miércoles, 9 de noviembre de 2016

SOMBRAS DEL PASADO: CAPITULO 20





La flor y nata europea había acudido a la boda de Carlos Alfonso con Daniela.


Pedro estaba muy guapo con un traje oscuro y, a pesar de las reservas que tuviera para asistir a otra boda más de su padre, se las arregló para disimular mostrando su encanto sofisticado.


–Lo estás haciendo bien –murmuró Paula–. Estoy orgullosa de ti. Unas cuantas horas más y todo habrá acabado.


–¿Y cuál será mi recompensa?


–Sexo desenfrenado. Me gusta verte perder el control.


–Nunca pierdo el control.


–Claro que sí, señor Alfonso, y lo odias –dijo mirándolo a los ojos–. Estás acostumbrado a controlarlo todo: la gente que te rodea, tu trabajo, tus sentimientos… Me gusta sentir que soy la responsable de que pierdas ese control férreo. Deja de hablar y concéntrate. Es el momento de Daniela.


La ceremonia salió perfecta y Paula no tuvo dudas de que el amor entre Carlos y Daniela era sincero.


–Es la mujer ideal para él –le susurró a Pedro.


–Por supuesto que lo es. Cocina para él, cuida de su hija y hace su vida más fácil.


–Eso no la convierte en especial. Podía pagar a alguien para que lo hiciera.


–A su manera, ya la está pagando.


–No empieces –le reprendió, negándose a que estropeara el momento–. ¿Has visto cómo la mira? Solo tiene ojos para ella. Los demás podríamos desaparecer.


–Es la mejor idea que he oído en mucho tiempo. Hagámoslo.


–No, voy a pocas bodas y esta es perfecta. Algún día, serás tú el que se case –bromeó Paula.


–Paula…


–Lo sé, lo sé –dijo encogiéndose de hombros–. Todo el mundo sueña con bodas. Quiero que hoy todo el mundo sea feliz.


–Perfecto, hagámonos felices el uno al otro. Pero espera. Hay algo que tengo que hacer antes de marcharnos.


Dejó a Paula en la sombra, se acercó a su nueva madrastra y tomó sus manos entre las suyas.


Con un nudo en la garganta, Paula observó cómo se la llevaba aparte. No pudo oír lo que decían, pero vio a Daniela relajada mientras comentaban algo y reían. Al momento, Carlos se les unió.


Aquella celebración le había dejado a Paula una agradable sensación y la certeza de que aquella familia iba ser feliz para siempre.


Solo había una nube negra en el horizonte. Ahora que la boda había acabado, ambos volverían a sus vidas. En la suya, no había sitio para Pedro Alfonso. Aun así, les quedaba una última noche y no iba a estropearla pensando en el día siguiente. Estaba absorta en sus fantasías eróticas cuando Carlos apareció a su lado.


–Tengo un enorme favor que pedirte.


–Claro. 


¿Podéis quedaros esta noche con Chloe? Quiero estar a solas con Daniela. A Chloe le gusta estar contigo.Tienes mano para los niños.


Los planes de Paula de una noche erótica con Pedro para recordar se esfumaron. ¿Cómo negarse cuando lo suyo con Pedro era algo temporal y aquello era para siempre?


–Por supuesto.


Disimuló su decepción con una sonrisa y decidió darle la noticia de que iban a pasar la noche con un bebé cuando fuera demasiado tarde para que Pedro pudiera hacer algo. 


Así que, en vez de reclamar su ayuda para llevar las cosas de Chloe a la casa, lo hizo ella sola, después de pedirle a Daniela que le dijera que estaba cansada y que lo esperaba en Villa Camomile.


Estaba metiendo a Chloe en la cama, cuando oyó pasos en la terraza.


–Deberías haberme esperado –dijo Pedro apareciendo por la puerta.


–Calla, está durmiendo.


–¿Quién está durmiendo?


–Chloe –dijo señalándola en medio de la cama–. Es su noche de bodas, Pedro. No quieren tener que estar pendientes de levantarse para atender a un bebé. Tampoco tú tienes que hacerlo. Yo me ocuparé.



Pedro se quitó la corbata y la chaqueta.


–¿Va a dormir en la cama?


–Sí. Pensé que podíamos cuidarla juntos –dijo mirándolo, sin saber cómo iba a reaccionar–. Sé que va a estropear nuestra última noche juntos. ¿Estás enfadado?


