sábado, 3 de junio de 2017

LA BUSQUEDA DEL MILLONARIO: CAPITULO 1






—¿Me oye, señor? ¿Nos puede decir su nombre? El dolor lo atenazaba. La cabeza. El brazo. El pecho. Algo le había ocurrido, pero no comprendía de qué se trataba. Sentía movimiento y oyó una sirena. ¿Acaso…? ¿Estaba en una ambulancia?


—Señor, ¿cuál es su nombre?


—St. Alfonso. Pe… Pe…


Las palabras se le escaparon entre los labios. Sonaban extrañas a sus oídos. Por alguna razón, le resultaba imposible coordinar la boca y la lengua lo suficientemente bien como para poder pronunciar su nombre de pila, lo que le obligó a conformarse con el diminutivo.


—Pepe Alfonso. ¿Qué…?


El hombre que le había preguntado su nombre pareció entender lo que él quería decir.


—Ha sufrido un accidente de automóvil, señor Alfonso. Está usted en una ambulancia y lo llevamos en este momento al hospital para que puedan tratarle las lesiones.


—Un momento —dijo otra voz de una mujer. Resultaba tranquilizadora—. ¿Ha dicho Alfonso? ¿Pedro Alfonso? ¿El verdadero Pedro Alfonso?


—¿Conoces a este hombre?


—He oído hablar de él. Es un famoso inventor. Robótica. Dirige una empresa llamada Sinjin. Es una especie de ermitaño. Su fortuna se calcula en miles de millones de dólares.


El hombre lanzó una maldición.


—Eso significa que si no sale adelante, adivina quién se va a llevar la culpa. Es mejor que llamemos a la supervisora y la alertemos de que tenemos a un famoso en la ambulancia. Ella querrá adelantarse al circo mediático.


Alguien hizo otra pregunta. Preguntas interminables. ¿Por qué diablos no lo dejaban en paz?


—¿Tiene alguna alergia, señor Alfonso? —insistió la voz. Siguió hablando en voz más alta—. ¿Algún problema de salud que deberíamos conocer?


—No. No me puedo mover.


—Lo hemos inmovilizado como precaución, señor Alfonso —dijo la voz tranquilizadora—. Por eso no se puede mover.


—Tiene la tensión muy baja. Tenemos que estabilizarlo. 
Señor Alfonso, ¿se acuerda de cómo ocurrió el accidente?


Por supuesto que se acordaba. Un conductor iba hablando o escribiendo un mensaje con su teléfono móvil cuando perdió el control del coche. Dios, sentía tanto dolor… Abrió un ojo. 


El mundo se mostró en un remolino de color y movimiento. 


Una fuerte luz lo obligó a cerrarlo y a apartar la cara.


—Basta ya, maldita sea —gruñó. Su voz sonó mucho más fuerte.


—Las pupilas reaccionan. Ya tiene la vía puesta. Repetid las constantes vitales. Decidle a la supervisora que vamos a necesitar a un neurólogo. A ver si puede ser Forrest. No hay que correr ningún riesgo. Señor Alfonso, ¿me oye?


Pedro volvió a soltar una maldición.


—Deje de gritar, por el amor de Dios.


—Lo llevamos a usted al Lost Valley Memorial Hospital. ¿Hay alguien a quien podamos avisar de lo que le ha ocurrido a usted?


Pascual. Su tío. Podrían llamar a su tío. Necesitarían que él les diera el número de teléfono, pero el dolor que sentía en aquellos momentos le impediría hacerlo. Trató de explicar el problema, pero parecía que, una vez más, la lengua se negaba a pronunciar las palabras.


En ese momento, Pedro se dio cuenta de que, aunque él pudiera explicarse, su tío no acudiría. No era que él no quisiera. De hecho, le desesperaría no hacerlo, pero, al igual que el impenetrable muro que impedía que Pedro les diera a sus rescatadores el número de teléfono, una barrera igual de insoldable le impediría a Pascual salir de su casa. El miedo era imposible de superar.


