miércoles, 15 de marzo de 2017
HASTA EL FIN DEL MUNDO: CAPITULO 35
Pedro también había salido con sus amigos a celebrar la despedida de soltero.
Él siempre había sido el primero en reírse en las despedidas de sus amigos del pobre desgraciado que iba a perder su libertad en cuestión de unas horas. Pero aquel viernes por la noche no tenía ganas de reírse de sí mismo. Lo único que hacía era tratar de mantener la esperanza de que su novia se presentara al día siguiente en la iglesia.
La verdad era que todo apuntaba a que, en aquella ocasión, iba a ser ella la que dejara plantado al novio, y no a la inversa, pues no había ido en busca de Pedro, tal y como él había esperado. No se había presentado en su casa y le había dicho que lo amaba.
Ya empezaba a dudar que realmente lo quisiera.
Quizás para ella había sido realmente un romance de barco.
Quizás la había deslumbrado con su heroico acto de ir en su busca, la hubiera hecho soñar. Pero, al regresar a Elmer, los dolorosos recuerdos de un pasado traicionado la habían hecho cambiar su modo de ver las cosas.
Insistía en que no se iba a casar con él, aunque él insistiera en que lo iba a hacer.
Le había dicho a todo el mundo que eran nervios, que recordaba lo sucedido tiempo atrás y estaba sintiendo un ataque de pánico. Y era comprensible.
Pero no iba a ocurrir nada semejante a lo sucedido la última vez.
—Brindemos por el novio —dijo Arturo y levantó la copa para que los asistentes a la celebración lo imitaran—. Por el mejor tipo que he conocido y por la novia a la que quiero como… como si fuera mi nieta. Me alegro mucho de que vayan a pasar el resto de su vida haciéndose felices el uno al otro.
HASTA EL FIN DEL MUNDO: CAPITULO 34
Después de todo aquello, podría acabar trabajando como organizador de bodas.
Y quizás tendría que hacerlo, si Paula lo dejaba plantado en el altar. Sería el hazmerreír de Shields Valley y tendría que marcharse de Elmer.
Y era, sin duda alguna, una posibilidad, porque Paula continuaba en sus trece.
Tras su discusión en el porche de Arturo, ella se había marchado furiosa y no había vuelto a dirigirle la palabra.
El miércoles antes de la boda, Arturo le había preguntado qué le sucedía a Paula.
Pedro no le había contado lo sucedido, porque sabía que al viejo se le ocurriría alguna de sus descabelladas soluciones para resolver el problema y no se veía con ánimos para poner en marcha una de sus locuras.
—Es solo que está un poco nerviosa —respondió Pedro.
Arturo asintió, puso una loncha de jamón sobre la rodaja de pan y le untó mostaza.
—Me ha dicho que no se iba a casar contigo.
—Ya lo ves, son nervios.
Arturo puso otra rodaja de pan encima y le dio el sándwich a Pedro.
—¿Estás seguro de que es solo eso?
—Claro que sí.
—Así que tendremos que ir con chaqué —dijo Arturo.
—Sí —dijo Pedro con firmeza.
—Eso fue lo que yo le dije.
¡Vaya! Pedro levantó las cejas imaginándose la reacción de Paula.
—¿Y qué dijo?
—Nada. Se puso roja y parecía furiosa
****
—¿Cómo has podido mentirle a un anciano de ese modo? —le dijo Paula por teléfono.
—¿Paula? —dijo Pedro sorprendido al oír su voz—. ¿Cómo estás?
—¡No me hables como si no pasara nada! ¿No se lo has dicho a Arturo?
—¿Decirle qué?
—¡Sabes muy bien qué! Todavía piensa que va a haber boda.
—Es que la va a haber.
—¡No, tú sabes que no! Vas a quedar como un idiota.
Pedro hizo una pausa.
—Puede que así sea —le dijo lentamente—. Todo depende de ti.
