miércoles, 15 de marzo de 2017

HASTA EL FIN DEL MUNDO: CAPITULO 34




Después de todo aquello, podría acabar trabajando como organizador de bodas.


Y quizás tendría que hacerlo, si Paula lo dejaba plantado en el altar. Sería el hazmerreír de Shields Valley y tendría que marcharse de Elmer.


Y era, sin duda alguna, una posibilidad, porque Paula continuaba en sus trece.


Tras su discusión en el porche de Arturo, ella se había marchado furiosa y no había vuelto a dirigirle la palabra.


El miércoles antes de la boda, Arturo le había preguntado qué le sucedía a Paula.


Pedro no le había contado lo sucedido, porque sabía que al viejo se le ocurriría alguna de sus descabelladas soluciones para resolver el problema y no se veía con ánimos para poner en marcha una de sus locuras.


—Es solo que está un poco nerviosa —respondió Pedro.


Arturo asintió, puso una loncha de jamón sobre la rodaja de pan y le untó mostaza.


—Me ha dicho que no se iba a casar contigo.


—Ya lo ves, son nervios.


Arturo puso otra rodaja de pan encima y le dio el sándwich a Pedro.


—¿Estás seguro de que es solo eso?


—Claro que sí.


—Así que tendremos que ir con chaqué —dijo Arturo.


—Sí —dijo Pedro con firmeza.


—Eso fue lo que yo le dije.


¡Vaya! Pedro levantó las cejas imaginándose la reacción de Paula.


—¿Y qué dijo?


—Nada. Se puso roja y parecía furiosa



****


—¿Cómo has podido mentirle a un anciano de ese modo? —le dijo Paula por teléfono.


—¿Paula? —dijo Pedro sorprendido al oír su voz—. ¿Cómo estás?


—¡No me hables como si no pasara nada! ¿No se lo has dicho a Arturo?


—¿Decirle qué?


—¡Sabes muy bien qué! Todavía piensa que va a haber boda.


—Es que la va a haber.


—¡No, tú sabes que no! Vas a quedar como un idiota.


Pedro hizo una pausa.


—Puede que así sea —le dijo lentamente—. Todo depende de ti.



****


Paula estaba sentada en la cocina escuchando el sonido del reloj y acariciándole las orejas a Sid, el gato, cuando oyó unos pasos en el porche.


Fuera quien fuera, no estaba dispuesta a abrir la puerta.


Nadie quería creerse que no se iba a casar con Pedro Alfonso al día siguiente, aunque se lo había dicho a todo el mundo.


Pero, inesperadamente, la puerta se abrió, y aparecieron Patricia y sus hijos, Sara, Lizzie, Daisy y Jack. Entraron en la habitación hablando sin parar.


—Hola, tía Paula —dijo Jack.


—Hola, tía —dijeron Daisy y Lizzie.


—Hola, Paula —dijo Patricia—. ¿Llevas puestos los zapatos de baile?


—¿Qué estáis haciendo aquí? —preguntó Paula desconcertada.


—Hemos venido a la boda —dijo Sara. Los demás asintieron.


—Y esta noche nos vamos a bailar a The Barrel.


—¿Qué?


Pasar la última noche antes de la boda en aquel local era tradición para todas las mujeres de Elmer.


—No me voy a casar —insistió Paula.


Las chicas la miraron escandalizadas, Jack atónito.


Patricia continuó sin alterarse.


—Mañana harás lo que te dé la gana, pero esta noche nos vamos a The Barrel. Vístete. Vamos a recoger a mamá y a Analia.


Aquello era una locura, algo totalmente descabellado y absurdo. Pero fueron.


The Barrel estaba abarrotado de gente, como era de esperar un viernes por la noche. No era el tipo de sitio que le gustaba a Paula. Quería irse a casa.


—¿Qué te parece ese? —le preguntó Analia, su mejor amiga de la escuela e hija del nuevo marido de su madre.


—¿Qué? —Paula se volvió desconcertada.


—El —dijo Analia, señalando a un vaquero que llevaba unos apretadísimos pantalones y una camisa rosa. Estaba inclinado sobre la mesa y ofrecía una estupenda vista—. Se supone que es tu despedida de soltera, y tenemos que ofrecerte todas las posibles alternativas a Pedro.


—No necesito alternativas —dijo Paula—. No voy a casarme con Pedro.


—¿Qué te parece ese? —le dijo su madre señalando a otro atractivo hombre.


Paula negó con la cabeza.


—No me interesa.


Le señalaron media docena más de hombres atractivos.


—Hay unos especímenes muy interesantes aquí —dijo Patricia finalmente. Luego miró a su hermana—. Pero ninguno vale la pena tanto como Pedro.


Paula, cuya traidora mente llevaba toda la noche diciéndole lo mismo, se dio media vuelta sin responder.


No quería comparar a Pedro con nadie, pues sabía cuál sería el veredicto: era más guapo y maravilloso que el resto de los hombres.


El problema no era Pedro, pero eso lo sabía de antemano.


¡El problema era ella!


Se sintió tremendamente desgraciada.


Patricia la tocó en el hombro.


—Creo que nos deberíamos ir a casa.







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