miércoles, 17 de enero de 2018

LA AMANTE DE LOS VIERNES: CAPITULO 22





El jueves por la mañana llegó tarde al juicio. Hizo ruido con los tacones al entrar y muchas cabezas se giraron a mirarla, el juez le puso mala cara.


—Lo siento —se disculpó en voz alta.


Y entonces lo vio. La estaba mirando con expresión fría. 


Feroz.


Paula se sentó, temblando, absorbiendo la emoción que la invadía cada vez que lo veía. El vacío de su interior empezó a llenarse… pero no pudo sentirse feliz.


Le dolía el estómago. ¿Por qué la había mirado Pedro así? 


Ella era quien debía sentirse agraviada. La había utilizado y la había dejado sin más.


«Tienes que contárselo», se dijo a sí misma.


—Todavía no —susurró. 


Su madre se giró y la miró con preocupación. Paula sacudió la cabeza en silencio.


Todavía no. Los test de embarazo no eran del todo fiables. 


Tenía que ir al médico. ¿A cuál? No se fiaba de la discreción de los de la clínica Elpis, ya que todos eran voluntarios.


Pedro pensaría que lo había atrapado. O peor, dudaría de su paternidad. No pudo evitar pensar mal de él, a pesar de que su sentido común le decía que era un hombre honrado y responsable. Haría lo correcto con ella.


Aquélla fue la mañana más larga de su vida. Consiguió aguantar hasta la hora de la comida y entonces, corrió al baño, donde vomitó por tercera vez en esa semana.


Cuando salió, Pedro estaba saliendo, solo. Paula se sentía fatal, pero no podía seguir así. Se obligó a dejar de temblar y blindó su corazón con determinación.


Él tenía las manos en los bolsillos y la cabeza agachada, por un momento, a Paula le pareció que estaba triste, pero entonces recordó la semana que había pasado ella. Le había hecho sentirse como un fracaso como mujer, amante y amiga. No iba a permitir que se fuese de rositas. Pero su expresión fría y distante la bloqueó.


Aquél no era el hombre que ella conocía, o que creía conocer. Aquélla era otra persona.


Pedro miró a su alrededor al ver que se le acercaba.


—Este no es ni el momento ni el lugar… —le susurró.


—Bueno, si hubieses respondido a mis llamadas… 


Pedro la agarró del brazo y rodeó el edificio con ella.


—Me sorprende que hayas sido capaz de salir de la cama esta mañana. ¿De la cama de quién?, por cierto. ¿Acaso te acuerdas?


Aquello fue como una bofetada.


—¿Puede saberse qué te pasa? —inquirió ella—. ¿Un día lo quieres todo, y otro, nada?


No conocía a aquel hombre y sintió ganas de vomitar. Tuvo miedo. No podía vomitar allí. Tuvo miedo de que aquellas palabras fuesen las últimas que se dijesen.


—Pensé que teníamos… —se le quebró la voz—… algo especial.


La expresión de Pedro no cambió. No había conseguido enternecerlo, sólo le había dado otra oportunidad para machacarla. Estaba furiosa. No volvería a cometer aquel error nunca más.


—Pues parece ser que has estado disfrutado de cosas muy especiales con muchos otros —murmuró él—. ¿Qué tal Jeronimo?


—Bien —respondió Paula. Aunque un poco frustrado, porque había estado resistiéndosele toda la semana.


—¿Cuántos hombres necesitas, Paula, para estar satisfecha?


Aquello era demasiado. ¡Ella no había hecho nada! Era ella la agraviada.


—No tienes derecho a preguntarme eso —contestó enfadada—. No tienes derecho porque todo ha sido una mentira. Me has utilizado. Sólo querías que tu padre se jubilase y te dejase su puesto.


Pedro puso cara de asombro y ella se dio cuenta de que había dado en el blanco.


—Querías que nuestros padres dejasen de pelearse y esperabas conseguirlo conmigo. Sólo tenías que conquistarme y yo, que soy una tonta y una crédula, picaría el anzuelo.


Él no tardó en recuperarse.


—Deja que te diga algo. Nadie te toma en serio, Paula Chaves. No eres más que una niña rica y mimada que escarceas con las obras benéficas como con los hombres.


Paula nunca se había sentido tan enfadada, tan dolida. Se irguió y lo miró con altivez.


—Pues será mejor que vayas empezando a tomarme en serio, porque voy a darte un hijo.




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