miércoles, 17 de enero de 2018

LA AMANTE DE LOS VIERNES: CAPITULO 23






Pedro retrocedió como si le hubiese dado una bofetada. Se quedó pálido y aturdido.


Aquello era demasiado. La miró fijamente. Ella también estaba pálida. ¿Embarazada? Articuló la palabra en silencio.


—No es posible —consiguió decir en un susurro—. Siempre he utilizado protección.


Ella no despegó los ojos de los suyos, tenía los labios apretados.


Pedro dio un paso atrás, intentó controlarse. Durante los últimos días había cambiado mucho su vida, se había enterado de cosas sorprendentes, pero aquello no se lo había esperado.


No se había olvidado de Paula en los diez días que había estado fuera, pero entre el trabajo, conocer a su madre e intentar averiguar el paradero de su padre, no había encontrado el momento de llamarla. A todo eso había que añadir la petición de Eleonora de que dejase de ver a su hija.


Pero no había esperado ver a Paula de nuevo en las revistas. Todo el mundo parecía contento con su reconciliación con Jeronimo Cook, aunque, al parecer, también había salido con otros. Y también la habían pillado borracha. Pedro se había dado cuenta de que era una mujer débil, débil y caprichosa. Y eso no le convenía en esos momentos.


Eleonora Chaves le había hecho un gran favor.


—Quiero que me digas la verdad —le exigió—. ¿Estás embarazada de mí, o no?


Se dio cuenta de que ella estaba sudando y muy pálida, pero le dio igual. Sólo quería la verdad, y la prueba, para decidir lo que iba a hacer.


Ella parpadeó, abrió la boca. Parecía tan afectada como lo estaba él. Prefería verla enfadada a verla así.


—Creo que tengo motivos para preguntártelo —añadió él.


—Me dejaste, cerdo. Ni siquiera me llamaste por teléfono. ¿Durante cuánto tiempo querías que estuviese esperándote?


—Pobrecita Paula. Siempre tienes que ser el centro de la atención, ¿verdad?


Ella retrocedió, tragó saliva, se miró los zapatos. Pedro se dio cuenta de que su bonito pelo rubio estaba apagado, sin vida. Entonces la vio levantar la cabeza y descubrió la decepción en sus ojos.


—Eres como los demás, ¿verdad? —dijo Paula.


Pedro estaba furioso, no quería que se sintiese decepcionada, pero no podía hacer nada más que fulminarla con la mirada. Estaba enganchado a una mujer mimada y caprichosa que llenaba en él un vacío que, hasta entonces, no había sabido que tenía.


¡Embarazada! Qué ironía. Otra mujer se había quedado embarazada hacía treinta y cuatro años, pero había decidido que el dinero era más importante que criar a un hijo.


—¡Pedro! —lo llamó Adrian desde lo alto de las escaleras—. El juez va a volver.


Iban a dar el veredicto ese mismo día. Paula no había levantado la vista al oír a Adrian.


—Ahora no es el momento de solucionar esto —dijo Pedro.


Ella lo miró a los ojos. Pedro no quiso leer lo que vio en ellos.


—No tienes que solucionar nada —replicó ella, se dio la media vuelta y se marchó.


Pedro alzó la cabeza y miró al cielo. Sintió que la ira desaparecía. En esos momentos, sólo había en él necesidad y decepción. Paula era como una droga para él y, a pesar todo, el mono era muy fuerte. Pero una droga era una droga. 


Pedro tenía que luchar por sobrevivir sin ella.



LA AMANTE DE LOS VIERNES: CAPITULO 22





El jueves por la mañana llegó tarde al juicio. Hizo ruido con los tacones al entrar y muchas cabezas se giraron a mirarla, el juez le puso mala cara.


—Lo siento —se disculpó en voz alta.


Y entonces lo vio. La estaba mirando con expresión fría. 


Feroz.


Paula se sentó, temblando, absorbiendo la emoción que la invadía cada vez que lo veía. El vacío de su interior empezó a llenarse… pero no pudo sentirse feliz.


