—¿Poco profesional? —inquirió Paula, indignada.
—Así es como yo lo veo —repuso Georgina.
—Poco profesional —Paula se levantó mientras se acababa su helado—. Yo nunca he sido poco profesional —tiró los vasos de plástico a la basura—. Soy famosa por mi profesionalidad. Pregúntale a cualquiera de la industria y te dirán que Paula Chaves es una auténtica profesional.
Tumbada en la cama, Georgina entrelazó los dedos sobre su abultado vientre.
—Creo que se lo preguntaré a Pedro, a ver qué opina.
—Eso es un golpe bajo —replicó Paula, rechinando los dientes—. Eso es un golpe realmente bajo, Georgina —agarró su bolso y salió de la habitación.
—Pero efectivo de verdad —murmuró Georgina para sí misma—. Soy tan buena...
****
—¿Pedro?
Quien hablaba era uno de los estudiantes de universidad que había contratado. Con gesto cansado, Pedro descolgó el teléfono.
—¿Sí?
—¿Dónde está la comida para los pichones?
Pedro estaba abatido a más no poder; se suponía que tenían que ser palomas. Lo que había querido eran centenares de palomas blancas. Y lo que tenía era un par de docenas de pichones blancos. De lejos, esperaba que el efecto fuera el mismo.
—No había pensado en alimentarlas. ¿Dónde está el cuidador?
—No sé.
—Quizá... —dijo Pedro midiendo cuidadosamente su tono—... ¿tú podrías localizarlo?
—Bien.
Por la ventana de la caravana, Pedro miró sin ver a la banda que en aquel momento estaba presentando su actuación. Con una precisión que hablaba de una gran práctica, atravesaban el césped formando líneas, rombos y círculos.
Los animadores que agitaban las banderas luchaban contra el fuerte viento y a dos miembros de la banda se les habían volado los sombreros.
Pedro había escogido aquel lugar porque se encontraba en el borde más alto de un extremo del estadio, detrás de la portería. Desde aquel punto aventajado, los dos laterales del campo resultaban visibles, así como el marcador y el campo.
Julian se encontraba allí y el cámara de Pedro en la tribuna de prensa. Pedro tenía que coordinar ambas cámaras. Si Paula hubiera estado presente, se habría reunido con él justo antes de que la banda de Los Leones de la universidad de Lousiana entrara en el campo... y juntos habrían contemplado el espectáculo.
Los Leones ocuparían sus posiciones en los laterales, pero en lugar de marchar hacia el centro del campo, en ese preciso momento las trompetas resonarían en todo el estadio. Esa sería la señal para que la audiencia de las secciones C, D, E y F, levantaran las grandes tarjetas que les habían sido entregadas.
Suponiendo que cada uno estuviera sentado donde tenía que estar, en los miles de tarjetas de color rosa podría leerse con gruesas letras negras: ¿Quieres casarte conmigo, Paula? El marcador electrónico reflejaría dibujos luminosos de corazones y campanas de boda. Cuando Paula hubiera dicho que sí, Pedro habría conectado el aparato de megafonía para transmitir el mensaje a los espectadores, lo cual a la vez habría constituido la señal para soltar a los pichones junto con miles de globos de color rosa en forma de corazón.
Julian los enfocaría con la cámara y sus rostros felices aparecerían en la gigantesca pantalla de televisión del marcador. Y Paula jamás volvería a sentirse impresionada por cualquier otra petición de matrimonio grabada para Hartson Flowers.
Pero Paula no se encontraba allí.
Y sólo quedaban cuatro universidades más por competir hasta que entraran los Leones de Lousiana.
Pedro no se lo había contado al equipo, aunque el técnico de sonido que estaba sentado en la parte de trasera de la caravana debía de haber escuchado no solamente la conversación de los pichones, sino las de las tarjetas rosas y los globos. Los chicos eran listos. Podrían figurárselo.
—Si alguien me llama, estaré fuera —le dijo Pedro al técnico.
