domingo, 12 de noviembre de 2017

HEREDERO DEL DESTINO: CAPITULO 26





La primera clase preparatoria para el parto de Paula fue al día siguiente. Y ella aún no estaba lista para aquella intimidad con Pedro.


Quería que la amara lo suficiente para darle una oportunidad; pero temía que nunca pudiera confiar en sí mismo. Y aunque él lo lograra, no estaba segura de si ella lo lograría. Todavía tenía un pasado y ella no podía olvidarlo.


Cuando Pedro le tocó el claxon, Paula se miró una vez más en el espejo y agarró los cojines y la manta que le habían dicho que tenía que llevar. Al verla salir de casa tan cargada, Pedro corrió hacia ella


—¿Por qué no me habías dicho que tenías que llevar tantas cosas?


Ella le pasó la carga con una sonrisa.


—Son sólo un par de cojines y una manta.


Él estaba tan nervioso, que ella sintió que se tranquilizaba. 


Pero sólo hasta que llegaron a la sala. Había otras diez parejas. La mayoría de ellos abrazados o agarrándose de las manos. Él parecía tan fuera de lugar como ella. O incluso peor. Al menos ella tenía su embarazo en común con todas las demás mujeres.


La matrona que impartía el curso se presentó e hizo que ellos se presentaran. Después les pidió que se pusieran cómodos sobre sus mantas y cojines. Lo cual era bastante ridículo, pensó Paula mientras intentaba sentarse en el suelo. Después de un rato, moviéndose incómoda y sintiéndose muy gorda, pensó que odiaba a la monitora.


—A ver, los acompañantes —les dijo la mujer—. Tenéis que ayudar a vuestras mujeres a que estén cómodas. Usad los cojines y que se apoye sobre vosotros. Si pensáis que esto es difícil, esperad a que tengáis que ayudarla a ponerse cómoda mientras está de parto.


Paula se sentó en el suelo con las piernas cruzadas. 


Después, las tuvo que estirar. Intentó buscar una posición más cómoda apoyándose en un cojín con un brazo. Inmediatamente, se reclinó sobre los dos brazos, pero enseguida se cansó.


—Hoy vamos a ver una película de una pareja durante el proceso del parto.


Paula se fue a mover, pero Pedro se colocó detrás de ella, estirando las piernas a su alrededor. La tomó por los hombros y la ayudó a reclinarse sobre su pecho. Aquello era mucho más cómodo aunque también le provocaba otro tipo de incomodidades.


La película duró una hora y fue tan aterradora como hermosa. En ella una pareja pasaba por todas las fases del parto hasta tener a su hijo en brazos. Después, estuvieron hablando de la película y de las técnicas de relajación que habían visto hacer a la pareja.


Cuando la clase terminó, Paula se dio cuenta de que Pedro no había dicho ni una palabra desde que había empezado la película. ¿Se estaría arrepintiendo de haberse ofrecido? Desde luego, ella cada vez estaba más arrepentida de haberlo llevado.


—Si no quieres continuar con esto, lo entenderé —le dijo ella mientras caminaban hacia la camioneta—. Puedo pedirle a otra persona que venga conmigo —le dijo al ver que estaba muy callado.


—No me perdería esto por nada del mundo — dijo él, ofendido de que ella dudara de su entusiasmo.


—Lo siento. Es que has estado tan callado desde la película...


Él asintió y la acompañó hasta su lado. Esperó a que se hubiera sentado y cerró la puerta. Después rodeó la camioneta y subió a su asiento. Pero no puso el motor en marcha. Solamente, se reclinó en el asiento y se quedó mirando hacia delante.


—¿Qué pasa? Esa película te ha afectado.


—No entiendo cómo pudo pasar por algo así dos veces y salir totalmente inmune. Me refiero a los dos, pero especialmente a mi madre. Nos podría haber dado en adopción. De todas formas, nos envió a un colegio para que nos educaran.


—¿Sabes? Mi hermana Laura me decía que pensaba que tu madre estaba todo el tiempo viajando para no pararse a pensar. Me dijo que a veces la había visto mirándoos con tanta añoranza que se le rompía el corazón. Mi hermana culpaba a tu padre de la distancia que había en la familia. Quizás deberías hablar con tu madre.


