sábado, 8 de abril de 2017

DESCUBRIENDO: CAPITULO 28



Pedro había tenido sus dudas acerca del éxito de la cena estando Paula allí, pero pronto se dio cuenta de que no tenía de qué preocuparse. Paula estaba haciendo que los hombres se sintiesen a gusto. Para empezar, había elegido bien la ropa: unos vaqueros azules y una camiseta roja oscura, y parecía estar haciendo las preguntas adecuadas, mostrando interés por los hombres sin llegar a ser cotilla.



Bill parecía estar entusiasmado con ella. Le estaba contando a todo el mundo que Paula lo había ayudado en la cocina, otra sorpresa para Pedro. Al parecer, no sólo se había ocupado de las verduras, sino que también había ayudado a guardar las provisiones que habían sobrado del campamento, y después había preparado el salón para la cena.


Por suerte, los hombres tuvieron la sensatez de no hablar de política, así que la cena fue agradable para todo el mundo.


Todo iba bien hasta que uno de los peones, Goat, que había sido contratado sólo para reunir el ganado, metió la pata.


—Yo leí una historia acerca de usted —le dijo a Paula—. En una revista que hay en los barracones.


—¿Sí? —dijo Paula en tono frío—. ¿Y qué decía?


—Era una revista de hombres, pero me dio la sensación de que era usted y lo comprobé antes de venir a la cena.


Pedro se puso tenso y vio que Paula palidecía.


—En esas revistas sólo cuentan mentiras —intervino, intentando hablar con naturalidad.


—Pues la fotografía estaba muy bien —dijo el otro hombre, sonriendo de forma estúpida—. ¿Quiere que vaya a buscarla?


—¡No! —exclamó Paula, que parecía que iba a echarse a llorar—. No me puedo creer que todavía circulen por ahí copias de eso. Ocurrió hace muchos años.


—Eso es lo malo —comentó Bill, ajeno a la tensión—. Que aquí la gente guarda las revistas durante años. Sobre todo, esas revistas.


—De todos modos —continuó Goat—, su novio le daba un doce sobre diez. En la cama, claro.


—¡Goat! —lo reprendió Pedro, furioso con aquel idiota—. Cállate.


Todo el mundo se giró a mirar a Pedro. Nadie habló.


Él tenía las manos cerradas, como si fuese a darle un puñetazo a alguien.


—Deberías ser más respetuoso con nuestra invitada —añadió.


Goat balbuceó una disculpa.


Paula consiguió sonreír.


—¿Os ha contado Pedro que ha saltado la valla del establo?


Pedro se ruborizó al darse cuenta de que era el centro de atención, pero admiró la habilidad con la que Paula había cambiado de tema.


Todo el mundo lo aclamó y lo felicitó al oír aquello.


Un rato después, Paula se disculpó y dijo que tenía que ir a hacer una llamada.


Los hombres no volvieron a hablar de ella, al menos delante de Pedro, pero éste estaba seguro de que, en cuanto volvieran a los barracones, todos querrían ver la revista de la que había hablado Goat. Se sintió furioso sólo de pensarlo.


Mucho más tarde, cuando los hombres ya se habían ido y toda la casa volvía a estar a oscuras, vio que salía luz por debajo de la puerta de Paula.


Llamó con suavidad.


—¿Quién es?


—Yo.


Ella se acercó y abrió la puerta sólo una rendija. Llevaba el pelo suelto y se había puesto un camisón de color rosa fucsia.


—¿Qué quieres, Pedro?


—Sólo quería disculparme por lo que ha dicho ese tonto en la cena.


—Gracias, pero no tienes por qué disculparte. No ha sido culpa tuya —le dijo ella.


Parecía cansada, tenía ojeras.


—Me siento responsable —insistió Pedro—. Sé que te has disgustado.


—Estoy bien. Estoy acostumbrada —miró hacia el pasillo—. ¿Ya se han marchado todos?


—Sí.


Pedro tuvo la sensación de que le iba a cerrar la puerta, así que se apresuró a añadir:
—¿Quién filtró la historia? No fue Mitch, ¿verdad?


—No, en esa ocasión fue Toby.


—¿Otro novio?


Ella suspiró.


—Sí, con el que salí después de Mitch. Salimos juntos doce meses y yo ya estaba empezando a pensar en formar una familia con él.


Pedro sintió que le costaba respirar. Deseó no haber preguntado. No podía creer que le molestase tanto oír aquello, pensar que Paula había amado a otros hombres.


—Tengo que irme a la cama. Buenas noches, Pedro.


—Paula, lo siento —dijo él, pero la puerta ya estaba cerrada.



