como el sol, si permaneciese demasiado tiempo mirándolos acabaría cegada... ante la realidad.


—Ya te lo he dicho, Pedro: no iré a Washington contigo.


—Pero me prometiste que seguirías a mi lado hasta que jurase el cargo —le recordó él apartando un mechón de su mejilla.


Aquel gesto tan tierno le encogió el corazón a Paula.


—Y mantendré esa promesa —respondió. Sin embargo, sospechaba que de todas las
promesas que había hecho en su vida, aquélla iba a ser una de las que más le iba a costar
cumplir.


—Entonces aún dispongo de tiempo para hacerte cambiar de opinión —murmuró Pedro con una sonrisa.


—No cuentes con ello —replicó Paula. No pretendía desafiarlo; sólo constatar la verdad.


—Oh, pero es que ya cuento con ello —susurró él deslizando una pierna entre sus muslos.


Paula se mordió el labio inferior y empujó las palmas de las manos contra su pecho.


Pedro, dijimos que no volveríamos a hacer esto. Fue un error que nos... —comenzó, pero se le quebró la voz y tuvo que tragar saliva para poder seguir hablando—... que nos dejáramos llevar.


Pedro escrutó su rostro en silencio durante largo rato.


—¿Te arrepientes?


«No... sí... no... sí».


Pedro, ya hemos hablado de esto; hemos trabajado muy duro y no quiero que lo que hemos conseguido se eche a perder por...


—¿Por qué? ¿Porque soy mucho mayor que tú?


Paula puso los ojos en blanco.


—No se trata de eso y lo sabes.


Pedro su respuesta no pareció convencerlo demasiado.


—Tal vez sí —replicó—; tengo casi veinte años más que tú.


—Pues por tu cuerpo nadie lo diría —farfulló ella por lo bajo. Nunca dejaría de sorprenderla la energía que demostraba en la cama y fuera de ella. Sacudió la cabeza, y le dijo—: Mira, Pedro, por mucho que lo intentes no vas a convencerme. Aunque las elecciones ya hayan pasado, mi deber sigue siendo mantener una buena imagen pública de ti, y te aseguro que el seguir con esto no te beneficiaría. De hecho, podría acabar convirtiéndome en tu peor pesadilla.


—Me cuesta asociar la palabra «pesadilla» contigo, Pau —murmuró él, deslizando los dedos por su mejilla y su cuello hasta alcanzar la parte superior de uno de sus senos.


El corazón de Paula palpitó con fuerza al ver el deseo escrito en su rostro. ¿Cómo podría rechazarlo? Pedro la hacía sentir cosas que nunca había pensado que pudiera sentir y, aunque intentó resistirse, pronto notó que su fuerza de voluntad empezaba a desvanecerse.


—No te gusta cómo te toco; ¿es eso? —inquirió Pedro rozando levemente el pezón y haciéndola estremecer.


Paula se mordió el labio inferior.


—Sabes que eso no es verdad —susurró ella.


—Entonces, ¿no te gusta cómo te beso? —le preguntó Pedro, posando sus labios sobre los de ella y besándola hasta dejarla sin aliento.


Su débil lado racional quería gritar que aquello no era justo, pero el resto de su ser estaba hundiéndose en el delicioso y prohibido placer que estaba experimentando.


—¿No te gusta cómo te hago el amor? —murmuró él contra sus labios mientras bajaba las manos a la cinturilla de sus pantalones de vestir y los desabrochaba.


Aquél era el momento de decir no, la azuzó la vocecilla de su conciencia. El ruido de la cremallera al bajar se mezcló con la respiración jadeante de ambos, y Paula supo lo que pasaría si no lo detenía. Sabía que esas mismas manos la recorrerían, haciéndola sentirse la mujer más hermosa y sensual del mundo, que la acariciarían con suavidad, prestando atención a sus respuestas, y que luego la dejaría tocarlo también para que pudiese hacerlo sufrir, aunque sólo un poco.


Sin embargo, el hacerlo sufrir no hacía sino aumentar su excitación e impacientarla hasta que por fin la llevaba al límite y se hundía en su interior.


—Dios, te deseo tanto, Pau... —le susurró Pedro.


Su voz, ronca y sensual, tuvo el mismo efecto sobre ella que una caricia en la parte más íntima de su cuerpo y, maldiciendo mentalmente, Paula se rindió. «Sólo una vez más...».




