sábado, 12 de agosto de 2017

UNA CANCION: CAPITULO 28




Pedro fue el sábado por la mañana a ver a Erika.


Entró en el cuarto de estar con cuidado para no tropezar con los juguetes de Emilia. La niña, de casi tres años, estaba ocupada con varios proyectos que llevaba a la vez con gran eficacia y desenvoltura: hacía una casita con piezas de un juego de construcciones, daba el biberón a su muñeca favorita y ponía a dar vueltas a un patito de juguete que hacía «cuacuá». Y no contenta con eso, quiso montarse también en un poni de peluche de casi un metro de alto.


—Daniel se lo compró el año pasado, por su cumpleaños. Este año va a ser un triciclo —dijo Erika, en voz baja para que la niña no pudiera oírlo y fuera una sorpresa—. Vamos a dar una pequeña fiesta de cumpleaños el miércoles por la noche. Vendrán mi madre y algunos amigos. Por supuesto, estás invitado —dijo Erika, y luego añadió en seguida al ver su cara de circunstancias—. Está bien.
Comprendo que no quieras que se te vea demasiado en estos momentos. Pero, dime, ¿qué te ha traído por aquí esta mañana? Sé que te gusta mucho cómo preparo el café, pero supongo que no…


—Tengo un problema y pensé que tú tal vez podrías ayudarme. Paula necesita que se quede alguien cuidando de Joaquin mañana por la noche. Se lo pidió a sus abuelos, pero los Lambert parece que tenían ya un compromiso previo… Van a ir a una bolera o algo parecido. Además, Paula cree que no les gustaría saber que iba a salir con alguien.


—¿No saben que está saliendo contigo? ¿No quieres tú que lo sepan?


—Aún no. Así que me estaba preguntando si conocéis a alguien de confianza que pueda quedarse con el niño. Que no sea tu madre. No quiero abusar de tu amabilidad.


Erika se apartó de la cara un mechón de su pelo castaño rizado, con gesto pensativo.


—¿Sabes qué? Yo me quedaré cuidando de Joaquin.


—¿Estás bromeando?


—No. Tengo un trabajo pendiente para el Frontier Days y creo que será la oportunidad de terminarlo cuando Joaquin se vaya a la cama. En el apartamento de Paula, estaré más tranquila que aquí. Daniel se pone a veces un poco pesado y no me deja trabajar.


—Vaya, veo que seguís igual que de recién casados —comentó Pedro con una sonrisa.


—Me encanta parecer una recién casada —respondió ella, algo ruborizada—. Por cierto, ¿adónde piensas llevar a Paula?


—A Casa Pedro. Le prepararé un menú de gourmet en una mesa muy romántica con velas —dijo él, y luego añadió al ver la sonrisa maliciosa de Erika—. ¿En qué estás pensando?


—¿De veras quieres saberlo? Te lo diré. La mayoría de las mujeres no aprecian debidamente una aventura y prefieren tener una relación estable y seria. Yo estuve viviendo con Daniel antes de casarnos. Sé que las circunstancias no son las mismas, pero a él no le preocupaba que alguien pudiera verle conmigo. Sin embargo, Paula puede pensar que tú te sentirías avergonzado si alguien te viese con ella.


—No, eso no es verdad.


—¿Estás seguro? ¿Estás seguro de que no te preocupa ver en la prensa sensacionalista algún titular como: «El famoso cantante de música country sale con una camarera»?


—¿Crees que soy tan superficial?


—No. Sé que compraste todas las entradas del cine para poder estar a solas con ella. Pero…


—Tal vez sería más correcto llevarla a un sitio que no fuera mi casa, ¿verdad?


—Eso tú sabrás —dijo Erika.


De repente, a Pedro se le ocurrió algo que podría ser una buena idea. Solo tendría que contar con la colaboración de DJ Traub, el primo de Daniel.





UNA CANCION: CAPITULO 27





El miércoles por la noche, recibió una llamada de Pedro.


—¿Una cita? —preguntó Paula, como si no hubiera escuchado bien.


—Sí, señorita Chaves, te estoy pidiendo una cita formal. Tú y yo solos. ¿Crees que Olga y Manuel podrán quedarse con el niño?


—No lo sé. Tendré que preguntárselo. ¿Tengo que ir vestida de alguna forma especial?


—Puedes ir como quieras.


—Hace mucho que no me pongo un vestido. Será una novedad para mí. Podría incluso ponerme un poco de perfume —añadió ella con cierta timidez.


—¿Me puedes dar un adelanto de dónde piensas ponértelo? —dijo él con un tono insinuante.