—Eres una persona muy amable. Lo sabes. Una vez hablé con ella. Sobre mi padre. Cuando empecé a trabajar en la empresa y escuché que tenía una aventura. No podía creerme que ella no hubiera oído nada cuando todo el mundo estaba hablando del tema. Me dijo que sabía lo de las infidelidades, pero que había decidido ignorarlas. Me dijo que el precio que mi padre le haría pagar no merecía la pena.


Paula frunció el ceño.


—¿Qué quiso decir?


Pedro se encogió de hombros.


—No tengo ni idea. En aquel momento llegó mi abuela. La madre de mi padre. Vivía con nosotros. Bueno, técnicamente nosotros vivíamos con ella porque Bellfield no pasó a manos de mi padre hasta que ella murió. El caso es que mi madre se calló. Nunca logré que volviera a hablar conmigo del tema.


Paula sintió un escalofrío.


—Ahí hay algo que aclarar, Pedro. Quizás se estaba ocultando tras los viajes como pensaba Laura. Quizás se arrepienta del error de haberse casado con alguien tan infiel como tu padre. Su vida debe estar muy vacía. Creo que deberías hablar con ella sobre lo que quiso decir aquel día. Si no es por ella, por ti.



HEREDERO DEL DESTINO: CAPITULO 25





Paula abrió la puerta justo cuando Pedro se daba la vuelta. 


Se sorprendió mucho al ver el pequeño ramo de flores silvestres que le había dejado y sintió cómo se derretía el hielo a su alrededor.


Era como si las hubiera recogido él mismo. Como si las hubiera colocado él.


¿Significaba aquello que había aprendido algo? ¿Habría todavía una oportunidad de que pudiera influir de manera positiva en la vida de Malena?


Estaba casi segura de que no había esperanza de que fuera a ser algo más que un visitante ocasional en su propia vida.


Aquel recordatorio doloroso hizo que el enfado volviera a surgir.


—¿Hay alguna posibilidad, aunque sea muy pequeña, de que seas sincero conmigo? ¿Puedes arriesgarte a decirme la verdad sobre algo, cualquier cosa? ¿Algo sobre lo que hayas mentido y que yo no te haya pillado?


Pedro, que apenas se había alejado unos metros del porche, se giró. Miró a las flores que todavía estaban donde él las había dejado y levantó la vista hacia ella. Caminó unos pasos al frente y se paró a los pies del porche.


—¿Quieres que sea sincero? ¿Quieres la verdad? De acuerdo. La noche de la boda de nuestros hermanos, cuando me preguntaste si hacer el amor era siempre algo tan milagroso, te dije que no, que los milagros no ocurrían en mi vida. Pero era mentira. Tú eras un milagro. El momento en el que me di cuenta de que eras virgen, supe que no podía tenerte. Que te destrozaría. Estaba perdido. Seguía deseándote con locura, pero paré antes de que fuera demasiado tarde, Antes de empeorarlo todo. Al final tuve que hacerle frente a la verdad de lo que yo era. Por muy fea que fuera. Ya me lo habían dicho las mujeres con las que había estado: era una copia de mi padre y destrozaría a cualquiera que me amara. En aquel momento, supe que me quedaría solo para el resto de mi vida. Justo cuando tenía mis manos encima de lo que siempre había querido; supe que no podía tenerlo.


Aquella sinceridad era excesiva. Se le estaba rompiendo el corazón.


Pedro...


Él levantó la mano para que ella callara y continuó; los ojos le ardían.


—Aquella noche no dormí pensando en ti. Eres el tipo de mujer que merece un marido y una familia y yo sabía que no podía ofrecerte eso. Por la mañana pensé que podría soportar tenerte cerca con todos los cientos de invitados que había por allí. Pero, cuando te vi en la iglesia, supe que me resultaría imposible; que si me volvía a acercar a ti sería el error más grande de tu vida. Así que cuando vi a Lindsey Tunner le pedí que se quedara a mi lado para mantenerte alejada. Ella estaba pasando por un momento difícil y se excedió. Pero cuando vi que estabas tan enfadada supe que estabas a salvo. Así que te dejé pensar lo que obviamente pensabas; aunque doliera.