****


Los siguientes días fueron bastante deprimentes para Paula, no sólo porque había revivido toda la historia de Toby, sino porque se había dado cuenta de lo tonta que había sido al tener una relación con Pedro.



Se había jurado a sí misma que no volvería a estar con ningún hombre, ya que éstos siempre la decepcionaban, pero, a pesar de todo, había vuelto a caer.



No sólo estaba preocupada por sus sentimientos, sino también por los de Pedro. Cuando recordaba el cariño que le había demostrado, se sentía culpable. Pensó en la relación que habían tenido sus padres.



¿Cómo se le había podido olvidar? Ésa sí que era una lección magistral.



Lisa Firenzi había tenido una aventura con Heath Green, un joven australiano, durante unas vacaciones, y ella había decidido ir a vivir a Australia sin pensárselo demasiado.



Paula no se había dado cuenta de lo mucho que le había afectado esa relación a su padre hasta que no había llegado a Australia, muchos años después. Su padre había amado a Lisa y había tardado siglos en recuperarse de su pérdida, por eso no se había casado casi hasta los cincuenta años.



En esos momentos, estaba felizmente casado con la viuda de uno de sus mejores amigos y era el orgulloso padrastro de sus hijos, pero le había costado muchos años llegar allí.



Cuanto más lo pensaba, más se decía que no podía permitirse pasar más momentos íntimos con Pedro. De todos modos, su relación jamás podría funcionar fuera de Savannah. Era imposible.



Pedro pertenecía a aquel lugar. ¿Cómo iba a adaptarse a su vida, llena de llamadas de teléfono y reuniones, interrupciones por parte de los medios de comunicaciones, vacaciones anuladas y comidas interrumpidas? Él sería mucho más feliz allí, y se convertiría en el maravilloso marido de alguna afortunada chica joven de campo.



Lo tenía todo para ser un buen marido. Tal vez no tuviese mucho dinero, pero disponía de un trabajo fijo, era bueno con los niños, cariñoso y tranquilo en caso de emergencia. 



Además, era guapo y buen amante.



Seguro que pronto lo cazaba alguna chica lista. 



Pedro sería feliz a partir de entonces.



Por ese motivo no debía meterse en su vida.



Paula se preguntó si no habría sido muy egoísta.





DESCUBRIENDO: CAPITULO 27




Paula se despertó al oír el sonido de una taza de té chocando suavemente con un platillo. Abrió los ojos y vio a Pedro dejando la taza en la mesita de noche, a su lado.


—Buenos días —le dijo él sonriendo.


—¿Es eso té? Qué bien. ¿Qué hora es?


—Las siete y media.


—Dios mío, ¿han llegado ya los hombres? —preguntó.


—No, no te pongas nerviosa. Ya te he dicho que van a tardar.


Miró a Pedro y se dio cuenta de que ya estaba afeitado y vestido.


—¿Hace mucho que te has levantado?


Él negó con la cabeza.


—He dormido muy bien —le dijo ella.


—Lo sé. Te he oído, has roncado toda la noche.


—No ronco —replicó ella—. ¿O sí?


—¿No te lo había dicho nadie antes?


—No —dijo ella horrorizada—. Hacía mucho que no… —se mordió el labio—. Tal vez sea por el embarazo.


Fue entonces cuando se dio cuenta de que Pedro estaba bromeando otra vez, por su mirada brillante.


—Eh, me estás tomando el pelo.


—Es tan fácil hacerlo… —dijo él sonriendo.


Paula puso los ojos en blanco y tomó la taza de té.


—Gracias por preparármelo —dijo con mucha educación.


—Muchas gracias a ti, por lo de anoche —respondió él.


—Fue… —Paula descartó las palabras «maravilloso» y «fabuloso». Tenía que centrarse de nuevo, pero, de repente, se sentía embriagada de emoción.


—Tengo que advertírtelo —dijo Pedro, interrumpiendo sus pensamientos—. Esta noche habrá una cena en Savannah. Es una tradición. Se hace siempre después de reunir al ganado.


—Me parece bien. ¿Crees que será mejor que yo cene en mi habitación?


—De eso nada. Tú también formas parte de esta granja y debes venir. Los chicos querrán conocerte.


Ella consiguió sonreír. Se había terminado su estancia en el paraíso. Dejó la taza de té y se dispuso a recogerse el pelo.



****


Era primera hora de la tarde cuando Pedro oyó a lo lejos el ruido de un motor que le indicaba que los hombres estaban a punto de llegar a casa. Salió a la galería, con Cobber pegado a sus talones.


Juntos, observaron cómo se acercaba la familiar caravana rodeada de una nube de polvo. Primero iban los caballos y, después, el camión con las provisiones y la cocina. Los seguían una camioneta y un segundo camión con tres quads.