Entonces, comprendió que no tenía a nadie. Nadie a quien le importara si vivía o moría. Nadie que pudiera ocuparse de su tío si él no sobrevivía. Nadie que trasmitiera su legado a las generaciones posteriores. ¿Cómo había ocurrido eso? ¿Por qué había permitido él que ocurriera? ¿En qué momento se había aislado?


Había vivido en un completo aislamiento desde hacía algunos años. Se había mantenido al margen de todo vínculo emocional por el dolor que la vida solía proporcionar.


Eso significaba que moriría solo, que nadie, a excepción de los que lo respetaban en su faceta profesional, lloraría su perdida. Había deseado mantenerse apartado del resto del mundo. Anhelaba la soledad. Quería que todos lo dejaran en paz y lo había conseguido. Pero, ¿a qué precio? Por fin lo veía muy claramente. Año tras año, invierno tras invierno, una nueva capa de hielo había ido recubriendo su corazón y su alma hasta el punto de que ya no creía que pudiera calentarlo nunca más.


Hacía algún tiempo había conocido la primavera, la calidez de un día de verano y el amor de una mujer. ¿Mujer? En realidad no había sido más que una niña, una muchacha cuyo nombre había tratado de enterrar profundamente en su pensamiento para olvidarlo de una vez por todas, pero que, a pesar de sus esfuerzos, se había marcado con fuego en cada una de las fibras de su ser. Paula. Ella era la que le había demostrado de una vez por todas que los sentimientos eran un mal innecesario. ¿Y en qué se había convertido él?


—Señor Alfonso. ¿Podría darnos el nombre de alguien a quien debamos notificar lo sucedido?


—No.


Admitió la dolorosa verdad y permitió que la inconsciencia volviera a reclamarlo, que los dolorosos recuerdos lo transportaran a un lugar oscuro y nebuloso.


No había nadie.








LA BUSQUEDA DEL MILLONARIO: SINOPSIS





Lo primero era el matrimonio… y Pedro Alfonso tenía un plan. Usando una ecuación infalible, el brillante científico diseñó un programa para encontrar a la mujer perfecta. Pero después de una noche de pasión inesperada, descubrió que Paula Chaves era la mujer más inadecuada, así que volvió a empezar. Sin embargo, su pasión tuvo consecuencias y cuando Paula lo localizó, con la pequeña Noelia a cuestas, llenó su mundo frío y metódico de vida, color y caos. Sus negociaciones para el futuro acababan de empezar cuando Paula descubrió que él aún seguía buscando a la esposa perfecta…

viernes, 2 de junio de 2017

EXITO Y VENGANZA: CAPITULO FINAL





Paula adoraba esa biblioteca. De niña, solía esconderse detrás de uno de los sillones de cuero con orejeras y ojear los viejos atlas en los que se mencionaban lugares tan exóticos como Persia, Wallachia y Travancore. Ella soñaba con las gentes que vivían allí y con el sonido de sus idiomas.


Más adelante, empezó a soñar con visitar esos lugares junto a un hombre con quien pudiera compartir su curiosidad y que la mareara de felicidad, como el globo terráqueo que hacía equilibrios frente a las ventanas con palillería.


Por supuesto, ella nunca imaginó que acunaría, en ese lugar, la cabeza de su amado en el regazo mientras le aplicaba sobre el rostro un paquete de granos de maíz congelados y le susurraba dulces palabras en francés y español.


—¿Me acabas de llamar pequeño sapo? —él abrió el ojo bueno.


—Es por todos esos bultos en tu cabeza —dijo Paula mientras intentaba no reírse. Aunque no pudo evitarlo y su risa hizo que se movieran sus piernas y presionaran más contra el chichón en la nuca de Pedro—. ¿Seguro que no quieres que te vea un médico?


—Tu madre no me dejará salir de esta casa, no ahora que, por fin, se ha convencido de que nuestro compromiso no es un engaño para vengarnos porque no se haya tomado tu carrera en serio.


—Gracias por apoyarme cuando empezó a darle vueltas otra vez a la boda en septiembre. Estoy decidida a no dejarme avasallar por ella de ahora en adelante —Paula se inclinó para besarlo dulcemente en la boca. Él intentó intensificar el beso, pero ella se lo impidió—. No. Se supone que debes descansar.