–No, es lo correcto. Debería habérseme ocurrido antes.


–Puede que no nos deje dormir.


–Ya estamos acostumbrados –comentó con picardía en su mirada–. Dime qué quieres que haga. Quiero que la niña se sienta segura y querida.


Paula sintió que se derretía.


–No tienes que hacer nada. Y, si prefieres irte a dormir, está bien.


–Tengo una idea mejor. Tomemos algo en la terraza. Así, si se despierta, podremos oírla.


–Me parece buena idea. No tomé nada en la boda por miedo a que algo saliera mal.


–Sé a lo que te refieres –dijo él acariciándole el rostro–. Gracias por venir conmigo.


Paula sintió que sus latidos se aceleraban.


Un llanto procedente del dormitorio rompió la magia del momento.


–¿Puedes ir a verla mientras preparo un biberón?


–De acuerdo, pero no me culpes si lo empeoro todo.


Paula se apresuró a ir a la cocina y calentó la leche, sin dejar de oír los lloros. Al salir, el llanto había cesado y se detuvo junto a la puerta del dormitorio, sobrecogida ante la imagen de Pedro con su hermana en brazos, acariciándole la espalda mientras la sujetaba contra su hombro. Con su voz profunda, le estaba susurrando algo en griego.


No entendía lo que le estaba diciendo, pero parecía estar funcionando porque Chloe había apoyado la cabeza en su hombro y empezaba a cerrar los ojos.


–Siéntate y dale el biberón –sugirió Paula.


Pedro salió a la terraza y se sentó en una tumbona con la pequeña en brazos.


–Cuando dije que quería pasar la velada en la terraza con una mujer, no era esto precisamente lo que tenía en mente.


Sonriendo, Paula se sentó a su lado y le ofreció el biberón a la niña.


–Déjame a mí –dijo Pedro, quitándole el biberón de la mano.


–¿Lo ves? Tienes un don natural –comentó Paula al ver que Chloe empezaba a tomar la leche.


Cuando se la terminó, Pedro le devolvió el biberón a Paula.


–Está profundamente dormida. Ahora ha llegado el momento de ocuparme de ti –dijo mirándola con picardía.


Paula sintió un vuelco en el estómago.


–La meteré en la cama –dijo tomando a Chloe de brazos de Pedro.


–Yo iré a por el champán.


Paula llevó de puntillas a Chloe a la habitación y la metió en la enorme cama. Luego, cerró la puerta y dejó el biberón en la cocina.


–¿Se ha quedado dormida?


–Sí, no creo que se despierte. Está agotada –respondió y bebió un sorbo de champán–. Ha sido una boda preciosa. Me cae muy bien Daniela.


–A mí también.


–¿Crees que está enamorada? –preguntó Paula y bajó la copa.


–No soy un experto juzgando emociones, pero parecen muy felices juntos. Y estoy muy sorprendido por lo bien que ha recibido a Chloe.


–Creo que Chloe tendrá un hogar estable –comentó Paula, antes de quitarse los zapatos y sentarse en una tumbona.


Pedro se sentó a su lado, rozándole el muslo con el suyo.


–Tú no lo tuviste.


–No –dijo y se quedó mirando la piscina iluminada–. Era una niña muy enfermiza y creo que por eso pase de un hogar de acogida a otro.


–¿No quisieron adoptarte?


–Los niños mayores no son fáciles de ubicar, especialmente si son enfermizos. Cada vez que llegaba a una casa nueva, esperaba que fuera la definitiva. Pero ya está bien de hablar de esto. No te gusta hablar de familia ni de asuntos personales.


–Contigo, hago cosas que no hago con otras personas, como ir a bodas –dijo Pedro y le hizo girar la cara para besarla–. Tuviste una infancia difícil y aun así crees que es posible algo diferente.


–Porque no hayas conocido algo no quiere decir que no exista.


–Así que, a pesar de tus desastrosas relaciones, todavía crees que hay un final feliz esperando para ti.


–Ser feliz no tiene que ver con las relaciones. Ahora mismo soy feliz. Me lo he pasado muy bien –dijo esbozando una sonrisa falsa–. ¿Te he asustado?


Pedro no contestó. Acercó de nuevo su cabeza a la suya y se fundieron en un beso. Paula deseó que el tiempo se parara y que aquel instante durara para siempre.


–Nunca antes había conocido a alguien como tú –dijo ella cuando por fin se separaron.