Paula sintió que la cabeza le daba vueltas por lo que se sentó en el escalón de arriba.


—¿Estás diciendo que me hiciste daño por mi propio bien?


—Estoy diciendo que nos hice daño a los dos por tu propio bien. Sé que es demasiado tarde para nosotros. Ya sabía que era imposible para nosotros hace cinco años; sin embargo, quiero ser tu amigo y el tío de la niña. Nunca voy a tener un hijo mío, pero quiero una oportunidad para ser algo en la vida de algún niño. De esta niña.


¿Qué podía decir una mujer ante una confesión como aquélla? Ella había pedido la verdad y él se la había dado.


Ahora veía claro que la mentira de aquel día había sido evidente; debía haberse dado cuenta. Mientras hablaban lo había notado muy nervioso y él nunca era así. Había pensado que estaba molesto por el error, pero la verdad era que sus nervios se debían a su incomodidad por tener que mentirle.


Al mirarlo ahora sólo veía tristeza en sus ojos.


¿Qué le habían hecho todas esas personas?


Roto. Pensaba que estaba roto y, desgraciadamente, podía ser cierto.


En un mundo ideal, Pedro le habría pedido lo mismo que Antonio. Pero sólo porque quisiera darle una oportunidad a los sentimientos y a los deseos que sentían el uno por el otro. Ella podía reconocer que lo amaba, pero él no podía verlo y menos aceptar que la amaba.


Ahora Paula veía las diferencias entre su padre y él más claramente que nunca. Se preguntó si habría alguna manera de mostrárselas a él. De esa manera, aunque él nunca la viera como a ella le gustaría, quizás pudiera liberarlo, ayudarlo a ver otras posibilidades distintas a una existencia solitaria.


Era lo mínimo que podía hacer a cambio de toda su ayuda y apoyo.


Además lo amaba.


Paula se obligó a sonreír aunque sentía el corazón partido.


—Me gustan estas flores. De verdad dicen que lo sientes. Las otras era geniales pero...


Él asintió.


—Pero sólo tuve que pagar por ellas. Lo sé. Izaak debe ser un hombre genial.


—¿Izaak? ¿Fuiste a ver a Izaak? ¿Y él te dijo que me trajeras flores?


Pedro se encogió de hombros.


—Vino a mi casa y cuando le dije lo que había hecho, me sugirió que te regalara flores. Yo no le entendí bien al principio —miró a las manchas rojas que le estaban saliendo en el brazo mientras hablaba.


—Ven, te daré una crema. Parece que has tocado una ortiga.


Él dudó un instante.


—¿Me has perdonado, Pau?


La había llamado Pau. Nunca la habían llamado así, excepto él en aquella casa de la piscina. Y ahora supo que había estado esperando todo aquel tiempo a volverlo a oír.


—Perdonado — le aseguró y se puso de pie.


—¿Es contagioso? —preguntó él.


—No. No te rasques —le dijo ella al ver que él no paraba de frotarse el brazo—. Vamos.




HEREDERO DEL DESTINO: CAPITULO 24





DURANTE toda la mañana y gran parte de la tarde, Paula intentó mantener los pies en la tierra y la mente en cualquier otra cosa que no fuera Pedro. Pero era más difícil que nunca con los recuerdos de los brazos de él alrededor de ella mientras bailaban o mientras la besaba. O mientras le hacía el amor en sueños.


Cuando se había despertado esa mañana, con las sábanas revueltas y empapada en sudor, incluso había alargado la mano para tocarlo. Pero sólo se había encontrado con una almohada vacía que no tenía su aroma.


Se había levantado, se había dado una ducha de agua fría y se había obligado a seguir con la rutina diaria. A mediodía, quedó con un cliente para dar los últimos toques a la decoración de su casa y, antes de volver, se pasó a recoger unos muestrarios.


Ahora, mientras se dirigía a su casa, se encontró deseando que Pedro estuviera allí. Se sintió decepcionada al ver que no estaba. Al entrar, oyó a Jerry hablando con alguien en la cocina. Estaba casi terminada.