****
Paula estaba sentada en la cocina escuchando el sonido del reloj y acariciándole las orejas a Sid, el gato, cuando oyó unos pasos en el porche.
Fuera quien fuera, no estaba dispuesta a abrir la puerta.
Nadie quería creerse que no se iba a casar con Pedro Alfonso al día siguiente, aunque se lo había dicho a todo el mundo.
Pero, inesperadamente, la puerta se abrió, y aparecieron Patricia y sus hijos, Sara, Lizzie, Daisy y Jack. Entraron en la habitación hablando sin parar.
—Hola, tía Paula —dijo Jack.
—Hola, tía —dijeron Daisy y Lizzie.
—Hola, Paula —dijo Patricia—. ¿Llevas puestos los zapatos de baile?
—¿Qué estáis haciendo aquí? —preguntó Paula desconcertada.
—Hemos venido a la boda —dijo Sara. Los demás asintieron.
—Y esta noche nos vamos a bailar a The Barrel.
—¿Qué?
Pasar la última noche antes de la boda en aquel local era tradición para todas las mujeres de Elmer.
—No me voy a casar —insistió Paula.
Las chicas la miraron escandalizadas, Jack atónito.
Patricia continuó sin alterarse.
—Mañana harás lo que te dé la gana, pero esta noche nos vamos a The Barrel. Vístete. Vamos a recoger a mamá y a Analia.
Aquello era una locura, algo totalmente descabellado y absurdo. Pero fueron.
The Barrel estaba abarrotado de gente, como era de esperar un viernes por la noche. No era el tipo de sitio que le gustaba a Paula. Quería irse a casa.
—¿Qué te parece ese? —le preguntó Analia, su mejor amiga de la escuela e hija del nuevo marido de su madre.
—¿Qué? —Paula se volvió desconcertada.
—El —dijo Analia, señalando a un vaquero que llevaba unos apretadísimos pantalones y una camisa rosa. Estaba inclinado sobre la mesa y ofrecía una estupenda vista—. Se supone que es tu despedida de soltera, y tenemos que ofrecerte todas las posibles alternativas a Pedro.
—No necesito alternativas —dijo Paula—. No voy a casarme con Pedro.
—¿Qué te parece ese? —le dijo su madre señalando a otro atractivo hombre.
Paula negó con la cabeza.
—No me interesa.
Le señalaron media docena más de hombres atractivos.
—Hay unos especímenes muy interesantes aquí —dijo Patricia finalmente. Luego miró a su hermana—. Pero ninguno vale la pena tanto como Pedro.
Paula, cuya traidora mente llevaba toda la noche diciéndole lo mismo, se dio media vuelta sin responder.
No quería comparar a Pedro con nadie, pues sabía cuál sería el veredicto: era más guapo y maravilloso que el resto de los hombres.
El problema no era Pedro, pero eso lo sabía de antemano.
¡El problema era ella!
Se sintió tremendamente desgraciada.
Patricia la tocó en el hombro.
—Creo que nos deberíamos ir a casa.
HASTA EL FIN DEL MUNDO: CAPITULO 33
Aquello era realmente extraño.
Había cancelado la boda y nadie la había creído.
Había llamado a todos diciéndoles que ya no habría celebración y, al día siguiente, la repostera la había llamado para preguntarle si quería frambuesas en la tarta.
—Pero si no necesito ninguna tarta. No va a haber boda —había dicho ella.
—Ya. Pedro nos advirtió de que dirías eso —le dijo Julie Ann—. Y que no nos preocupáramos, que solo eran nervios.
—¡No son nervios! —insistió Paula.
—Bien. Bueno, ¿quieres frambuesas en la tarta o no?
—Si Pedro es el autor de todo esto, que responda él —gritó Paula—. ¡Pregúntaselo a Pedro!
Lo mismo hizo con los del catering y con el organista.
—Preguntádselo a Pedro, él sabrá.