–¿Frío e insensible? Eso es lo que me dijiste la primera noche.


–Estaba equivocada.


–No, no lo estabas.


–Te muestras así con la gente que no te conoce y con los que intentan aprovecharse de ti. Me gustaría ser como tú. Eres muy analítico. Hay otro aspecto de ti que no sueles mostrar al mundo, pero no te preocupes, es nuestro secreto.


–Paula…


–No temas. Todavía sigo sin estar enamorada de ti, pero no creo que seas tan frío como hace una semana.


«Sigo sin estar enamorada de ti».


Había dicho aquellas palabras muchas veces durante su corta relación y siempre de broma. Era su manera de recordar que lo suyo era diversión y sexo, y no algo más profundo. Hasta entonces. En aquel momento, se dio cuenta de que ya no era cierto.


No sabía en qué punto sus sentimientos habían cambiado, pero así era y aquella ironía le resultaba dolorosa. Siempre había buscado la compatibilidad en sus relaciones. David Ashurst le había parecido el hombre adecuado, pero había resultado ser un fiasco. Sin embargo, Pedro, que no cumplía ninguno de los requisitos en su lista, había resultado ser el hombre perfecto en todos los aspectos. Había demostrado ser honesto y leal con su familia, y, en parte, por eso lo quería.


Quería quedarse allí con él para siempre, respirar la brisa marina y disfrutar de aquella vida de felicidad. Pero no era lo que él quería y nunca lo sería.




SOMBRAS DEL PASADO: CAPITULO 19




Los siguientes dos días fueron un sin parar de actos sociales. Helicópteros y barcos iban y venían hacia el otro lado de la isla, así que Paula apenas era consciente de la existencia de otras personas. Para ella, todo giraba en torno a Pedro.


Había habido un pequeño cambio en su relación, aunque tenía la sensación de que era solo por su parte. En vez de frío y distante, ahora parecía estar en guardia.


Entre una celebración y otra, Paula pasaba el tiempo en la piscina y en la pequeña playa privada de Villa Camomile. Le encantaba nadar en el mar y, en más de una ocasión, Pedro había tenido que sacarla a pocos minutos de que tuviera que acompañarlo a alguna comida.


Él estaba ausente con frecuencia, pasando ratos con su padre. Después de aquella primera comida, había dejado de hacer preguntas impertinentes a Daniela y, aunque no era exactamente cariñoso con ella, al menos era educado.


Para eludir la locura de los preparativos de boda, Pedro decidió enseñarle la isla a Paula. El día antes de la celebración, la sacó de la cama justo antes de que amaneciera, después de una noche de más sexo que descanso.


–¿Qué horas son estas?


–Ya me darás las gracias. Ponte calzado cómodo.


Se puso unos pantalones cortos y unas zapatillas de correr y, bostezando, lo siguió fuera de la casa. Al ver una Vespa a la puerta, se detuvo en seco.


–Creo que algo extraño le ha pasado a tu limusina.


–Cuando era adolescente, esta era mi manera favorita de moverme por la isla –dijo Pedro subiéndose a la moto.


–¿No debería ponerme un casco o algo? –preguntó, colocándose tras él.


–Sujétate a mí.


Recorrieron los caminos de tierra, pasaron por playas preciosas y dejaron la moto junto a las ruinas de un castillo veneciano, desde donde continuaron caminado. La tomó de la mano y llegaron a la cima justo cuando el sol estaba saliendo.


El paisaje era impresionante y se sentaron a ver el amanecer.


–Podría acostumbrarme a vivir aquí. La luz, el clima, la gente… No puedo creer que te criaras aquí. Tienes mucha suerte. Aunque seguro que ya lo sabes.


Pedro sacó un termo de café y unas pastas que a Paula le encantaban.


–Las ha hecho Daniela.


–Confiésalo, te empieza a caer bien.


–Admito que lo que pensé que era sentimiento de culpabilidad es timidez.


–Te gusta.


–Bueno, quizá un poco.


–¿Ves como no pasa nada por reconocerlo? Todavía conseguiré que seas un romántico –dijo ella y se terminó la pasta que tenía en la mano–. Ha sido un comienzo de día perfecto.


–¿Ha merecido la pena levantarse?


–Sí, desde luego, pero sería más fácil despertarse si me dejaras dormir por la noche.


–¿Quieres dormir, erota mou? –dijo y la besó–. Puedo llevarte a la cama ahora mismo, si eso es lo que quieres.