—Trata de adivinarlo. Luego veremos si has acertado —dijo Paula, flirteando abiertamente con él—. Te recuerdo que no es nuestra primera cita. Ya hemos ido juntos una vez al cine.


—Sí, pero esa no cuenta. Joaquin estaba con nosotros. Esa no es la idea que yo tengo de lo que es una cita.


Paula se preguntó qué tendría él preparado. Se imaginó que no la llevaría a ningún lugar público. Aunque comprendía los motivos, se preguntó si podría sentirse avergonzado de que le vieran con ella. Después de todo, ella no era nadie especial, comparada con él.


—¿Cuándo es tu próxima noche libre? —preguntó Pedro.


—El domingo por la noche.


Aún quedaban cuatro días.


—Me gustaría también ver a Joaquin.


—El viernes no tengo turno de noche en el restaurante. A primera hora de la tarde, le quitarán los puntos a Joaquin, pero luego puedes venir a pasar la tarde con nosotros.


—¿Por qué no venís vosotros a mi casa? Podemos ir al monte a ver si tenemos suerte y vemos más alces. Me llevaré la cámara digital que debo tener en algún sitio de la maleta y veremos luego en el ordenador las fotos que hayamos sacado.


—Me parece una gran idea. ¿Quieres que nos pasemos por tu casa cuando salga de la clínica?


—No, iré yo a recogeros. No me gusta la idea de que vengáis los dos solos por esta montaña.


Él estaba siendo protector con Joaquin y con ella pero, a pesar de eso, se sintió complacida.


—Está bien. Te diré mañana si Olga y Manuel pueden quedarse con Joaquin el domingo.


—Estoy deseando veros. Cuando no estoy contigo. Te echo mucho de menos.


Bueno, no le había dicho nada profundo, pero al menos le había confesado que la echaba de menos. Hubiera querido contarle lo de su entrevista con Jeff Nolan, pero pensó que no era adecuado hablar de esas cosas por teléfono. Ni, probablemente, tampoco el viernes estando Joaquin delante. 


Sería mejor dejarlo para el domingo, cuando estuviesen los dos solos.



viernes, 11 de agosto de 2017

UNA CANCION: CAPITULO 26




El lunes por la mañana, Erika y Paula estaban ultimando la lista de las personas que compondrían el jurado del concurso.


—¿Va todo bien? Pareces hoy algo distraída —dijo Erika.


Paula y Erika habían llegado a hacerse grandes amigas en el poco tiempo que llevaban trabajando juntas. Sin embargo, Paula no supo bien qué contestar.


—Supongo que sabes que Pedro y yo hemos estado saliendo, ¿verdad?


—Sí. Daniel me dijo que Pedro te llevó al cine el otro día. Debió ser muy emocionante.


—Especialmente con Joaquin al lado —replicó Paula con una sonrisa.


—Sé por experiencia de lo que estás hablando. Cuando Daniel venía aquí a verme, Emilia siempre andaba por medio.


—Me preocupa que Joaquin le tome cariño y luego…


Paula se interrumpió bruscamente, temerosa de lo que pensaba decir.


—¿No crees que lo vuestro pueda funcionar?


—¿Crees acaso que nuestra relación puede tener algún futuro? —preguntó, a su vez, Paula, como deseando que su amiga le diera alguna esperanza—. Por más que lo pienso… Pedro es una estrella. ¿Qué podría hacer en esta ciudad? Se pasa la mayor parte del año dando conciertos por todo el país. He estado viendo el programa que tiene para las próximas fechas.


—Con Internet, una se entera de todo, ¿verdad? Dime una cosa, ¿te sientes atraída por Pedro como estrella o como hombre?


Paula recordó entonces su primer beso y lo que Pedro le había dicho:
«Recuerda que ha sido Pedro, el hombre, quien te ha besado, no el famoso cantante country».


—Estoy enamorada de él y no me importa lo que sea. Pero, ¿qué puedo ofrecerle yo? Vivo en esta pequeña ciudad, tengo un trabajo de camarera y un hijo que es lo más importante para mí. Ya sabes lo que es eso. ¿Cómo puedo pensar en…?


—Daniel y yo tampoco tuvimos el camino fácil. Él tenía aún las heridas de su primer matrimonio que aún no sé si han cicatrizado.


—Te refieres sobre todo a su hijo, ¿verdad? —dijo Paula.


