jueves, 8 de junio de 2017

LA BUSQUEDA DEL MILLONARIO: CAPITULO 20




—El programa está preparado —anunció Pascual—. Cuando hayáis terminado de jugar…


Pedro tenía en brazos a su hija. Por una vez, la pequeña estaba completamente quieta y en silencio. Observaba con fascinación cómo Pedro creaba formas con un cordón y le hacía repetir sus nombres. A cada logro de la pequeña, los dos se miraban con orgullo por lo inteligente que era. Sin embargo, fue la última palabra la que verdaderamente llegó al corazón de Pedro.


—Papá… —susurró la niña. Inmediatamente, extendió los bracitos para que su padre la tomara en brazos.


Él la estrechó con fuerza contra su cuerpo mientras la pequeña apretaba el rostro contra el de él y le daba un beso.


Los sentimientos fluyeron con rapidez por el cuerpo de Pedro. Las sensaciones eran abrumadoras. Aspirando el dulce aroma de la pequeña, acariciando la increíble suavidad de su piel, sintió una oleada de sensaciones que amenazaban con apoderarse por completo de él.


Por suerte, Pascual no se percató del estado en el que se encontraba porque estaba ocupado tecleando en su ordenador, lo que le dio tiempo a Pedro para recuperarse.


—Bueno, ¿nos ponemos manos a la obra, papá? —le preguntó Pascual—. No sé cuántas paredes le quedan a Paula por pintar. Si no quieres que se entere de lo que estamos haciendo, sugiero que nos demos prisa.


En el momento en el que trató de quitarle a la pequeña el cordón, Noelia comenzó a protestar. No le gustaba que le quitaran su juego.


—Maldita sea… ¡piii! Maldita sea. ¿Cómo vamos a poder medirla si no deja de moverse?


Noelia se quedó quieta y miró atentamente a su padre.


—Maldita sea…


Por algún motivo, la sirena no sonó con la voz del bebé.


—Estoy empezando a sentir una profunda antipatía por tu ordenador.


—Maldita sea, Pedro… ¡Piii! No es mi ordenador. Es el de Julia. No es culpa mía. Esa delincuente juvenil me lo ha instalado de tal manera que, cada vez que trato de borrarlo, vuelve a saltar. Hablaré con ella.


Se pusieron de nuevo a trabajar. Mientras lo hacía, Noelia se entretuvo quitándose toda la ropa. Si Pedro no hubiera estado observándola, se habría quitado también el pañal.


—Bueno, ya tengo la primera medida. ¿Estás listo? —le preguntó a Pascual.


—Sí. Tú dirás.


—Altura, 74,2936 centímetros.


—Muy bien. Sigue.


—Peso, 9,0356 gramos.


—Ya está anotado.


—Perímetro craneal, 45, 5930 centímetros. Tal vez se me haya ido un poco. No deja de moverse.


—Está bien. Bueno, no tengo ni idea si esto es bueno o malo, así que no mates al mensajero. Y, por el amor de Dios, no infrinjas la condición número uno.


—Venga ya, hombre.


—En cuando a la altura, está en el percentil 65,1.


—Bien. Yo soy más alto que la mayoría y la altura es un gen dominante. Es lógico pensar que ha heredado esa propensión genética de mí. ¿Qué me dices del perímetro craneal?


—Percentil 71. ¿Significa eso que va a ser muy inteligente?


—Ha habido estudios que han defendido la correlación entre el tamaño de la cabeza y la inteligencia, aunque los resultados no son definitivos. En general, los individuos que tienen la cabeza grande tienen un coeficiente intelectual más elevado. ¿Peso?


—Maldita sea… ¡Piii! No te disgustes, Pedro, pero Noelia está solo en el percentil 37,6.


—¿Cómo? Hazlo otra vez.


—Ya lo he hecho. Tres veces. Treinta y siete punto seis. ¿Acaso crees que Paula no le da de comer lo suficiente?


—Al menos no deliberadamente. Por lo que he observado, es una madre excelente. ¿Cuánto tendría que pesar Noelia para estar en el percentil 50?