—Mañana volveremos a casa de Anibal —él cerró los ojos y sonrió—, y allí descansaremos el resto del mes.


—Me da un poco de miedo dejar que te duermas —dijo Paula mientras contemplaba el rostro que se había convertido en la imagen de su felicidad—. ¿Y si, gracias al golpe de tu cabeza, al despertar no me reconoces?


Pedro abrió el ojo sano y la expresión que ella vio en él hizo que su amor se expandiera en el pecho hasta no dejarle casi sitio para respirar.


—Entonces, volveremos a conocernos otra vez, Ricitos de Oro, porque el lobo feroz al fin ha atrapado a la preciosa niña, y no piensa dejarla marchar.





EXITO Y VENGANZA: CAPITULO 27






El corazón de ella dio un brinco y golpeó fuerte contra las costillas. Por segunda vez, sus pulmones se quedaron sin aire.


Pedro no había ido a Stuttgart.


No había abandonado la casa de Anibal a la primera oportunidad para solucionar sus asuntos de negocios.


¿Cómo era posible? ¿Cómo había podido el competitivo, despiadado y frío Pedro abandonar la cosa más importante en el mundo para él?


—No te marchaste a Stuttgart —susurró ella en voz alta para asegurarse de que era cierto.


—No he vuelto a pensar en Alemania desde que me abandonaste —contestó él—. No me fui a Stuttgart porque quería estar contigo. Quiero estar contigo porque cuando estamos juntos disfruto de la vida que ya no puedo compartir con Anibal. Al final comprendí por qué había organizado todo este asunto para los samuráis, o por lo menos para mí. Yo necesitaba volver a conectar con las personas, Paula. Necesitaba comprender que soy una persona con emociones, necesidades y miedos… y… y amor. Estoy perdidamente enamorado de ti.


¡Él estaba enamorado de ella! Paula sintió cómo el estómago le caía hasta las rodillas. ¿Estaba enamorado de ella? Había dicho que tenía su corazón, pero ella estaba casi convencida de que Pedro no tenía corazón. Claro que decir que estaba enamorado de ella… Y renunciar a un negocio importante para…


Era cierto. Tenía que ser cierto.


Pedro.


Ella dio un paso al frente y él se quedó helado mientras la contemplaba con ojos serios y preocupados, como si temiera creerse lo que veía.


Ella recordó todas las dulces horas en sus brazos. Todas las conversaciones sobre películas, viajes, tonterías. Como se hiciera llamar no importaba lo más mínimo. Era el hombre, y no el nombre, de quien ella se había enamorado locamente.


Mientras daba otro paso más al frente, recordó el momento exacto en que se había dado cuenta de ello: el día que él se enfadó con Trevor, por ella.


Paula se paró y hundió los pies en la alfombra.


Pedro debió de haber sentido la renovada reticencia en su mirada. Durante un segundo, cerró los ojos, como si sufriera un dolor intenso. Después los abrió y ella pudo ver ese dolor.


Las lágrimas afloraron a los ojos de Paula.


—¿Qué sucede, Ricitos de Oro? ¿Qué hay entre tú y mis brazos? —la rigidez de su voz reflejaba su tensión—. Te amo. ¿No me crees? ¿No puedes creerte que el hombre que estuvo contigo en casa de Anibal, se llamara Matias o Pedro, era un hombre que se había enamorado de ti?


Ella negó con la cabeza y en silencio. El hecho de que Pedro no hubiera ido a Stuttgart demostraba la fortaleza de sus sentimientos. El problema, en ese momento, no era él.


—¿Qué puedo hacer? —preguntó él con voz ronca—. ¿Qué puedo hacer para que vuelvas a ser mía? Quiero casarme contigo, Paula.


—Tengo miedo —dijo ella mientras pensaba en Trevor, cuyo encuentro había despertado ese temor—. He estado comprometida en tres ocasiones. Cada una de esas ocasiones fue un error.


—Que sean cuatro, cariño —Pedro hizo una mueca—. ¿Recuerdas? Yo no soy Matias.


