viernes, 6 de octubre de 2017
RUMORES: CAPITULO 29
EL QUE Samuel Rourke la hubiera recogido en el aeropuerto había impresionado a sus compañeras modelos, que no sabían de su relación familiar. Algunas cámaras dispararon cuando abandonaron la terminal. Las super modelos y los actores de Hollywood eran una fotografía irresistible que siempre se vendía bien. Su hermana los estaba esperando en el coche y salió con rapidez de allí en cuanto los dos pasajeros subieron.
-¿Buen vuelo, Paula?
-Los he tenido peores.
Paula se inclinó para darle un beso a su hermana antes de abrocharse el cinturón en la parte trasera.
-Bueno, no hace falta preguntar si os lo habéis pasado bien, supongo.
Por debajo del bronceado, vio que a Lidia se le sonrojaba la parte posterior del cuello, pero su marido sonrió imperturbable.
-Menos mal que has conseguido llegar, madrina.
A Paula le habían ofrecido una inesperada sesión en Colorado y le había parecido buena oportunidad alejarse miles de millas de donde Pedro estaba atando el lazo con Rebecca.
-Dije que no me perdería el bautizo y aquí estoy. Además, le prometía a mamá y a papá que pasaría las Navidades aquí este año. Es la primera vez en siglos que vamos a estar todos juntos. Aunque no será lo mismo que en los viejos tiempos
Sabía que la evolución era natural, sus dos hermanas ya estaban casadas, pero al mismo tiempo sintió una punzada de anhelo.
-Será mejor ahora -dijo Lidia con suavidad.
La íntima sonrisa que Paula vio intercambiar a la pareja le produjo un nudo en la garganta.
-Vosotros dos os quedáis, ¿no?
Sintió vergüenza por sentir un poco de envidia de su hermana. Si alguien se merecía ser feliz, esa era Lidia.
-Claro -contestó Samuel-. ¿Se lo digo?
Paula vio apretar el muslo de su mujer con cariño.
-¿Decirme qué?
-En cuanto salga del coche lo notarás tú misma -replicó Lidia.
Paula contuvo el aliento.
-¡Estás embarazada! ¿Cuándo...?
-¿Digamos que una semana más y el traje de boda no me hubiera valido?
-¡Pero si no soltaste prenda! ¡Vaya par de tramposos!
-Se supone que debías felicitarnos -le recordó Samuel.
-¿Qué? ¡Oh, sí! Felicidades. Es maravilloso. Estoy muy contenta por los dos -era una estupidez sentirse excluida-. ¿Soy la última en saberlo? Como siempre -dijo cuando Lidia agitó la cabeza con una sonrisa-. ¿Están mamá y papá excitados?
Se quedó quieta escuchando la cómica descripción de la reacción de sus padres.
Bety Chaves recibió a su hija como si fuera una tromba.
-No hay tiempo que perder, Paula. Ya te he planchado y sacado la ropa que me dijiste que querías. No, no te da tiempo a ducharte -dijo mientras dirigía apresurada a su hija hacia las escaleras-. ¡Carlos, no puedes ponerte esa corbata! -la oyó decir Paula en cuanto llegó a su habitación.
Aparte del olor a pintura reciente y la moqueta limpia, la casa estaba igual que siempre. Con la mano en el pomo, posó la mirada donde ella y Pedro... tragó saliva intentando borrar los ardientes recuerdos de cómo habían hecho el amor allí mismo. Bueno, casi.
Sacudió la cabeza. Tenía que dejar de pensar en él; ya era el marido de otra. Paula se había pasado las dos semanas anteriores coqueteando con todo hombre soltero a la vista.
La terapia no había funcionado, pero a la prensa le había encantado obtener aquellas raras fotos en ella.
Cada noche en su habitación había derramado lágrimas que no la habían aliviado nada.
-Está preciosa, ¿verdad, Carlos?
-Como siempre -dijo su padre con lealtad.
El traje que llevaba era de lana color oliva. Los bordes del cuello y mangas iban forrados de piel al estilo cosaco.
-¿Ya se han ido Samuel y Lidia?
-No te preocupes, no llegamos tarde -replicó su madre.
-¡Mujer, tú nunca has llegado tarde en tu vida!
