martes, 16 de enero de 2018

LA AMANTE DE LOS VIERNES: CAPITULO 19





Pedro se quedó a dormir y la despertó muy temprano para volver a hacerle el amor antes de irse a trabajar. Paula lo abrazó por el cuello y él la besó.


—¿No se te olvida algo?


Pedro sonrió y le dio otro beso.


—¿El contrato de compraventa? —rió ella.


—Ah. Se lo daré a mis abogados para que le echen un vistazo.


—¿Qué vas a hacer con él? —preguntó Paula, volviendo a tumbarse en la cama.


—Todavía no lo he decidido. Tal vez lo convierta en una exclusiva galería de arte y exhiba las obras de una artista brillante, pero con muchas inseguridades acerca de su trabajo.


A ella le brillaron los ojos, divertida.


—La gente vendría desde muy lejos —continuó Pedro—, y se haría famosa en todo el mundo.


—Pero nadie se enteraría, porque la galería sería tan exclusiva que nadie la encontraría.


—Lo que añadiría grandeza a su fama y ella me estaría eternamente agradecida.


Pedro pensó que le gustaba aquello, despertarse al lado de alguien, hacer el amor, charlar y bromear antes de empezar el día. Se le pasó por la mente hacerlo permanente, sólo tenía cosas que ganar. Le gustaba estar con ella, y el sexo juntos era increíble.


—¿Llegaste a planear la reforma del albergue?


—Sí.


—Ya me lo contarás.


Paula lo besó con fervor y le preguntó si se verían el viernes.


—Falta mucho para el viernes —protestó Pedro—. El miércoles tengo una reunión en Sydney, pero estaré de vuelta el jueves por la noche —tomó un mechón de su pelo y lo hizo deslizarse entre sus dedos—. ¿Irás hoy al juicio?


Paula tomó aire, su expresión se volvió cauta.


Pedro


Él supo lo que iba a decirle: que no quería que nadie supiese que estaban juntos.


—No te preocupes —la tranquilizó, dándole un último beso—. Ya hablaremos de ello en otro momento.



****

Luego, condujo hasta su apartamento todavía con la sonrisa en los labios. Había sido un fin de semana perfecto. Todo había salido tal y como había planeado. Paula estaba loca por él, lo veía en su rostro cada vez que lo miraba.


Se duchó, se cambió de ropa y fue a su despacho. Volvería a verla en el juicio una hora más tarde, y estaba deseándolo. 


Se preguntó si alguien adivinaría que habían pasado el fin de semana juntos, si se le notaría algo cuando la mirase.


—Volveré después de la comida, probablemente —le dijo Pedro a Julieta antes de marcharse al juicio.


Adrian y Rogelio se habían ido delante, después de que los llamasen para confirmar que Saul estaba ya en condiciones de asistir.


Al salir del edificio, Pedro se fijó en una limusina azul clara que estaba aparcada fuera. Se fijó en ella porque ya la había visto antes en algún sitio. El conductor estaba apoyado en el capó, pero se irguió cuando lo vio, golpeó el cristal trasero y le hizo un gesto a él para que se acercase.


Pedro frunció el ceño y se aproximó.


La ventanilla trasera descendió.


—Hola, Pedro —dijo Eleonora Chaves de manera amistosa—. ¿Puedes dedicarme un par de minutos de tu tiempo?


Él dudo un segundo antes de subirse a la limusina. Se sentó frente a ella, dándole vueltas a la cabeza.


Era evidente que Paula se parecía a su madre.


El pelo rubio y fino, la piel cremosa y suave, la ropa elegante. Eleonora lo miraba con simpatía. El conductor se quedó fuera y ella cerró la ventanilla.


—¿Qué puedo hacer por usted, señora Chaves?


—Llámame Eleonora. Y quiero que dejes de ver a mi hija.


Pedro supo que no merecía la pena intentar negar la verdad.


—Haría casi cualquier cosa que me pidiese —contestó él con franqueza—, pero eso, no.


Ella lo miró fijamente, se había puesto tensa.


—Esto ya ha ido demasiado lejos —sentenció la madre de Paula.


Pedro se preguntó si estaba haciendo que los siguiesen.


—Siempre me has caído bien, Pedro. Te he visto crecer, he seguido tu carrera. Todo el mundo sabe que eres una persona honesta. Responsable.


Él inclinó la cabeza. La aprobación de Eleonora le sería de ayuda cuando Saul se enterase de todo.


—Mi marido está enfermo del corazón —prosiguió ella—. Es algo bastante serio. Si se entera de vuestra… aventura, es posible que se muera. Y si no se muere, te matará a ti.


