jueves, 5 de octubre de 2017

RUMORES: CAPITULO 26





-ME HE tomado la libertad de instalarlos en uno de los reservados, señor. La fiesta es demasiado ruidosa. Un compromiso, creo. 


-Whisky sin hielo, por favor -dijo Jonathan al tomar asiento-. ¿Agua mineral, Paula?


-No, tomaré lo mismo que tú. Póngamelo doble. 


Jonathan pareció sorprendido, pero asintió al camarero.


-Nunca te había visto beber otra cosa que vino, Paula, cariño. ¿Te sientes bien? Pareces un poco pálida. ¿No habrás pillado algo?


-No te preocupes, Jhony. Estás a salvo. 


-Estaba preocupado por ti, amor. 


Paula le dirigió una mirada irónica que no consiguió traspasar su armadura.


-¿Te importa si cambiamos el asiento? Me siento muy expuesta aquí.


No era demasiada buena excusa porgue entre el verde y las pantallas estratégicamente colocadas, apenas eran visibles desde el comedor principal. Jonathan se levantó con cortesía. 


-Nunca adivinarías quién está ahí -comentó Jhony al sentarse de nuevo.


-No, ¿quién? -preguntó ella con forzada sonrisa. 


-Aquel tipo grande con el que discutí lo de la indemnización. El que te caíste en su foso. ¿Sabes, amor? Nunca he conseguido imaginar qué hacías allí -se rio al recordarlo y agarró la carta-. No era tan listo como yo pensaba. Nunca le hubiéramos sacado un penique si hubiéramos ido a los tribunales.


-¿No tenemos suerte de que yo tenga un agente tan listo?


-¿No quieres ir a saludarlo?


Paula lo miró horrorizada.


-¿Estás loco?


Jhony se encogió de hombros.


-Pues yo me siento muy bien con todo el asunto. Y estaríamos muy despejados si no hubiera insistido en donarlo todo a una asociación de caridad.


Paula dio un largo sorbo al whisky.


-Déjalo, Jhony.


Su agente se contentó con un murmullo de pesar y bajó la vista hacia el caro menú


-¿Esto va a tu cuenta?


-Eso parece -dijo Paula con sequedad.


-En ese caso...


-¿No vas a comerte eso?


Jonathan miró el salmón sin tocar de su plato flotando en una interesante salsa.


-Tómalo si te apetece -dijo ella reclinándose contra el respaldo.


Jhony ya había acabado su plato mientras ella se preguntaba dónde metería tantas calorías. Era un hombre de unos treinta y tantos años y todo fibra. Cuando no estaba comiendo, estaba hablando, y a veces hacía las dos cosas a la vez, lo que no lo convertía en su compañía preferida para cenar. Paula lo encontraba casi siempre agotador, solo que esa noche agradecía su incesante charla.


-¡No puedes permitirte dormirte en los laureles, Paula! -observó con la boca llena-. La gente se olvida con facilidad. Querrás avanzar mientras tu éxito todavía está fresco en sus mentes.


-No quiero.


Era extraño lo vacío que era el éxito. Ella siempre había creído que era un fin en sí mismo. Pero quería a alguien con quien compartir aquel placer, no solo a su familia, sino alguien especial, alguien suyo propio. ¿Era mucho pedir? El acuciante vacío de su vida estaba cariado de dolor.


En los buenos viejos tiempos, ella hubiera estado convaleciente tres meses por una simple apendicitis solo, no tres escasas semanas.


La atención de Paula se desvió hacia el sonido de una carcajada al otro lado de la sala. La hizo parpadear. Su primer instinto cuando había visto a Pedro había sido darse la vuelta y salir corriendo.


Él estaba en medio de una fiesta de unas doce personas o así. La vista de su fuerte perfil y su cabeza morena había sido como una banda de acero contra el pecho. Le había dado la momentánea sensación de sofoco y haber llegado hasta la mesa le había costado más que recorrer un maratón. Y que el dolor que estaba sintiendo fuera un fantasma no lo hacía menos real.