****
Alguien llamó a la puerta de Arturo a la hora de cenar. Este bajó el tenedor y frunció el ceño.
—¿Quién demonios…?
Pedro, que suponía de quién se trataba, se levantó rápidamente.
—No te preocupes, yo me ocupo de todo.
Tal y como imaginaba, se trataba de una furiosa Paula que no paraba de dar vueltas de un lado a otro del porche.
Nada más abrir se dirigió a él.
—¿Qué es lo que estás haciendo? —le preguntó.
—Cenando.
—¡Me refiero a Poppy, a Julie Ann, al párroco…!
—Solo confirmando todo para que no haya problemas de última hora. Le dije a Julie Ann que pusiera frambuesas en la tarta, pero si tú quieres…
—¡Yo no quiero nada! ¡No voy a casarme contigo!
—Claro que sí te vas a casar. Tienes que hacerlo, porque me quieres.
***
Ojala no hubiera sido así, ojala no lo hubiera querido.
Y precisamente porque lo quería no iba casarse. Porque no estaba dispuesta a fracasar, no quería ser una carga para él durante el resto de su vida.
No era el tipo de mujer adecuado para Pedro, pero él no se daba cuenta.
Pensaba que era osada y aventurera, alguien capaz de embarcarse en un crucero y recorrerse el mundo.
Pero, aunque aquella experiencia le hubiera dejado algunos recuerdos memorables, siempre había seguido prefiriendo su aburrida vida en Elmer. Eso era ella, una sencilla y aburrida chica de provincias.
¿Cómo podría Pedro Alfonso, que se había acostado con Támara Lynd, estar dispuesto a pasar el resto de su vida con ella?
martes, 14 de marzo de 2017
HASTA EL FIN DEL MUNDO: CAPITULO 32
Era lo más ridículo que había oído en su vida.
¿Quién era capaz de insistir en que una boda siguiera adelante cuando sabía que la novia no se iba a presentar?
Pedro Alfonso era el único capaz de algo así.
Paula se desesperaba con él.
Sentía lo que estaba ocurriendo, pero sabía que tenía razón.
Había estado viviendo en un mundo de sueño, creyendo que podría mantener a Pedro a su lado, satisfacerlo.
Pero no era verdad.
¿Cómo podía lograr que un hombre como él mantuviera su interés en ella?
Estaba siendo práctica, razonable y evitando una catástrofe.
No podía contentarlo durante el resto de sus vidas. ¡Si se había acostado con Támara Lynd!
Y, aunque lo creía cuando le decía que no había sido más que una noche de sexo y que no volvería a acostarse con ella, también sabía que eso no significaba que no acabaría yéndose con otras mujeres.
Estaba convencida de que se acabaría aburriendo con ella, que buscaría emociones fuera de casa.
Pedro estaba demasiado obcecado como para ver eso. Pero llegaría a darse cuenta.
Cancelaría el banquete, las flores, la iglesia y eso sería el final de aquella absurda historia.
****
—¿Un chaqué? —preguntó Arturo mirando a Pedro de arriba abajo confuso—. Jamás me he puesto un chaqué.
—Yo tampoco —le dijo Pedro—. Pero es lo que Paula quiere. Así que iremos esta tarde a que nos midan.
Pedro había llamado a la tienda que Paula le había mencionado y había concertado una cita. También había llamado a Noah, Taggart y Gus y les había dicho que estuvieran allí para probarse, haciendo caso omiso a sus protestas.
—Tengo un traje —continuó Arturo—. Uno azul oscuro que me compré cuando me casé con Maudi.
Lo que significaba que tendría sesenta y tanto años.
—Te enterraremos con él, Arturo. Pero para esta boda te vas a poner un chaqué.
Arturo lo miró sorprendido.
—Te estás volviendo un tanto mandón, ¿no?
Más bien desesperado, habría querido decirle.
Había llamado a la iglesia aquella mañana para cerciorarse de que todo estaría preparado el sábado.