Se detuvo en la puerta de la cocina y se quedó admirándola.


—Oh, Jerry, es perfecta —le dijo.


Jerry se giró con una sonrisa.


—A Pedro le alegrará saber que has dicho eso.


—¿Todavía está preocupado por el lío del otro día cuando tiraste el muro?


—¿Es que hubo un lío?


—Bueno, no nos dimos cuenta del malentendido hasta después. No vi el tercer boceto; el de la cocina.


Jerry la miró sorprendido.


—Yo dejé los tres encima de la mesa. Estaban unidos con un clip.


—Pero la mesa estaba hecha un desastre.


Él seguía extrañado.


—Cuando yo me marché en la mesa sólo estaban los planos —dijo él.


Aquello sorprendió a Paula porque recordaba haber pensado que ese desorden no era típico de Pedro.


—Imagino que fue Pedro el que dejó aquellas herramientas allí. Sin querer, debió cubrir el plano de la cocina. Sin embargo, una profesional como yo debería haberse dado cuenta de la numeración.


—Todavía no los había numerado.


Paula sintió que el estómago le daba un vuelco. 


Recordaba claramente aquel día. Pedro le había señalado la esquina de cada boceto diciéndole: «uno de tres, dos de tres, tres de tres». Entonces se dio cuenta de lo que había pasado: ella no había visto el tercer boceto porque él lo había escondido a propósito. Después, la había liado hasta hacerla creer que había sido culpa suya. ¿Cómo podía haber estado tan ciega?


Se encogió de hombros y fingió una sonrisa.


—Al menos, ahora no me sentiré tan tonta — dijo esperando que no se le notara lo que estaba sintiendo—. ¿Has terminado ya?


Jerry miró hacia la cocina.


—Ya está todo.


—¿Vas ahora a casa de Pedro?


—Ese es el plan. Todavía hay que terminar su cocina. Imagino que te veremos por allí mientras te encargas de la decoración.


Paula no pensaba volver a poner los pies en casa de Pedro nunca más. Le dolía sólo pensar en lo tonta que había sido. Pedro te había mentido y la había manipulado para conseguir lo que quería. Y su mentira no había sido casual; había sido bien planeada. Le había tendido una trampa de palabras y medias verdades y ella había caído.


—¿Paula? ¿Estás bien?


Ella pestañeó.


—Sí. Claro. Sólo estaba pensando. Que tengas un buen día, voy a ir a cambiarme. Gracias por todo, es como un sueño hecho realidad.


«Y otro sueño perdido», pensó mientras se alejaba. Pedro no era lo que ella había imaginado. Después de todo, sí se parecía a su padre. Recordaba que Laura se quejaba de lo manipulador que era para conseguir lo que quería; especialmente con su esposa. Eso era exactamente lo que Pedro le había hecho a ella. Le había hecho creer que el error había sido suyo. Y por su culpa se había pasado las dos últimas semanas repasando todo lo que hacía. ¡Qué idiota había sido!


Paula volvía a bajar las escaleras cuando Pedro entró en la casa.


—¿Qué pasa?—preguntó él sin aliento.


—¿Pasar? ¿Qué podría pasar? —se quedó parada a media altura de las escaleras para mantener la distancia.


—Jerry me dijo que estabas actuando de manera extraña. ¿No pasará nada con el bebé? ¿O contigo?


—El bebé está bien. Yo no. Acabo de descubrir que alguien a quien consideraba un amigo me ha estado mintiendo. Y manipulándome. Haciéndome creer que era una despistada. Por su culpa he pasado unas semanas dudando de mi profesionalidad. Pero ahora, por supuesto, ya sólo dudo de mí por no haber aprendido la lección antes.


Él frunció el ceño.


—¿Quién es? ¿Quién te ha estado haciendo eso?


—¡Tú!


—¿Yo?


Su incredulidad la enfadaba más.


—Algo que Jerry me dijo me quitó las vendas de los ojos, Pedro. Él no había numerado los planos. Escondiste el de la cocina a propósito. Todo ese desorden de la mesa era premeditado.


—Nunca me habrías permitido hacerlo —se defendió él.