Rebecca estaba sentada a su derecha, vibrante y resplandeciente, y Pedro le había tomado la mano y se la había besado cuando todos alzaron las copas. Las palabras del camarero solo confirmaron sus sospechas.


Bueno, no había tardado mucho en olvidarla, reflexionó mirando sombría el fondo de su copa.


El único comentario de Jhony cuando había pedido la segunda botella solo había sido: -Bueno, tú pagas.


Pero Paula había notado su sorpresa. 


-No eres una bebedora feliz, ¿verdad? -interrumpió su ensimismamiento su compañero.


-No estoy borracha -lo cual era una pena, pensó-. Pero la noche es todavía joven.


Jhony frunció el ceño. Paula nunca había sido una mujer con la que hubiera tenido que andar sobre ascuas. Solo esperaba que esa noche no descargara con él. La forma que tenía de mirar era un poco salvaje y preocupante.


-¿Champán? No hemos pedido champán -dijo Paula cuando el camarero colocó la cubitera helada. 


-Es de parte de la fiesta de ahí al lado.


El camarero inclinó la cabeza hacia el centro de la habitación.


-Bueno, es muy decente por su parte -comentó Jhony mientras levantaba la copa hacia el grupo.


-¡Devuélvelo!


Jonathan se quedó con la boca abierta.


-¿Estás loca, Paula? Es excelente.


Giró la botella en su nicho helado.


-No aceptaría ni un mendrugo de ese hombre aunque me estuviera muriendo de hambre.


El salvajismo de su voz lo hizo mirarla con intensidad.


-Bueno, puedo entender que no sea tu persona favorita. Debió ser terriblemente doloroso, pero no creo que te empujara él mismo. No te lo tomes de forma personal, ¿de acuerdo?


-¡Que se lo lleven!


-¡Dios, Chaves! No hace falta que montes una escena.


-Si quiero montar una escena, la montaré.


Pedro no estaba contento solo con arruinar su vida, sino que tenía que restregarle su felicidad en la nariz. Era un maldito bastardo y lo odiaba.


El objeto de su odio se materializó de repente a su lado.


-¿Hay algún problema con el champán?


Paula lo olió antes de verlo siquiera. Aquel sutil aroma masculino bajo su colonia era tan único como una huella. 


Era horrible descubrir lo sintonizados que estaban sus sentidos con él. ¿Y por qué había esperado que fuera diferente? Solo habían pasado dos semanas. Todas sus fuertes facciones seguían como las recordaba. La memoria no había exagerado su pura sexualidad sin adulterar.


Pedro, vaya sorpresa! Me temo que no me gusta el champán.


No sonó asustada, sino contenta de rechazar su generosidad. Era extraño mirar a sus manos y pensar en lo bien que conocían su cuerpo. El dolor de la pérdida atravesó la barrera de la furia dejándola devastada.


-A mi sí -contestó a la ligera Jonathan.


Pedro le dirigió una leve mirada de desdén antes de devolver la atención a Paula.


-Rebecca te vio llegar.


-¿Y tú no?


Pedro apretó la mandíbula.


-Estoy seguro de que todo el mundo ha visto tu entrada.


No había afectación en la forma de caminar de Paula. 


Caminaba con pasos largos y confiados que estiraban la tela de su traje largo hasta el límite. Pedro deslizó los ojos entrecerrados por los tirantes de su vestido azul. El prendedor de diamantes de su pelo hacía juego con los pendientes. Estaba clásica y sexy al mismo tiempo.


Una repentina carcajada atrajo la atención de Pedro hacia su compañero.


-Ella no nota cómo llama la atención -murmuró con autoridad Jonathan-. Es difícil de creer, ya lo sé. Pero es verdad -añadió al ver el escepticismo en la cara del otro hombre.


-¿Te importa?


Paula miró furiosa a Jonathan.


-Rebecca quiere que todo el mundo comparta su felicidad.