-¡Supongo que ya habrás llenado el depósito de gasolina -respondió con seriedad Bety.
Carlos Chaves se llevó la mano a la frente.
-¡Oh, no! -sonrió cuando su mujer puso cara de pánico-. Estaba de broma.
-¡Serás...!
-Si vosotros dos no dejáis de pelear, entonces sí que llegaremos tarde -les recordó Paula mirando sus jugueteos con una sonrisa.
RUMORES: CAPITULO 28
La amnesia era horrible y el sabor de su boca metálico y desagradable. El traje de diseño azul que llevaba puesto la noche anterior estaba doblado con cuidado sobre el respaldo de la silla, así que no debía haber sido tan malo si se había tomado tantas molestias. Metió la cabeza bajo las sábanas y vio que llevaba las bragas de seda de la noche anterior.
El movimiento de la cama de agua le revolvió el estómago, así que se puso una bata corta y se fue al cuarto de baño. El agua fría salpicada en la cara y el lavado de dientes tuvieron un efecto muy agradable.
Por alguna extraña razón, seguía oliendo a café y se preguntó si serían los efectos de la resaca. Porque era una tremenda resaca lo que tenía. Por primera y por última vez en su vida, se prometió.
El café era una buena idea, pensó mientras se dirigía a la cocina. Miranda tenía una cocina de diseño con los últimos electrodomésticos y nada de comida nunca. Le gustaría no haber pensado en el estómago...
Salió de la habitación al salón en el mismo momento en que alguien salía de la cocina.
-¡Oh, Dios mío! -gimió parándose en seco- Pedro estaba secándose el pelo con una toalla con la camisa abierta mostrando toda la gloria de su ancho torso-. ¿Cómo has podido? -gimió-. Estaba borracha.
-Como una cuba -acordó él animado-. ¿Cómo he podido qué, Paula? ¿Quieres un café? Te prepararía un buen desayuno pero no hay nada en esa cocina.
A Paula le dio un vuelco el estómago al oír mencionar la comida.
-¿Deduzco por tu mirada que tienes algunas lagunas en la memoria?
-No creo que quiera recordar.
Sus ojos miraron con horrorizada fascinación cómo sus músculos brillaban y se inflamaban cuando se enroscó la toalla alrededor del cuello.
-No te subiste a las mesas ni nada parecido.
Paula lo miró con odio.
-No es mi actuación pública lo que me preocupa -se sentó antes de que se le doblaran las piernas-. ¿Te importa?
Paula tiró del dobladillo de la bata corta al ver dónde tenía él la mirada clavada.
-Anoche no eras tan modesta.
-No quiero oír hablar de anoche. No sé cómo puedes estar ahí con ese aire tan altivo. Estás a punto de casarte con otra mujer -se llevó la mano a los labios al recordar algo más de la noche anterior-. ¡La próxima semana! Eres un bastardo infiel. ¿Cómo te atreves a reírte?
-¿Estás suponiendo que eres irresistible?
-¿Estás intentando decirme que no hicimos...?
Ladeando la cabeza, Pedro la miró con expresión de exagerado asombro.
-Por mucho que te sorprenda, prefiero a mis mujeres conscientes. Y los ronquidos me desaniman un poco.
Paula no pudo ocultar un violento sonrojo.
-Bueno, ¿y por qué no me lo has dicho directamente?
-No quería estropear tu justa indignación. Anoche eras como un gatito y hoy como un dragón. La transformación es fascinante.
¿Gatito? ¿Qué quería decir con gatito? Aquello le sonaba muy alarmante.
-¿Qué se supone que debo pensar? Estaba desnuda...
-Casi.
-Bueno, si te vas a poner pedante -empezó ella-. ¿Cómo sabías eso?
-Te desvestí y te llevé a la cama. No quería que te sofocaras por la noche y ese vestido azul me pareció un poco ajustado.
La idea de él desvistiéndola le erizó el vello del cuello.
-¿Y qué diablos estas haciendo aquí? Si no...
Parpadeó. Su voz era tan aguda que parecía a punto de la histeria.
-¿Si no abusé de ti? No, Paula, esas cosas debes haberlas soñado. Pensé que podrías ponerte enferma durante la noche.