—En Navidad, tendría que pesar 11,4553 gramos.


Pedro asintió.


—En ese caso, será mejor que nos pongamos manos a la obra. Tienes veinticuatro horas para buscar las necesidades dietéticas óptimas para una niña de once meses. Calcula las calorías adicionales que tendría que tomar para alcanzar su peso.


—Estoy en ello.


—Yo buscaré los riesgos potenciales para los niños por estar bajos de peso y pediré ver los informes médicos de Noelia.


—¿Crees que Paula te permitirá el acceso?


—¿Permitir el acceso a qué? —preguntó Paula, que acababa de entrar en el laboratorio—. Siento haber entrado sin avisar, Pascual, pero el ordenador me dijo que Noelia estaba aquí y es hora de su siesta. ¿A qué quieres tener acceso, Pedro?


—A los informes médicos de Noelia. Está baja de peso.


—Eso no es cierto. Su peso es perfecto dada su estructura ósea y su nivel de energía.


—En eso tiene razón, Pascual—comentó Pedro—. ¿Tienen en cuenta ese tipo de cosas esos gráficos?


—¿Gráficos? —preguntó Paula—. ¿De qué gráficos estáis hablando? Yo no te he dado permiso para que conviertas a mi hija en un experimento. ¿Es eso lo que Noelia significa para ti, Pedro?


—No, por supuesto que no.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas.


—Y yo que creía que habías empezado a sentir… Ahora veo que estaba equivocada. Jamás podrá dejar de ser un científico, ¿verdad? —le espetó. Con eso, tomó a su hija en brazos y se marchó con ella por la puerta.


—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Pascual.


—Podemos crear nuestros propios gráficos, en los que se tenga en cuentan factores como la estructura ósea.


—Con eso os puedo ayudar yo —comentó Julia desde la puerta—. Sin embargo, tengo una duda. ¿Qué pensáis hacer si el programa sigue demostrando que Noelia está baja de peso?


—Darle de comer —dijeron los dos hombres al unísono.


—No podemos permitir que la hija de Pedro esté baja de peso —añadió Pascual—. Ahora, ven aquí y siéntate, Julia. Tenemos trabajo que hacer.


Pedro decidió ir en busca de Paula y de su hija. Encontró a Paula en el cuarto de baño aseando a Noelia.


—Lo siento.


—¿Te molesta que yo haya pintado tus paredes? —le preguntó ella.


—Al principio, sí. Me gusta bastante el blanco. Últimamente, he notado algo extraño.


Pedro se apoyó contra el marco de la puerta y observó cómo Paula bañaba con destreza a la pequeña. Paula tenía, efectivamente, unas manos muy hermosas. Se las imaginó acariciándolo a él, recorriéndole el cuerpo. Aferrándose con fuerza a él mientras le hacía alcanzar el clímax. Cerró los ojos. Estaba volviendo a ocurrir. Lo único que tenía que hacer era mirarla y perdía el control. ¿Cómo era posible?


—¿Qué es lo que has notado, Pedro? —preguntó ella sacándolo de sus pensamientos.


—Todos los días me sorprendo buscando detalles nuevos en las paredes. Más o menos, me paso un mínimo de cuarenta minutos al día en esa actividad.


—¿Y te parece un buen pasatiempo o una pérdida de tiempo?


—Al principio, me pareció una pérdida de tiempo. En una ocasión, me pasé más de ciento treinta y dos minutos tratando de localizar todas los detalles nuevos. Me temo que no puedo ser más exacto dado que… perdí la noción del tiempo.


—¿Tú, Pedro?


—Reconozco que es algo muy extraño, pero… Ya no lo considero una pérdida de tiempo.


—¿De verdad? Me dejas atónita. ¿Y por qué?


—Recientemente he descubierto que es una experiencia sensorial positiva que me ha ayudado a salir fuera del mundo científico y me ha ayudado a dar prioridad a otros aspectos de mi vida.


—Vaya… —susurró ella mientras sacaba a Noelia del baño y la envolvía con una suave toalla amarilla—. ¿Me lo puedes traducir?


