Pedro había tenido sus dudas acerca del éxito de la cena estando Paula allí, pero pronto se dio cuenta de que no tenía de qué preocuparse. Paula estaba haciendo que los hombres se sintiesen a gusto. Para empezar, había elegido bien la ropa: unos vaqueros azules y una camiseta roja oscura, y parecía estar haciendo las preguntas adecuadas, mostrando interés por los hombres sin llegar a ser cotilla.
Bill parecía estar entusiasmado con ella. Le estaba contando a todo el mundo que Paula lo había ayudado en la cocina, otra sorpresa para Pedro. Al parecer, no sólo se había ocupado de las verduras, sino que también había ayudado a guardar las provisiones que habían sobrado del campamento, y después había preparado el salón para la cena.
Por suerte, los hombres tuvieron la sensatez de no hablar de política, así que la cena fue agradable para todo el mundo.
Todo iba bien hasta que uno de los peones, Goat, que había sido contratado sólo para reunir el ganado, metió la pata.
—Yo leí una historia acerca de usted —le dijo a Paula—. En una revista que hay en los barracones.
—¿Sí? —dijo Paula en tono frío—. ¿Y qué decía?
—Era una revista de hombres, pero me dio la sensación de que era usted y lo comprobé antes de venir a la cena.
Pedro se puso tenso y vio que Paula palidecía.
—En esas revistas sólo cuentan mentiras —intervino, intentando hablar con naturalidad.
—Pues la fotografía estaba muy bien —dijo el otro hombre, sonriendo de forma estúpida—. ¿Quiere que vaya a buscarla?
—¡No! —exclamó Paula, que parecía que iba a echarse a llorar—. No me puedo creer que todavía circulen por ahí copias de eso. Ocurrió hace muchos años.
—Eso es lo malo —comentó Bill, ajeno a la tensión—. Que aquí la gente guarda las revistas durante años. Sobre todo, esas revistas.
—De todos modos —continuó Goat—, su novio le daba un doce sobre diez. En la cama, claro.
—¡Goat! —lo reprendió Pedro, furioso con aquel idiota—. Cállate.
Todo el mundo se giró a mirar a Pedro. Nadie habló.
Él tenía las manos cerradas, como si fuese a darle un puñetazo a alguien.
—Deberías ser más respetuoso con nuestra invitada —añadió.
Goat balbuceó una disculpa.
Paula consiguió sonreír.
—¿Os ha contado Pedro que ha saltado la valla del establo?
Pedro se ruborizó al darse cuenta de que era el centro de atención, pero admiró la habilidad con la que Paula había cambiado de tema.
Todo el mundo lo aclamó y lo felicitó al oír aquello.
Un rato después, Paula se disculpó y dijo que tenía que ir a hacer una llamada.
Los hombres no volvieron a hablar de ella, al menos delante de Pedro, pero éste estaba seguro de que, en cuanto volvieran a los barracones, todos querrían ver la revista de la que había hablado Goat. Se sintió furioso sólo de pensarlo.
Mucho más tarde, cuando los hombres ya se habían ido y toda la casa volvía a estar a oscuras, vio que salía luz por debajo de la puerta de Paula.
Llamó con suavidad.
—¿Quién es?
—Yo.
Ella se acercó y abrió la puerta sólo una rendija. Llevaba el pelo suelto y se había puesto un camisón de color rosa fucsia.
—¿Qué quieres, Pedro?
—Sólo quería disculparme por lo que ha dicho ese tonto en la cena.
—Gracias, pero no tienes por qué disculparte. No ha sido culpa tuya —le dijo ella.
Parecía cansada, tenía ojeras.
—Me siento responsable —insistió Pedro—. Sé que te has disgustado.
—Estoy bien. Estoy acostumbrada —miró hacia el pasillo—. ¿Ya se han marchado todos?
—Sí.
Pedro tuvo la sensación de que le iba a cerrar la puerta, así que se apresuró a añadir:
—¿Quién filtró la historia? No fue Mitch, ¿verdad?
—No, en esa ocasión fue Toby.
—¿Otro novio?
Ella suspiró.
—Sí, con el que salí después de Mitch. Salimos juntos doce meses y yo ya estaba empezando a pensar en formar una familia con él.
Pedro sintió que le costaba respirar. Deseó no haber preguntado. No podía creer que le molestase tanto oír aquello, pensar que Paula había amado a otros hombres.
—Tengo que irme a la cama. Buenas noches, Pedro.
—Paula, lo siento —dijo él, pero la puerta ya estaba cerrada.
****
Los siguientes días fueron bastante deprimentes para Paula, no sólo porque había revivido toda la historia de Toby, sino porque se había dado cuenta de lo tonta que había sido al tener una relación con Pedro.
Se había jurado a sí misma que no volvería a estar con ningún hombre, ya que éstos siempre la decepcionaban, pero, a pesar de todo, había vuelto a caer.
No sólo estaba preocupada por sus sentimientos, sino también por los de Pedro. Cuando recordaba el cariño que le había demostrado, se sentía culpable. Pensó en la relación que habían tenido sus padres.
¿Cómo se le había podido olvidar? Ésa sí que era una lección magistral.
Lisa Firenzi había tenido una aventura con Heath Green, un joven australiano, durante unas vacaciones, y ella había decidido ir a vivir a Australia sin pensárselo demasiado.
Paula no se había dado cuenta de lo mucho que le había afectado esa relación a su padre hasta que no había llegado a Australia, muchos años después. Su padre había amado a Lisa y había tardado siglos en recuperarse de su pérdida, por eso no se había casado casi hasta los cincuenta años.
En esos momentos, estaba felizmente casado con la viuda de uno de sus mejores amigos y era el orgulloso padrastro de sus hijos, pero le había costado muchos años llegar allí.
Cuanto más lo pensaba, más se decía que no podía permitirse pasar más momentos íntimos con Pedro. De todos modos, su relación jamás podría funcionar fuera de Savannah. Era imposible.
Pedro pertenecía a aquel lugar. ¿Cómo iba a adaptarse a su vida, llena de llamadas de teléfono y reuniones, interrupciones por parte de los medios de comunicaciones, vacaciones anuladas y comidas interrumpidas? Él sería mucho más feliz allí, y se convertiría en el maravilloso marido de alguna afortunada chica joven de campo.
Lo tenía todo para ser un buen marido. Tal vez no tuviese mucho dinero, pero disponía de un trabajo fijo, era bueno con los niños, cariñoso y tranquilo en caso de emergencia.
Además, era guapo y buen amante.
Seguro que pronto lo cazaba alguna chica lista.
Y Pedro sería feliz a partir de entonces.
Por ese motivo no debía meterse en su vida.
Paula se preguntó si no habría sido muy egoísta.
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