viernes, 9 de junio de 2017

LA BUSQUEDA DEL MILLONARIO: CAPITULO 23





—Llamada telefónica de Cord O’Malley —anunció el ordenador.


—Pásamelo. Sí, Cord. Dime qué puedo hacer por ti.


—Solo quería confirmar un encargo.


—Es Paula la que se ocupa de eso. Pensé que ya había quedado claro.


—Sí, pero dado que tú eres el que paga las facturas, pensé que sería mejor comprobarlo antes de aceptar este trabajo en particular.


—Bien. ¿De qué se trata?


—Tiene que ver con pintar las paredes.


—No digas tonterías. Ya están todas pintadas.


—Sí, efectivamente. Sé que esos dibujos que ella hizo eran muy bonitos, pero quiere que los pintemos de blanco. Y que saquemos todos los muebles que ella compró. Hasta el árbol de Navidad. Quiere que lo dejemos todo como estaba antes.


—¿De qué demonios estás hablando?


—Ya lo has oído.


Pedro empezó a costarle respirar.


—Ahora hay una contraorden que te digo yo —dijo a duras penas—. No vas a hacer caso a lo que ella te haya dicho. ¿Está claro? Por supuesto, te pagaré las molestias.


—Venga ya, Pedro. Sabes que eso no es necesario. Supuse que tenía que haber un error. Me alegro de haberlo aclarado.


—De acuerdo. En lo sucesivo, te pido que consultes conmigo cualquier otra orden.


—Lo haré. Espero que tengas una feliz Navidad.


Sin embargo, Pedro no tendría Navidad, ni feliz ni de ninguna otra clase si Paula se marchaba y se llevaba a su hija, a Angie y a Julia. Las cuatro se habían convertido en personas muy importantes para él y para Pascual. 


Formaban una familia y, costara lo que costara, tendría que encontrar el modo de detenerla y de convencerla para que se quedara.


Durante los siguientes tres días, Pedro no supo si enfrentarse a Paula sobre lo que ella había ordenado a Cord o esperar al veinticinco. Lo único que lo mantenía en silencio era pensar que una confrontación podría provocar que ella se marchara antes de Navidad. Durante el día trabajaba como un poseso, esperando que si él no podía amar, al menos la capacidad de su robot para sentir las emociones humanas lo ayudara a analizar el problema y a encontrar la solución lógica. A cada noche que pasaba, el acto sexual entre ambos se hacía cada vez más desesperado, como si los dos presintieran que el tiempo que iban a pasar juntos estaba a punto de terminar.


El día de Nochebuena, cuando ella se levantó de la cama y se marchó a su dormitorio, Pedro supo que había perdido. 


En silencio, recorrió la casa, tratando de imaginársela sin el ruido y la alegría que había reinado en ella desde el día en el que llegaron.


Se detuvo delante del árbol de Navidad, el que habían decorado todos juntos. Había sido la primera vez que Pascual había salido del sótano. Tras permanecer allí unos segundos recordando lo bien que lo habían pasado aquel día, regresó a su laboratorio para tratar de conseguir que el Emo X-15 resultara operativo. Arrancó el ordenador y accedió al listado de sentimientos que Pascual había organizado. Su tío había denominado a una de las carpetas Amor. Pedro no recordaba haber visionado su contenido.


Las primeras fotos y vídeos eran de Paula y de Noelia en las que las dos sonreían juntas y se besaban. Entonces, encontró una interminable cascada de fotos de sí mismo con su hija. Se quedó atónito. Ni siquiera sabía que aquellas fotografías existían. No podía malinterpretar la expresión de su rostro igual que no había podido hacerlo con el de Paula.


Sin embargo, fue la última fotografía la que estuvo a punto de destruirle. Acababa de llegar y aún tenía el abrigo puesto.


Tenía a su hija en brazos, pero no era a ella a quien miraba, sino a Paula. Y allí, en su propio rostro, vio amor.