-¿Ha sido idea de ella?


Pedro enarcó una ceja y esbozó una sonrisa irónica.


-¿Pensabas que era mía?


-Ni siquiera sabía que estabas aquí -le dio una patada a Jhony bajo la mesa justo a tiempo de evitar que metiera la pata


-Dale las gracias a Rebecca por el champán entonces y deséale lo mejor para el futuro.


Que nadie pudiera decir que no tenía modales.


-Espero que los dos seáis muy felices -Jhony se frotó la mano y alcanzó la botella antes de que se cambiara de idea-. Únete a nosotros y brindaremos por tu futuro. ¿Qué? ¿Qué he hecho ahora? -preguntó cuando Paula lo apuñaló con la mirada.


Pedro se había dado la vuelta para apartarse.


-¿Brindarías por mi futuro?


Una curiosa expresión surcó sus ojos.


-Por cualquiera que me invite a una copa.


-Basado en mi pasada experiencia, tu honestidad es sorprendente.


-Eso eran negocios, no nos guardemos rencor -contestó Jhony agarrándolo de la manga para arrepentirse al instante.


-¿Brindarás tu también por mi futuro, Paula?


Paula tragó el nudo que tenía en la garganta, pero al ver sus ojos clavados en su cara, alzó la barbilla.


-Espero que consigas todo lo que te mereces en la vida.


Traducido: que se pudriera en el infierno. 


Por la expresión de Pedro, estaba claro que había entendido su pleno significado.


-Estoy conmovido -dijo Pedro acercando una silla con rapidez-. Tomaré esa copa contigo.


Sus rodillas rozaron las de ella bajo la mesa y Paula se retiró como si la hubieran mordido y empezó a alisarse las invisibles arrugas de su vestido. Cuando alzó los ojos, los de Pedro estaban clavados en su escote.


-¡No queremos mantenerte fuera de tu propia fiesta!


Se odiaba a sí misma por responder al deseo que notaba en su mirada.


-Rebecca puede permitirse ser generosa esta noche.


¿Es que no sabía que cada una de sus palabras era un dardo envenenado para ella?


-Yo estaría preocupada si mi futuro marido estuviera babeando ante los senos de otra mujer como estás haciendo tú.


¡Dios! ¡Había sonado como una bruja, pero no lo pudo evitar!


-¡Oh, Dios! -gimió en bajo Jonathan antes de atragantarse.


Paula estaba rígida de la rabia.


-Tú piensas que una mujer que no esconda su cuerpo en un saco lo está pidiendo, ¿no?


-La naturaleza de los hombres es mirar y tu cuerpo sería una invitación aun en un saco.


-En eso estoy de acuerdo -aclamó Jonathan.


-¡No te atrevas a ponerte de su lado! Me está acusando de vampiresa.


-Y tú me has acusado antes de lascivo.


-Creo que me voy al aseo.


Jonathan dirigió una mirada de envidia a la botella medio llena.


Pedro contempló al joven alejarse con expresión de desdén.


-¿Por qué lo aguantas? Es un aprovechado.


-Es muy buen agente y al menos no hay posibilidad de que se enamore de mí -murmuró con languidez.


La mirada de Pedro se intensificó.


-Pero quizá deberíamos brindar por tu éxito.


-¿Lo has oído entonces?


-Lo he visto.


Sus palabras la sorprendieron. La idea de Pedro allí fuera en la oscuridad mirándola le produjo un estremecimiento por la espina dorsal.


-Me alegro de no haberlo sabido -confesó sin pensar. -¿Por qué?


Pedro le llenó la copa pero dejó la suya vacía.


-La audiencia debe ser anónima -¿cómo podría haberse ella metido en el papel si hubiera sabido que estaba allí? Se hubiera quedado paralizada- Bueno, por el matrimonio.


Apuró su copa de un trago y mientras Pedro se apartó para que no tropezara con su cabeza, pensó que a pesar de la coherencia de su discurso, la dama estaba totalmente borracha.


