miércoles, 17 de enero de 2018
LA AMANTE DE LOS VIERNES: CAPITULO 21
Paula salió del juicio el lunes desconcertada con la ausencia de Pedro. Y cuando no lo vio aparecer tampoco el resto de la semana, empezó a preocuparse. ¿Qué días le había dicho que iba a estar fuera? Como estaba medio dormida cuando se habían despedido, no se había enterado bien.
No podía llamarlo a su despacho y no contestaba al teléfono móvil. Como no quería ser pesada, no quiso dejarle un mensaje, pero cada vez estaba más inquieta.
Cuando le dio plantón el viernes por la tarde, en el hotel, la confusión se transformó en ira. ¿Acaso estaba jugando con ella?
Sin importarle que la reconociesen, preguntó por la reserva de la habitación en recepción.
—Lo siento, pero la reserva fue anulada el lunes —le informó la recepcionista, mirándola con tanta lástima que Paula se apresuró a marcharse de allí, tenía ganas de vomitar.
También se había encontrado mal el día anterior, pero lo había achacado a los nervios. Se le pasó por la cabeza que podía haberse quedado embarazada, pero no. Pedro siempre utilizaba protección, y ella tomaba la píldora.
Ese día, le dejó un mensaje en el teléfono de su casa, al que él tampoco contestó. A pesar de sentirse revuelta y sola, esa noche salió con un par de amigas al estreno de una película.
Se encontraron con Jeronimo Cook fueron a tomar algo.
Como Pedro tampoco la llamó durante el resto del fin de semana, volvió a salir y se aseguró de que la fotografiaran.
El lunes siguiente, Pedro tampoco apareció en el juicio y siguió sin contestar al teléfono. Paula se preguntó por qué había tenido esperanzas, por qué había pensado que era lo suficientemente buena para él. Se había contentado con tener sexo, hasta que él había hecho que se enamorase.
Se dijo que tenía que olvidarlo y llamó a Jeronimo y a un par de amigos más. Fue fácil volver al mundo de las fiestas. Ni siquiera el malestar que no la abandonaba la detenía, aunque era incapaz de beber alcohol. Pedro Alfonso lo había estropeado todo. ¡Nadie rechazaba a Paula Chaves! Iba a ponerlo tan celoso que volvería a ella de rodillas, y entonces, lo trataría como a un perro.
Pero Pedro no volvió. Y Paula siguió fingiendo ser el alma de las fiestas porque no quería meterse en la cama. El único modo en que conseguía aliviar el dolor que tenía dentro era haciéndose un ovillo y abrazándose con fuerza. En su cama, en la que él le había hecho el amor, y se había despedido con un beso por última vez. Las lágrimas la acechaban día y noche, haciendo que le doliesen los ojos. ¿Qué había hecho para que Pedro no quisiese saber nada más de ella?
Una noche, en un bar, alguien le tocó en el hombro y, al volverse, vio a Adrian Alfonso que le sonreía.
—¿También vas a hacer que me echen de aquí? —le preguntó él en tono de broma.
Paula se aferró a su simpatía como si fuese un salvavidas.
Nunca los habían presentado de manera oficial, así que lo solucionaron enseguida. Las amigas de Paula arquearon las cejas y se susurraron las unas a las otras que era muy guapo. Adrian era uno de los solteros más codiciados de la ciudad, pero para Paula, no tenía comparación con Pedro.
No había magia en su rostro.
Quería preguntarle por él, pero sabía que estaba demasiado dolida, que su corazón estaba a punto de romperse. Y no quería que nadie se diese cuenta de lo sola, triste y herida que estaba.
Después de un rato charlando juntos y comentando el juicio y lo tremendos que eran sus padres, Adrian le confesó:
—¿Sabes? Le dije a Pedro que la mejor manera de terminar con todo era conquistándote.
Aquello fue como otra puñalada para el corazón de Paula, pero no dejó de sonreír.
—¿De verdad? ¿Y cuándo se lo dijiste?
—Cuando empezó el juicio —contestó él, sonriendo de oreja a oreja a una mujer muy guapa que acaba de entrar.
Paula la reconoció, era la secretaria de Pedro.
—¿Y qué te dijo él?
—Pedro es demasiado listo para seguir mis consejos. Me alegro de haber charlado por fin contigo, Paula Chaves. Nos veremos en los tribunales —le guiñó un ojo—. Siempre había querido decir eso.
Paula se quedó otro minuto allí sentada, sonriendo como una tonta, intentando encontrar sentido a lo que Adrian le acababa de contar.
Se preguntó si Pedro había trazado un plan desde el principio. Entonces recordó que había sido al comienzo del juicio cuando había empezado a llevarle regalos y a comportarse como si tuviese celos.
Empezó a costarle trabajo respirar. Estaba claro, no era más que un plan. En realidad, no le gustaba. Sólo había querido que se enamorase de él.
Corrió al baño y vomitó. Alguien la ayudó a salir del bar y a tomar un taxi. Y todos los periódicos recogieron su malestar al día siguiente.
—Creo que te estás pasando. ¿Qué bebiste anoche? —le preguntó su madre.
—Nada —se defendió ella, no queriendo compartir con su madre que tenía el corazón roto—. Debió de ser un virus, nada más.
Después de cinco noches seguidas saliendo, estaba agotada. La falta de sueño y el constante dolor de estómago hacían que le doliese mucho la cabeza, así que el viernes por la noche se compró un test de embarazo. Sólo por precaución. Estaba casi segura de que no estaba embarazada, sólo estaba triste y confundida.
Pero la prueba dio positivo.
«No, no, no. No puede ser verdad».
¿Cuándo había sido su último periodo? Tomó aire y volvió a sacar un segundo test de la caja.
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