viernes, 2 de junio de 2017
EXITO Y VENGANZA: CAPITULO FINAL
Paula adoraba esa biblioteca. De niña, solía esconderse detrás de uno de los sillones de cuero con orejeras y ojear los viejos atlas en los que se mencionaban lugares tan exóticos como Persia, Wallachia y Travancore. Ella soñaba con las gentes que vivían allí y con el sonido de sus idiomas.
Más adelante, empezó a soñar con visitar esos lugares junto a un hombre con quien pudiera compartir su curiosidad y que la mareara de felicidad, como el globo terráqueo que hacía equilibrios frente a las ventanas con palillería.
Por supuesto, ella nunca imaginó que acunaría, en ese lugar, la cabeza de su amado en el regazo mientras le aplicaba sobre el rostro un paquete de granos de maíz congelados y le susurraba dulces palabras en francés y español.
—¿Me acabas de llamar pequeño sapo? —él abrió el ojo bueno.
—Es por todos esos bultos en tu cabeza —dijo Paula mientras intentaba no reírse. Aunque no pudo evitarlo y su risa hizo que se movieran sus piernas y presionaran más contra el chichón en la nuca de Pedro—. ¿Seguro que no quieres que te vea un médico?
—Tu madre no me dejará salir de esta casa, no ahora que, por fin, se ha convencido de que nuestro compromiso no es un engaño para vengarnos porque no se haya tomado tu carrera en serio.
—Gracias por apoyarme cuando empezó a darle vueltas otra vez a la boda en septiembre. Estoy decidida a no dejarme avasallar por ella de ahora en adelante —Paula se inclinó para besarlo dulcemente en la boca. Él intentó intensificar el beso, pero ella se lo impidió—. No. Se supone que debes descansar.
—Mañana volveremos a casa de Anibal —él cerró los ojos y sonrió—, y allí descansaremos el resto del mes.
—Me da un poco de miedo dejar que te duermas —dijo Paula mientras contemplaba el rostro que se había convertido en la imagen de su felicidad—. ¿Y si, gracias al golpe de tu cabeza, al despertar no me reconoces?
Pedro abrió el ojo sano y la expresión que ella vio en él hizo que su amor se expandiera en el pecho hasta no dejarle casi sitio para respirar.
—Entonces, volveremos a conocernos otra vez, Ricitos de Oro, porque el lobo feroz al fin ha atrapado a la preciosa niña, y no piensa dejarla marchar.
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