Le dolía el estómago. ¿Por qué la había mirado Pedro así? 


Ella era quien debía sentirse agraviada. La había utilizado y la había dejado sin más.


«Tienes que contárselo», se dijo a sí misma.


—Todavía no —susurró. 


Su madre se giró y la miró con preocupación. Paula sacudió la cabeza en silencio.


Todavía no. Los test de embarazo no eran del todo fiables. 


Tenía que ir al médico. ¿A cuál? No se fiaba de la discreción de los de la clínica Elpis, ya que todos eran voluntarios.


Pedro pensaría que lo había atrapado. O peor, dudaría de su paternidad. No pudo evitar pensar mal de él, a pesar de que su sentido común le decía que era un hombre honrado y responsable. Haría lo correcto con ella.


Aquélla fue la mañana más larga de su vida. Consiguió aguantar hasta la hora de la comida y entonces, corrió al baño, donde vomitó por tercera vez en esa semana.


Cuando salió, Pedro estaba saliendo, solo. Paula se sentía fatal, pero no podía seguir así. Se obligó a dejar de temblar y blindó su corazón con determinación.


Él tenía las manos en los bolsillos y la cabeza agachada, por un momento, a Paula le pareció que estaba triste, pero entonces recordó la semana que había pasado ella. Le había hecho sentirse como un fracaso como mujer, amante y amiga. No iba a permitir que se fuese de rositas. Pero su expresión fría y distante la bloqueó.


Aquél no era el hombre que ella conocía, o que creía conocer. Aquélla era otra persona.


Pedro miró a su alrededor al ver que se le acercaba.


—Este no es ni el momento ni el lugar… —le susurró.


—Bueno, si hubieses respondido a mis llamadas… 


Pedro la agarró del brazo y rodeó el edificio con ella.


—Me sorprende que hayas sido capaz de salir de la cama esta mañana. ¿De la cama de quién?, por cierto. ¿Acaso te acuerdas?


Aquello fue como una bofetada.


—¿Puede saberse qué te pasa? —inquirió ella—. ¿Un día lo quieres todo, y otro, nada?


No conocía a aquel hombre y sintió ganas de vomitar. Tuvo miedo. No podía vomitar allí. Tuvo miedo de que aquellas palabras fuesen las últimas que se dijesen.


—Pensé que teníamos… —se le quebró la voz—… algo especial.


La expresión de Pedro no cambió. No había conseguido enternecerlo, sólo le había dado otra oportunidad para machacarla. Estaba furiosa. No volvería a cometer aquel error nunca más.


—Pues parece ser que has estado disfrutado de cosas muy especiales con muchos otros —murmuró él—. ¿Qué tal Jeronimo?


—Bien —respondió Paula. Aunque un poco frustrado, porque había estado resistiéndosele toda la semana.


—¿Cuántos hombres necesitas, Paula, para estar satisfecha?


Aquello era demasiado. ¡Ella no había hecho nada! Era ella la agraviada.


—No tienes derecho a preguntarme eso —contestó enfadada—. No tienes derecho porque todo ha sido una mentira. Me has utilizado. Sólo querías que tu padre se jubilase y te dejase su puesto.


Pedro puso cara de asombro y ella se dio cuenta de que había dado en el blanco.


—Querías que nuestros padres dejasen de pelearse y esperabas conseguirlo conmigo. Sólo tenías que conquistarme y yo, que soy una tonta y una crédula, picaría el anzuelo.


Él no tardó en recuperarse.


—Deja que te diga algo. Nadie te toma en serio, Paula Chaves. No eres más que una niña rica y mimada que escarceas con las obras benéficas como con los hombres.


Paula nunca se había sentido tan enfadada, tan dolida. Se irguió y lo miró con altivez.


—Pues será mejor que vayas empezando a tomarme en serio, porque voy a darte un hijo.




LA AMANTE DE LOS VIERNES: CAPITULO 21





Paula salió del juicio el lunes desconcertada con la ausencia de Pedro. Y cuando no lo vio aparecer tampoco el resto de la semana, empezó a preocuparse. ¿Qué días le había dicho que iba a estar fuera? Como estaba medio dormida cuando se habían despedido, no se había enterado bien.