—Sí, Toby. No me puedo imaginar el dolor que debió sentir al perderle. Por fortuna, Emilia fue un bálsamo para él. En realidad, Pedro jugó un papel decisivo. Escribió su gran éxito Movin’On, pensando en Daniel y lo cantó por primera vez aquí, cuando actuó el año pasado. Estuvimos viéndole. Fue un momento inolvidable para todos.


Paula podía imaginárselo. Sabía que Pedro haría cualquier cosa por un amigo. Ojalá ella pudiera tener la oportunidad de oírle cantar alguna vez en directo.


—Me temo que Joaquin y yo solo somos un sucedáneo en su vida. Puede que se sienta a gusto aquí con nosotros pero, cuando retome la vida que ha llevado siempre, nos olvidará.


—Tú y yo somos más parecidas de lo que imaginas —dijo Erika—. Daniel también vino aquí temporalmente, pero luego decidió quedarse. Cuando me enamoré de él, a pesar de lo apegada que estaba a esta ciudad, creo que le hubiera seguido a cualquier parte del mundo.


Pedro y yo hace solo unas semanas que nos conocemos. No creo que él piense en lo nuestro como algo serio y estable.


—Ese es siempre el temor de todas las mujeres —dijo Erika—. Pero ¿quién puede saber cuánto tiempo necesita una persona para enamorarse?


Una hora más tarde, Paula concluyó su trabajo con Erika. El Frontier Days empezaba dentro de diez días. En la mayoría de los escaparates de las tiendas de la ciudad, había ya pósteres con el programa de festejos y, cerca del centro comercial, había incluso un panel electrónico con el calendario de actos. A Paula le gustaba formar parte de la comunidad de la ciudad y contribuir con su trabajo a que hubiera ese año más turistas y clientes potenciales en Thunder Canyon. La celebración del Frontier Days era el verdadero motor que dinamizaba la actividad comercial de la ciudad.


Paula iba pensando en todo eso cuando llegó al apartamento. Tenía poco más de una hora para lavar la ropa y prepararse luego para ir al LipSmackin’ Ribs.


Suspiró con resignación al pensarlo. El día anterior, Bob Collins se había sentado en una de sus mesas y le había dicho algunas inconveniencias que la habían molestado. Si pudiera encontrar otro trabajo mejor, dejaría el restaurante sin pensarlo, pero hasta entonces…


Estaba metiendo en la secadora la ropa ya lavada, cuando oyó el timbre de la puerta.


¿Sería Pedro? Él le había dicho que la llamaría por teléfono.


Paula se dirigió a la puerta y echó un vistazo por la mirilla. Pero no era Pedro sino un desconocido, vestido con una chaqueta de tweed, una camisa blanca y unos pantalones negros.


El hombre debió advertir su presencia al otro lado de la puerta y se dirigió a ella.


—Señorita Chaves, soy Jeff Nolan. Creo que tenemos un amigo común. Soy su manager.


Obviamente, Nolan no quería pronunciar en público el nombre de Pedro por si alguien pasara casualmente por allí y pudiera oírlo. Pero, ¿qué hacía el manager de Pedro llamando a su puerta? Solo había una manera de averiguarlo.


Abrió la puerta con mucha cautela, solo unos centímetros.


—¿Puede usted identificarse, por favor?


El hombre arqueó las cejas, sacó la cartera y le mostró el carné de conducir.


Tenía su residencia en Nashville. Luego le enseñó también una foto en la que aparecían Pedro y él muy sonrientes sobre el escenario de un concierto multitudinario.


Paula abrió la puerta del todo e invitó al hombre a pasar a la cocina.


—Lo siento, pero no dispongo de mucho tiempo. Tengo que entrar a trabajar en cuarenta y cinco minutos —dijo ella.


Nolan echó una mirada a su alrededor y se hizo en seguida una composición de lugar.


—He venido por voluntad propia. Pedro no me ha enviado, si eso es lo que está pensando. Ayer vi su número de teléfono en la puerta del frigorífico y, a través de él, conseguí su dirección. Lo más probable es que Pedro se ponga furioso si llega a enterarse de que he venido.


Bueno, al menos el hombre era directo y sincero, pensó ella.


—¿Y qué le ha llevado a venir a verme?


—Mire usted, señorita, yo no entro en la vida privada de Pedro. No soy nadie para decir si usted es una cazafortunas o si trata simplemente de vender su historia a la primera revista sensacionalista que encuentre.


—Yo nunca haría…


—No me importa lo que usted haga o deje de hacer, lo único que me importa es Pedro y su música. Me llamó la atención el ver el dibujo de su hijo pegado en el frigorífico de Pedro. Nunca le había visto hacer nada parecido. Así que me imaginé que usted y el niño debían ser algo muy especial para él. Si es así, señorita Chaves, debería mirar por la carrera de Pedro.