¿A quién había estado engañando? Se había negado a ver lo que tenía delante de sus propios ojos, pero allí estaba. Era un amor innegable, con brillo de adoración en la mirada y el deseo escrito en cada centímetro de su rostro.


Amaba a Paula.


Se puso de pie con la intención de ir corriendo a decírselo, pero se detuvo en el último momento. ¿Y si ella no le creía? ¿Y si se pensaba que era un último esfuerzo por conseguir que se quedara? ¿Cómo diablos iba a poder convencerla de que la amaba de verdad si ni él mismo lo había creído hasta aquel mismo instante?


Solo había un modo posible. Necesitaba pruebas. 


Necesitaba… Observó la elegante forma del Emo X-15. 


Necesitaba un robot capaz de detectar sentimientos.


—Aún tengo una oportunidad…




LA BUSQUEDA DEL MILLONARIO: CAPITULO 22





Paula estaba a punto de entrar en el laboratorio de Pedro, pero se detuvo al escuchar el sonido de la voz de Noelia.


—E quero —dijo la niña mientras golpeaba la mejilla de su padre.


—Sí, yo te quiero mucho —le aseguró Pedro mientras realizaba los ajustes necesarios en el caso de Emo. En cuanto terminó, se inclinó sobre su hija y le dio un beso.


Paula contempló aquel amor en estado puro sin pestañear.


—¿Emo e quero? —dijo la niña con preocupación.


—Sí. Emo también te quiere.


Sonrió al ver cómo la pequeña abrazaba al pequeño robot X-14.


—¿Por qué te gusta él más? Puede que el 15 sea demasiado elegante. Tal vez podría pintar el chasis. Sin duda, tu madre podría diseñarme un modelo colorido y brillante para darle un poco más de personalidad. Ahora que lo pienso, no es mala idea…


Tomó a la niña entre sus brazos y la abrazó con fuerza. Ella se acurrucó satisfecha contra el pecho de su padre. Pedro cerró los ojos. Tenía una expresión de amor total en el rostro.


Paula contempló los papeles que llevaba en la mano y contuvo las lágrimas.


Angie apareció de repente y, tras dedicarle una sonrisa a Paula, entró en el laboratorio. Paula la siguió.


—Es la hora del almuerzo de Noelia —dijo la mujer—. ¿Le gustaría que volviera a bajarla aquí después de su siesta?


—Si no le importa —dijo él. Entonces, se volvió a mirar a Paula—. Llegas en el momento perfecto. Tengo una idea que proponerte.


—¿Pintar a Emo?


—¿Cómo lo sabes? —preguntó él asombrado.


—He escuchado la conversación que tenías con Noelia —respondió ella. Entonces, antes de entregarle los papeles que llevaba en la mano, se dio cuenta de que su imagen aparecía en todas las pantallas de ordenador que habían en la sala—. Dios santo. ¿Para qué es eso?


—Son fotos de tus respuestas emocionales a varios estímulos. También tengo vídeos. Ya sabes que te lo comenté.


—Es cierto. Quieres enseñar a Emo a interpretar nuestras expresiones. ¿Y también tienes vídeos?


—Sí.


—¿Me los puedes enseñar?


Pedro tomó un mando a distancia y lo dirigió a uno de los ordenadores. Inmediatamente, la pantalla comenzó a mostrar una película en la que se la veía a ella dirigiéndose a la cocina. Recordaba aquel día. Había sido a los pocos días de llegar, antes de que comenzara a pintar las paredes. 


Había sido una tarde bastante mala. Paula se sentó a la mesa y ocultó el rostro entre las manos.


La cámara cambió de ángulo y mostró también a Angie preparando una ensalada.


—Veo que la pintura no ha ido bien.


—Podríamos decir eso. No lo comprendo, Angie. Debería haberlo superado ya. Sin embargo, cada vez que veo un lienzo en blanco… Creo que no volveré a pintar.


—Por supuesto que sí. Solo es cuestión de tiempo.