Pedro fingió reflexionar al respecto.


—Correré el riesgo, pero gracias por la advertencia.


—No me estás escuchando. Creo que eres un buen hombre. Tu madre fue mi mejor amiga durante muchos años. Retomamos nuestra amistad en secreto unos años antes de que falleciese.


Pedro recordó dónde había visto esa limusina antes. En el cementerio, el día del funeral de su madre. Como las ventanas estaban tintadas, no había podido identificar a su ocupante y el coche se había marchado antes de que terminase el entierro.


—Tu madre estaba muy orgullosa de ti. Decía que eras honrado y justo. Muy fuerte, pero no tan testarudo como tu hermano. Decía que siempre hacías lo correcto.


Él siguió mirándola, esperando que fuese al grano.


Pedro, he visto a mi marido luchar a lo largo de los años para cambiar su personalidad, y no lo ha conseguido. He sido testigo de sus aventuras y me ha parecido bien, porque yo no puedo darle lo que necesita, y siempre vuelve a casa conmigo. Me trata con cariño y es discreto. Me quiere, pero ese amor no es ni la sombra de lo que siente por su hija. Saul quiere a Paula más que a su propia vida.


Pedro pensó que era cierto, que Paula y él jamás deberían haber empezado… Era una irresponsabilidad, pero ya era demasiado tarde.


—Eleonora, siento mucho lo que os hizo mi padre. Él también lo siente. Pero es injusto que esperéis que Paula y yo paguemos por los errores cometidos en el pasado.


—Yo lo perdí todo en ese accidente —dijo ella con los ojos empañados de emoción—. Un hijo al que sólo le faltaban tres semanas para nacer. Mis piernas, cuando mi mayor pasión y mi carrera eran el baile.


Pedro se estremeció e intentó tragarse el nudo que se le había hecho en la garganta.


—Saul nunca aceptará esta relación, ¿lo entiendes? —insistió Eleonora—. Tu padre se llevó a su hijo. Preferiría morir antes de que un Alfonso se llevase también a su hija.


Pedro palideció, quiso apartar la mirada de ella, pero la mantuvo por educación.


Eleonora no había terminado.


—Lo perderé todo. De nuevo. Y Paula no será capaz de mirarte sin ver en ti la tragedia a la que tendía que enfrentarse con su querido padre, que estará o en prisión, o muerto. Y a tu padre tampoco le gustará.


Él se limitó a mirarla. Por primera vez, estaba empezando a darse cuenta de la batalla que tendría que librar.


—Y todo por un revolcón a la semana. Podías haberlo buscado en otro sitio.


Eso era cierto.


Eleonora esbozó una sonrisa.


—Paula se enamora y se desenamora todas las semanas.


Aquel comentario no era digno de respuesta.


—Te lo ruego, Pedro, por el cariño que tu madre me tenía, haz lo correcto.


Él sabía que su expresión no había cambiado, pero algo se le había removido por dentro. Eran emociones a las que no estaba acostumbrado. Sentía lástima por la mujer que tenía delante. Le parecía una injusticia que Paula y él tuviesen que pagar los pecados cometidos por sus padres. Y le enfadaba que Eleonora siguiese insistiendo. Eso significaba que todo estaba en sus manos. Si accedía a lo que le estaba pidiendo, si accedía a terminar con Paula, él sería el malo.


No podía consentirlo. Al menos, no sin pelear. Su madre le había dicho que desease algo que no debiese desear. Que tomase algo a lo que no tuviese derecho. Levantó la barbilla.


—Hablaré con Paula y tomaremos una decisión.


Fue a abrir la puerta, pero Eleonora le sujetó el brazo.


—En ese caso, no me dejas elección, tendré que contárselo todo a tu padre.


Pedro volvió a sentarse. Rogelio se pondría furioso. Tendría que preparar el terreno antes.


Pedro, has trabajado muy duro para llegar adonde estás, pero tu padre sigue resistiéndose a nombrarte su sucesor —hizo una pausa, aumentó la tensión—. Tu relación con la hija de su mayor enemigo te perjudicara. Tu padre dudará de tu lealtad.


Pedro no dijo nada, pero estaba de acuerdo. La lealtad era muy importante para Rogelio.


—Un golpe, dada tu situación, ya sería malo. Tal vez dos terminarían de inclinar la balanza. 


Pedro frunció el ceño. ¿Qué quería decir?


—¿Cuál es el otro?


—Tú no eres su hijo biológico, Pedro —anunció Eleonora—. Ni siquiera estás adoptado legalmente.







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