Aquélla había sido la primera vez que él no había ido. Reunir al ganado después de la temporada de lluvias siempre le había parecido lo mejor de su trabajo. Siempre le había encantado ir con el equipo, a caballo.


También le encantaba estar en el campamento, reunirse con los demás hombres alrededor de una hoguera por las noches y dormir bajo las estrellas. Ese año, le había molestado que Eloisa le pidiese que se quedase en la granja para atender a la senadora.


Eso le demostraba las vueltas que daba la vida. En esos momentos, le parecía que ir a reunir el ganado no tenía comparación con estar con Paula Chaves.


Él nunca había sido de los que decían que no había lugar como el campo. Había pasado seis años lejos de allí, estudiando, y en ocasiones había pensado que tal vez hubiese sido más feliz si hubiese sido de los que odiaban la ciudad. Después de ser rechazado en las fuerzas aéreas, se había vuelto allí como segunda opción.


En esos momentos, tenía la vista puesta en otro objetivo que también estaba fuera de su alcance. Sabía que eran pocas las posibilidades de tener un futuro con una mujer como Pau, pero lo cierto era que le daba la sensación de no tener elección.


Sabía que la vida ya no volvería a ser la misma sin ella.


Además, no era sólo su felicidad lo que estaba en juego. 


Estaba casi seguro de que también la haría feliz a ella. Y al bebé. Tal vez ellas todavía no lo supieran, pero lo necesitaban, estaba seguro.


Sólo tenía que encontrar el modo de demostrárselo.



****


—¿Qué quieres? —rugió una voz cuando Pau llamó a la puerta de la cocina.


—Me preguntaba si querrías que te echase una mano.


El hombre que había delante del fregadero se giró y, al ver a Paula, arqueó las cejas y se quedó boquiabierto.


Ella entró en la cocina y sonrió.


—Debes de ser Bill —le dijo.


Él asintió y sonrió.


—Soy Paula Chaves. Estoy pasando unos días aquí. Pedro me ha dicho que esta noche había una cena. Sé que él está muy ocupado, ayudando a los hombres con los caballos, pero he pensado que, después del viaje y todo, tal vez te vendría bien algo de ayuda.


—Eso es muy amable por su parte, señorita… señora…


—Pau —lo corrigió ella.


Bill sonrió con timidez.


—¿Qué puedo hacer? —insistió Pau—. ¿Qué va a haber de cena? Se me da muy bien pelar patatas.


El cocinero sonrió de oreja a oreja y ella se dio cuenta de que acababa de hacer un amigo.



****


Hubo carne asada, verduras al horno y buñuelos para cenar. 


La cena iba a servirse en el comedor grande, que no se utilizaba casi nunca.


Paula encontró un mantel de damasco y servilletas sin planchar y se puso a hacerlo. Luego buscó la vajilla y la cubertería y se entretuvo poniendo la mesa. Incluso salió al jardín, donde encontró unas margaritas y unos ramitos de buganvillas con los que creó un centro.


A las seis y media, los hombres aparecieron en la galería para tomar el aperitivo. Se habían afeitado y se habían puesto ropa limpia. Llevaban las botas de montar limpias y el pelo húmedo y repeinado. Todos eran delgados y fuertes, hombres acostumbrados al trabajo físico y poco dados a hablar de tonterías.


No obstante, cuando Pedro les presentó a Paula, no se quedaron deslumbrados por el hecho de que fuese senadora, ni parecieron sentirse incómodos con ella.


Si no hubiese estado embarazada, Paula se habría tomado una cerveza con ellos. En su lugar, aceptó un vaso de agua con gas y se apoyó en la barandilla de la galería, hizo alguna pregunta y escuchó cómo los hombres hablaban del tiempo y del ganado.


Le gustaban los modales tranquilos y lacónicos de aquellos hombres de campo y pensó que era una suerte tener otra imagen distinta acerca de cómo era la vida en Australia.


Por supuesto, no pudo evitar fijarse en lo atractivo que era Pedro en comparación con los demás. Sus miradas se cruzaron un instante y Paula sintió calor.


Bajó la vista enseguida y esperó que nadie se hubiese dado cuenta, pero Pedro le había sonreído y eso hacía que se sintiese feliz.







viernes, 7 de abril de 2017

DESCUBRIENDO: CAPITULO 26





Era media noche y la luna brillaba con tanta fuerza que parecía estar metida en la cama con ellos. Estaban en la cama de Pedro. Paula se había tumbado de lado, para poder verlo bajo la luz de la luna. Le maravillaba sentirse tan en paz consigo misma y con el mundo.


Pedro era el amante perfecto y el hombre más encantador del mundo, y ella prefería no analizar aquel momento, ni intentar justificar en su cabeza por qué estaba allí con él. 