LA AMANTE DEL SENADOR: CAPITULO 1




Savannah Spectator
Crónica Rosa



Si pensaban que nuestro recién elegido senador no iba a dar más que hablar pasada la campaña, se equivocaban. Sus últimas apariciones en público en compañía de la que ha sido su directora de campaña, una preciosa mujer veinte años más joven que él, han hecho que se disparen los rumores, y por mucho que aseguren que su relación es estrictamente profesional, el lenguaje corporal de ambos delata que entre ellos hay algo más.


Y eso no es todo porque, a juzgar por las últimas compras que ha estado haciendo ella: ropita de bebé, libros de maternidad..., es posible, queridos lectores, que tengamos un escándalo por partida doble. Lo que nos preguntamos, sin embargo, es si el senador sabrá que va a ser papá, porque si no, ¡menuda sorpresa se va a llevar!






LA AMANTE DEL SENADOR: SINOPSIS




Pedro siempre conseguía lo que deseaba... y ahora deseaba a Paula.


Paula Chaves era una mujer independiente que había encontrado el éxito... y el placer dirigiendo la campaña de Pedro Alfonso. Durante meses,
su romance con el aspirante a senador había sido un secreto... Hasta que se hizo aquella prueba de embarazo.


Pedro Alfonso no comprendía por qué Paula trataba de apartarlo de su lado ahora que él había decidido hacer pública su relación. ¿Sería por culpa de otro hombre?

lunes, 6 de agosto de 2018

¿PRÍNCIPE AZUL? : EPILOGO




-¡Feliz día de San Valentín! Soy Paula Chaves y nos encontramos en el hospital Park Wood, de Texas, donde mi compañera, Georgina Flowers, ¡acaba de dar a luz gemelas! —Paula se acercó a la cámara—. Las niñas nacieron esta mañana y hemos pensado que unas imágenes de la madre con sus hijas serían el final más adecuado para nuestro especial de San Valentín.


En ese momento, Pedro mandó cortar la grabación.


—¿Aún no está preparada Georgina? —inquirió Paula—. Lleva por lo menos una hora maquillándose.


—Espera un poco —respondió Pedro—. La verdad es que no me he repuesto de la sorpresa. Todavía no puedo creer que apenas esta mañana haya dado a luz a dos gemelas.


—Un nacimiento muy oportuno, ¿verdad? —sonrió Paula—. Aunque los bebés han llegado un mes antes, tienen un buen tamaño. Necesitamos cuarenta y cinco segundos y luego meteremos los créditos de cierre —se puso de puntillas para asomarse a la habitación—. Se está pintando los labios, y siempre deja los labios para el final —le hizo una seña a Julian—. Entramos en cinco minutos.


Pedro miró su reloj.


—Eso nos dará tiempo suficiente para montar y transmitir el nuevo final del especial a las cadenas de televisión. Luego dispondremos de tiempo libre para ir a ver a mis padres.


—Tu madre me prometió que haría lasaña esta noche. Ya se me está haciendo la boca agua...


—Mi madre cocinaría cualquier cosa para ti.


—Y yo se lo permitiría.


Ambos se echaron a reír.


—Todavía no te he dado formalmente las gracias por lo que sea que le dijiste a Patricio —Pedro arqueó las cejas.


Paula no le había contado gran cosa de la conversación que había mantenido con su cuñado, porque temía que pensara que se estaba inmiscuyendo. Porque, después de todo, era verdad.


—Básicamente, le señalé con mucho tacto que su poesía era superficial, porque había estado escribiendo acerca de la vida sin haberla vivido en su profundidad. No había experimentado la cotidiana lucha de una persona contra el mundo; sólo había visto luchar a los demás. Su poesía reflejaba esa falta de experiencia; no sonaba convincente a aquellos que trabajaban duro todos los días. Y... —bajó la mirada a sus manos—... le señalé que el ejemplo perfecto lo tenía en su propia casa, con Teresa y los niños.


—¿Es por eso por lo que Teresa se ha mudado a tu apartamento?


—Sí, y porque necesita un descanso. Patricio quería experimentar por sí mismo la lucha cotidiana de un padre solo, ganándose la vida y manteniendo a sus hijos. Hoy es su tercer día. Le hizo prometer a tu madre que no lo ayudaría económicamente.


—No me lo puedo creer: Patricio trabajando. ¿Y el viaje a Europa?


Paula se encogió de hombros.


—Quizá para su décimo aniversario de boda...


—Eres increíble y te quiero —la besó.


—Recuérdame que me retoque la pintura de labios —repuso Paula, y le devolvió el beso—. Algo que, desgraciadamente, creo que debería hacer ahora mismo.


—Espera un minuto —Pedro la tomó de la mano—. ¿Julian? —le indicó por señas que empezara a grabar.