—¿De cuánto, Angie? Ya hace casi dos años. Parece como si hubiera perdido todo el deseo de pintar. Lo perdí justo después de que Pedro y yo… Pensé que lo encontraría aquí.


—Ahora que vuelves a estar con Pedro, estoy segura de que lo recuperarás enseguida. Espera y verás.


—Yo le a…


Los ojos se le llenaron de lágrimas. Paula recordó que, en ese mismo instante, había estado a punto de admitir que estaba enamorada de Pedro, pero había sido incapaz, o no había querido, admitir la dolorosa verdad.


—Yo adoro pintar. No sabes lo mucho que lo echo de menos…


La grabación terminó justo cuando Paula se echaba a llorar.
Antes de que ella pudiera reaccionar, Pedro le quitó los papeles de la mano y la abrazó.


—Lo siento. ¿Te encuentras bien?


—Sobreviviré —replicó ella mientras se apartaba de él—. No lo entiendo. ¿Por qué guardas esa grabación cuando sabes lo dolorosa que me resulta?


—Precisamente por eso. Tengo varios de Noelia llorando, pero no es lo mismo. Los adultos no son tan abiertos como los niños. Quiero que Emo lo capte todo. Puedo borrarlo si quieres. Tengo otros vídeos de Julia, de Pascual y de Angie.


—Vaya, veo que tienes de todos. ¿Y tuyos, Pedro? ¿Acaso tienes algún vídeo que refleje lo que tú sientes?


—Yo experimento ciertas cosas, pero no creo que ninguna de ellas beneficie a Emo. Además, no puedo darle a Emo lo que no poseo.


—En eso te equivocas. Claro que posees esos sentimientos. Por supuesto, los has protegido bajo siete llaves y las has arrojado todas, pero si me dejaras…


—¿Y si descubrieras que no hay nada detrás de las puertas cerradas? Yo soy un ser sin sentimientos. Carezco de empatía.


—Estás repitiendo las palabras de alguien. ¿De quién?


—De cualquiera de los padres de acogida que tuve. Ni siquiera mis propios padres me entendieron.


Pedro, tú solo tenías diez años cuando murieron. Estoy segura de que eso no es cierto.


—Te equivocas. En una ocasión escuché cómo mi madre le decía a mi padre que pensaba que yo era incapaz de amar. Que me parecía a Pascual y que terminaría como él.


—Eso no es cierto, Pedro. No eres incapaz de amar. ¿Por eso te niegas a pronunciar las palabras? ¿Porque alguien te creyó incapaz de amar y tú lo creíste a pies juntillas?


—Ya basta. ¿Por qué has venido, Paula?


Paula dudó un instante, pero la frialdad de la voz de Pedro la animó a seguir. Volvió a tomar los papeles que Pedro le había quitado de las manos.


—Justice, ¿sigues buscando ayudante-esposa?


—No. Ya no necesito una ayudante. Dentro de pocos años, Noelia podrá ayudarme como aprendiz. Ahora, solo me interesa encontrar esposa.


—¿Estás interesado en que una de estas mujeres sea tu futura esposa?


Sin saber qué era lo que Paula decía, Pedro tomó varias páginas y las examinó.


—Son de mi programa para encontrar ayudante-esposa. ¿Cómo las has conseguido?


—La impresora las estaba imprimiendo cuando pasé por allí.


—Vaya… supongo que eso significa que el programa sigue funcionando.


—He leído las biografías de estas mujeres. Yo no me parezco nada a ellas.


—No, pero tampoco ninguna de ellas encaja con mis parámetros.


—Tus parámetros son para la esposa perfecta. Estas mujeres no lo son, Pedro. Nadie lo es. La perfección no existe.


—Eso ya lo sé.


—¿Sí? —preguntó ella acercándose más a Pedro—. ¿Por qué me deseas? ¿Es porque soy la madre de Noelia o porque soy yo? No soy solo un cuerpo, ¿sabes? No soy tan solo alguien para calentarte la cama. Soy yo. Y mi listado de los requerimientos para el esposo perfecto incluye la unión emocional.