—Tienes razón —ella abrió los ojos de par en par y sintió de nuevo el escozor de las lágrimas—. Cuatro errores. Pedro


Pedro tenía los puños cerrados junto a su cuerpo. Ella notaba su contención.


Pedro era un hombre de acción. Su primer instinto sería el de hacerse cargo y forzar los resultados deseados por él. Pero ahí estaba, dejando que ella llegara a sus propias conclusiones. Eso le hizo amarlo aún más… y sentirse aún más insegura sobre lo que debería hacer.


—Paula, cariño —él suspiró—. Confía en ti.


—¿En mí? ¿Confiar en mí? ¿Qué clase de razonamiento es ése? Yo fui quien eligió a Trevor y a Joe, y a Jean-Paul.


—¿Y sabes qué pienso al respecto? Pienso que elegiste a los tres pensando en tus padres, y si fue así, entonces fueron los perfectos hombres equivocados, precisamente lo que tú buscabas en aquella época.


Cielo santo. Era cierto. ¿Acaso no lo había reconocido ella misma durante la cena? Habían sido los hombres perfectos para que ella se rebelara contra sus padres.


Pedro la conocía muy bien. Y aun así la amaba. ¿Cómo podía ella rechazar algo así?


Cuatro novios deberían haberle enseñado algo…


—Esta vez, Ricitos de Oro, si me permites una sugerencia, ¿por qué no eliges al hombre adecuado para ti?








jueves, 1 de junio de 2017

EXITO Y VENGANZA: CAPITULO 26




Paula recordó aquella ocasión en que le había dicho a Pedro que parecía como si le acabaran de sacudir un sartenazo, y estaba segura de que esa expresión era la misma que tenía ella en esos momentos. Desde luego, tenía la sensación de haber sido golpeada. Todo el aire había escapado de sus pulmones.


—¿Cómo?


—No sé si me robaste el corazón o si yo te lo entregué, ni cuándo sucedió, ni cómo pude tener tanta suerte. A lo mejor la regla de Catalina es cierta: la belleza verdadera sólo surge por sorpresa. Yo no me lo esperaba, Paula, pero contigo veo
las cosas mucho más claras. Tengo la sensación de haber desperdiciado casi toda mi vida. Junto a ti soy capaz de pensar en respirar en lugar de en ganar. Junto a ti puedo olvidar mi trabajo y la constante obsesión por ganar el siguiente dólar.


Había sido el discurso más largo que ella le había escuchado. Su voz, un poco ronca, un poco ahogada, rebosaba sinceridad. Paula negó con la cabeza y apoyó las
manos contra la puerta mientras lo miraba en un intento de comprenderlo. La mirada de Pedro era seria y su expresión, decidida.


Y, nuevamente, sincera.


Pero…


—Tu… tu hermano… tú siempre deseas lo que él tiene —recordó ella—. Y ahora sólo intentas vengarte de él por ese asunto de Stuttgart.


—Ya no se trata de Matias, Paula —dijo Pedro—. Por favor, por favor, créeme, aunque sé que no merezco tu confianza.


—Me sedujiste con engaños —¡pues claro que no se merecía su confianza!


—Sí.


—Y has venido hoy aquí para volver a hacerlo.


—Sí —él hizo una mueca—, y lo siento muchísimo, aunque no tanto por lo de hoy. Tenía que verte como fuera. Para intentar explicarte…


—No tenías que haberte molestado —dijo Paula amargamente—. Aunque me resulte difícil perdonarte, lo entiendo. No olvides que soy la hija de Rafael Chaves. Estoy acostumbrada a ver hasta dónde es capaz de llegar un hombre por su negocio.


La obsesión de su padre siempre había sido motivo de bromas por parte de ella, pero también la había exasperado toda su vida. Sobre todo al hacerse mayor y ver cómo afectaba a Catalina. Toda la familia había cedido muchísimo a cambio de su despiadada obsesión por el poderoso dólar. Tal y como había sido criado Pedro, no era de extrañar que tuviera el mismo afán competitivo y frío.