No podía llamarlo a su despacho y no contestaba al teléfono móvil. Como no quería ser pesada, no quiso dejarle un mensaje, pero cada vez estaba más inquieta.


Cuando le dio plantón el viernes por la tarde, en el hotel, la confusión se transformó en ira. ¿Acaso estaba jugando con ella?


Sin importarle que la reconociesen, preguntó por la reserva de la habitación en recepción.


—Lo siento, pero la reserva fue anulada el lunes —le informó la recepcionista, mirándola con tanta lástima que Paula se apresuró a marcharse de allí, tenía ganas de vomitar.


También se había encontrado mal el día anterior, pero lo había achacado a los nervios. Se le pasó por la cabeza que podía haberse quedado embarazada, pero no. Pedro siempre utilizaba protección, y ella tomaba la píldora.


Ese día, le dejó un mensaje en el teléfono de su casa, al que él tampoco contestó. A pesar de sentirse revuelta y sola, esa noche salió con un par de amigas al estreno de una película.


Se encontraron con Jeronimo Cook fueron a tomar algo. 


Como Pedro tampoco la llamó durante el resto del fin de semana, volvió a salir y se aseguró de que la fotografiaran.


El lunes siguiente, Pedro tampoco apareció en el juicio y siguió sin contestar al teléfono. Paula se preguntó por qué había tenido esperanzas, por qué había pensado que era lo suficientemente buena para él. Se había contentado con tener sexo, hasta que él había hecho que se enamorase.


Se dijo que tenía que olvidarlo y llamó a Jeronimo y a un par de amigos más. Fue fácil volver al mundo de las fiestas. Ni siquiera el malestar que no la abandonaba la detenía, aunque era incapaz de beber alcohol. Pedro Alfonso lo había estropeado todo. ¡Nadie rechazaba a Paula Chaves! Iba a ponerlo tan celoso que volvería a ella de rodillas, y entonces, lo trataría como a un perro.


Pero Pedro no volvió. Y Paula siguió fingiendo ser el alma de las fiestas porque no quería meterse en la cama. El único modo en que conseguía aliviar el dolor que tenía dentro era haciéndose un ovillo y abrazándose con fuerza. En su cama, en la que él le había hecho el amor, y se había despedido con un beso por última vez. Las lágrimas la acechaban día y noche, haciendo que le doliesen los ojos. ¿Qué había hecho para que Pedro no quisiese saber nada más de ella?


Una noche, en un bar, alguien le tocó en el hombro y, al volverse, vio a Adrian Alfonso que le sonreía.


—¿También vas a hacer que me echen de aquí? —le preguntó él en tono de broma.


Paula se aferró a su simpatía como si fuese un salvavidas.


Nunca los habían presentado de manera oficial, así que lo solucionaron enseguida. Las amigas de Paula arquearon las cejas y se susurraron las unas a las otras que era muy guapo. Adrian era uno de los solteros más codiciados de la ciudad, pero para Paula, no tenía comparación con Pedro


No había magia en su rostro.


Quería preguntarle por él, pero sabía que estaba demasiado dolida, que su corazón estaba a punto de romperse. Y no quería que nadie se diese cuenta de lo sola, triste y herida que estaba.


Después de un rato charlando juntos y comentando el juicio y lo tremendos que eran sus padres, Adrian le confesó:
—¿Sabes? Le dije a Pedro que la mejor manera de terminar con todo era conquistándote.


Aquello fue como otra puñalada para el corazón de Paula, pero no dejó de sonreír.


—¿De verdad? ¿Y cuándo se lo dijiste?


—Cuando empezó el juicio —contestó él, sonriendo de oreja a oreja a una mujer muy guapa que acaba de entrar.


Paula la reconoció, era la secretaria de Pedro.


—¿Y qué te dijo él?


Pedro es demasiado listo para seguir mis consejos. Me alegro de haber charlado por fin contigo, Paula Chaves. Nos veremos en los tribunales —le guiñó un ojo—. Siempre había querido decir eso.