—Ya hemos hablado de esto. Te expliqué que…


—¿Por qué estás construyendo un robot que es capaz de interpretar sentimientos? ¿Para que Emo pueda decirte lo que tú no sabes interpretar? ¿Cuántos Emos ha habido? ¿Cuántos has tenido que desguazar para volver a montar? ¿Es eso lo que me va a ocurrir a mí si no te satisface el modo en el que funciono? ¿Me harás trozos para poder volver a empezar?


—¿Te he dicho yo alguna vez esas cosas? —le preguntó él reaccionando por fin con sentimiento—. ¿Te he pedido alguna vez la perfección?


—No.


—No, efectivamente. Nunca te he dicho nada de eso. Y, para tu información, ni siquiera lo he pensado.


—Debes de haberlo hecho en algún momento dado que tienes un montón de nombres que has descartado porque no te satisfacían.


—Si hubiera querido que una de esas mujeres estuviera aquí en tu lugar, habría elegido a Pamela. O habría elegido a alguien en aquella conferencia de hace veinte meses, veinte días… veinte… veinte… ¡Maldita seas, Paula! Ya ni siquiera sé calcular las horas y los minutos…


—Veintiuna horas y doce minutos —susurró ella.


Pedro cerró los ojos. Parecía estar completamente agotado.


—Deja que te aclare un punto. La única mujer a la que deseo eres tú.


Paula lo miró. Ya no podía sentir ira hacia él. Se dirigió a su lado y lo abrazó. Él la estrechó también contra su cuerpo.


—¿Qué vamos a hacer, Pedro?


—Tendremos que seguir intentándolo. Tenemos que hacerlo, Paula… por favor, no pierdas la esperanza en mí…


Sin embargo, no fue así.








LA BUSQUEDA DEL MILLONARIO: CAPITULO 21





Iba a perderla.


Pedro lo comprendió cuando los primeros rayos del amanecer invadieron el dormitorio de Paula. Estaba completamente seguro de que ella iba a abandonarlo. El pánico se apoderó de él. Tenía que hacer algo, lo que fuera, para hacer que se quedara a su lado. Desgraciadamente, las dos palabras necesarias para hacerla suya para siempre eran las únicas que su conciencia no le permitía pronunciar.


¡Qué ironía! Siempre había pensado que poseía todo lo que una mujer pudiera desear. Desgraciadamente, Paula no se parecía en nada a la mayoría de las mujeres.


Tenía que hacer algo. Encontrar el modo de convencerla para que se quedara.



****


No podía quedarse.


Cuando Paula se despertó entre los brazos de Pedro, no lo dudó ni un segundo. Tenía que hacerlo. Habría hecho lo que fuera para no tener que marcharse, pero, desgraciadamente, las dos únicas palabras que se interponían entre ellos creaban un abismo que jamás podrían superar.


¿Por qué no podía sentirse satisfecha con lo que él podía ofrecerle? Amaba aunque no lo creyera. Paula lo veía cada vez que miraba a su hija, pero, ¿la amaba a ella? Cerró los ojos y se enfrentó a la dolorosa verdad. Sin aquellas palabras, el resto carecía de significado. Paula sería capaz de cambiar todo lo demás solo por el hecho de que Pedro la amara.


A cada minuto que pasaba, la luz iba eclipsando la oscuridad. Entonces, de repente, él se levantó de la cama y se marchó.


Ya no quedaba duda alguna. Iba a tener que marcharse, aunque hubiera deseado de todo corazón quedarse.





jueves, 8 de junio de 2017

LA BUSQUEDA DEL MILLONARIO: CAPITULO 20




—El programa está preparado —anunció Pascual—. Cuando hayáis terminado de jugar…


Pedro tenía en brazos a su hija. Por una vez, la pequeña estaba completamente quieta y en silencio. Observaba con fascinación cómo Pedro creaba formas con un cordón y le hacía repetir sus nombres. A cada logro de la pequeña, los dos se miraban con orgullo por lo inteligente que era. Sin embargo, fue la última palabra la que verdaderamente llegó al corazón de Pedro.