—Eso es cierto. Ésta es mi casa. Podría haber esperado hasta tener el dinero.


—Pero era necesario. Las razones eran válidas. Lo admitiste.


No entendía nada. Y eso era lo peor.


—Tienes razón. Presentaste tus argumentos muy bien y accedí. No necesitabas mentirme y manipularme como lo hiciste; podrías haberme convencido sin trucos sin hacerme pensar que había perdido la cabeza.


—Lo siento. Nunca pensé que pudiera pasar algo así.


—Por el amor de Dios, Pedro, eran unos planos. Ésa es mi forma de vida.


—Pensaba que era tu sueño. Vi tus diseños en tu escritorio y quise que tuvieras lo que deseabas.


Paula tomó aliento, sorprendida. Incluso aquello había sido una mentira. Pedro no había compartido su visión. En eso también la había engañado.


—¿Es que no sabes decir la verdad? No. No me respondas. No podría creerte nunca. Márchate de aquí.


—Paula...


— ¡Fuera! — gritó ella con toda la fuerza de sus pulmones. 


Estaba decepcionada y casi no podía respirar.


Él la miraba como si no hubiera hecho nada. Y aquello era lo peor. Obviamente tenía que marcharse de allí porque no podía confiar en poder tomar las decisiones apropiadas con él delante.


—Márchate y déjame sola. Por favor —al decir esta última palabra su voz tembló. Y ella se odió por eso. Y se odió por las lágrimas que estaba deseando derramar. Dio la vuelta y corrió escaleras arriba. No podía ni mirarlo.



*****

Pedro le hubiera gustado quedarse a razonar con ella, pero cuando le dijo aquel «por favor» como si se le estuviera rompiendo corazón, se obligó a marcharse.


Se subió a la camioneta y condujo hacia su casa. Había cambiado mucho desde que la había comprado, gracias a la visión de Paula. Agarró el volante y apoyó la cabeza en los brazos. Los ojos le quemaban. Paula no era la única a la que se le había roto el corazón.


Tenía toda la razón. Él podía haberla convencido. ¿Tan arraigada estaba la mentira en su vida?


Salió de la camioneta y cerró la puerta de un portazo. Se sentó en las escaleras del porche a la sombra del magnolio. 


Tenía ganas de llorar. La única vez que recordaba haberse sentido así fue el día que se enteró de la muerte de su hermano. «¿Cómo voy a hacer que me perdone?» Pedro se pegó un gran susto cuando oyó a alguien decir:
—Pareces un hombre con un gran peso en los hombros, Pedro Alfonso.


Entonces, Pedro levantó la cara y vio a Izaak Abranson delante de él. :
—Creo que he cometido un gran error —le dijo—. No, no lo creo; lo sé. Y no sé cómo voy a arreglarlo.


—El único error que no se puede arreglar es cuando cortas una madera demasiado corta, 


Pedro levantó la cara y lo miró con sorpresa.


—¿Estás hablando de fabricar un mueble?


Izaak inclinó la cabeza y sonrió.


—Para ti todavía hay esperanza, abogado. ¿Qué has hecho para estar sentado ahí con el calor que hace?


Pedro no se había dado cuenta del calor porque sentía el corazón congelado.


—Le mentí a Paula. La manipulé para que me dejara arreglarle la casa. Me imagino que tenía buenos motivos, pero lo he hecho todo mal.


Izaak asintió.


—Eso tiene arreglo. Lo único que tienes que hacer es intentarlo. Tarde o temprano, ella, al ser mujer, te dirá lo que tienes que hacer si tú no encuentras la manera. De todas formas, puedes empezar con un regalo del corazón. Un ramo de flores.


Pedro se puso de pie. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? A las mujeres les encantaban las flores.


— ¡Flores! Una idea fantástica. Llamaré a una floristería —dijo él corriendo hacia el teléfono.


Izaak lo agarró del brazo.


—Tienes que recogerlas tú. Y mientras las buscas tienes que pensar por qué quieres que te perdone. Recuerda, tiene que ser un regalo hecho con el corazón y, por lo tanto, tu corazón debe entenderlo.


Pedro asintió y miró a Izaak pensando que él vivía en otro mundo.