—¿Quién es? —le había preguntado el párroco sorprendido—. ¿Pedro Alfonso? Pero si Paula me ha llamado…
—Solo es un ataque de pánico de última hora —le había dicho Pedro—. Estaremos allí a la hora concertada.
Lo mismo tuvo que hacer con Poppy, de la floristería, Denise, de la comida, Julie Ann, de la tarta.
—Tú cobras por hacer pasteles, ¿no?
—Sí, pero…
—Bien. Entonces te llevaré un cheque.
Para asegurarse de que nadie le iba a fallar, utilizó el mismo sistema con todo el mundo. Incluso le envió un cheque a Patricia para que se encargara de pagar el salón de bodas que ella misma había concertado.
Lo llamó en cuanto lo recibió.
—Pero si Paula me dijo que habíais cancelado la boda.
—Nada de eso —le dijo él con firmeza.
—Bueno, pues me alegro. Me preguntaba si el comentario de Támara la había empujado a dar marcha atrás.
—Lo cierto es… que la ha puesto un poco nerviosa —le dijo Pedro.
—Es algo que ocurrió en el pasado —dijo Patricia—. Lo mismo que lo de Santiago con ella. Y te puedo asegurar, que no volverá a ocurrir.
Pedro la creyó. Santiago jamás perdería a una mujer como Patricia. Del mismo modo que él no quería perder a Paula.
La amaba y siempre la amaría.
Solo esperaba que el tres de octubre a las tres de la tarde ella estuviera convencida de eso también.
HASTA EL FIN DEL MUNDO: CAPITULO 31
Pedro se decía a sí mismo que podría haber sido peor.
Támara podría haber dicho que era un amante nefasto o haber insinuado que lo quería de nuevo en su vida, haberse agarrado a su cuello y haber gritado que era suyo. Pero estaba claro que no sentía más interés del que él sentía por ella.
Solo esperaba que Paula lo entendiera así. Ojala hubiera dicho algo.
Llevaban ya varios kilómetros de camino y ella no había pronunciado palabra.
Bueno, tampoco tanto. Había respondido aunque escuetamente a preguntas como: «¿Quieres que paremos a tomar un café?», con un educado «No, gracias».
Pero sus palabras habían sonado distantes, como si su mente hubiera estado en otra parte.
La cuestión era dónde.
Pedro no dejaba de preguntarse si debía o no darle alguna explicación. Pero era difícil hablarle a la mujer a la que amas de una noche con otra mujer.
¿Cómo podía explicarle que Támara no había significado ni significaba nada para él? Que, en realidad, aquella noche habría querido pasarla con Paula.
No encontraba las palabras adecuadas para justificarse. Su noche con Támara Lynd no había sido sino un acto más de inmadurez. Comentarle lo sucedido no haría sino certificar que todo lo malo que había pensado sobre él en los últimos años había sido cierto.
Así que decidió mantener la boca cerrada al respecto.
Habló sobre lo bien que se lo había pasado el fin de semana, sobre lo estupendo que era Santiago y lo sorprendente que era Gavin. Y para que no pensara que evitaba el tema de Támara comentó que había engordado.
—Tú lo sabrás mejor que nadie —respondió Paula.
¡Maldición! Debería haber mantenido la boca cerrada.
Rápidamente, cambió de tema y empezó a hablar de Sara.
Pedro hablaba mucho y muy rápido cuando estaba nervioso.
Pero Paula no respondía y él necesitaba que lo hiciera.
Buscó desesperadamente un tema que la obligara a intervenir.
—¿Habéis resuelto los últimos preparativos de la boda? —le preguntó.
Ella respondió ausente.
—¿Cómo? Ah… sí, supongo que sí.
—Fantástico —dijo Pedro deteniendo el coche ante la casa de Paula—. Estoy ansioso de ver a Arturo con un chaqué.