—Me… me hace feliz.


Paulase sonrojó y sonrió.


—¿De verdad? ¿Mis pinturas te hacen feliz? Esa es una de las cosas más hermosas que me has dicho.


—¿Te estás burlando de mí?


Paula dejó a su hija sobre el suelo aún envuelta en la toalla y se dirigió hacia él para abrazarlo.


—Es hora de que Noelia se eche su siesta. ¿Por qué no la acostamos y luego te enseño exactamente lo que siento? Y te aseguro que no es sarcasmo.


La hora siguiente fue la más agradable que Pedro había disfrutado. ¿Cómo se había imaginado que podría sentirse satisfecho con los resultados del programa de ayudante/esposa? La única vez que lo había puesto en práctica había resultado ser un desastre.


—Ha sido maravilloso. Como siempre —susurró ella—. ¿Por qué crees tú que es así?


—Porque somos compatibles sexualmente.


—Y supongo que el viejo refrán de los polos opuestos se atraen tiene algo de verdad.


—Es más que un viejo refrán. Es un hecho científico. Al menos, en lo que se refiere a las propiedades magnéticas de las partículas… ¿Qué ocurre, Paula? —preguntó al ver que ella se echaba a reír.


—¿Qué es lo que quieres tú de nuestra relación, Pedro?


—Un matrimonio. Una familia.


—Sí, eso ya me lo has dicho antes. Cuando te dije lo de Noelia. Cuando tú me hablaste de tu programa ayudante/esposa —añadió, con cierto retintín.


Pedro la miró con curiosidad.


—Nada ha cambiado desde entonces.


—¡Qué raro! Yo diría que han cambiado muchas cosas.


—Yo quiero decir que mis intenciones son las mismas. Sigo queriendo casarme. Sigo queriendo una familia. Espero que, con el tiempo, nuestra relación progrese en esa dirección.


—¿Igual que lo esperabas con Pamela?


—¿Te lo ha contado Cord? —preguntó él mientras se frotaba el rostro y lanzaba una maldición.


—Deberías habérmelo dicho tú. ¿Por qué no lo haces ahora?


—Ella parecía la mejor candidata. Me equivoqué.


—¿Por qué no me lo dijiste cuando llegué aquí?


—La relación no funcionó. Ya no era importante.


—¿Y por qué no funcionó?


—Maldita sea, Paula. ¿Quieres todos los detalles?


—Sí.


—Está bien. Efectivamente, los opuestos se atraen. Los objetos iguales no. Pamela se parecía mucho a mí. Y además cumplía con todos los criterios del programa de Pascual. ¿Satisfecha?


—No.


—Se le daba especialmente bien controlar sus sentimientos. De hecho, jamás he conocido una mujer más fría. Me da la sensación de que si yo hubiera tenido el valor de tocarla, me habría muerto por congelación.


Paula no pudo ocultar una sonrisa.


—Entonces, ¿qué es lo que buscas en una esposa?


—Te quiero a ti. Y, aunque ninguno de los dos lo habíamos planeado, no podría haber soñado con una hija mejor que Noelia.


—¿Y qué me dices del amor?


Pedro cerró los ojos. Se tendría que haber imaginado aquella pregunta, en especial con una mujer como Paula.


—¿Es uno de los requisitos que tú tienes para el matrimonio? —le preguntó él.


—Sí.


—Ojalá lo pudiera ofrecer. Alguien como tú se merece el amor. Se merece un marido capaz de amar. Si nosotros decidimos casarnos, tienes que saber que eso no te lo puedo dar.


Paula bajó las pestañas para que él no viera que los ojos se le habían llenado de lágrimas.


—¿Y qué es lo que me ofreces tú?


—Te daré todo lo que tengo. Mi casa. Mi inteligencia. Mi dinero. Sexo. Según tú, sexo maravilloso. Incluso te he dado mis paredes. Sin embargo, no puedo darte lo que no poseo.


—¿Y no crees que poseas la capacidad de amar?


—No, Paula. No lo creo. Sé que no.





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