La implicación de que pudiera tener sueños eróticos con él la humilló porque últimamente el contenido de sus sueños era tan vivido que la dejaba horrorizada.
-¡Bueno, pues no me puse mala! ¿O sí?
-No, pero esta mañana tienes un aspecto horrible. ¿Qué sueles tomar después de una buena borrachera?
-No lo sé. Esta ha sido mi primera vez.
-¿Y qué te hizo empezar a beber anoche?
Paula lo miró con resentimiento. ¿Qué esperaba que dijera? ¿Qué había descubierto que iba a casarse con otra y había querido ahogar la pena? Dios, probablemente ya se lo hubiera dicho. Intentó con desesperación encajar los fragmentos de memoria de la noche anterior. Si supiera qué indiscreciones había soltado.
-¿Y no se preguntará Rebecca dónde estás?
-Ya lo sabe.
-Debe tener mucha confianza en ti.
Los labios le temblaron ligeramente y tuvo que apretarlos.
-Te pondré un café.
-Tengo sed.
-Eso es la resaca. Deshidratación.
Parecía saber bastante del tema, pero a Paula no le importaba en ese momento.
-¿Debo disculparme por mi comportamiento de anoche?
-Estabas encantadora anoche. Si descontamos los cánticos.
Paula intentó detectar alguna señal de desdén en su cara.
Quizá solo quisiera sonrojarla.
-Yo no canto. Solo estaba en el coro para hacer bulto. Tenía que hacer como que cantaba.
-Una sabia decisión por parte de quien la tomara.
-¿Qué pasó con Jhony? ¿Por qué no me trajo él a casa?
-Se anticipó a la escena.
Paula conocía a Jonathan y no necesitaba más explicaciones.
-¿Qué pasó con la escena?
-La distraje.
-Como solo tengo tu palabra, supongo que debería darte las gracias.
Pedro se sentó en cuclillas.
-Dime, ¿el que no esté enamorado de ti es un requisito tan importante para ser tu agente?
-¿Qué te hace pensar eso?
Paula le dirigió una mirada de asombro.
-Algo que dijiste.
-Mi primer agente, Hugo. Nuestra relación pasó del terreno de lo profesional. Al principio fue bien, pero...
-¿Se enamoró de ti?
Paula asintió. Se había quedado alucinada cuando Hugo le había propuesto que se casara y se fuera a vivir con él a la costa este.
-Todo se lio.
-¿Tú no lo amabas?
Paula alzó la mirada.
-Él me acusó de utilizarlo y creo que de alguna manera era cierto. Yo solo tenía diecinueve años y estaba muy lejos de casa. Confiaba mucho en él.
-Alguna gente podría pensar que fue él el que se aprovechó de ti.
-Oh, no. No fue así. Él era mi amigo. Y quizá lo vuelva a ser algún día.
La expresión de Pedro indicaba que no le gustaba mucho aquella idea.
-¿Siempre defiendes a tus amigos?
-Si hace falta, eso espero.
-Paula -había un tono de urgencia cuando él se apoyó en las rodillas-. Hay algo que tengo que decirte.
Paula estaba experimentando una urgencia propia.
-Voy a ponerme mala -anunció levantándose.
Con la mano en la boca salió corriendo hacia el cuarto de baño y Pedro se quedó mirándola con una expresión de frustración.
Cuando Paula volvió, pálida pero sintiéndose mejor, lo primero que vio fue a Miranda de pie al lado de Pedro. Su amiga llevaba unos pantalones transparentes y un top de color púrpura con brocados que mostraba la mitad de su vientre.
-¡Desastre! -exclamó con dramatismo adelantándose con la mano clavada en el brazo de Pedro-. Un terrorista puso una bomba en nuestro hotel. ¡Caos! El ruido, el polvo, las sirenas. Nos mandaron a todos a casa. Invité a todo el mundo a que tomara un bocado, pero no hay comida, así que han ido a buscarla. ¿Quieres...?
-Ya he comido -dijo Paula apresurada-. ¿Alguien salió herido?
-Por suerte no, pero a todo el mundo se le puso la adrenalina por las nubes.
-Bueno, ¿y tú? ¿Cómo va tu adrenalina?
