domingo, 12 de noviembre de 2017

HEREDERO DEL DESTINO: CAPITULO 25





Paula abrió la puerta justo cuando Pedro se daba la vuelta. 


Se sorprendió mucho al ver el pequeño ramo de flores silvestres que le había dejado y sintió cómo se derretía el hielo a su alrededor.


Era como si las hubiera recogido él mismo. Como si las hubiera colocado él.


¿Significaba aquello que había aprendido algo? ¿Habría todavía una oportunidad de que pudiera influir de manera positiva en la vida de Malena?


Estaba casi segura de que no había esperanza de que fuera a ser algo más que un visitante ocasional en su propia vida.


Aquel recordatorio doloroso hizo que el enfado volviera a surgir.


—¿Hay alguna posibilidad, aunque sea muy pequeña, de que seas sincero conmigo? ¿Puedes arriesgarte a decirme la verdad sobre algo, cualquier cosa? ¿Algo sobre lo que hayas mentido y que yo no te haya pillado?


Pedro, que apenas se había alejado unos metros del porche, se giró. Miró a las flores que todavía estaban donde él las había dejado y levantó la vista hacia ella. Caminó unos pasos al frente y se paró a los pies del porche.


—¿Quieres que sea sincero? ¿Quieres la verdad? De acuerdo. La noche de la boda de nuestros hermanos, cuando me preguntaste si hacer el amor era siempre algo tan milagroso, te dije que no, que los milagros no ocurrían en mi vida. Pero era mentira. Tú eras un milagro. El momento en el que me di cuenta de que eras virgen, supe que no podía tenerte. Que te destrozaría. Estaba perdido. Seguía deseándote con locura, pero paré antes de que fuera demasiado tarde, Antes de empeorarlo todo. Al final tuve que hacerle frente a la verdad de lo que yo era. Por muy fea que fuera. Ya me lo habían dicho las mujeres con las que había estado: era una copia de mi padre y destrozaría a cualquiera que me amara. En aquel momento, supe que me quedaría solo para el resto de mi vida. Justo cuando tenía mis manos encima de lo que siempre había querido; supe que no podía tenerlo.


Aquella sinceridad era excesiva. Se le estaba rompiendo el corazón.


Pedro...


Él levantó la mano para que ella callara y continuó; los ojos le ardían.


—Aquella noche no dormí pensando en ti. Eres el tipo de mujer que merece un marido y una familia y yo sabía que no podía ofrecerte eso. Por la mañana pensé que podría soportar tenerte cerca con todos los cientos de invitados que había por allí. Pero, cuando te vi en la iglesia, supe que me resultaría imposible; que si me volvía a acercar a ti sería el error más grande de tu vida. Así que cuando vi a Lindsey Tunner le pedí que se quedara a mi lado para mantenerte alejada. Ella estaba pasando por un momento difícil y se excedió. Pero cuando vi que estabas tan enfadada supe que estabas a salvo. Así que te dejé pensar lo que obviamente pensabas; aunque doliera.


Paula sintió que la cabeza le daba vueltas por lo que se sentó en el escalón de arriba.


—¿Estás diciendo que me hiciste daño por mi propio bien?


—Estoy diciendo que nos hice daño a los dos por tu propio bien. Sé que es demasiado tarde para nosotros. Ya sabía que era imposible para nosotros hace cinco años; sin embargo, quiero ser tu amigo y el tío de la niña. Nunca voy a tener un hijo mío, pero quiero una oportunidad para ser algo en la vida de algún niño. De esta niña.


¿Qué podía decir una mujer ante una confesión como aquélla? Ella había pedido la verdad y él se la había dado.


Ahora veía claro que la mentira de aquel día había sido evidente; debía haberse dado cuenta. Mientras hablaban lo había notado muy nervioso y él nunca era así. Había pensado que estaba molesto por el error, pero la verdad era que sus nervios se debían a su incomodidad por tener que mentirle.


Al mirarlo ahora sólo veía tristeza en sus ojos.


¿Qué le habían hecho todas esas personas?


Roto. Pensaba que estaba roto y, desgraciadamente, podía ser cierto.


En un mundo ideal, Pedro le habría pedido lo mismo que Antonio. Pero sólo porque quisiera darle una oportunidad a los sentimientos y a los deseos que sentían el uno por el otro. Ella podía reconocer que lo amaba, pero él no podía verlo y menos aceptar que la amaba.


Ahora Paula veía las diferencias entre su padre y él más claramente que nunca. Se preguntó si habría alguna manera de mostrárselas a él. De esa manera, aunque él nunca la viera como a ella le gustaría, quizás pudiera liberarlo, ayudarlo a ver otras posibilidades distintas a una existencia solitaria.


Era lo mínimo que podía hacer a cambio de toda su ayuda y apoyo.


Además lo amaba.


Paula se obligó a sonreír aunque sentía el corazón partido.


—Me gustan estas flores. De verdad dicen que lo sientes. Las otras era geniales pero...


Él asintió.


—Pero sólo tuve que pagar por ellas. Lo sé. Izaak debe ser un hombre genial.


—¿Izaak? ¿Fuiste a ver a Izaak? ¿Y él te dijo que me trajeras flores?


Pedro se encogió de hombros.


—Vino a mi casa y cuando le dije lo que había hecho, me sugirió que te regalara flores. Yo no le entendí bien al principio —miró a las manchas rojas que le estaban saliendo en el brazo mientras hablaba.


—Ven, te daré una crema. Parece que has tocado una ortiga.


Él dudó un instante.


—¿Me has perdonado, Pau?


La había llamado Pau. Nunca la habían llamado así, excepto él en aquella casa de la piscina. Y ahora supo que había estado esperando todo aquel tiempo a volverlo a oír.


—Perdonado — le aseguró y se puso de pie.


—¿Es contagioso? —preguntó él.


—No. No te rasques —le dijo ella al ver que él no paraba de frotarse el brazo—. Vamos.




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