—¿Qué es lo que está grabando? —inquirió Paula, extrañada.


—Esto —sonriendo, sacó del bolsillo una caja de terciopelo rojo y la abrió.


—¡Pedro! —la joven se llevó las manos a la boca, al igual que habían hecho todas las otras novias que había grabado para el especial—. ¡Es un diamante en forma de corazón!


—Feliz día de San Valentín —pronunció él mientras le deslizaba el anillo en el dedo.


—Oh, Pedro —contempló el anillo con los ojos inundados de lágrimas—. Cuando lo mire, me parecerá que todos los días son San Valentín...


—Eso es porque, contigo, cada día es San Valentín.


Fin.




¿PRÍNCIPE AZUL? : CAPITULO 34




—¿Poco profesional? —inquirió Paula, indignada.


—Así es como yo lo veo —repuso Georgina.


—Poco profesional —Paula se levantó mientras se acababa su helado—. Yo nunca he sido poco profesional —tiró los vasos de plástico a la basura—. Soy famosa por mi profesionalidad. Pregúntale a cualquiera de la industria y te dirán que Paula Chaves es una auténtica profesional.


Tumbada en la cama, Georgina entrelazó los dedos sobre su abultado vientre.


—Creo que se lo preguntaré a Pedro, a ver qué opina.


—Eso es un golpe bajo —replicó Paula, rechinando los dientes—. Eso es un golpe realmente bajo, Georgina —agarró su bolso y salió de la habitación.


—Pero efectivo de verdad —murmuró Georgina para sí misma—. Soy tan buena...



****


Después de una hora en el emplazamiento, Pedro echaba de menos a Paula, como productora, tanto como la echaba de menos como persona. Intentar coordinar ambos equipos de cámaras, así como supervisar cada detalle de su trascendental petición, era algo terriblemente estresante. Y saber que todo aquello no iba a valer para nada era una auténtica tortura. De pronto, sonó una voz en el radiotransmisor de la caravana.


—¿Pedro?


Quien hablaba era uno de los estudiantes de universidad que había contratado. Con gesto cansado, Pedro descolgó el teléfono.


—¿Sí?


—¿Dónde está la comida para los pichones?


Pedro estaba abatido a más no poder; se suponía que tenían que ser palomas. Lo que había querido eran centenares de palomas blancas. Y lo que tenía era un par de docenas de pichones blancos. De lejos, esperaba que el efecto fuera el mismo.


—No había pensado en alimentarlas. ¿Dónde está el cuidador?


—No sé.


—Quizá... —dijo Pedro midiendo cuidadosamente su tono—... ¿tú podrías localizarlo?


—Bien.


Por la ventana de la caravana, Pedro miró sin ver a la banda que en aquel momento estaba presentando su actuación. Con una precisión que hablaba de una gran práctica, atravesaban el césped formando líneas, rombos y círculos. 


Los animadores que agitaban las banderas luchaban contra el fuerte viento y a dos miembros de la banda se les habían volado los sombreros.


Pedro había escogido aquel lugar porque se encontraba en el borde más alto de un extremo del estadio, detrás de la portería. Desde aquel punto aventajado, los dos laterales del campo resultaban visibles, así como el marcador y el campo.


Julian se encontraba allí y el cámara de Pedro en la tribuna de prensa. Pedro tenía que coordinar ambas cámaras. Si Paula hubiera estado presente, se habría reunido con él justo antes de que la banda de Los Leones de la universidad de Lousiana entrara en el campo... y juntos habrían contemplado el espectáculo.


Los Leones ocuparían sus posiciones en los laterales, pero en lugar de marchar hacia el centro del campo, en ese preciso momento las trompetas resonarían en todo el estadio. Esa sería la señal para que la audiencia de las secciones C, D, E y F, levantaran las grandes tarjetas que les habían sido entregadas. 


Suponiendo que cada uno estuviera sentado donde tenía que estar, en los miles de tarjetas de color rosa podría leerse con gruesas letras negras: ¿Quieres casarte conmigo, Paula? El marcador electrónico reflejaría dibujos luminosos de corazones y campanas de boda. Cuando Paula hubiera dicho que sí, Pedro habría conectado el aparato de megafonía para transmitir el mensaje a los espectadores, lo cual a la vez habría constituido la señal para soltar a los pichones junto con miles de globos de color rosa en forma de corazón.


Julian los enfocaría con la cámara y sus rostros felices aparecerían en la gigantesca pantalla de televisión del marcador. Y Paula jamás volvería a sentirse impresionada por cualquier otra petición de matrimonio grabada para Hartson Flowers.