Dirigió una mirada de soslayo a Pedro.
-Estaba felicitando a Pedro por su compromiso.
El humor desapareció de la cara de Miranda y sus ojos verdes se nublaron de simpatía.
-Dime, Pedro, ¿Has pensado alguna vez en posar? Estoy dando una clase de arte y...
-Gracias por la oferta -dijo Pedro con admirable compostura-. Pero estoy muy ocupado.
-Bueno, si cambias de idea...
-Lo dice con buena intención -defendió Paula a su amiga mientras Miranda desaparecía.
-Me siento halagado -una expresión de determinación acerada brilló en sus ojos-. No es eso lo que tenía en mente, pero creo que debemos hablar.
-Lo cierto es que creo que me volveré a la cama antes de que lleguen sus amigos. Me siento un poco... -se encogió de hombros-. Ya sé que es culpa mía, pero...
-No tienes que explicarme nada. Conozco los efectos. Tengo una semana ocupada, pero...
-Supongo que tendrás muchas cosas de última hora. ¿Te vas de luna de miel?
-Acerca de eso, Paula...
Paula le dio una palmada en la mano que le extendió.
-¡Oh, Dios! -exclamó-. ¡Ahórrame los detalles!
Consciente de que su pérdida de control coincidía con la llegada de los amigos de Miranda, salió corriendo a su habitación y cerró la puerta.
RUMORES: CAPITULO 27
-¿Sigues en casa de la encantadora Miranda? -preguntó Pedro cuando consiguió por fin meterla en el asiento trasero de un taxi.
-¿Te gustó ella entonces? A ella le gustaste tú.
-Eso es muy gratificante -Dijo Pedro dándole la dirección al taxista.
-No creo que nadie notara que estoy borracha. Creo que salimos con bastante discreción.
Apoyó la cabeza en el hombro de Pedro. El mundo empezó a girar de una forma nauseabunda y tuvo que abrir los ojos de nuevo.
-No sé por qué montaste tanto jaleo por el pendiente. La gente estaba mirando.
Se llevó la mano al lóbulo de la oreja.
-¡Vaya forma de despreciar una pequeña fortuna!
-¡No seas tonto! -dijo deslizando un dedo por la fuerte línea de su mandíbula-. No son auténticos. No creerás que iba a gastarme una fortuna en diamantes. Son de bisutería -se quitó el otro-. Lo siguiente que dirás es que esto es piel auténtica -rozó el borde de la chaqueta-. No me conoces muy bien, ¿verdad? No me gustan realmente esas cosas.
Pedro miró por encima de su cabeza con una expresión suave.
-Estoy empezando a pensar que tienes razón.
-Lo que si era un buen pedrusco era lo que llevaba Rebecca.
-¿Y lo viste desde tan lejos?
-Soy mujer, Pedro. Las mujeres nos fijamos en esas cosas. Alguna gente podría considerarlo ostentoso y de poco gusto.
-Pero no tú, por supuesto.
-Sería un poco evidente por mi parte, ¿no? Es evidente que ella cree que el mejor amigo de una chica es un diamante.
-¿Y quién es para ti, Paula?
-Un amante estaría bien, ¿no crees? -murmuró con una sonrisa adormilada que le hizo contener el aliento a Pedro.
-No tienes sentido que llames. Miranda está en El Cairo -dijo Paula cuando Pedro levantó su peso más para llegar al interfono-. Los ascensores están por ahí -añadió agitando las piernas cuando él la alzó más-. Puedes posarme ya. Mi pierna está mejor. Solo fue ese escalón que se me resistió. Eres fuerte ¿verdad? -observó sus abultados músculos-. Tienes unos bíceps preciosos.
-Si el ascensor no funciona, no te preocupes, que caminarás.
-Este no es el tipo de edificio en el que no funcionen los ascensores.
Y no lo era, pero en el ascensor había otros ocupantes que sonrieron con cortesía y miraron en otra dirección mientras ella le ronroneaba con suavidad en la oreja y enterraba los dedos en su pelo.
Cuando llegaron a la puerta del apartamento, Pedro la posó manteniéndose muy cerca de ella por si fuera necesario.
-Prométeme una cosa.