—Papá… —susurró la niña. Inmediatamente, extendió los bracitos para que su padre la tomara en brazos.


Él la estrechó con fuerza contra su cuerpo mientras la pequeña apretaba el rostro contra el de él y le daba un beso.


Los sentimientos fluyeron con rapidez por el cuerpo de Pedro. Las sensaciones eran abrumadoras. Aspirando el dulce aroma de la pequeña, acariciando la increíble suavidad de su piel, sintió una oleada de sensaciones que amenazaban con apoderarse por completo de él.


Por suerte, Pascual no se percató del estado en el que se encontraba porque estaba ocupado tecleando en su ordenador, lo que le dio tiempo a Pedro para recuperarse.


—Bueno, ¿nos ponemos manos a la obra, papá? —le preguntó Pascual—. No sé cuántas paredes le quedan a Paula por pintar. Si no quieres que se entere de lo que estamos haciendo, sugiero que nos demos prisa.


En el momento en el que trató de quitarle a la pequeña el cordón, Noelia comenzó a protestar. No le gustaba que le quitaran su juego.


—Maldita sea… ¡piii! Maldita sea. ¿Cómo vamos a poder medirla si no deja de moverse?


Noelia se quedó quieta y miró atentamente a su padre.


—Maldita sea…


Por algún motivo, la sirena no sonó con la voz del bebé.


—Estoy empezando a sentir una profunda antipatía por tu ordenador.


—Maldita sea, Pedro… ¡Piii! No es mi ordenador. Es el de Julia. No es culpa mía. Esa delincuente juvenil me lo ha instalado de tal manera que, cada vez que trato de borrarlo, vuelve a saltar. Hablaré con ella.


Se pusieron de nuevo a trabajar. Mientras lo hacía, Noelia se entretuvo quitándose toda la ropa. Si Pedro no hubiera estado observándola, se habría quitado también el pañal.


—Bueno, ya tengo la primera medida. ¿Estás listo? —le preguntó a Pascual.


—Sí. Tú dirás.


—Altura, 74,2936 centímetros.


—Muy bien. Sigue.


—Peso, 9,0356 gramos.


—Ya está anotado.


—Perímetro craneal, 45, 5930 centímetros. Tal vez se me haya ido un poco. No deja de moverse.


—Está bien. Bueno, no tengo ni idea si esto es bueno o malo, así que no mates al mensajero. Y, por el amor de Dios, no infrinjas la condición número uno.


—Venga ya, hombre.


—En cuando a la altura, está en el percentil 65,1.


—Bien. Yo soy más alto que la mayoría y la altura es un gen dominante. Es lógico pensar que ha heredado esa propensión genética de mí. ¿Qué me dices del perímetro craneal?


—Percentil 71. ¿Significa eso que va a ser muy inteligente?


—Ha habido estudios que han defendido la correlación entre el tamaño de la cabeza y la inteligencia, aunque los resultados no son definitivos. En general, los individuos que tienen la cabeza grande tienen un coeficiente intelectual más elevado. ¿Peso?


—Maldita sea… ¡Piii! No te disgustes, Pedro, pero Noelia está solo en el percentil 37,6.


—¿Cómo? Hazlo otra vez.


—Ya lo he hecho. Tres veces. Treinta y siete punto seis. ¿Acaso crees que Paula no le da de comer lo suficiente?


—Al menos no deliberadamente. Por lo que he observado, es una madre excelente. ¿Cuánto tendría que pesar Noelia para estar en el percentil 50?


—En Navidad, tendría que pesar 11,4553 gramos.


Pedro asintió.