Paula se quedó otro minuto allí sentada, sonriendo como una tonta, intentando encontrar sentido a lo que Adrian le acababa de contar.


Se preguntó si Pedro había trazado un plan desde el principio. Entonces recordó que había sido al comienzo del juicio cuando había empezado a llevarle regalos y a comportarse como si tuviese celos.


Empezó a costarle trabajo respirar. Estaba claro, no era más que un plan. En realidad, no le gustaba. Sólo había querido que se enamorase de él.


Corrió al baño y vomitó. Alguien la ayudó a salir del bar y a tomar un taxi. Y todos los periódicos recogieron su malestar al día siguiente.


—Creo que te estás pasando. ¿Qué bebiste anoche? —le preguntó su madre.


—Nada —se defendió ella, no queriendo compartir con su madre que tenía el corazón roto—. Debió de ser un virus, nada más.


Después de cinco noches seguidas saliendo, estaba agotada. La falta de sueño y el constante dolor de estómago hacían que le doliese mucho la cabeza, así que el viernes por la noche se compró un test de embarazo. Sólo por precaución. Estaba casi segura de que no estaba embarazada, sólo estaba triste y confundida.


Pero la prueba dio positivo.


«No, no, no. No puede ser verdad».


¿Cuándo había sido su último periodo? Tomó aire y volvió a sacar un segundo test de la caja.





martes, 16 de enero de 2018

LA AMANTE DE LOS VIERNES: CAPITULO 20





Después de salir del coche de Eleonora, Pedro fue directo a casa y sacó su partida de nacimiento de la caja fuerte. Se sintió aliviado. Era mentira.


No obstante, seguía estando inquieto. Fue a casa de sus padres y le preguntó al ama de llaves dónde estaban guardadas las fotografías de la familia. A su madre le encantaba hacer fotos. Se pasó horas viendo cajas y álbumes, buscando parecidos. Y no llegó a ninguna conclusión. Él era más grande y ancho que su hermano. Sus rasgos faciales eran también más anchos que los de sus padres, mientras que Adrian se parecía muchísimo a su madre. El color de la piel y de los ojos era el mismo para todos, y eso lo tranquilizó.


Pero la paz le duró sólo hasta que encontró un paquete en el que ponía: Embarazo. Había muchas fotografías de su madre embarazada, pero todas de 1979, que era el año en el que había nacido Adrian, no él. No encontró ninguna fotografía de su madre embarazada en 1975.


Luego volvió a su despacho y le pidió a Julieta que no lo molestasen. Se pasó allí el resto del día, dándole vueltas a la cabeza.


¿Lo habían tratado sus padres de manera diferente? Intentó recordar su niñez. Él era el mayor, siempre había sido muy maduro, así que le habían adjudicado la mayoría de las tareas y habían esperado que cuidase de su hermano pequeño. Los hijos mayores siempre pensaban que los pequeños estaban mimados, y él no era una excepción. Pero Adrian siempre había ido detrás de él, «para ayudarte», decía.


Entre ambos había un estrecho vínculo, pero, ¿y sus padres? Siempre habían puesto el trabajo por delante de la familia.


Se miró el reloj por enésima vez. Aquél estaba siendo el día más largo de toda su vida. Por mucho que intentaba convencerse de que no debía sacar conclusiones precipitadas, algo le decía que Eleonora le había dicho la verdad. Entonces pensó que tal vez por eso su madre le hubiese dejado las acciones a Adrian, su hijo biológico. Y que su padre quisiese que Adrian, su hijo biológico, estuviese al frente de la empresa.


En cuanto Rogelio volvió del juicio, Pedro entró en su despacho, tiró su partida de nacimiento encima de la mesa y le exigió que le contase la verdad. Rogelio insistió en que no sabía de qué le estaba hablando, y cuando Pedro se lo dijo, palideció y no lo negó. Entonces, Pedro tuvo que enfrentarse al hecho de que, hasta entonces, toda su vida había sido una farsa.