En aquella parte de Texas, a finales de enero hacía un clima muy curioso. El aire frío del norte se encontraba con los frentes cálidos del Golfo de México, con lo que el tiempo podía cambiar muy rápidamente. El frío que Paula y él habían tenido que soportar en el oeste de Texas había atravesado todo el estado hasta alcanzar Roperville, y de su encuentro con el aire cálido se habían originado las lluvias que habían interrumpido el certamen dos veces en aquel mismo día.
Durante toda la mañana, el cielo le había estado mortificando. La vida misma le había estado mortificando. Debería haber retenido a Paula cuando aún tenía oportunidad.
La siguiente banda entró en el estadio. Y la siguiente. Una fina lluvia empezó a caer.
—Excelente —musitó, mientras ayudaba a Julian a cubrir la cámara.
Por el rabillo del ojo vio reflejos de color rosa entre los espectadores; algunos de ellos habían empezado a protegerse de la lluvia con los tarjetones. La lluvia empezó a arreciar.
—¿Pedro? —Julian señaló el campo—. Ya tenemos un montón de imágenes, más que suficientes...
—Lo sé —Pedro se subió el cuello de la cazadora; todavía podía oler en ella el leve aroma del perfume de Paula—. Adelántate y recoge el equipo —le dijo al cámara.
Por un momento pareció que Julian estaba a punto de decir algo, pero luego se lo pensó mejor y llevó la cámara y el trípode a la caravana. La banda continuaba ejecutando valientemente su actuación, pero las banderas ya ondeaban y los sombreros de plumas de los músicos de la banda tenían muy mal aspecto.
Los espectadores empezaron a buscar refugio en zonas de las gradas protegidas de la lluvia.
—El certamen regional de bandas de música y exhibiciones de banderas ha sido pospuesto debido a las inclemencias del tiempo —resonó una voz por los altavoces del estadio—. A Los Armadillos del estado de Arkansas les será permitido repetir su actuación. Por favor, que un representante de cada grupo siga en contacto con los organizadores del certamen. Les avisaremos de la continuación del programa tan pronto como el tiempo nos lo permita.
Un pájaro blanco sobrevoló el estadio. Uno de los pichones debía de haberse escapado. En lugar de corazones y campanas de boda luminosas, en la pantalla del marcador aparecía el texto de Concurso Pospuesto. Los tarjetones rosas regaban por doquier los asientos y las gradas de cemento. Y Pedro seguía de pie bajo la lluvia.
—Hey, hombre, ¿no vienes? —Julian y el técnico de sonido, ataviados con unos impermeables amarillos, aparecieron a su lado.
—Todavía no estoy dispuesto a irme, tenemos que...
—¿Cómo? —lo interrumpió el técnico.
—Vayamos al stand de la concesión —explicó Julian—. Está lleno de comida que al final no van a utilizar: Montones de perritos calientes y de tacos. ¡Tenemos que llegar allí antes de que los chicos de la universidad acaben con todo!
Pero Pedro no fue con ellos; no estaba de humor para comer. Enterrando la nariz en el cuello de su cazadora, aspiró profundamente el aroma para evocar el recuerdo de Paula. Incluso aunque ella hubiera estado allí, su petición de matrimonio habría sido un desastre. El romanticismo no se merecía tanto esfuerzo.
El personal de limpieza había empezado a recoger la basura. Pedro los observó mientras tiraban los tarjetones rosas en los cubos vacíos junto con los restos de comida. Basura. La que debería haber sido la más romántica petición de matrimonio del mundo se había visto reducida a asquerosa basura.
Un vehículo se detuvo a su espalda. Pedro lo ignoró.
—¿Señor Alfonso?
Reacio, volvió la cabeza, y vio un camión del estadio. El conductor señaló la parte trasera y le informó:
—Aquí tenemos los globos. Lo siento, pero nos tenemos que ir. ¿Dónde quiere que se los ponga?
No los quería. No quería volver a ver un solo globo rosa en forma de corazón en toda su vida...
—Descárguelos al lado de la caravana y ya me encargaré de ellos más tarde.
Los hombres descargaron las tres gigantescas redes llenas de los dos mil globos de helio, atadas a enormes pesos. Pedro sacudió la cabeza. Los globos jamás cabrían en la caravana. Tendría que soltarlos y devolver los pesos a la agencia que se los había vendido. El camión se marchó y Pedro se quedó solo.