Pero Paula no se encontraba allí.


Y sólo quedaban cuatro universidades más por competir hasta que entraran los Leones de Lousiana.


Pedro no se lo había contado al equipo, aunque el técnico de sonido que estaba sentado en la parte de trasera de la caravana debía de haber escuchado no solamente la conversación de los pichones, sino las de las tarjetas rosas y los globos. Los chicos eran listos. Podrían figurárselo.


—Si alguien me llama, estaré fuera —le dijo Pedro al técnico.


En aquella parte de Texas, a finales de enero hacía un clima muy curioso. El aire frío del norte se encontraba con los frentes cálidos del Golfo de México, con lo que el tiempo podía cambiar muy rápidamente. El frío que Paula y él habían tenido que soportar en el oeste de Texas había atravesado todo el estado hasta alcanzar Roperville, y de su encuentro con el aire cálido se habían originado las lluvias que habían interrumpido el certamen dos veces en aquel mismo día.


Durante toda la mañana, el cielo le había estado mortificando. La vida misma le había estado mortificando. Debería haber retenido a Paula cuando aún tenía oportunidad.


La siguiente banda entró en el estadio. Y la siguiente. Una fina lluvia empezó a caer.


—Excelente —musitó, mientras ayudaba a Julian a cubrir la cámara.


Por el rabillo del ojo vio reflejos de color rosa entre los espectadores; algunos de ellos habían empezado a protegerse de la lluvia con los tarjetones. La lluvia empezó a arreciar.


—¿Pedro? —Julian señaló el campo—. Ya tenemos un montón de imágenes, más que suficientes...


—Lo sé —Pedro se subió el cuello de la cazadora; todavía podía oler en ella el leve aroma del perfume de Paula—. Adelántate y recoge el equipo —le dijo al cámara.


Por un momento pareció que Julian estaba a punto de decir algo, pero luego se lo pensó mejor y llevó la cámara y el trípode a la caravana. La banda continuaba ejecutando valientemente su actuación, pero las banderas ya ondeaban y los sombreros de plumas de los músicos de la banda tenían muy mal aspecto. 


Los espectadores empezaron a buscar refugio en zonas de las gradas protegidas de la lluvia.


—El certamen regional de bandas de música y exhibiciones de banderas ha sido pospuesto debido a las inclemencias del tiempo —resonó una voz por los altavoces del estadio—. A Los Armadillos del estado de Arkansas les será permitido repetir su actuación. Por favor, que un representante de cada grupo siga en contacto con los organizadores del certamen. Les avisaremos de la continuación del programa tan pronto como el tiempo nos lo permita.


Un pájaro blanco sobrevoló el estadio. Uno de los pichones debía de haberse escapado. En lugar de corazones y campanas de boda luminosas, en la pantalla del marcador aparecía el texto de Concurso Pospuesto. Los tarjetones rosas regaban por doquier los asientos y las gradas de cemento. Y Pedro seguía de pie bajo la lluvia.


—Hey, hombre, ¿no vienes? —Julian y el técnico de sonido, ataviados con unos impermeables amarillos, aparecieron a su lado.


—Todavía no estoy dispuesto a irme, tenemos que...


—¿Cómo? —lo interrumpió el técnico.


—Vayamos al stand de la concesión —explicó Julian—. Está lleno de comida que al final no van a utilizar: Montones de perritos calientes y de tacos. ¡Tenemos que llegar allí antes de que los chicos de la universidad acaben con todo!


Pero Pedro no fue con ellos; no estaba de humor para comer. Enterrando la nariz en el cuello de su cazadora, aspiró profundamente el aroma para evocar el recuerdo de Paula. Incluso aunque ella hubiera estado allí, su petición de matrimonio habría sido un desastre. El romanticismo no se merecía tanto esfuerzo.


El personal de limpieza había empezado a recoger la basura. Pedro los observó mientras tiraban los tarjetones rosas en los cubos vacíos junto con los restos de comida. Basura. La que debería haber sido la más romántica petición de matrimonio del mundo se había visto reducida a asquerosa basura.


Un vehículo se detuvo a su espalda. Pedro lo ignoró.


—¿Señor Alfonso?


Reacio, volvió la cabeza, y vio un camión del estadio. El conductor señaló la parte trasera y le informó:
—Aquí tenemos los globos. Lo siento, pero nos tenemos que ir. ¿Dónde quiere que se los ponga?


No los quería. No quería volver a ver un solo globo rosa en forma de corazón en toda su vida...