Dos años después de haberse casado, les habían dicho que no podían tener hijos. La madre de Pedro, a la que, además, después del accidente Saul le había prohibido que viese a su mujer, había caído en una profunda depresión. Rogelio, por miedo a que su negocio sufriese las consecuencias, la había llevado a una casa de campo en Sydney y había viajado desde Wellington todas las semanas para verla.


Deprimida y sola, su madre se había hecho amiga de una criada que estaba embarazada y soltera. Y habían organizado una adopción ilegal a cambio de mucho dinero. 


Melanie había conseguido incluso una falsa partida de nacimiento. Un año después, había vuelto a Nueva Zelanda con Pedro en brazos. Y habían dicho a todo el mundo que era su hijo. Cuatro años más tarde, Melanie se había quedado embarazada de Adrian.


—Tú lo sabías? —le preguntó Pedro a Adrian que había entrado a mitad de la conversación.


—Claro que no —le aseguró él—, pero no cambia nada, Pedro. Sigues siendo mi hermano.


—Y mi hijo —añadió su padre con voz temblorosa.


—Quiero detalles —pidió Pedro—. Nombres, fechas…


—¿Para qué, Pedro? Te criamos como a un Alfonso, te quisimos desde el primer día. ¿Para qué quieres desenterrar el pasado?


—¿Te preocupa que te metan en la cárcel por fraude, y por haber comprado un bebé? —fue la despiadada respuesta de Pedro a su padre, de la que se arrepintió al instante—. Me marcho a Sydney hoy, en vez del miércoles. No sé cuándo volveré. Necesito la dirección de la casa, el nombre de mi madre, de su amante, mi padre, las fechas en las que ella trabajó allí…


Se preguntó si sus padres biológicos se habrían puesto en contacto con los Alfonso a lo largo de los años. Si habían querido verlo o sólo les había importado el dinero.


—Ya veo por qué quieres que sea Adrian quien dirija la empresa, y no yo.


—Eso no es verdad —protestó Rogelio—. No quiero que la dirija Adrian. Ni tú. Quiero que lo hagáis los dos juntos.


Pedro vio mucho miedo en los ojos de Rogelio. ¿Desde cuándo llevaría temiéndose aquello?


No obstante, en esos momentos no podía llamarlo «papá».


Pedro, sigo pensando lo mismo acerca de la empresa, y de ti —comentó Adrian, que estaba tan pálido como su padre.


Pedro se puso en pie bruscamente. Tenía que irse a casa y hacer la maleta.


—Me iré hacia el aeropuerto dentro de dos horas. Llámame para darme los detalles que te he pedido.


—Iré contigo —dijo Adrian enseguida, levantándose también.


Pedro se detuvo y se volvió a mirarlo.


No era su hermano. Ni siquiera su hermano adoptivo.


—Esto es algo en lo que no puedes ayudarme…


—Pero…


Adrian parecía tan sorprendido con la noticia como Pedro


Siempre habían estado muy unidos. Incluso se parecían. 


¿Cambiaría todo aquello su relación?


Pedro le dio una palmadita en el hombro.


—Gracias, pero prefiero hacer esto yo solo.




LA AMANTE DE LOS VIERNES: CAPITULO 19





Pedro se quedó a dormir y la despertó muy temprano para volver a hacerle el amor antes de irse a trabajar. Paula lo abrazó por el cuello y él la besó.


—¿No se te olvida algo?


Pedro sonrió y le dio otro beso.


—¿El contrato de compraventa? —rió ella.


—Ah. Se lo daré a mis abogados para que le echen un vistazo.


—¿Qué vas a hacer con él? —preguntó Paula, volviendo a tumbarse en la cama.


—Todavía no lo he decidido. Tal vez lo convierta en una exclusiva galería de arte y exhiba las obras de una artista brillante, pero con muchas inseguridades acerca de su trabajo.


A ella le brillaron los ojos, divertida.


—La gente vendría desde muy lejos —continuó Pedro—, y se haría famosa en todo el mundo.


—Pero nadie se enteraría, porque la galería sería tan exclusiva que nadie la encontraría.