Su único gran gesto romántico había resultado un completo fracaso. Cuando Paula le sugirió lo de una celebración, habría sido completamente natural que le respondiera: «si te casas conmigo, luego tendremos incluso más cosas que celebrar». Entonces se habrían comprometido y él no se encontraría allí en aquel momento, bajo la lluvia, preguntándose si alguna vez ella volvería a dirigirle la palabra.
Al fin, Pedro decidió moverse y se dirigió al refugio de la puerta de entrada; sentado en una silla plegable, se dedicó a observar al personal del estadio mientras recogía los empapados tarjetones color rosa. Pensó en echarles una mano, ya que él era el responsable de aquella basura extra.
De pronto oyó el portazo de un coche y el sonido de unos pasos en la grava. Pedro suspiró. Se había estado preguntando cuánto tiempo tardaría en encontrarle el encargado de los pichones.
—¿Pedro? —le preguntó una voz de mujer.
—¡Paula!
Estaba allí; había vuelto. Pedro sólo podía mirarla fijamente mientras avanzaba sorteando los charcos.
—Estás empapado —se reunió con él bajo el techado de la entrada, y cerró su paraguas.
—Está lloviendo —comentó Pedro, aunque eso no era lo que había querido decirle.
—Ya lo sé —suspiró—. Quería pedirte disculpas por haber permitido que grabaras solo este segmento —se estremeció; tenía la nariz enrojecida—. Ha sido algo... muy poco profesional por mi parte.
—Tienes frío —se abrió la cazadora y extendió los brazos—. Ven aquí.
Paula lo miró, y después se concentró en sacudir cuidadosamente su paraguas.
—No creo que sea lo más inteligente.
—No me importa que lo sea o no —se acercó más hacia ella—. Necesito abrazarte.
A Paula empezaron a temblarle los labios, y al fin se lanzó a sus brazos.
—No tanto como yo necesito que me abraces... —le rodeó la cintura por debajo de la cazadora.
—Paula —pronunció, estrechándola contra su pecho—. Te quiero.
—Me estás diciendo eso sólo porque me compadeces...
—Te lo estoy diciendo porque te quiero —la besó en el cabello, y Paula levantó el rostro para mirarlo.
—Entonces, ¿por qué no me dejaste hablarte el otro día? Tenías que saber lo que sentía.
—No quería estropear la petición...
—¿Qué petición? —inquirió ella, abriendo mucho los ojos.
—Tenía las bandas de música —hizo un gesto con el brazo—, tenía el estadio entero lleno de gente... pero no te tenía a ti —la miró, esbozando una media sonrisa— Y la fastidié. Lo siento.
—Pedro... —suspiró su nombre y se suavizó su expresión—. No necesito bandas de música, ni gente, ni cámaras... sólo te necesito a ti. Te quiero. Es por eso por lo que quería hacerte la petición. Quería que vieras que podía hacerlo sin todas esas «tonterías románticas», como tú solías llamarlas.
—Pero yo quería esas tonterías románticas para ti.
—Y yo te adoro por eso.
Lo estaba mirando con tanto amor en los ojos que Pedro ya no pudo esperar. Allí, bajo la lluvia, sintió que las palabras escapaban de su corazón.
—¿Quieres casarte conmigo, Paula?
—Sí —susurró ella, con los ojos inundados de lágrimas.
—Quería que esto fuera tan romántico para ti... Justo como en tus sueños.
—Es romántico —extendió un brazo y se levantó la manga del impermeable—. Mira: carne de gallina.
Cuando Pedro ya se inclinaba para besarla, se le ocurrió una idea y se detuvo, sonriendo de oreja a oreja.
—Espera un momento —llevándose las manos a la boca, gritó a los trabajadores del estadio—: ¡Me ha contestado que sí! ¡Paula Chaves va a casarse con Pedro Alfonso!
—¡Pedro! —riendo, Paula escondió el rostro en su pecho—. Podemos transmitírselo al mundo más tarde...
—Oh, desde luego que sí —Pedro la besó en los labios antes de correr hacia la caravana—. ¡Mira!
Y entonces soltó los dos mil globos rosas en forma de corazón que se elevaron al cielo... por ella.
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