-Sí, por el matrimonio. ¿Estamos hablando en general o...?


-Por el tuyo. El tuyo y de Rebecca. ¿Nunca te has casado antes?


-No, que yo recuerde.


-Es una mujer encantadora.


-Eso creo.


-Entonces espero que seáis muy felices -se sentía como una virgen llevada al altar del sacrificio-. ¿Cuándo es la boda?


-La próxima semana.


Bueno, aquello pondría fin a sus ensoñaciones románticas. 


Nada como la verdad brutal para hacerle a una chica olvidar la futilidad de sus fantasías.


-Supongo que no tiene sentido esperar cuando ya os conocéis tan bien.


-Eso es lo que Rebecca dice.


-El matrimonio es bastante serio.


-Lo es. Hasta hace poco pensé que nunca me casaría.


-¿Por qué no?


Sus profundos ojos azules se clavaron con fascinación en su cara.


-Como mi padre, soy bastante egoísta. Los hombres egoístas son unos maridos horribles. Odiaría hacerle pasar a una mujer lo que le hizo pasar mi padre a mi madre.


-¿Pero has cambiado de idea?


-Alguien la ha cambiado por mí.


Rebecca. Paula deseaba tirarse al suelo y llorar, pero en vez de hacerlo tomó otra copa.


-¿No crees que no deberías beber más? -preguntó cuando la vio llenar la copa con la mano un poco temblorosa.


-¡Oh, mentí cuando te dije que no me gustaba! Sin embargo, no me gustó el whisky.


Apoyó los codos en la mesa y la barbilla en las manos abiertas.


-Sabe realmente asqueroso.


-¿Entonces por qué lo tomaste?


-Quería experimentar. Sé que a la gente le gusta estar un poco mareada.


-Mareada debió de ser hace media botella, Paula. En mi experiencia es normalmente más seguro experimentar en privado, con poca audiencia. La gente reacciona de
forma diferente ante el alcohol y estás entrando en un estado de embriaguez. Tu escolta se ha retirado.


-Una persona embriagada es patética -protestó ella en voz bastante alta-. Yo nunca soy patética; es humillante. ¿Hace calor aquí?


-Hace cada vez más calor -dijo Pedro con suavidad cuando ella tiró nerviosa del escote de su vestido-. ¿Cómo se mantiene esa cosa?


Pedro tuvo que parpadear con fuerza para apartar la imagen de lo que la tela sedosa revelaría. Los músculos de su garganta se contrajeron al tragar saliva.


Paula lo miró con aire misterioso.


-Secreto de marca. ¿Es Rebecca la que viene para aquí? -asomó el cuello por detrás de su espalda-. ¡Oh, Dios! -gimió-. Tengo que ser agradable con ella.


Pedro apretó los labios.


-No te preocupes. Yo trataré con ella.


Paula cambió de asiento y pudo ver a Pedro recibir a Rebecca a unos pasos de distancia. No podía oír lo que estaban diciendo, pero Rebecca la miró varias veces y hasta devolvió el saludo de Paula antes de sonreír, asentir y volverse a su asiento.


-¿Supongo que tu acompañante no habrá pagado la factura? -preguntó Pedro.


-Para nada -contestó Paula apoyando la cabeza en los brazos doblados.


-No te duermas todavía.


-¡Dios, eres tan mandón! Aparta esa tarjeta -protestó cuando lo vio firmar la factura-. Soy una mujer independiente con medios económicos.


-Estás borracha.


-Sabía que algo iba mal -lo miró alucinada-. ¿Qué debo hacer?


Lo miró con confianza.


Pedro cerró los ojos y murmuró algo sobre la fuerza.


-Te llevo a casa.


-A Rebecca no le gustaría eso -murmuró ella agitando un dedo.


-A ella no le importa. Llámalo un préstamo. 


-Si me preguntas a mí, debería ser más cuidadosa con sus posesiones. Yo lo sería.






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