viernes, 11 de agosto de 2017

UNA CANCION: CAPITULO 25





Cuando Pedro salió al jardín de su casa al día siguiente, había dejado ya de llover. Entró en el galpón a por más leña. 


Se había sentido todo el día como un oso con una espina clavada en la pezuña. Sabía muy bien las razones, pero no quería pensar en ellas.


Oyó un vehículo deteniéndose junto a su casa. Le dio un vuelco el corazón.


¿Sería Paula?


No. Por el sonido del motor, se trataba sin duda de un coche más potente.


Además, ¿por qué iba a querer ir allí después de cómo habían quedado las cosas entre ellos la noche anterior? No se sentía a gusto consigo mismo por la forma en que había hecho el amor con ella. Había sido incapaz de controlar su deseo. La primera vez, se había comportado de forma primitiva, como un hombre de las cavernas. Y la segunda…


La segunda tampoco había estado mucho mejor. Ella había tratado de abrirle su corazón y él se había encerrado en sí mismo. Al oírla cantar aquella canción a Joaquin, había sentido un nudo en la garganta y había sido incapaz de decir una palabra.


Podía arruinarles la vida. ¿Qué pasaría cuando empezase el circo y las unidades móviles con sus antenas parabólicas entrasen en escena como una jauría de lobos?


¿Volvería a Thunder Canyon después de las primeras alegaciones en Texas? Si fuera mínimamente sensato, no.


Sin embargo, cada vez que cerraba los ojos, e incluso sin hacerlo, creía recordar la noche que había pasado con ella, como si la estuviera viviendo en ese mismo instante.


Dejó la leña en el cuarto de estar al oír el timbre de la puerta y fue a abrir en seguida.


—¡Jeff! ¿Qué estás haciendo aquí?


Jeff, su manager, un hombre corpulento solo unos centímetros más bajo que él, miró a Pedro con sus penetrantes ojos castaños y se encogió de hombros.


Jeff Nolan no solo era su manager, era también su amigo.


Llevaban juntos muchos años y habían compartido, en el ámbito profesional, tanto los buenos como los malos momentos.


—Decidí venir a verte, ya que parece que no quieres hablar con nadie. Afortunadamente, Daniel y yo somos buenos amigos y él me dio tu dirección. Él sabe que me necesitas para que te ayude a sacar a flote tu carrera —dijo Nolan, ajustándose las gafas, y luego añadió en tono más distendido—: Bueno, ¿no me vas a invitar a una cerveza?


Pedro se dirigió a la cocina. Nolan le siguió hasta el frigorífico. Vio allí los dibujos de Joaquin pegados en la puerta y también la nota con los números de teléfono de Paula sujeta con un imán. Nolan lo miró todo con una sonrisa, se quitó el chaquetón que llevaba y se sentó en una de las sillas de la cocina. Pedro le puso una botella de cerveza en la mesa.


—Bonito lugar —dijo Jeff, echando un trago—. Mira, Pedro, somos amigos, pero por encima de nuestra amistad está nuestra relación profesional. Por eso estoy aquí. ¿Has compuesto algo en todo este tiempo? Al menos, habrás tocado la guitarra alguna vez, ¿no?


—Me pasa algo extraño, Jeff. Puedo tener la guitarra entre las manos, pero parece como si mis dedos se negaran a tocarla. Puedo ponerme a escribir canciones pero no me viene ni la letra ni la música.


La noche pasada, sin embargo, después de llegar a casa, le habían venido un par de frases a la cabeza, pero se las había guardado para sí, no muy convencido del juego que podrían dar.


—Has llevado una vida de ermitaño durante cuatro meses —le recordó su manager—. ¿Cuánto tiempo más necesitas para expiar tus pecados? Tu público está deseando oírte. Los miembros de tu grupo están esperando tocar contigo. Llevan muchos años a tu lado, te aprecian y te respetan, pero no puedes hacerles esperar eternamente.


Pedro sabía que Jeff estaba tratando de hacerle reaccionar. 


Pero no se trataba solo de una falta de inspiración para componer canciones. El problema era más profundo.


—Por más que lo intento, no puedo olvidar lo que sucedió esa noche, Jeff. Sigo pensando que podríamos haber hecho algo más de lo que hicimos. Ashley Tuller era una chica que no se merecía morir de esa manera, solo por asistir a uno de mis conciertos.


—Fue un accidente, Pedro —dijo Jeff suavemente—. ¿Qué la seguridad debería haber sido mejor? De acuerdo. ¿Qué deberíamos haber previsto lo que podía pasar alrededor del autobús? De acuerdo. Pero tú no tienes la culpa de que esa chica se cayera y se golpeara la cabeza.


—Estaba allí por mí.


—Olvídate de eso. Tienes que superarlo. Tú no puedes controlar todo lo que pasa en el mundo.


—¿Qué quieres de mí? —preguntó Pedro.


—Que dejes de esconderte y de hacerte la víctima. Creo que te equivocas si piensas que te va a volver la inspiración quedándote aquí encerrado.


Pedro no creía que la inspiración tuviera que ver con estar en un sitio u otro, pero prefirió no decir nada.


Jeff echó otro trago de cerveza con mucha parsimonia, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Luego apuntó con el dedo hacia la puerta del frigorífico.


—Un dibujo muy bonito. ¿Es de un niño?


Pedro frunció el ceño. Nolan señaló entonces la nota donde estaban escritos los números de teléfono de Paula.


—Paula. Bonito nombre. Aunque, tal vez, un poco pasado de moda. ¿Estás saliendo con alguien, Pedro? ¿Es por eso por lo que sigues aquí?


—¿En qué cambiaría eso las cosas?


Jeff pareció cambiar de estrategia ante su confesión implícita de los hechos.


—¿Así que estás saliendo con una mujer que tiene un hijo? ¿Cuánto crees que puede durar eso? Yo te lo diré: el tiempo que tarde en llegar aquí el autobús de las giras.


—Estás exagerando. Sí, tengo que ir a Texas por lo del juicio. Pero después, ¿qué pasaría si volviese a esta ciudad y me olvidase de la música por completo?


Pedro se quedó tan sorprendido como el propio Jeff de que pudieran haber salido esas palabras de su boca. ¿Sería esa la solución que le devolviera la paz y el equilibrio?






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