—Yo solo quiero que sea feliz, pero eso no resulta nada fácil en este momento.


—Sí, lo sé, pero eso no significa que sea imposible. Vine aquí porque me gustaría que ejerciera su influencia sobre él, para que volviera a tocar la guitarra y componer canciones. Parece como si quisiera castigarse a sí mismo renunciando a lo que ha sido siempre su pasión en la vida. Necesita a alguien que le ayude y le anime a retomar de nuevo su carrera.


Paula miró a Nolan con gesto de recelo.


—Quiere que Pedro vuelva a cantar y a escribir canciones por las comisiones que usted obtiene de sus discos y actuaciones, ¿no es verdad?


—Se equivoca. Lo único que quiero es que Pedro vuelva a reencontrarse consigo mismo.


—Señor Nolan…


—No es mi intención ponerme en plan dramático. Pedro es su música. Sin ella, no es el mismo. Lanzar un nuevo disco al mercado y planificar su gira de promoción era la razón de su vida. Ahora la ha perdido. Puede sentarse en la cima de una montaña a contemplarse el ombligo todo lo que quiera, pero en algún momento, acabará aburriéndose hasta de la paz que creyó encontrar aquí cuando llegó por primera vez a este lugar. No puede encontrar en ningún lugar esa paz que busca porque donde verdaderamente tiene que encontrarla es dentro de su alma.


—Tal vez Pedro esté tratando de encontrar una vida diferente —dijo ella, con la esperanza de que pudiera ser cierto.


—Tal vez. Pero tratar de renunciar a la vida que uno ha tenido es algo que no resulta nada fácil. Puede que funcione durante unas semanas, pero, tarde o temprano, uno acaba echando de menos lo que ha dejado atrás. Pedro necesita estar preparado para cuando llegue ese momento.


Paula asintió con la cabeza ante la sensatez de aquellas palabras.


—Él se encierra en sí mismo cada vez que le hablo de su música. Cuando mi hijo subió a su estudio y se puso a tocar la guitarra, Pedro la apartó a un lado como si fuera un abrigo viejo que no valiera ya para nada. No estoy segura de poder hacer algo por él.


—No se pierde nada por intentarlo.


—Está bien. Pero con una condición. Le diré que usted vino a verme y le contaré todo lo que hemos estado hablando.


—Eso podría dar al traste con nuestro plan —dijo él, frunciendo el ceño.


—No pienso tener secretos con él. Y menos en algo tan personal como esto.


—Está bien. Si cree que tiene que ser así.


Sería maravilloso que ella consiguiera devolver a Pedro su ilusión por la música, porque sabía que era una parte importante de su vida.



UNA CANCION: CAPITULO 25





Cuando Pedro salió al jardín de su casa al día siguiente, había dejado ya de llover. Entró en el galpón a por más leña. 


Se había sentido todo el día como un oso con una espina clavada en la pezuña. Sabía muy bien las razones, pero no quería pensar en ellas.


Oyó un vehículo deteniéndose junto a su casa. Le dio un vuelco el corazón.


¿Sería Paula?


No. Por el sonido del motor, se trataba sin duda de un coche más potente.


Además, ¿por qué iba a querer ir allí después de cómo habían quedado las cosas entre ellos la noche anterior? No se sentía a gusto consigo mismo por la forma en que había hecho el amor con ella. Había sido incapaz de controlar su deseo. La primera vez, se había comportado de forma primitiva, como un hombre de las cavernas. Y la segunda…


La segunda tampoco había estado mucho mejor. Ella había tratado de abrirle su corazón y él se había encerrado en sí mismo. Al oírla cantar aquella canción a Joaquin, había sentido un nudo en la garganta y había sido incapaz de decir una palabra.


Podía arruinarles la vida. ¿Qué pasaría cuando empezase el circo y las unidades móviles con sus antenas parabólicas entrasen en escena como una jauría de lobos?


¿Volvería a Thunder Canyon después de las primeras alegaciones en Texas? Si fuera mínimamente sensato, no.


Sin embargo, cada vez que cerraba los ojos, e incluso sin hacerlo, creía recordar la noche que había pasado con ella, como si la estuviera viviendo en ese mismo instante.


Dejó la leña en el cuarto de estar al oír el timbre de la puerta y fue a abrir en seguida.


—¡Jeff! ¿Qué estás haciendo aquí?