—Puedes marcharte —dijo ella mientras se giraba para que él no pudiese contemplar su rostro—. Sube al primer avión camino de Stuttgart y vence a tu hermano.


—Paula —Pedro habló tras un largo momento de silencio—. Paula, por favor mírame.


Fue un error, porque a pesar de su afán competitivo y frío, tenía el aspecto de un hombre que estuviera más preocupado por perder que obsesionado por ganar.


—Si tanto me importara, ya estaría en Stuttgart —dijo él—. Matias se ha quedado en casa de Anibal para cumplir con las estipulaciones del testamento y, si quisiera, estaría en Europa, negociando con Ernst. Sin el maldito ojo morado, añadiría, y sin un chichón más grande que una pelota de béisbol en la nuca. No fui a Stuttgart. Vine a ti.


EXITO Y VENGANZA: CAPITULO 25




Pedro estaba a punto de ahogarse dentro de la corbata de Matias mientras la asistenta de mejillas coloradas lo guiaba hasta el comedor de los Chaves. La primera persona sobre la que posó su mirada fue una jovencita, Catalina, por supuesto, a la que dedicó una sonrisa ante el respingo que dio la niña al contemplar su rostro.


A continuación, él también dio un pequeño respingo, porque sonreír le dolía un montón.


—¡Alfonso! —Rafael Chaves se puso en pie y extendió una mano—. ¿Has cenado ya?


—Estoy bien, señor, no quiero cenar —Pedro no había visto a ese hombre desde hacía muchos años, pero aunque no lo hubiera reconocido, habría sabido quién era por sus ojos, del mismo azul que los de Paula—. Siento molestarlos, pero he venido para intentar hablar con su hija mayor.


Él la miró de reojo, pero Paula tenía la mirada fija en el plato, como si estuviera hechizada por los espárragos.


—¿Paula? —apremió su madre—. ¿Por qué no os vais Matias y tú a la biblioteca y charláis tranquilamente allí?


Tras unos instantes, ella asintió resignada y se puso en pie. Mientras salían de la habitación, se escuchó la voz de Catalina.


—No te olvides del vestido azul, Paula, es verdaderamente bonito.


Ya en la biblioteca, ella cerró la puerta y le habló sin mirarlo.


—Dejé el anillo de compromiso sobre la cómoda del dormitorio principal —dijo ella—. Tendría que habértelo dicho antes de marcharme. Y, ahora, si no deseas nada más…


Pedro la miró mientras ella empezaba a girar el picaporte de la puerta. ¿Se marchaba? ¿Salía de su vida?


—Espera… espera…


—¿Qué? —ella se volvió y lo miró—. ¿Qué quieres, Matias?


Él se sentía estúpido. Había tenido horas para ensayar su discurso, pero no había pensado en nada más salvo en lograr volver a estar a solas con ella.


—Sobre mi hermano…


—Menudo ojo te ha puesto.


—Sí.


Matias no se había mostrado tan comedido como Pedro hubiera deseado al propinarle un puñetazo, a semejanza del que le había propinado él. Pero era consciente de que se lo merecía después de lo que había hecho. Y sobre todo, estaba convencido de que Paula no habría accedido a hablar con él si se presentaba como Pedro.


De modo que habían vuelto a jugar al cambiazo entre gemelos. A lo mejor debería sentirse culpable por ello, pero en esos momentos lo único que sentía era desesperación.


—Escucha —empezó, mientras esperaba la visita de la inspiración—. Mi hermano… siente de veras…


—¿Ser tan estúpido como yo al acceder a casarse, prácticamente, con una extraña?


—Él también está obsesionado con el trabajo, y pensó… —Pedro se interrumpió al asimilar las palabras de ella. Al darse cuenta de que Paula había notado lo del cambiazo—. De modo que lo sabes.


—Engañada una vez, vergüenza para ti —dijo ella sin expresión alguna en el rostro—. Engañada dos veces, vergüenza para mí. ¿Qué buscas ahora, Pedro? ¿Más venganza?


—Quería volver a intentar explicarte lo sucedido.