—Lo que añadiría grandeza a su fama y ella me estaría eternamente agradecida.


Pedro pensó que le gustaba aquello, despertarse al lado de alguien, hacer el amor, charlar y bromear antes de empezar el día. Se le pasó por la mente hacerlo permanente, sólo tenía cosas que ganar. Le gustaba estar con ella, y el sexo juntos era increíble.


—¿Llegaste a planear la reforma del albergue?


—Sí.


—Ya me lo contarás.


Paula lo besó con fervor y le preguntó si se verían el viernes.


—Falta mucho para el viernes —protestó Pedro—. El miércoles tengo una reunión en Sydney, pero estaré de vuelta el jueves por la noche —tomó un mechón de su pelo y lo hizo deslizarse entre sus dedos—. ¿Irás hoy al juicio?


Paula tomó aire, su expresión se volvió cauta.


Pedro


Él supo lo que iba a decirle: que no quería que nadie supiese que estaban juntos.


—No te preocupes —la tranquilizó, dándole un último beso—. Ya hablaremos de ello en otro momento.



****

Luego, condujo hasta su apartamento todavía con la sonrisa en los labios. Había sido un fin de semana perfecto. Todo había salido tal y como había planeado. Paula estaba loca por él, lo veía en su rostro cada vez que lo miraba.


Se duchó, se cambió de ropa y fue a su despacho. Volvería a verla en el juicio una hora más tarde, y estaba deseándolo. 


Se preguntó si alguien adivinaría que habían pasado el fin de semana juntos, si se le notaría algo cuando la mirase.


—Volveré después de la comida, probablemente —le dijo Pedro a Julieta antes de marcharse al juicio.


Adrian y Rogelio se habían ido delante, después de que los llamasen para confirmar que Saul estaba ya en condiciones de asistir.


Al salir del edificio, Pedro se fijó en una limusina azul clara que estaba aparcada fuera. Se fijó en ella porque ya la había visto antes en algún sitio. El conductor estaba apoyado en el capó, pero se irguió cuando lo vio, golpeó el cristal trasero y le hizo un gesto a él para que se acercase.


Pedro frunció el ceño y se aproximó.


La ventanilla trasera descendió.


—Hola, Pedro —dijo Eleonora Chaves de manera amistosa—. ¿Puedes dedicarme un par de minutos de tu tiempo?


Él dudo un segundo antes de subirse a la limusina. Se sentó frente a ella, dándole vueltas a la cabeza.


Era evidente que Paula se parecía a su madre.


El pelo rubio y fino, la piel cremosa y suave, la ropa elegante. Eleonora lo miraba con simpatía. El conductor se quedó fuera y ella cerró la ventanilla.


—¿Qué puedo hacer por usted, señora Chaves?


—Llámame Eleonora. Y quiero que dejes de ver a mi hija.


Pedro supo que no merecía la pena intentar negar la verdad.


—Haría casi cualquier cosa que me pidiese —contestó él con franqueza—, pero eso, no.


Ella lo miró fijamente, se había puesto tensa.


—Esto ya ha ido demasiado lejos —sentenció la madre de Paula.


Pedro se preguntó si estaba haciendo que los siguiesen.


—Siempre me has caído bien, Pedro. Te he visto crecer, he seguido tu carrera. Todo el mundo sabe que eres una persona honesta. Responsable.


Él inclinó la cabeza. La aprobación de Eleonora le sería de ayuda cuando Saul se enterase de todo.


—Mi marido está enfermo del corazón —prosiguió ella—. Es algo bastante serio. Si se entera de vuestra… aventura, es posible que se muera. Y si no se muere, te matará a ti.


Pedro fingió reflexionar al respecto.


—Correré el riesgo, pero gracias por la advertencia.


—No me estás escuchando. Creo que eres un buen hombre. Tu madre fue mi mejor amiga durante muchos años. Retomamos nuestra amistad en secreto unos años antes de que falleciese.


Pedro recordó dónde había visto esa limusina antes. En el cementerio, el día del funeral de su madre. Como las ventanas estaban tintadas, no había podido identificar a su ocupante y el coche se había marchado antes de que terminase el entierro.