Sólo quería grabar aquel recuerdo en su mente, para el futuro… aquella sensación de felicidad y de seguridad, de estar en el lugar adecuado, con el hombre adecuado y en el momento adecuado.


Salvo que… le dio la sensación de que a Pedro le brillaban demasiado los ojos.


—¿Estás bien? —le preguntó.


—Sí, por supuesto.


—Pareces triste.


—No estoy triste, sólo estaba pensando.


—¿En qué?


—Nada. Era un mal recuerdo. Ya se ha ido.


Paula se inclinó sobre él y lo besó en la barbilla.


—Espero que te sientas bien, porque yo me siento muy bien. Tal vez me sienta incluso orgullosa de mí misma.


Pedro sonrió de nuevo.


—Estoy bien. Y tú también. ¿Qué tal Madeline?


Ella rió.


—Madeline también está bien —se colocó la mano en el vientre, que cada vez crecía más deprisa.


En ese momento, sintió un ligero cosquilleo, un movimiento debajo de la mano.


—¡Pedro!


—¿Qué ocurre? —preguntó él, incorporándose, preocupado.


—Estoy bien. Ha sido el bebé. Se ha movido. Me ha dado una patada.


—¿Sí?


Paula no supo si había miedo o emoción en su voz.


—Mira, siéntelo —le dijo, tomando su mano y colocándosela en el vientre—. ¿Lo notas?


—No —respondió él—. Sólo puedo sentirte a ti —la acarició—. Y estás muy suave.


De repente, dejó de hablar.


—Ohhh.


—¿Lo has notado?


—Sí, lo he notado. Guau.


—¿No te parece una sensación increíble?


—Menudas patadas. ¿Las habías notado antes?


—Es la primera vez —dijo ella, metiendo la mano debajo de la de Pedro—. Creo que no sabe si quiere ser futbolista o boxeadora.


—Me pregunto si jugará con Italia o con Australia.


Paula sonrió, contenta.


—Supongo que dependerá de dónde decidas vivir —le dijo Pedro muy serio.


—Sí.


Poco tiempo después, el bebé dejó de moverse y Paula bostezó y se acurrucó contra él. No deseaba preocuparse acerca del futuro en esos momentos.


Era estupendo estar allí con Pedro, los dos solos, en el silencio de la noche. Pero entonces, Paula estropeó aquella tranquilidad imaginándose a Pedro en el futuro, mucho después de que ella se hubiese marchado de allí, durmiendo en aquella misma casa, tal vez en esa misma cama, con su mujer.


—Oh, Dios, ojalá…


Dejó de hablar, horrorizada al darse cuenta de lo que había estado a punto de decir.


—¿Qué? —le preguntó él.


«Ojalá tuviese diez años menos», pensó ella.


Sacudió la cabeza y apretó los labios para que no se le escapasen las palabras.


—Venga, Paula. Dímelo, dime cuál es tu deseo, y yo te contaré el mío.


Así que él también deseaba algo.


Aquella conversación se estaba complicando demasiado.


Una cosa era la atracción sexual, y otra, compartir deseos y sueños. Cuando el sexo incluía emociones, una aventura se convertía en…


¿En qué?


¿Cuál era el paso siguiente? ¿Amor?


Paula se sentó de repente, tapándose los pechos con la sábana.


—Será mejor que me vaya a mi habitación, por si los hombres vuelven pronto.


—No, no levantarán el campamento hasta por la mañana —dijo Pedro, haciendo que volviese a tumbarse—. Duerme aquí, Paula. No hablaremos más. Sólo abrázame y duérmete.


Paula estaba demasiado cansada para discutir. Además, no pasaba nada por dormir con él y a Paula no se le ocurría un lugar mejor para hacerlo.



****


Pedro se quedó despierto en la oscuridad, con Paula acurrucada junto a él. Cuando Paula estaba en su cama, era una mujer dulce y femenina, y vulnerable. También era salvaje. Y era suya y sólo suya.


Por la mañana, daría marcha atrás. Antes de que llegasen los hombres, se recogería el pelo en un moño y volvería a blindarse.


Si Paula hubiese sido otra mujer, esa noche habría hablado con ella. Le habría dicho lo que sentía, cuánto la deseaba, que estaba casi seguro de estar enamorándose de ella. Le habría dicho que no era necesario ocultar sus sentimientos a los demás.


¿Por qué debía importarle lo que los demás dijesen o pensasen?


Pero él no era senador federal. Paula había ido allí para escapar de la prensa y tener unos días de tranquilidad, así que no merecía la pena intentar hacer que cambiara de idea. 


Sólo conseguiría estropear una noche perfecta.