—Tu hermano te robó algo —ella se cruzó de brazos—, y tú quieres robarle algo a él. Eso lo he pillado.


—Ese problema con Matias… —Pedro negó con la cabeza—, no sabemos lo que ocurrió exactamente, sólo que ahí pasó algo raro, pero sé que no fue él quien me engañó.


—Oh, Pedro —durante un instante, la expresión de ella se suavizó—. Has recuperado a tu gemelo.


—Sí. A lo mejor. Soy optimista —la mano de él se posó en el bulto que tenía en la nuca—. Aunque ha mejorado su derechazo en estos años. Cuando me golpeó, caí hacia atrás y me golpeé la cabeza contra la mesa. He estado viendo doble con el ojo bueno hasta este mediodía, y por eso he tardado un día más en venir aquí.


Se había equivocado si pensaba que ella reaccionaría con simpatía. Su rostro era de nuevo gélido y así se sentía él, helado por culpa de… por culpa de… ¡demonios!


Tuvo que admitirlo. Estaba helado de miedo.


¿Y si no lograba llegar hasta ella?


—Pero es cierto que alguien me robó algo —balbuceó él.


—Ya te he dicho dónde está el anillo.


—Eso es de Matias, y sabes que no me interesa una maldita pieza de joyería —el frío en su interior era tan helado como los ojos de ella, y eso provocaba que su respiración se ralentizara hasta niveles de peligro mortal.


¿Cómo iba a vivir sin ella a su lado? ¿Con quién vería esas estúpidas películas?


¿Quién le propinaría un pellizco cada vez que se mostrara excesivamente competitivo?


Tras la muerte de Anibal, nadie le había mostrado el amplio y brillante mundo, hasta la llegada de Paula. Aunque Matias hubiera vuelto, ¿quién estaría a su lado?


Tenía que ser Paula. Él sólo deseaba a Paula.


Estaba enamorado de Paula.


La idea lo devoró como una llama sobre la nieve. Hasta ese momento, él ni siquiera se había permitido pronunciar esas palabras en silencio, pero se sentía consumido por ellas. 


Estaba enamorado de su Ricitos de Oro, con su humor y su
dulzura. Con su habilidad para relajarse y el modo en que el aire se calentaba cada vez que se encontraban en la misma habitación.


Estaba enamorado de sus rubios cabellos y su cuerpo curvilíneo, desde la punta de la nariz hasta los dedos de los pies, y de cada centímetro de cremosa piel entre ambos puntos. Amaba sus rotundos pechos y los rosados pezones. 


Amaba el color casi transparente de los rizos que no hacían gran cosa por proteger el sexo de su mirada. Amaba los pequeños sonidos que hacía cuando él la tocaba en ese punto, encontrándola ya húmeda y…


Pedro.


Por la expresión de irritación y las mejillas sonrojadas, él supuso que Paula acababa de leer su mente.


Pedro, ¿para qué has venido?


Pedro se olvidó del pánico ante el tono frío y airado de la voz de ella. Paula no había caído en sus brazos, tal y como él habría esperado, pero eso no significaba que fuera a rendirse. Los Alfonso nunca se rendían y Pedro envió una silenciosa plegaria de agradecimiento a su padre por ello. Resultaba increíble que su amor hacia Paula pudiera llevarlo a apreciar a Samuel Sullivan Alfonso.


Pedro


—Sí que te llevaste algo mío —las palabras salieron a borbotones.


—¿El qué? —ella frunció el ceño.


Ahí estaba su oportunidad. Había llegado el momento de la cesión del mando.


En cuestiones de negocios, él había aprendido a guardarse siempre alguna carta, pero en ese momento, si la quería de verdad, tendría que mostrar todas sus cartas. Nunca había tenido demasiada fe en la lealtad, pero iba a tener que arriesgarse y confiar en que esa mujer le concediera la suya.


—Aunque no quiero que me devuelvas lo que te llevaste —dijo él, dando un nuevo rodeo—. Puedes quedártelo. Es tuyo para siempre.


—¿Y bien? ¿De qué se trata?


«Allá voy».


—De mi corazón.