martes, 14 de marzo de 2017

HASTA EL FIN DEL MUNDO: CAPITULO 31





Pedro se decía a sí mismo que podría haber sido peor. 


Támara podría haber dicho que era un amante nefasto o haber insinuado que lo quería de nuevo en su vida, haberse agarrado a su cuello y haber gritado que era suyo. Pero estaba claro que no sentía más interés del que él sentía por ella.


Solo esperaba que Paula lo entendiera así. Ojala hubiera dicho algo.


Llevaban ya varios kilómetros de camino y ella no había pronunciado palabra.


Bueno, tampoco tanto. Había respondido aunque escuetamente a preguntas como: «¿Quieres que paremos a tomar un café?», con un educado «No, gracias».


Pero sus palabras habían sonado distantes, como si su mente hubiera estado en otra parte.


La cuestión era dónde.


Pedro no dejaba de preguntarse si debía o no darle alguna explicación. Pero era difícil hablarle a la mujer a la que amas de una noche con otra mujer.


¿Cómo podía explicarle que Támara no había significado ni significaba nada para él? Que, en realidad, aquella noche habría querido pasarla con Paula.


No encontraba las palabras adecuadas para justificarse. Su noche con Támara Lynd no había sido sino un acto más de inmadurez. Comentarle lo sucedido no haría sino certificar que todo lo malo que había pensado sobre él en los últimos años había sido cierto.


Así que decidió mantener la boca cerrada al respecto.


Habló sobre lo bien que se lo había pasado el fin de semana, sobre lo estupendo que era Santiago y lo sorprendente que era Gavin. Y para que no pensara que evitaba el tema de Támara comentó que había engordado.


—Tú lo sabrás mejor que nadie —respondió Paula.


¡Maldición! Debería haber mantenido la boca cerrada. 


Rápidamente, cambió de tema y empezó a hablar de Sara.


Pedro hablaba mucho y muy rápido cuando estaba nervioso. 


Pero Paula no respondía y él necesitaba que lo hiciera.


Buscó desesperadamente un tema que la obligara a intervenir.


—¿Habéis resuelto los últimos preparativos de la boda? —le preguntó.


Ella respondió ausente.


—¿Cómo? Ah… sí, supongo que sí.


—Fantástico —dijo Pedro deteniendo el coche ante la casa de Paula—. Estoy ansioso de ver a Arturo con un chaqué.


Paula sonrió levemente y abrió la puerta. Pedro salió rápidamente, sacó la bolsa de Paula del maletero y la siguió hasta la entrada de la casa.


—Gracias —dijo ella—. Adiós.


Se disponía a entrar cuando él la detuvo.


—No es demasiado tarde. Podríamos pasar un rato juntos.


—Llevamos todo el fin de semana —dijo ella sin mirarlo.


—Paula —dijo él en tono desesperado—. Necesitamos hablar.


—Tengo que pensar.


—No. ¡No tienes nada sobre lo que pensar! No sobre lo que Támara ha dicho. ¡Lo que ocurrió entre nosotros no significó nada! ¡Ni va a volver a suceder, te lo juro!


Paula asintió.


—Te creo.


—¿De verdad? ¡Bien, bien! Gracias a Dios —se sintió inmensamente aliviado. Sonrió, aunque el corazón todavía le latía con demasiada fuerza—. ¿Entonces, lo entiendes? Ella no significa nada para mí. No fue nada más que una noche estúpida.


Paula asintió otra vez, pero continuó pensativa.


—¿Paula?


Sonrió y le dio unas palmaditas en la mano.


—Lo entiendo —le dijo.


¿Sería verdad? Pedro esperaba que sí.



****


Paula lo entendía perfectamente.


Había sido una estúpida. Támara Lynd le había abierto los ojos.


Se había pasado toda la noche pensando, dando vueltas por la casa y sintiéndose enferma.


A primera hora de la mañana se había levantando y se había ido a la tienda antes de que abrieran. Quería ver a Pedro.


Al abrir la puerta, él se volvió y, al ver que era ella, una gran sonrisa iluminó su rostro.


Se encaminó apresuradamente a su encuentro.


—¡Hola! Te has levantado muy pronto hoy.


Ella sonrió tensamente. No podía dejar que su encanto la sedujera.


—He venido a devolverte algo. Toma.


Él miró su dedo desnudo y la sortija en la otra mano.


Negó con la cabeza.


—No.


—¿Qué quieres decir? Vamos, Pedro, tómalo. Es tuyo. Te lo estoy devolviendo.


Él se metió las manos en los bolsillos negándose a recibir lo que le daba.


—¿Por qué? ¡Tú me dijiste que me creías! —dijo él con feroz desesperación.


—Y te creo —ella seguía tratando de devolverle el anillo.


Pedro retrocedió.


—Entonces, ¿por qué estás haciendo esto?


—Porque… porque no puedo casarme contigo.


Él agitó la cabeza de un lado a otro.


—¿Por qué no? Esa mujer no significa nada para mí, es solo parte del pasado. ¡Vamos, Paula, esto no tiene ningún sentido!


