viernes, 11 de agosto de 2017

UNA CANCION: CAPITULO 26




El lunes por la mañana, Erika y Paula estaban ultimando la lista de las personas que compondrían el jurado del concurso.


—¿Va todo bien? Pareces hoy algo distraída —dijo Erika.


Paula y Erika habían llegado a hacerse grandes amigas en el poco tiempo que llevaban trabajando juntas. Sin embargo, Paula no supo bien qué contestar.


—Supongo que sabes que Pedro y yo hemos estado saliendo, ¿verdad?


—Sí. Daniel me dijo que Pedro te llevó al cine el otro día. Debió ser muy emocionante.


—Especialmente con Joaquin al lado —replicó Paula con una sonrisa.


—Sé por experiencia de lo que estás hablando. Cuando Daniel venía aquí a verme, Emilia siempre andaba por medio.


—Me preocupa que Joaquin le tome cariño y luego…


Paula se interrumpió bruscamente, temerosa de lo que pensaba decir.


—¿No crees que lo vuestro pueda funcionar?


—¿Crees acaso que nuestra relación puede tener algún futuro? —preguntó, a su vez, Paula, como deseando que su amiga le diera alguna esperanza—. Por más que lo pienso… Pedro es una estrella. ¿Qué podría hacer en esta ciudad? Se pasa la mayor parte del año dando conciertos por todo el país. He estado viendo el programa que tiene para las próximas fechas.


—Con Internet, una se entera de todo, ¿verdad? Dime una cosa, ¿te sientes atraída por Pedro como estrella o como hombre?


Paula recordó entonces su primer beso y lo que Pedro le había dicho:
«Recuerda que ha sido Pedro, el hombre, quien te ha besado, no el famoso cantante country».


—Estoy enamorada de él y no me importa lo que sea. Pero, ¿qué puedo ofrecerle yo? Vivo en esta pequeña ciudad, tengo un trabajo de camarera y un hijo que es lo más importante para mí. Ya sabes lo que es eso. ¿Cómo puedo pensar en…?


—Daniel y yo tampoco tuvimos el camino fácil. Él tenía aún las heridas de su primer matrimonio que aún no sé si han cicatrizado.


—Te refieres sobre todo a su hijo, ¿verdad? —dijo Paula.


—Sí, Toby. No me puedo imaginar el dolor que debió sentir al perderle. Por fortuna, Emilia fue un bálsamo para él. En realidad, Pedro jugó un papel decisivo. Escribió su gran éxito Movin’On, pensando en Daniel y lo cantó por primera vez aquí, cuando actuó el año pasado. Estuvimos viéndole. Fue un momento inolvidable para todos.


Paula podía imaginárselo. Sabía que Pedro haría cualquier cosa por un amigo. Ojalá ella pudiera tener la oportunidad de oírle cantar alguna vez en directo.


—Me temo que Joaquin y yo solo somos un sucedáneo en su vida. Puede que se sienta a gusto aquí con nosotros pero, cuando retome la vida que ha llevado siempre, nos olvidará.


—Tú y yo somos más parecidas de lo que imaginas —dijo Erika—. Daniel también vino aquí temporalmente, pero luego decidió quedarse. Cuando me enamoré de él, a pesar de lo apegada que estaba a esta ciudad, creo que le hubiera seguido a cualquier parte del mundo.


Pedro y yo hace solo unas semanas que nos conocemos. No creo que él piense en lo nuestro como algo serio y estable.


—Ese es siempre el temor de todas las mujeres —dijo Erika—. Pero ¿quién puede saber cuánto tiempo necesita una persona para enamorarse?


Una hora más tarde, Paula concluyó su trabajo con Erika. El Frontier Days empezaba dentro de diez días. En la mayoría de los escaparates de las tiendas de la ciudad, había ya pósteres con el programa de festejos y, cerca del centro comercial, había incluso un panel electrónico con el calendario de actos. A Paula le gustaba formar parte de la comunidad de la ciudad y contribuir con su trabajo a que hubiera ese año más turistas y clientes potenciales en Thunder Canyon. La celebración del Frontier Days era el verdadero motor que dinamizaba la actividad comercial de la ciudad.


Paula iba pensando en todo eso cuando llegó al apartamento. Tenía poco más de una hora para lavar la ropa y prepararse luego para ir al LipSmackin’ Ribs.


Suspiró con resignación al pensarlo. El día anterior, Bob Collins se había sentado en una de sus mesas y le había dicho algunas inconveniencias que la habían molestado. Si pudiera encontrar otro trabajo mejor, dejaría el restaurante sin pensarlo, pero hasta entonces…


Estaba metiendo en la secadora la ropa ya lavada, cuando oyó el timbre de la puerta.


¿Sería Pedro? Él le había dicho que la llamaría por teléfono.