—Tu madre estaba muy orgullosa de ti. Decía que eras honrado y justo. Muy fuerte, pero no tan testarudo como tu hermano. Decía que siempre hacías lo correcto.


Él siguió mirándola, esperando que fuese al grano.


Pedro, he visto a mi marido luchar a lo largo de los años para cambiar su personalidad, y no lo ha conseguido. He sido testigo de sus aventuras y me ha parecido bien, porque yo no puedo darle lo que necesita, y siempre vuelve a casa conmigo. Me trata con cariño y es discreto. Me quiere, pero ese amor no es ni la sombra de lo que siente por su hija. Saul quiere a Paula más que a su propia vida.


Pedro pensó que era cierto, que Paula y él jamás deberían haber empezado… Era una irresponsabilidad, pero ya era demasiado tarde.


—Eleonora, siento mucho lo que os hizo mi padre. Él también lo siente. Pero es injusto que esperéis que Paula y yo paguemos por los errores cometidos en el pasado.


—Yo lo perdí todo en ese accidente —dijo ella con los ojos empañados de emoción—. Un hijo al que sólo le faltaban tres semanas para nacer. Mis piernas, cuando mi mayor pasión y mi carrera eran el baile.


Pedro se estremeció e intentó tragarse el nudo que se le había hecho en la garganta.


—Saul nunca aceptará esta relación, ¿lo entiendes? —insistió Eleonora—. Tu padre se llevó a su hijo. Preferiría morir antes de que un Alfonso se llevase también a su hija.


Pedro palideció, quiso apartar la mirada de ella, pero la mantuvo por educación.


Eleonora no había terminado.


—Lo perderé todo. De nuevo. Y Paula no será capaz de mirarte sin ver en ti la tragedia a la que tendía que enfrentarse con su querido padre, que estará o en prisión, o muerto. Y a tu padre tampoco le gustará.


Él se limitó a mirarla. Por primera vez, estaba empezando a darse cuenta de la batalla que tendría que librar.


—Y todo por un revolcón a la semana. Podías haberlo buscado en otro sitio.


Eso era cierto.


Eleonora esbozó una sonrisa.


—Paula se enamora y se desenamora todas las semanas.


Aquel comentario no era digno de respuesta.


—Te lo ruego, Pedro, por el cariño que tu madre me tenía, haz lo correcto.


Él sabía que su expresión no había cambiado, pero algo se le había removido por dentro. Eran emociones a las que no estaba acostumbrado. Sentía lástima por la mujer que tenía delante. Le parecía una injusticia que Paula y él tuviesen que pagar los pecados cometidos por sus padres. Y le enfadaba que Eleonora siguiese insistiendo. Eso significaba que todo estaba en sus manos. Si accedía a lo que le estaba pidiendo, si accedía a terminar con Paula, él sería el malo.


No podía consentirlo. Al menos, no sin pelear. Su madre le había dicho que desease algo que no debiese desear. Que tomase algo a lo que no tuviese derecho. Levantó la barbilla.


—Hablaré con Paula y tomaremos una decisión.


Fue a abrir la puerta, pero Eleonora le sujetó el brazo.


—En ese caso, no me dejas elección, tendré que contárselo todo a tu padre.


Pedro volvió a sentarse. Rogelio se pondría furioso. Tendría que preparar el terreno antes.


Pedro, has trabajado muy duro para llegar adonde estás, pero tu padre sigue resistiéndose a nombrarte su sucesor —hizo una pausa, aumentó la tensión—. Tu relación con la hija de su mayor enemigo te perjudicara. Tu padre dudará de tu lealtad.


Pedro no dijo nada, pero estaba de acuerdo. La lealtad era muy importante para Rogelio.


—Un golpe, dada tu situación, ya sería malo. Tal vez dos terminarían de inclinar la balanza. 


Pedro frunció el ceño. ¿Qué quería decir?


—¿Cuál es el otro?


—Tú no eres su hijo biológico, Pedro —anunció Eleonora—. Ni siquiera estás adoptado legalmente.