-Lo que quieras -dijo ella feliz enroscando los brazos alrededor de su cuello.
-No hagas nunca un musical.
Las notas apenas reconocibles de un gran éxito todavía resonaban en sus oídos.
-¿Y por qué iba a hacer esa tontería? Si no tengo nada de oído -caminó con gran cuidado hasta el otro extremo de la habitación y se desplomó en el sofá-. Miranda dice que esto es una inversión -comentó observando con disgusto la tapicería geométrica-. Yo lo odio. ¿Vas a volver con Rebecca ahora?
-Te prepararé una cafetera.
Cuando Pedro volvió un momento después, Paula estaba roncando con suavidad con la cabeza doblada sobre el pecho.
Pedro se quedó allí contemplándola en silencio unos minutos. Su áspero exterior ocultaba una sensibilidad y profundidad emocional que se manifestó por un instante en la sonrisa de sus labios. Los intentos que hizo por despertarla fueron recibidos por un enfadado:
-¡Déjame en paz!
jueves, 5 de octubre de 2017
RUMORES: CAPITULO 26
-ME HE tomado la libertad de instalarlos en uno de los reservados, señor. La fiesta es demasiado ruidosa. Un compromiso, creo.
-Whisky sin hielo, por favor -dijo Jonathan al tomar asiento-. ¿Agua mineral, Paula?
-No, tomaré lo mismo que tú. Póngamelo doble.
Jonathan pareció sorprendido, pero asintió al camarero.
-Nunca te había visto beber otra cosa que vino, Paula, cariño. ¿Te sientes bien? Pareces un poco pálida. ¿No habrás pillado algo?
-No te preocupes, Jhony. Estás a salvo.
-Estaba preocupado por ti, amor.
Paula le dirigió una mirada irónica que no consiguió traspasar su armadura.
-¿Te importa si cambiamos el asiento? Me siento muy expuesta aquí.
No era demasiada buena excusa porgue entre el verde y las pantallas estratégicamente colocadas, apenas eran visibles desde el comedor principal. Jonathan se levantó con cortesía.
-Nunca adivinarías quién está ahí -comentó Jhony al sentarse de nuevo.
-No, ¿quién? -preguntó ella con forzada sonrisa.
-Aquel tipo grande con el que discutí lo de la indemnización. El que te caíste en su foso. ¿Sabes, amor? Nunca he conseguido imaginar qué hacías allí -se rio al recordarlo y agarró la carta-. No era tan listo como yo pensaba. Nunca le hubiéramos sacado un penique si hubiéramos ido a los tribunales.
-¿No tenemos suerte de que yo tenga un agente tan listo?
-¿No quieres ir a saludarlo?
Paula lo miró horrorizada.
-¿Estás loco?
Jhony se encogió de hombros.
-Pues yo me siento muy bien con todo el asunto. Y estaríamos muy despejados si no hubiera insistido en donarlo todo a una asociación de caridad.
Paula dio un largo sorbo al whisky.
-Déjalo, Jhony.
Su agente se contentó con un murmullo de pesar y bajó la vista hacia el caro menú
-¿Esto va a tu cuenta?
-Eso parece -dijo Paula con sequedad.
-En ese caso...
-¿No vas a comerte eso?
Jonathan miró el salmón sin tocar de su plato flotando en una interesante salsa.
-Tómalo si te apetece -dijo ella reclinándose contra el respaldo.
Jhony ya había acabado su plato mientras ella se preguntaba dónde metería tantas calorías. Era un hombre de unos treinta y tantos años y todo fibra. Cuando no estaba comiendo, estaba hablando, y a veces hacía las dos cosas a la vez, lo que no lo convertía en su compañía preferida para cenar. Paula lo encontraba casi siempre agotador, solo que esa noche agradecía su incesante charla.
-¡No puedes permitirte dormirte en los laureles, Paula! -observó con la boca llena-. La gente se olvida con facilidad. Querrás avanzar mientras tu éxito todavía está fresco en sus mentes.
-No quiero.
Era extraño lo vacío que era el éxito. Ella siempre había creído que era un fin en sí mismo. Pero quería a alguien con quien compartir aquel placer, no solo a su familia, sino alguien especial, alguien suyo propio. ¿Era mucho pedir? El acuciante vacío de su vida estaba cariado de dolor.