—Descárguelos al lado de la caravana y ya me encargaré de ellos más tarde.


Los hombres descargaron las tres gigantescas redes llenas de los dos mil globos de helio, atadas a enormes pesos. Pedro sacudió la cabeza. Los globos jamás cabrían en la caravana. Tendría que soltarlos y devolver los pesos a la agencia que se los había vendido. El camión se marchó y Pedro se quedó solo.


Su único gran gesto romántico había resultado un completo fracaso. Cuando Paula le sugirió lo de una celebración, habría sido completamente natural que le respondiera: «si te casas conmigo, luego tendremos incluso más cosas que celebrar». Entonces se habrían comprometido y él no se encontraría allí en aquel momento, bajo la lluvia, preguntándose si alguna vez ella volvería a dirigirle la palabra.


Al fin, Pedro decidió moverse y se dirigió al refugio de la puerta de entrada; sentado en una silla plegable, se dedicó a observar al personal del estadio mientras recogía los empapados tarjetones color rosa. Pensó en echarles una mano, ya que él era el responsable de aquella basura extra.


De pronto oyó el portazo de un coche y el sonido de unos pasos en la grava. Pedro suspiró. Se había estado preguntando cuánto tiempo tardaría en encontrarle el encargado de los pichones.


—¿Pedro? —le preguntó una voz de mujer.


—¡Paula!


Estaba allí; había vuelto. Pedro sólo podía mirarla fijamente mientras avanzaba sorteando los charcos.


—Estás empapado —se reunió con él bajo el techado de la entrada, y cerró su paraguas.


—Está lloviendo —comentó Pedro, aunque eso no era lo que había querido decirle.


—Ya lo sé —suspiró—. Quería pedirte disculpas por haber permitido que grabaras solo este segmento —se estremeció; tenía la nariz enrojecida—. Ha sido algo... muy poco profesional por mi parte.


—Tienes frío —se abrió la cazadora y extendió los brazos—. Ven aquí.


Paula lo miró, y después se concentró en sacudir cuidadosamente su paraguas.


—No creo que sea lo más inteligente.


—No me importa que lo sea o no —se acercó más hacia ella—. Necesito abrazarte.


A Paula empezaron a temblarle los labios, y al fin se lanzó a sus brazos.


—No tanto como yo necesito que me abraces... —le rodeó la cintura por debajo de la cazadora.


—Paula —pronunció, estrechándola contra su pecho—. Te quiero.


—Me estás diciendo eso sólo porque me compadeces...


—Te lo estoy diciendo porque te quiero —la besó en el cabello, y Paula levantó el rostro para mirarlo.


—Entonces, ¿por qué no me dejaste hablarte el otro día? Tenías que saber lo que sentía.


—No quería estropear la petición...


—¿Qué petición? —inquirió ella, abriendo mucho los ojos.


—Tenía las bandas de música —hizo un gesto con el brazo—, tenía el estadio entero lleno de gente... pero no te tenía a ti —la miró, esbozando una media sonrisa— Y la fastidié. Lo siento.


Pedro... —suspiró su nombre y se suavizó su expresión—. No necesito bandas de música, ni gente, ni cámaras... sólo te necesito a ti. Te quiero. Es por eso por lo que quería hacerte la petición. Quería que vieras que podía hacerlo sin todas esas «tonterías románticas», como tú solías llamarlas.


—Pero yo quería esas tonterías románticas para ti.


—Y yo te adoro por eso.


Lo estaba mirando con tanto amor en los ojos que Pedro ya no pudo esperar. Allí, bajo la lluvia, sintió que las palabras escapaban de su corazón.


—¿Quieres casarte conmigo, Paula?


—Sí —susurró ella, con los ojos inundados de lágrimas.


—Quería que esto fuera tan romántico para ti... Justo como en tus sueños.


—Es romántico —extendió un brazo y se levantó la manga del impermeable—. Mira: carne de gallina.


Cuando Pedro ya se inclinaba para besarla, se le ocurrió una idea y se detuvo, sonriendo de oreja a oreja.


—Espera un momento —llevándose las manos a la boca, gritó a los trabajadores del estadio—: ¡Me ha contestado que sí! ¡Paula Chaves va a casarse con Pedro Alfonso!


—¡Pedro! —riendo, Paula escondió el rostro en su pecho—. Podemos transmitírselo al mundo más tarde...


—Oh, desde luego que sí —Pedro la besó en los labios antes de correr hacia la caravana—. ¡Mira!


Y entonces soltó los dos mil globos rosas en forma de corazón que se elevaron al cielo... por ella.