Paula sonrió levemente y abrió la puerta. Pedro salió rápidamente, sacó la bolsa de Paula del maletero y la siguió hasta la entrada de la casa.
—Gracias —dijo ella—. Adiós.
Se disponía a entrar cuando él la detuvo.
—No es demasiado tarde. Podríamos pasar un rato juntos.
—Llevamos todo el fin de semana —dijo ella sin mirarlo.
—Paula —dijo él en tono desesperado—. Necesitamos hablar.
—Tengo que pensar.
—No. ¡No tienes nada sobre lo que pensar! No sobre lo que Támara ha dicho. ¡Lo que ocurrió entre nosotros no significó nada! ¡Ni va a volver a suceder, te lo juro!
Paula asintió.
—Te creo.
—¿De verdad? ¡Bien, bien! Gracias a Dios —se sintió inmensamente aliviado. Sonrió, aunque el corazón todavía le latía con demasiada fuerza—. ¿Entonces, lo entiendes? Ella no significa nada para mí. No fue nada más que una noche estúpida.
Paula asintió otra vez, pero continuó pensativa.
—¿Paula?
Sonrió y le dio unas palmaditas en la mano.
—Lo entiendo —le dijo.
¿Sería verdad? Pedro esperaba que sí.
****
Paula lo entendía perfectamente.
Había sido una estúpida. Támara Lynd le había abierto los ojos.
Se había pasado toda la noche pensando, dando vueltas por la casa y sintiéndose enferma.
A primera hora de la mañana se había levantando y se había ido a la tienda antes de que abrieran. Quería ver a Pedro.
Al abrir la puerta, él se volvió y, al ver que era ella, una gran sonrisa iluminó su rostro.
Se encaminó apresuradamente a su encuentro.
—¡Hola! Te has levantado muy pronto hoy.
Ella sonrió tensamente. No podía dejar que su encanto la sedujera.
—He venido a devolverte algo. Toma.
Él miró su dedo desnudo y la sortija en la otra mano.
Negó con la cabeza.
—No.
—¿Qué quieres decir? Vamos, Pedro, tómalo. Es tuyo. Te lo estoy devolviendo.
Él se metió las manos en los bolsillos negándose a recibir lo que le daba.
—¿Por qué? ¡Tú me dijiste que me creías! —dijo él con feroz desesperación.
—Y te creo —ella seguía tratando de devolverle el anillo.
Pedro retrocedió.
—Entonces, ¿por qué estás haciendo esto?
—Porque… porque no puedo casarme contigo.
Él agitó la cabeza de un lado a otro.
—¿Por qué no? Esa mujer no significa nada para mí, es solo parte del pasado. ¡Vamos, Paula, esto no tiene ningún sentido!
—Para mí sí —dijo ella cruzando los brazos a la altura del pecho y dándose cuenta de lo intenso que era el dolor que todo aquello le provocaba.
—Explícate.
Ella se mojó los labios, respiró profundamente y exhaló.
—No funcionará —dijo finalmente.
Pedro levantó las cejas, confuso.
—¿Qué quieres decir con eso de que no funcionará?
—Nuestro matrimonio —dijo ella realmente consumida por el dolor—. ¡Ni siquiera fui suficiente para Mateo!
—¿Qué? —Pedro la miró perplejo—. ¿Mateo? ¿Qué demonios tiene que ver Mateo en todo esto?
—Te acostaste con Támara.
—Porque fui un estúpido —dijo Pedro con amargura—. Sí, lo hice, la misma noche en que tú ganaste a Santiago en la subasta. Estaba furioso, amargado. Aquella noche te miraba desde mi ventana preguntándome qué te había poseído para hacer una cosa tan estúpida. No te dabas cuenta de que yo estaba allí. Támara vino a mi habitación con intención de hacerme ver que no eras la única mujer del mundo. Nos acostamos, eso fue todo. Y no fue precisamente memorable. La verdad es que fue bastante catastrófico.