En los buenos viejos tiempos, ella hubiera estado convaleciente tres meses por una simple apendicitis solo, no tres escasas semanas.
La atención de Paula se desvió hacia el sonido de una carcajada al otro lado de la sala. La hizo parpadear. Su primer instinto cuando había visto a Pedro había sido darse la vuelta y salir corriendo.
Él estaba en medio de una fiesta de unas doce personas o así. La vista de su fuerte perfil y su cabeza morena había sido como una banda de acero contra el pecho. Le había dado la momentánea sensación de sofoco y haber llegado hasta la mesa le había costado más que recorrer un maratón. Y que el dolor que estaba sintiendo fuera un fantasma no lo hacía menos real.
Rebecca estaba sentada a su derecha, vibrante y resplandeciente, y Pedro le había tomado la mano y se la había besado cuando todos alzaron las copas. Las palabras del camarero solo confirmaron sus sospechas.
Bueno, no había tardado mucho en olvidarla, reflexionó mirando sombría el fondo de su copa.
El único comentario de Jhony cuando había pedido la segunda botella solo había sido: -Bueno, tú pagas.
Pero Paula había notado su sorpresa.
-No eres una bebedora feliz, ¿verdad? -interrumpió su ensimismamiento su compañero.
-No estoy borracha -lo cual era una pena, pensó-. Pero la noche es todavía joven.
Jhony frunció el ceño. Paula nunca había sido una mujer con la que hubiera tenido que andar sobre ascuas. Solo esperaba que esa noche no descargara con él. La forma que tenía de mirar era un poco salvaje y preocupante.
-¿Champán? No hemos pedido champán -dijo Paula cuando el camarero colocó la cubitera helada.
-Es de parte de la fiesta de ahí al lado.
El camarero inclinó la cabeza hacia el centro de la habitación.
-Bueno, es muy decente por su parte -comentó Jhony mientras levantaba la copa hacia el grupo.
-¡Devuélvelo!
Jonathan se quedó con la boca abierta.
-¿Estás loca, Paula? Es excelente.
Giró la botella en su nicho helado.
-No aceptaría ni un mendrugo de ese hombre aunque me estuviera muriendo de hambre.
El salvajismo de su voz lo hizo mirarla con intensidad.
-Bueno, puedo entender que no sea tu persona favorita. Debió ser terriblemente doloroso, pero no creo que te empujara él mismo. No te lo tomes de forma personal, ¿de acuerdo?
-¡Que se lo lleven!
-¡Dios, Chaves! No hace falta que montes una escena.
-Si quiero montar una escena, la montaré.
Pedro no estaba contento solo con arruinar su vida, sino que tenía que restregarle su felicidad en la nariz. Era un maldito bastardo y lo odiaba.
El objeto de su odio se materializó de repente a su lado.
-¿Hay algún problema con el champán?
Paula lo olió antes de verlo siquiera. Aquel sutil aroma masculino bajo su colonia era tan único como una huella.
Era horrible descubrir lo sintonizados que estaban sus sentidos con él. ¿Y por qué había esperado que fuera diferente? Solo habían pasado dos semanas. Todas sus fuertes facciones seguían como las recordaba. La memoria no había exagerado su pura sexualidad sin adulterar.
-¡Pedro, vaya sorpresa! Me temo que no me gusta el champán.
No sonó asustada, sino contenta de rechazar su generosidad. Era extraño mirar a sus manos y pensar en lo bien que conocían su cuerpo. El dolor de la pérdida atravesó la barrera de la furia dejándola devastada.
-A mi sí -contestó a la ligera Jonathan.
Pedro le dirigió una leve mirada de desdén antes de devolver la atención a Paula.
-Rebecca te vio llegar.
-¿Y tú no?
Pedro apretó la mandíbula.
-Estoy seguro de que todo el mundo ha visto tu entrada.
No había afectación en la forma de caminar de Paula.
Caminaba con pasos largos y confiados que estiraban la tela de su traje largo hasta el límite. Pedro deslizó los ojos entrecerrados por los tirantes de su vestido azul. El prendedor de diamantes de su pelo hacía juego con los pendientes. Estaba clásica y sexy al mismo tiempo.
