domingo, 12 de noviembre de 2017

HEREDERO DEL DESTINO: CAPITULO 24





DURANTE toda la mañana y gran parte de la tarde, Paula intentó mantener los pies en la tierra y la mente en cualquier otra cosa que no fuera Pedro. Pero era más difícil que nunca con los recuerdos de los brazos de él alrededor de ella mientras bailaban o mientras la besaba. O mientras le hacía el amor en sueños.


Cuando se había despertado esa mañana, con las sábanas revueltas y empapada en sudor, incluso había alargado la mano para tocarlo. Pero sólo se había encontrado con una almohada vacía que no tenía su aroma.


Se había levantado, se había dado una ducha de agua fría y se había obligado a seguir con la rutina diaria. A mediodía, quedó con un cliente para dar los últimos toques a la decoración de su casa y, antes de volver, se pasó a recoger unos muestrarios.


Ahora, mientras se dirigía a su casa, se encontró deseando que Pedro estuviera allí. Se sintió decepcionada al ver que no estaba. Al entrar, oyó a Jerry hablando con alguien en la cocina. Estaba casi terminada.


Se detuvo en la puerta de la cocina y se quedó admirándola.


—Oh, Jerry, es perfecta —le dijo.


Jerry se giró con una sonrisa.


—A Pedro le alegrará saber que has dicho eso.


—¿Todavía está preocupado por el lío del otro día cuando tiraste el muro?


—¿Es que hubo un lío?


—Bueno, no nos dimos cuenta del malentendido hasta después. No vi el tercer boceto; el de la cocina.


Jerry la miró sorprendido.


—Yo dejé los tres encima de la mesa. Estaban unidos con un clip.


—Pero la mesa estaba hecha un desastre.


Él seguía extrañado.


—Cuando yo me marché en la mesa sólo estaban los planos —dijo él.


Aquello sorprendió a Paula porque recordaba haber pensado que ese desorden no era típico de Pedro.


—Imagino que fue Pedro el que dejó aquellas herramientas allí. Sin querer, debió cubrir el plano de la cocina. Sin embargo, una profesional como yo debería haberse dado cuenta de la numeración.


—Todavía no los había numerado.


Paula sintió que el estómago le daba un vuelco. 


Recordaba claramente aquel día. Pedro le había señalado la esquina de cada boceto diciéndole: «uno de tres, dos de tres, tres de tres». Entonces se dio cuenta de lo que había pasado: ella no había visto el tercer boceto porque él lo había escondido a propósito. Después, la había liado hasta hacerla creer que había sido culpa suya. ¿Cómo podía haber estado tan ciega?


Se encogió de hombros y fingió una sonrisa.


—Al menos, ahora no me sentiré tan tonta — dijo esperando que no se le notara lo que estaba sintiendo—. ¿Has terminado ya?


Jerry miró hacia la cocina.


—Ya está todo.


—¿Vas ahora a casa de Pedro?


—Ese es el plan. Todavía hay que terminar su cocina. Imagino que te veremos por allí mientras te encargas de la decoración.


Paula no pensaba volver a poner los pies en casa de Pedro nunca más. Le dolía sólo pensar en lo tonta que había sido. Pedro te había mentido y la había manipulado para conseguir lo que quería. Y su mentira no había sido casual; había sido bien planeada. Le había tendido una trampa de palabras y medias verdades y ella había caído.


—¿Paula? ¿Estás bien?


Ella pestañeó.


—Sí. Claro. Sólo estaba pensando. Que tengas un buen día, voy a ir a cambiarme. Gracias por todo, es como un sueño hecho realidad.


«Y otro sueño perdido», pensó mientras se alejaba. Pedro no era lo que ella había imaginado. Después de todo, sí se parecía a su padre. Recordaba que Laura se quejaba de lo manipulador que era para conseguir lo que quería; especialmente con su esposa. Eso era exactamente lo que Pedro le había hecho a ella. Le había hecho creer que el error había sido suyo. Y por su culpa se había pasado las dos últimas semanas repasando todo lo que hacía. ¡Qué idiota había sido!


Paula volvía a bajar las escaleras cuando Pedro entró en la casa.


—¿Qué pasa?—preguntó él sin aliento.


—¿Pasar? ¿Qué podría pasar? —se quedó parada a media altura de las escaleras para mantener la distancia.


—Jerry me dijo que estabas actuando de manera extraña. ¿No pasará nada con el bebé? ¿O contigo?


—El bebé está bien. Yo no. Acabo de descubrir que alguien a quien consideraba un amigo me ha estado mintiendo. Y manipulándome. Haciéndome creer que era una despistada. Por su culpa he pasado unas semanas dudando de mi profesionalidad. Pero ahora, por supuesto, ya sólo dudo de mí por no haber aprendido la lección antes.


Él frunció el ceño.


—¿Quién es? ¿Quién te ha estado haciendo eso?


—¡Tú!


—¿Yo?


Su incredulidad la enfadaba más.


—Algo que Jerry me dijo me quitó las vendas de los ojos, Pedro. Él no había numerado los planos. Escondiste el de la cocina a propósito. Todo ese desorden de la mesa era premeditado.


—Nunca me habrías permitido hacerlo —se defendió él.


—Eso es cierto. Ésta es mi casa. Podría haber esperado hasta tener el dinero.