—En ese caso, será mejor que nos pongamos manos a la obra. Tienes veinticuatro horas para buscar las necesidades dietéticas óptimas para una niña de once meses. Calcula las calorías adicionales que tendría que tomar para alcanzar su peso.


—Estoy en ello.


—Yo buscaré los riesgos potenciales para los niños por estar bajos de peso y pediré ver los informes médicos de Noelia.


—¿Crees que Paula te permitirá el acceso?


—¿Permitir el acceso a qué? —preguntó Paula, que acababa de entrar en el laboratorio—. Siento haber entrado sin avisar, Pascual, pero el ordenador me dijo que Noelia estaba aquí y es hora de su siesta. ¿A qué quieres tener acceso, Pedro?


—A los informes médicos de Noelia. Está baja de peso.


—Eso no es cierto. Su peso es perfecto dada su estructura ósea y su nivel de energía.


—En eso tiene razón, Pascual—comentó Pedro—. ¿Tienen en cuenta ese tipo de cosas esos gráficos?


—¿Gráficos? —preguntó Paula—. ¿De qué gráficos estáis hablando? Yo no te he dado permiso para que conviertas a mi hija en un experimento. ¿Es eso lo que Noelia significa para ti, Pedro?


—No, por supuesto que no.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas.


—Y yo que creía que habías empezado a sentir… Ahora veo que estaba equivocada. Jamás podrá dejar de ser un científico, ¿verdad? —le espetó. Con eso, tomó a su hija en brazos y se marchó con ella por la puerta.


—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Pascual.


—Podemos crear nuestros propios gráficos, en los que se tenga en cuentan factores como la estructura ósea.


—Con eso os puedo ayudar yo —comentó Julia desde la puerta—. Sin embargo, tengo una duda. ¿Qué pensáis hacer si el programa sigue demostrando que Noelia está baja de peso?


—Darle de comer —dijeron los dos hombres al unísono.


—No podemos permitir que la hija de Pedro esté baja de peso —añadió Pascual—. Ahora, ven aquí y siéntate, Julia. Tenemos trabajo que hacer.


Pedro decidió ir en busca de Paula y de su hija. Encontró a Paula en el cuarto de baño aseando a Noelia.


—Lo siento.


—¿Te molesta que yo haya pintado tus paredes? —le preguntó ella.


—Al principio, sí. Me gusta bastante el blanco. Últimamente, he notado algo extraño.


Pedro se apoyó contra el marco de la puerta y observó cómo Paula bañaba con destreza a la pequeña. Paula tenía, efectivamente, unas manos muy hermosas. Se las imaginó acariciándolo a él, recorriéndole el cuerpo. Aferrándose con fuerza a él mientras le hacía alcanzar el clímax. Cerró los ojos. Estaba volviendo a ocurrir. Lo único que tenía que hacer era mirarla y perdía el control. ¿Cómo era posible?


—¿Qué es lo que has notado, Pedro? —preguntó ella sacándolo de sus pensamientos.


—Todos los días me sorprendo buscando detalles nuevos en las paredes. Más o menos, me paso un mínimo de cuarenta minutos al día en esa actividad.


—¿Y te parece un buen pasatiempo o una pérdida de tiempo?


—Al principio, me pareció una pérdida de tiempo. En una ocasión, me pasé más de ciento treinta y dos minutos tratando de localizar todas los detalles nuevos. Me temo que no puedo ser más exacto dado que… perdí la noción del tiempo.


—¿Tú, Pedro?


—Reconozco que es algo muy extraño, pero… Ya no lo considero una pérdida de tiempo.


—¿De verdad? Me dejas atónita. ¿Y por qué?


—Recientemente he descubierto que es una experiencia sensorial positiva que me ha ayudado a salir fuera del mundo científico y me ha ayudado a dar prioridad a otros aspectos de mi vida.


—Vaya… —susurró ella mientras sacaba a Noelia del baño y la envolvía con una suave toalla amarilla—. ¿Me lo puedes traducir?


—Me… me hace feliz.


Paulase sonrojó y sonrió.