Una repentina carcajada atrajo la atención de Pedro hacia su compañero.
-Ella no nota cómo llama la atención -murmuró con autoridad Jonathan-. Es difícil de creer, ya lo sé. Pero es verdad -añadió al ver el escepticismo en la cara del otro hombre.
-¿Te importa?
Paula miró furiosa a Jonathan.
-Rebecca quiere que todo el mundo comparta su felicidad.
-¿Ha sido idea de ella?
Pedro enarcó una ceja y esbozó una sonrisa irónica.
-¿Pensabas que era mía?
-Ni siquiera sabía que estabas aquí -le dio una patada a Jhony bajo la mesa justo a tiempo de evitar que metiera la pata
-Dale las gracias a Rebecca por el champán entonces y deséale lo mejor para el futuro.
Que nadie pudiera decir que no tenía modales.
-Espero que los dos seáis muy felices -Jhony se frotó la mano y alcanzó la botella antes de que se cambiara de idea-. Únete a nosotros y brindaremos por tu futuro. ¿Qué? ¿Qué he hecho ahora? -preguntó cuando Paula lo apuñaló con la mirada.
Pedro se había dado la vuelta para apartarse.
-¿Brindarías por mi futuro?
Una curiosa expresión surcó sus ojos.
-Por cualquiera que me invite a una copa.
-Basado en mi pasada experiencia, tu honestidad es sorprendente.
-Eso eran negocios, no nos guardemos rencor -contestó Jhony agarrándolo de la manga para arrepentirse al instante.
-¿Brindarás tu también por mi futuro, Paula?
Paula tragó el nudo que tenía en la garganta, pero al ver sus ojos clavados en su cara, alzó la barbilla.
-Espero que consigas todo lo que te mereces en la vida.
Traducido: que se pudriera en el infierno.
Por la expresión de Pedro, estaba claro que había entendido su pleno significado.
-Estoy conmovido -dijo Pedro acercando una silla con rapidez-. Tomaré esa copa contigo.
Sus rodillas rozaron las de ella bajo la mesa y Paula se retiró como si la hubieran mordido y empezó a alisarse las invisibles arrugas de su vestido. Cuando alzó los ojos, los de Pedro estaban clavados en su escote.
-¡No queremos mantenerte fuera de tu propia fiesta!
Se odiaba a sí misma por responder al deseo que notaba en su mirada.
-Rebecca puede permitirse ser generosa esta noche.
¿Es que no sabía que cada una de sus palabras era un dardo envenenado para ella?
-Yo estaría preocupada si mi futuro marido estuviera babeando ante los senos de otra mujer como estás haciendo tú.
¡Dios! ¡Había sonado como una bruja, pero no lo pudo evitar!
-¡Oh, Dios! -gimió en bajo Jonathan antes de atragantarse.
Paula estaba rígida de la rabia.
-Tú piensas que una mujer que no esconda su cuerpo en un saco lo está pidiendo, ¿no?
-La naturaleza de los hombres es mirar y tu cuerpo sería una invitación aun en un saco.
-En eso estoy de acuerdo -aclamó Jonathan.
-¡No te atrevas a ponerte de su lado! Me está acusando de vampiresa.
-Y tú me has acusado antes de lascivo.
-Creo que me voy al aseo.
Jonathan dirigió una mirada de envidia a la botella medio llena.
Pedro contempló al joven alejarse con expresión de desdén.
-¿Por qué lo aguantas? Es un aprovechado.
-Es muy buen agente y al menos no hay posibilidad de que se enamore de mí -murmuró con languidez.
La mirada de Pedro se intensificó.
-Pero quizá deberíamos brindar por tu éxito.
-¿Lo has oído entonces?
-Lo he visto.
Sus palabras la sorprendieron. La idea de Pedro allí fuera en la oscuridad mirándola le produjo un estremecimiento por la espina dorsal.
-Me alegro de no haberlo sabido -confesó sin pensar. -¿Por qué?
Pedro le llenó la copa pero dejó la suya vacía.