—Pero era necesario. Las razones eran válidas. Lo admitiste.


No entendía nada. Y eso era lo peor.


—Tienes razón. Presentaste tus argumentos muy bien y accedí. No necesitabas mentirme y manipularme como lo hiciste; podrías haberme convencido sin trucos sin hacerme pensar que había perdido la cabeza.


—Lo siento. Nunca pensé que pudiera pasar algo así.


—Por el amor de Dios, Pedro, eran unos planos. Ésa es mi forma de vida.


—Pensaba que era tu sueño. Vi tus diseños en tu escritorio y quise que tuvieras lo que deseabas.


Paula tomó aliento, sorprendida. Incluso aquello había sido una mentira. Pedro no había compartido su visión. En eso también la había engañado.


—¿Es que no sabes decir la verdad? No. No me respondas. No podría creerte nunca. Márchate de aquí.


—Paula...


— ¡Fuera! — gritó ella con toda la fuerza de sus pulmones. 


Estaba decepcionada y casi no podía respirar.


Él la miraba como si no hubiera hecho nada. Y aquello era lo peor. Obviamente tenía que marcharse de allí porque no podía confiar en poder tomar las decisiones apropiadas con él delante.


—Márchate y déjame sola. Por favor —al decir esta última palabra su voz tembló. Y ella se odió por eso. Y se odió por las lágrimas que estaba deseando derramar. Dio la vuelta y corrió escaleras arriba. No podía ni mirarlo.



*****

Pedro le hubiera gustado quedarse a razonar con ella, pero cuando le dijo aquel «por favor» como si se le estuviera rompiendo corazón, se obligó a marcharse.


Se subió a la camioneta y condujo hacia su casa. Había cambiado mucho desde que la había comprado, gracias a la visión de Paula. Agarró el volante y apoyó la cabeza en los brazos. Los ojos le quemaban. Paula no era la única a la que se le había roto el corazón.


Tenía toda la razón. Él podía haberla convencido. ¿Tan arraigada estaba la mentira en su vida?


Salió de la camioneta y cerró la puerta de un portazo. Se sentó en las escaleras del porche a la sombra del magnolio. 


Tenía ganas de llorar. La única vez que recordaba haberse sentido así fue el día que se enteró de la muerte de su hermano. «¿Cómo voy a hacer que me perdone?» Pedro se pegó un gran susto cuando oyó a alguien decir:
—Pareces un hombre con un gran peso en los hombros, Pedro Alfonso.


Entonces, Pedro levantó la cara y vio a Izaak Abranson delante de él. :
—Creo que he cometido un gran error —le dijo—. No, no lo creo; lo sé. Y no sé cómo voy a arreglarlo.


—El único error que no se puede arreglar es cuando cortas una madera demasiado corta, 


Pedro levantó la cara y lo miró con sorpresa.


—¿Estás hablando de fabricar un mueble?


Izaak inclinó la cabeza y sonrió.


—Para ti todavía hay esperanza, abogado. ¿Qué has hecho para estar sentado ahí con el calor que hace?


Pedro no se había dado cuenta del calor porque sentía el corazón congelado.


—Le mentí a Paula. La manipulé para que me dejara arreglarle la casa. Me imagino que tenía buenos motivos, pero lo he hecho todo mal.


Izaak asintió.


—Eso tiene arreglo. Lo único que tienes que hacer es intentarlo. Tarde o temprano, ella, al ser mujer, te dirá lo que tienes que hacer si tú no encuentras la manera. De todas formas, puedes empezar con un regalo del corazón. Un ramo de flores.


Pedro se puso de pie. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? A las mujeres les encantaban las flores.


— ¡Flores! Una idea fantástica. Llamaré a una floristería —dijo él corriendo hacia el teléfono.


Izaak lo agarró del brazo.


—Tienes que recogerlas tú. Y mientras las buscas tienes que pensar por qué quieres que te perdone. Recuerda, tiene que ser un regalo hecho con el corazón y, por lo tanto, tu corazón debe entenderlo.


Pedro asintió y miró a Izaak pensando que él vivía en otro mundo.


En cuanto el hombre se marchó, Pedro llamó a una tienda y le envió un ramo a Paula. Después, se sentó a esperar que lo llamara. Al ver que pasaban las horas y ella todavía no lo había llamado, decidió que iría a su casa.


A salir al porche, se quedó helado. Había orquídeas, rosas y lilas esparcidas por todas partes.


Pedro decidió que quizás Izaak tenía razón. Aquel ramo no había sido un regalo del corazón. Lo mejor sería recoger él uno como le había sugerido.


Tres horas más tarde, Pedro se quedó mirando al ramo de aspecto miserable que había dejado en un pequeño jarrón en la puerta de Paula.


Dio unos pasos hacia atrás y pensó que había comprendido algo muy importante. Paula era algo más que la cuñada de su hermano. Era mucho más que la madre del hijo de German. Y ahora pensaba que sabía el porqué. Y por qué besarla a ella era tan diferente de lo que había sentido con otras mujeres. Incluso se preguntó si aquello que sentía sería amor.


Sería irónico que acabara de descubrirlo justo cuando estaba a punto de perderla.


Debería haberse preocupado por Malena; pero la idea de perder a Paula era la que realmente le dolía.


Era un hombre desesperado.



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