—Para mí sí —dijo ella cruzando los brazos a la altura del pecho y dándose cuenta de lo intenso que era el dolor que todo aquello le provocaba.


—Explícate.


Ella se mojó los labios, respiró profundamente y exhaló.


—No funcionará —dijo finalmente.


Pedro levantó las cejas, confuso.


—¿Qué quieres decir con eso de que no funcionará?


—Nuestro matrimonio —dijo ella realmente consumida por el dolor—. ¡Ni siquiera fui suficiente para Mateo!


—¿Qué? —Pedro la miró perplejo—. ¿Mateo? ¿Qué demonios tiene que ver Mateo en todo esto?


—Te acostaste con Támara.


—Porque fui un estúpido —dijo Pedro con amargura—. Sí, lo hice, la misma noche en que tú ganaste a Santiago en la subasta. Estaba furioso, amargado. Aquella noche te miraba desde mi ventana preguntándome qué te había poseído para hacer una cosa tan estúpida. No te dabas cuenta de que yo estaba allí. Támara vino a mi habitación con intención de hacerme ver que no eras la única mujer del mundo. Nos acostamos, eso fue todo. Y no fue precisamente memorable. La verdad es que fue bastante catastrófico.


Paula se quedó un momento pensativa, tratando de digerir todo aquello. Pero, al final, concluyó que la historia no le hacía cambiar de opinión.


—Exacto —dijo ella.


Pedro la miró perplejo.


—¿Cómo?


—Has dicho que fue un desastre. Te diste cuenta.


—¿De qué?


—¡De que era un desastre! Tenías con qué comparar. Podías juzgar. ¡Eso mismo te ocurrirá conmigo! —Paula se dio la vuelta y comenzó a caminar de un lado a otro—. Todo esto no es sobre Támara, Pedro. Es sobre mí. No fui suficiente para Mateo cuando él no era más que un necio inexperto. Tú has estado con muchas mujeres. Te has acostado con Támara Lynd. Yo no puedo competir contra eso.


—¡Te quiero, maldita sea!


Paula tragó saliva.


—Me quieres ahora, o crees que es así.


—No lo creo, lo sé —le aseguró Pedro.


Pero ella no aceptó su afirmación.


—No es real. Lo nuestro no ha sido más que un romance de barco, tal y como dijo Simone. No durará.


—¡Claro que sí!


—No. Durante tiempo has pensado que sentías algo por mí y me veías inalcanzable. Tenía la emoción del reto —dijo ella, mientras Pedro negaba con la cabeza y la miraba atónito—. Pero ya me tienes y ya estás contento. Piensas que has conseguido lo que querías. Sin embargo eso no será suficiente durante cincuenta años.


—No puedo creerme que esté oyendo esto —dijo Pedro.


—Es la verdad, Pedro. En cuanto sientas que me has conseguido, querrás otra cosa. Has estado con otras, con mujeres como Támara.


—¡Jamás he amado a otra mujer!


—Pero yo no soy suficiente para ti —dijo ella. Y, por mucho que le doliera admitirlo, ese era el fondo del asunto. No podía casarse con él y luego sentir que había fracasado. Eso era mucho peor que no casarse.


Durante un rato, Pedro no respondió, se limitó a mirarla fijamente.


—Así que todo esto es por lo de Mateo—dijo él—. ¿Tanto lo querías?


—No —dijo Paula—. Pensé que lo quería, pero en realidad lo que deseaba era un matrimonio. Él no era más que una razón para organizar una boda.


—¿Y yo? ¿Qué soy yo? ¿Otra «razón»?


—¡Por supuesto que no!


Él la miró con fiereza.


—¿Entonces me amas?


—Esto no tiene nada que ver con el amor.


—Sí, claro que tiene que ver con el amor, es lo único que importa. Yo te quiero, Paula Chaves. Y no voy a cansarme de ti ni en cincuenta ni en ciento cincuenta años.


—¡Déjalo, Pedro! —le tendió el anillo—. Toma.


Él sacó las manos de los bolsillos, pero no hizo amago alguno de tomar el anillo.


—No. Te pedí que te casaras conmigo y me dijiste que sí.


—Y ahora te estoy diciendo que no.


—Mala suerte.


Ella frunció el ceño.


—¿Qué quieres decir?


—Que la boda ya está organizada.


—La cancelaremos.


—Yo no.


—Lo haré yo.


—Me hiciste una promesa. Me prometiste que te casarías conmigo.


—Te he fallado. Esa es otra razón más.


Él negó con la cabeza.


—Yo creo en ti, creo en tu capacidad de compromiso. ¿Tú no crees en la mía?


—Soy realista, Pedro.


—Eres una cobarde.


Ella apretó los labios para amortiguar el impacto de su acusación.


—Quizás lo sea —dijo—. Así que toma el anillo, porque no quieres casarte con una cobarde.


—Quiero casarme contigo, Paula y no pienso aceptar ese anillo. Te lo di con todo mi amor y toda mi confianza. Tú lo aceptaste. Yo sigo adelante con la boda. Si tú no quieres casarte conmigo, tendrás que dejarme plantado en el altar




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