-La audiencia debe ser anónima -¿cómo podría haberse ella metido en el papel si hubiera sabido que estaba allí? Se hubiera quedado paralizada- Bueno, por el matrimonio.
Apuró su copa de un trago y mientras Pedro se apartó para que no tropezara con su cabeza, pensó que a pesar de la coherencia de su discurso, la dama estaba totalmente borracha.
-Sí, por el matrimonio. ¿Estamos hablando en general o...?
-Por el tuyo. El tuyo y de Rebecca. ¿Nunca te has casado antes?
-No, que yo recuerde.
-Es una mujer encantadora.
-Eso creo.
-Entonces espero que seáis muy felices -se sentía como una virgen llevada al altar del sacrificio-. ¿Cuándo es la boda?
-La próxima semana.
Bueno, aquello pondría fin a sus ensoñaciones románticas.
Nada como la verdad brutal para hacerle a una chica olvidar la futilidad de sus fantasías.
-Supongo que no tiene sentido esperar cuando ya os conocéis tan bien.
-Eso es lo que Rebecca dice.
-El matrimonio es bastante serio.
-Lo es. Hasta hace poco pensé que nunca me casaría.
-¿Por qué no?
Sus profundos ojos azules se clavaron con fascinación en su cara.
-Como mi padre, soy bastante egoísta. Los hombres egoístas son unos maridos horribles. Odiaría hacerle pasar a una mujer lo que le hizo pasar mi padre a mi madre.
-¿Pero has cambiado de idea?
-Alguien la ha cambiado por mí.
Rebecca. Paula deseaba tirarse al suelo y llorar, pero en vez de hacerlo tomó otra copa.
-¿No crees que no deberías beber más? -preguntó cuando la vio llenar la copa con la mano un poco temblorosa.
-¡Oh, mentí cuando te dije que no me gustaba! Sin embargo, no me gustó el whisky.
Apoyó los codos en la mesa y la barbilla en las manos abiertas.
-Sabe realmente asqueroso.
-¿Entonces por qué lo tomaste?
-Quería experimentar. Sé que a la gente le gusta estar un poco mareada.
-Mareada debió de ser hace media botella, Paula. En mi experiencia es normalmente más seguro experimentar en privado, con poca audiencia. La gente reacciona de
forma diferente ante el alcohol y estás entrando en un estado de embriaguez. Tu escolta se ha retirado.
-Una persona embriagada es patética -protestó ella en voz bastante alta-. Yo nunca soy patética; es humillante. ¿Hace calor aquí?
-Hace cada vez más calor -dijo Pedro con suavidad cuando ella tiró nerviosa del escote de su vestido-. ¿Cómo se mantiene esa cosa?
Pedro tuvo que parpadear con fuerza para apartar la imagen de lo que la tela sedosa revelaría. Los músculos de su garganta se contrajeron al tragar saliva.
Paula lo miró con aire misterioso.
-Secreto de marca. ¿Es Rebecca la que viene para aquí? -asomó el cuello por detrás de su espalda-. ¡Oh, Dios! -gimió-. Tengo que ser agradable con ella.
Pedro apretó los labios.
-No te preocupes. Yo trataré con ella.
Paula cambió de asiento y pudo ver a Pedro recibir a Rebecca a unos pasos de distancia. No podía oír lo que estaban diciendo, pero Rebecca la miró varias veces y hasta devolvió el saludo de Paula antes de sonreír, asentir y volverse a su asiento.
-¿Supongo que tu acompañante no habrá pagado la factura? -preguntó Pedro.
-Para nada -contestó Paula apoyando la cabeza en los brazos doblados.
-No te duermas todavía.
-¡Dios, eres tan mandón! Aparta esa tarjeta -protestó cuando lo vio firmar la factura-. Soy una mujer independiente con medios económicos.
-Estás borracha.
-Sabía que algo iba mal -lo miró alucinada-. ¿Qué debo hacer?
Lo miró con confianza.
Pedro cerró los ojos y murmuró algo sobre la fuerza.
-Te llevo a casa.
-A Rebecca no le gustaría eso -murmuró ella agitando un dedo.
-A ella no le importa. Llámalo un préstamo.
-Si me preguntas a mí, debería ser más cuidadosa con sus posesiones. Yo lo sería.
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