En cuanto el hombre se marchó, Pedro llamó a una tienda y le envió un ramo a Paula. Después, se sentó a esperar que lo llamara. Al ver que pasaban las horas y ella todavía no lo había llamado, decidió que iría a su casa.


A salir al porche, se quedó helado. Había orquídeas, rosas y lilas esparcidas por todas partes.


Pedro decidió que quizás Izaak tenía razón. Aquel ramo no había sido un regalo del corazón. Lo mejor sería recoger él uno como le había sugerido.


Tres horas más tarde, Pedro se quedó mirando al ramo de aspecto miserable que había dejado en un pequeño jarrón en la puerta de Paula.


Dio unos pasos hacia atrás y pensó que había comprendido algo muy importante. Paula era algo más que la cuñada de su hermano. Era mucho más que la madre del hijo de German. Y ahora pensaba que sabía el porqué. Y por qué besarla a ella era tan diferente de lo que había sentido con otras mujeres. Incluso se preguntó si aquello que sentía sería amor.


Sería irónico que acabara de descubrirlo justo cuando estaba a punto de perderla.


Debería haberse preocupado por Malena; pero la idea de perder a Paula era la que realmente le dolía.


Era un hombre desesperado.



sábado, 11 de noviembre de 2017

HEREDERO DEL DESTINO: CAPITULO 23





La cena resultó maravillosa. Después, el camarero les invitó a tomar café en la terraza. Así la noche pasó de ser maravillosa a convertirse en algo mágico. Las vistas de la bahía y la brisa cálida del verano hacían que todo fuera perfecto.


Permanecieron en silencio durante mucho tiempo, saboreando el momento. El reflejo de la luna en el agua pintaba una estela de plata hacia las estrellas.


Había una pista de baile en el exterior donde las parejas bailaban abrazadas. Una melodía de Nat King Col llegó hasta ellos y Pedro se levantó, sintiéndose incapaz de resistirse a la idea de abrazar a Paula.


Ella dudó un instante, después lo tomó de la mano. Aunque su embarazo era cada vez más evidente con aquel vestido de gasa verde que llevaba, sus pasos seguían siendo ágiles y ligeros.


Él se encontró respirando su aroma, intentando capturar su esencia en la memoria. Quería abrazarla así para siempre, grabar el contacto de su piel sedosa en su memoria.


Paula comenzó a tararear la melodía.


Estaban bailando a la sombra de un árbol del patio cuando la canción terminó.


Él le pasó un dedo por los labios.


—Cantas como los ángeles. Me pregunto si mi memoria no estará equivocada. Si el sabor de tus labios será tan perfecto como su apariencia Si sabrán tan dulces como tu voz —preguntó y reemplazó los dedos con sus labios.


Pedro se negó a pensar en todas las razones por las que no debía hacer aquello. La realidad del mañana llegaría enseguida. Pero esa noche quería aprehender ese recuerdo; el recuerdo de abrazarla, de besarla, de amarla.


Unos sentimientos contradictorios que nunca había experimentado mientras abrazaba a ninguna otra mujer. 


Ternura y deseo. Valor y miedo. Era tan dulce y tenía tanto fuego debajo de su inocencia. ..


Sabía que se moriría antes a hacerle daño y tuvo miedo de aquel sentimiento que le daba a ella tanto poder sobre él.


Pero Paula no iba a desearlo a él toda la vida. Seguro que pronto estaría en los brazos de otro hombre sintiendo las caricias y los labios de otro. Ella le apretó los brazos y se apartó de él, y él se dio cuenta de que aquellos momentos robados de felicidad y tortura habían terminado.


—Es tarde —susurró ella y se dirigió hacia la mesa.


—Sí —dijo él siguiéndola de cerca—. ¿Tienes miedo de convertirte en calabaza? —preguntó él con tono jovial para cubrir el dolor que sentía en el pecho.


—¿Te refieres a mis formas o al final del cuento de princesas?


—Me sorprende que dudes de mí —su sonrisa desapareció—. Quizás algún día ya no dudes.


—No creo que eso sea un problema, Pedro, Ya no. Si algo he aprendido estas semanas es que eres una persona en la que se puede confiar.