Paula se dirigió a la puerta y echó un vistazo por la mirilla. Pero no era Pedro sino un desconocido, vestido con una chaqueta de tweed, una camisa blanca y unos pantalones negros.


El hombre debió advertir su presencia al otro lado de la puerta y se dirigió a ella.


—Señorita Chaves, soy Jeff Nolan. Creo que tenemos un amigo común. Soy su manager.


Obviamente, Nolan no quería pronunciar en público el nombre de Pedro por si alguien pasara casualmente por allí y pudiera oírlo. Pero, ¿qué hacía el manager de Pedro llamando a su puerta? Solo había una manera de averiguarlo.


Abrió la puerta con mucha cautela, solo unos centímetros.


—¿Puede usted identificarse, por favor?


El hombre arqueó las cejas, sacó la cartera y le mostró el carné de conducir.


Tenía su residencia en Nashville. Luego le enseñó también una foto en la que aparecían Pedro y él muy sonrientes sobre el escenario de un concierto multitudinario.


Paula abrió la puerta del todo e invitó al hombre a pasar a la cocina.


—Lo siento, pero no dispongo de mucho tiempo. Tengo que entrar a trabajar en cuarenta y cinco minutos —dijo ella.


Nolan echó una mirada a su alrededor y se hizo en seguida una composición de lugar.


—He venido por voluntad propia. Pedro no me ha enviado, si eso es lo que está pensando. Ayer vi su número de teléfono en la puerta del frigorífico y, a través de él, conseguí su dirección. Lo más probable es que Pedro se ponga furioso si llega a enterarse de que he venido.


Bueno, al menos el hombre era directo y sincero, pensó ella.


—¿Y qué le ha llevado a venir a verme?


—Mire usted, señorita, yo no entro en la vida privada de Pedro. No soy nadie para decir si usted es una cazafortunas o si trata simplemente de vender su historia a la primera revista sensacionalista que encuentre.


—Yo nunca haría…


—No me importa lo que usted haga o deje de hacer, lo único que me importa es Pedro y su música. Me llamó la atención el ver el dibujo de su hijo pegado en el frigorífico de Pedro. Nunca le había visto hacer nada parecido. Así que me imaginé que usted y el niño debían ser algo muy especial para él. Si es así, señorita Chaves, debería mirar por la carrera de Pedro.


—Yo solo quiero que sea feliz, pero eso no resulta nada fácil en este momento.


—Sí, lo sé, pero eso no significa que sea imposible. Vine aquí porque me gustaría que ejerciera su influencia sobre él, para que volviera a tocar la guitarra y componer canciones. Parece como si quisiera castigarse a sí mismo renunciando a lo que ha sido siempre su pasión en la vida. Necesita a alguien que le ayude y le anime a retomar de nuevo su carrera.


Paula miró a Nolan con gesto de recelo.


—Quiere que Pedro vuelva a cantar y a escribir canciones por las comisiones que usted obtiene de sus discos y actuaciones, ¿no es verdad?


—Se equivoca. Lo único que quiero es que Pedro vuelva a reencontrarse consigo mismo.


—Señor Nolan…


—No es mi intención ponerme en plan dramático. Pedro es su música. Sin ella, no es el mismo. Lanzar un nuevo disco al mercado y planificar su gira de promoción era la razón de su vida. Ahora la ha perdido. Puede sentarse en la cima de una montaña a contemplarse el ombligo todo lo que quiera, pero en algún momento, acabará aburriéndose hasta de la paz que creyó encontrar aquí cuando llegó por primera vez a este lugar. No puede encontrar en ningún lugar esa paz que busca porque donde verdaderamente tiene que encontrarla es dentro de su alma.


—Tal vez Pedro esté tratando de encontrar una vida diferente —dijo ella, con la esperanza de que pudiera ser cierto.


—Tal vez. Pero tratar de renunciar a la vida que uno ha tenido es algo que no resulta nada fácil. Puede que funcione durante unas semanas, pero, tarde o temprano, uno acaba echando de menos lo que ha dejado atrás. Pedro necesita estar preparado para cuando llegue ese momento.


Paula asintió con la cabeza ante la sensatez de aquellas palabras.


—Él se encierra en sí mismo cada vez que le hablo de su música. Cuando mi hijo subió a su estudio y se puso a tocar la guitarra, Pedro la apartó a un lado como si fuera un abrigo viejo que no valiera ya para nada. No estoy segura de poder hacer algo por él.


—No se pierde nada por intentarlo.


—Está bien. Pero con una condición. Le diré que usted vino a verme y le contaré todo lo que hemos estado hablando.


—Eso podría dar al traste con nuestro plan —dijo él, frunciendo el ceño.


—No pienso tener secretos con él. Y menos en algo tan personal como esto.


—Está bien. Si cree que tiene que ser así.


Sería maravilloso que ella consiguiera devolver a Pedro su ilusión por la música, porque sabía que era una parte importante de su vida.



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