—¿De verdad? ¿Mis pinturas te hacen feliz? Esa es una de las cosas más hermosas que me has dicho.


—¿Te estás burlando de mí?


Paula dejó a su hija sobre el suelo aún envuelta en la toalla y se dirigió hacia él para abrazarlo.


—Es hora de que Noelia se eche su siesta. ¿Por qué no la acostamos y luego te enseño exactamente lo que siento? Y te aseguro que no es sarcasmo.


La hora siguiente fue la más agradable que Pedro había disfrutado. ¿Cómo se había imaginado que podría sentirse satisfecho con los resultados del programa de ayudante/esposa? La única vez que lo había puesto en práctica había resultado ser un desastre.


—Ha sido maravilloso. Como siempre —susurró ella—. ¿Por qué crees tú que es así?


—Porque somos compatibles sexualmente.


—Y supongo que el viejo refrán de los polos opuestos se atraen tiene algo de verdad.


—Es más que un viejo refrán. Es un hecho científico. Al menos, en lo que se refiere a las propiedades magnéticas de las partículas… ¿Qué ocurre, Paula? —preguntó al ver que ella se echaba a reír.


—¿Qué es lo que quieres tú de nuestra relación, Pedro?


—Un matrimonio. Una familia.


—Sí, eso ya me lo has dicho antes. Cuando te dije lo de Noelia. Cuando tú me hablaste de tu programa ayudante/esposa —añadió, con cierto retintín.


Pedro la miró con curiosidad.


—Nada ha cambiado desde entonces.


—¡Qué raro! Yo diría que han cambiado muchas cosas.


—Yo quiero decir que mis intenciones son las mismas. Sigo queriendo casarme. Sigo queriendo una familia. Espero que, con el tiempo, nuestra relación progrese en esa dirección.


—¿Igual que lo esperabas con Pamela?


—¿Te lo ha contado Cord? —preguntó él mientras se frotaba el rostro y lanzaba una maldición.


—Deberías habérmelo dicho tú. ¿Por qué no lo haces ahora?


—Ella parecía la mejor candidata. Me equivoqué.


—¿Por qué no me lo dijiste cuando llegué aquí?


—La relación no funcionó. Ya no era importante.


—¿Y por qué no funcionó?


—Maldita sea, Paula. ¿Quieres todos los detalles?


—Sí.


—Está bien. Efectivamente, los opuestos se atraen. Los objetos iguales no. Pamela se parecía mucho a mí. Y además cumplía con todos los criterios del programa de Pascual. ¿Satisfecha?


—No.


—Se le daba especialmente bien controlar sus sentimientos. De hecho, jamás he conocido una mujer más fría. Me da la sensación de que si yo hubiera tenido el valor de tocarla, me habría muerto por congelación.


Paula no pudo ocultar una sonrisa.


—Entonces, ¿qué es lo que buscas en una esposa?


—Te quiero a ti. Y, aunque ninguno de los dos lo habíamos planeado, no podría haber soñado con una hija mejor que Noelia.


—¿Y qué me dices del amor?


Pedro cerró los ojos. Se tendría que haber imaginado aquella pregunta, en especial con una mujer como Paula.


—¿Es uno de los requisitos que tú tienes para el matrimonio? —le preguntó él.


—Sí.


—Ojalá lo pudiera ofrecer. Alguien como tú se merece el amor. Se merece un marido capaz de amar. Si nosotros decidimos casarnos, tienes que saber que eso no te lo puedo dar.


Paula bajó las pestañas para que él no viera que los ojos se le habían llenado de lágrimas.


—¿Y qué es lo que me ofreces tú?


—Te daré todo lo que tengo. Mi casa. Mi inteligencia. Mi dinero. Sexo. Según tú, sexo maravilloso. Incluso te he dado mis paredes. Sin embargo, no puedo darte lo que no poseo.


—¿Y no crees que poseas la capacidad de amar?


—No, Paula. No lo creo. Sé que no.