Jeff, su manager, un hombre corpulento solo unos centímetros más bajo que él, miró a Pedro con sus penetrantes ojos castaños y se encogió de hombros.


Jeff Nolan no solo era su manager, era también su amigo.


Llevaban juntos muchos años y habían compartido, en el ámbito profesional, tanto los buenos como los malos momentos.


—Decidí venir a verte, ya que parece que no quieres hablar con nadie. Afortunadamente, Daniel y yo somos buenos amigos y él me dio tu dirección. Él sabe que me necesitas para que te ayude a sacar a flote tu carrera —dijo Nolan, ajustándose las gafas, y luego añadió en tono más distendido—: Bueno, ¿no me vas a invitar a una cerveza?


Pedro se dirigió a la cocina. Nolan le siguió hasta el frigorífico. Vio allí los dibujos de Joaquin pegados en la puerta y también la nota con los números de teléfono de Paula sujeta con un imán. Nolan lo miró todo con una sonrisa, se quitó el chaquetón que llevaba y se sentó en una de las sillas de la cocina. Pedro le puso una botella de cerveza en la mesa.


—Bonito lugar —dijo Jeff, echando un trago—. Mira, Pedro, somos amigos, pero por encima de nuestra amistad está nuestra relación profesional. Por eso estoy aquí. ¿Has compuesto algo en todo este tiempo? Al menos, habrás tocado la guitarra alguna vez, ¿no?


—Me pasa algo extraño, Jeff. Puedo tener la guitarra entre las manos, pero parece como si mis dedos se negaran a tocarla. Puedo ponerme a escribir canciones pero no me viene ni la letra ni la música.


La noche pasada, sin embargo, después de llegar a casa, le habían venido un par de frases a la cabeza, pero se las había guardado para sí, no muy convencido del juego que podrían dar.


—Has llevado una vida de ermitaño durante cuatro meses —le recordó su manager—. ¿Cuánto tiempo más necesitas para expiar tus pecados? Tu público está deseando oírte. Los miembros de tu grupo están esperando tocar contigo. Llevan muchos años a tu lado, te aprecian y te respetan, pero no puedes hacerles esperar eternamente.


Pedro sabía que Jeff estaba tratando de hacerle reaccionar. 


Pero no se trataba solo de una falta de inspiración para componer canciones. El problema era más profundo.


—Por más que lo intento, no puedo olvidar lo que sucedió esa noche, Jeff. Sigo pensando que podríamos haber hecho algo más de lo que hicimos. Ashley Tuller era una chica que no se merecía morir de esa manera, solo por asistir a uno de mis conciertos.


—Fue un accidente, Pedro —dijo Jeff suavemente—. ¿Qué la seguridad debería haber sido mejor? De acuerdo. ¿Qué deberíamos haber previsto lo que podía pasar alrededor del autobús? De acuerdo. Pero tú no tienes la culpa de que esa chica se cayera y se golpeara la cabeza.


—Estaba allí por mí.


—Olvídate de eso. Tienes que superarlo. Tú no puedes controlar todo lo que pasa en el mundo.


—¿Qué quieres de mí? —preguntó Pedro.


—Que dejes de esconderte y de hacerte la víctima. Creo que te equivocas si piensas que te va a volver la inspiración quedándote aquí encerrado.


Pedro no creía que la inspiración tuviera que ver con estar en un sitio u otro, pero prefirió no decir nada.


Jeff echó otro trago de cerveza con mucha parsimonia, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Luego apuntó con el dedo hacia la puerta del frigorífico.


—Un dibujo muy bonito. ¿Es de un niño?


Pedro frunció el ceño. Nolan señaló entonces la nota donde estaban escritos los números de teléfono de Paula.


—Paula. Bonito nombre. Aunque, tal vez, un poco pasado de moda. ¿Estás saliendo con alguien, Pedro? ¿Es por eso por lo que sigues aquí?


—¿En qué cambiaría eso las cosas?


Jeff pareció cambiar de estrategia ante su confesión implícita de los hechos.


—¿Así que estás saliendo con una mujer que tiene un hijo? ¿Cuánto crees que puede durar eso? Yo te lo diré: el tiempo que tarde en llegar aquí el autobús de las giras.


—Estás exagerando. Sí, tengo que ir a Texas por lo del juicio. Pero después, ¿qué pasaría si volviese a esta ciudad y me olvidase de la música por completo?


Pedro se quedó tan sorprendido como el propio Jeff de que pudieran haber salido esas palabras de su boca. ¿Sería esa la solución que le devolviera la paz y el equilibrio?