Era media noche y la luna brillaba con tanta fuerza que parecía estar metida en la cama con ellos. Estaban en la cama de Pedro. Paula se había tumbado de lado, para poder verlo bajo la luz de la luna. Le maravillaba sentirse tan en paz consigo misma y con el mundo.
Pedro era el amante perfecto y el hombre más encantador del mundo, y ella prefería no analizar aquel momento, ni intentar justificar en su cabeza por qué estaba allí con él.
Sólo quería grabar aquel recuerdo en su mente, para el futuro… aquella sensación de felicidad y de seguridad, de estar en el lugar adecuado, con el hombre adecuado y en el momento adecuado.
Salvo que… le dio la sensación de que a Pedro le brillaban demasiado los ojos.
—¿Estás bien? —le preguntó.
—Sí, por supuesto.
—Pareces triste.
—No estoy triste, sólo estaba pensando.
—¿En qué?
—Nada. Era un mal recuerdo. Ya se ha ido.
Paula se inclinó sobre él y lo besó en la barbilla.
—Espero que te sientas bien, porque yo me siento muy bien. Tal vez me sienta incluso orgullosa de mí misma.
Pedro sonrió de nuevo.
—Estoy bien. Y tú también. ¿Qué tal Madeline?
Ella rió.
—Madeline también está bien —se colocó la mano en el vientre, que cada vez crecía más deprisa.
En ese momento, sintió un ligero cosquilleo, un movimiento debajo de la mano.
—¡Pedro!
—¿Qué ocurre? —preguntó él, incorporándose, preocupado.
—Estoy bien. Ha sido el bebé. Se ha movido. Me ha dado una patada.
—¿Sí?
Paula no supo si había miedo o emoción en su voz.
—Mira, siéntelo —le dijo, tomando su mano y colocándosela en el vientre—. ¿Lo notas?
—No —respondió él—. Sólo puedo sentirte a ti —la acarició—. Y estás muy suave.
De repente, dejó de hablar.
—Ohhh.
—¿Lo has notado?
—Sí, lo he notado. Guau.
—¿No te parece una sensación increíble?
—Menudas patadas. ¿Las habías notado antes?
—Es la primera vez —dijo ella, metiendo la mano debajo de la de Pedro—. Creo que no sabe si quiere ser futbolista o boxeadora.
—Me pregunto si jugará con Italia o con Australia.
Paula sonrió, contenta.
—Supongo que dependerá de dónde decidas vivir —le dijo Pedro muy serio.
—Sí.
Poco tiempo después, el bebé dejó de moverse y Paula bostezó y se acurrucó contra él. No deseaba preocuparse acerca del futuro en esos momentos.
Era estupendo estar allí con Pedro, los dos solos, en el silencio de la noche. Pero entonces, Paula estropeó aquella tranquilidad imaginándose a Pedro en el futuro, mucho después de que ella se hubiese marchado de allí, durmiendo en aquella misma casa, tal vez en esa misma cama, con su mujer.
—Oh, Dios, ojalá…
Dejó de hablar, horrorizada al darse cuenta de lo que había estado a punto de decir.
—¿Qué? —le preguntó él.
«Ojalá tuviese diez años menos», pensó ella.
Sacudió la cabeza y apretó los labios para que no se le escapasen las palabras.
—Venga, Paula. Dímelo, dime cuál es tu deseo, y yo te contaré el mío.
Así que él también deseaba algo.
Aquella conversación se estaba complicando demasiado.
Una cosa era la atracción sexual, y otra, compartir deseos y sueños. Cuando el sexo incluía emociones, una aventura se convertía en…
¿En qué?
¿Cuál era el paso siguiente? ¿Amor?
Paula se sentó de repente, tapándose los pechos con la sábana.
—Será mejor que me vaya a mi habitación, por si los hombres vuelven pronto.
—No, no levantarán el campamento hasta por la mañana —dijo Pedro, haciendo que volviese a tumbarse—. Duerme aquí, Paula. No hablaremos más. Sólo abrázame y duérmete.
Paula estaba demasiado cansada para discutir. Además, no pasaba nada por dormir con él y a Paula no se le ocurría un lugar mejor para hacerlo.
****
Pedro se quedó despierto en la oscuridad, con Paula acurrucada junto a él. Cuando Paula estaba en su cama, era una mujer dulce y femenina, y vulnerable. También era salvaje. Y era suya y sólo suya.
Por la mañana, daría marcha atrás. Antes de que llegasen los hombres, se recogería el pelo en un moño y volvería a blindarse.
Si Paula hubiese sido otra mujer, esa noche habría hablado con ella. Le habría dicho lo que sentía, cuánto la deseaba, que estaba casi seguro de estar enamorándose de ella. Le habría dicho que no era necesario ocultar sus sentimientos a los demás.
¿Por qué debía importarle lo que los demás dijesen o pensasen?
Pero él no era senador federal. Paula había ido allí para escapar de la prensa y tener unos días de tranquilidad, así que no merecía la pena intentar hacer que cambiara de idea.
Sólo conseguiría estropear una noche perfecta.
Ayyy, Pedro se está enamorando. Ne encanta esta historia.
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