Paula se quedó un momento pensativa, tratando de digerir todo aquello. Pero, al final, concluyó que la historia no le hacía cambiar de opinión.
—Exacto —dijo ella.
Pedro la miró perplejo.
—¿Cómo?
—Has dicho que fue un desastre. Te diste cuenta.
—¿De qué?
—¡De que era un desastre! Tenías con qué comparar. Podías juzgar. ¡Eso mismo te ocurrirá conmigo! —Paula se dio la vuelta y comenzó a caminar de un lado a otro—. Todo esto no es sobre Támara, Pedro. Es sobre mí. No fui suficiente para Mateo cuando él no era más que un necio inexperto. Tú has estado con muchas mujeres. Te has acostado con Támara Lynd. Yo no puedo competir contra eso.
—¡Te quiero, maldita sea!
Paula tragó saliva.
—Me quieres ahora, o crees que es así.
—No lo creo, lo sé —le aseguró Pedro.
Pero ella no aceptó su afirmación.
—No es real. Lo nuestro no ha sido más que un romance de barco, tal y como dijo Simone. No durará.
—¡Claro que sí!
—No. Durante tiempo has pensado que sentías algo por mí y me veías inalcanzable. Tenía la emoción del reto —dijo ella, mientras Pedro negaba con la cabeza y la miraba atónito—. Pero ya me tienes y ya estás contento. Piensas que has conseguido lo que querías. Sin embargo eso no será suficiente durante cincuenta años.
—No puedo creerme que esté oyendo esto —dijo Pedro.
—Es la verdad, Pedro. En cuanto sientas que me has conseguido, querrás otra cosa. Has estado con otras, con mujeres como Támara.
—¡Jamás he amado a otra mujer!
—Pero yo no soy suficiente para ti —dijo ella. Y, por mucho que le doliera admitirlo, ese era el fondo del asunto. No podía casarse con él y luego sentir que había fracasado. Eso era mucho peor que no casarse.
Durante un rato, Pedro no respondió, se limitó a mirarla fijamente.
—Así que todo esto es por lo de Mateo—dijo él—. ¿Tanto lo querías?
—No —dijo Paula—. Pensé que lo quería, pero en realidad lo que deseaba era un matrimonio. Él no era más que una razón para organizar una boda.
—¿Y yo? ¿Qué soy yo? ¿Otra «razón»?
—¡Por supuesto que no!
Él la miró con fiereza.
—¿Entonces me amas?
—Esto no tiene nada que ver con el amor.
—Sí, claro que tiene que ver con el amor, es lo único que importa. Yo te quiero, Paula Chaves. Y no voy a cansarme de ti ni en cincuenta ni en ciento cincuenta años.
—¡Déjalo, Pedro! —le tendió el anillo—. Toma.
Él sacó las manos de los bolsillos, pero no hizo amago alguno de tomar el anillo.
—No. Te pedí que te casaras conmigo y me dijiste que sí.
—Y ahora te estoy diciendo que no.
—Mala suerte.
Ella frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir?
—Que la boda ya está organizada.
—La cancelaremos.
—Yo no.
—Lo haré yo.
—Me hiciste una promesa. Me prometiste que te casarías conmigo.
—Te he fallado. Esa es otra razón más.
Él negó con la cabeza.
—Yo creo en ti, creo en tu capacidad de compromiso. ¿Tú no crees en la mía?
—Soy realista, Pedro.
—Eres una cobarde.
Ella apretó los labios para amortiguar el impacto de su acusación.
—Quizás lo sea —dijo—. Así que toma el anillo, porque no quieres casarte con una cobarde.
—Quiero casarme contigo, Paula y no pienso aceptar ese anillo. Te lo di con todo mi amor y toda mi confianza. Tú lo aceptaste. Yo sigo adelante con la boda. Si tú no quieres casarte conmigo, tendrás que dejarme plantado en el altar
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