Paula sintió que su corazón latía con fuerza y tuvo que recordarse que aquello era sexo y nada más.


–¿Qué otra opción tengo?


–Hay ruinas minoicas al oeste de aquí, si quieres que sigamos la excursión.


–Hay restos minoicos por toda Creta –dijo Paula, pensando en que no volvería a tener la oportunidad de pasar tiempo con Pedro Alfonso–. Prefiero la cama.



SOMBRAS DEL PASADO: CAPITULO 18





Unas horas más tarde, tumbados en la cama, sus cuerpos entrelazados disfrutaban de la fresca brisa nocturna. Paula pensó que estaba dormido, hasta que se movió y la abrazó.


–Gracias por ayudar con Chloe.


–Algún día me gustaría tener mi propia familia, pero es algo de lo que no suelo hablar. Me gusta mi trabajo, pero no es lo único que quiero hacer en la vida.


–¿Por qué elegiste Arqueología?


–Supongo que porque me fascinaba cómo vivía la gente en el pasado. Nos dice mucho acerca de dónde venimos. Quizá es porque no sé de dónde vengo por lo que siempre me ha interesado.


–¿No sabes nada de tu madre?


–Muy poco. Creo que me quería, pero que no pudo hacerse cargo de mí. Supongo que sería una adolescente. Lo que siempre me he preguntado es por qué nadie pudo ayudarla. Debió de sentirse muy sola y asustada.


–¿Has tratado de localizarla?


–La policía lo intentó en su día, pero no hubo suerte. Pensaron que probablemente fuera de los alrededores de Londres


Nunca antes había hablado de aquello con nadie y se preguntó por qué lo estaba haciendo con Pedro. Quizá fuera porque él también había sido abandonado por su madre, aunque las circunstancias fueran diferentes. O porque su sinceridad hacía que fuera muy fácil hablar con él. Después de descubrir cómo se había equivocado con David Ashurst, era un alivio estar con alguien que era exactamente como parecía. Y aunque lo había acusado de ser arrogante, en parte comprendía que verla con Chloe lo hubiera alterado.


Era evidente que sus problemas con el amor y el matrimonio tenían su origen en una edad muy temprana. Había sido abandonado por su madre, lo que había provocado una infancia llena de inseguridad y falta de confianza. A partir de entonces, se había forjado su creencia de que las relaciones eran algo meramente transitorio.


–Tú y yo no somos tan diferentes, Pedro Alfonso. Somos la consecuencia de nuestros pasados, aunque en diferentes direcciones. Dejaste de creer que el amor verdadero existía mientras que yo estoy decidida a encontrarlo. Por eso se nos dan tan mal las relaciones.


–A mí no.


–Tú ni siquiera las tienes, Pedro. Tú tienes sexo.


–El sexo es una forma de relacionarse.


–Realmente no. Es algo superficial.


–¿Por qué estamos hablando de mí? Cuéntame por qué crees que se te dan mal las relaciones.


–Porque me preocupo demasiado.


–Tú quieres un cuento de hadas.


–Si lo dices de esa forma, haces que parezca tonta. Lo que quiero es ser esa persona especial para alguien. Por mi vida ha pasado mucha gente, pero nadie ha permanecido. Tengo amigos, buenos amigos, pero no es lo mismo. Quiero ser el sueño hecho realidad para alguien, ser la persona a la que acuda cuando esté triste o contento y junto a la que quiera despertarse y envejecer. Seguro que piensas que estoy loca.


–No es eso lo que pienso.


Su voz era grave y Paula se giró para mirarlo, pero sus rasgos no se distinguían en la oscuridad.


–Gracias por escuchar –dijo conteniendo un bostezo–. Sé que piensas que el amor no existe, pero espero que algún día encuentres a esa persona especial.


–No tengo ninguna duda de que en la cama eres mi favorita. ¿Eso cuenta? –dijo y la tapó con la sábana–. Venga, ahora duerme.




martes, 8 de noviembre de 2016

SOMBRAS DEL PASADO: CAPITULO 17




Pedro se abrió paso entre los invitados, salió a la terraza y bajó junto a la cascada de agua que caía desde la fuente a la piscina. Los niños lloraban por muchos motivos, lo sabía, pero no pudo evitar preguntarse si Chloe se daba cuenta de que su madre la había abandonado. El hecho de que no hubiera podido reconfortarla no era lo que le había alterado. 


Había sido la expresión del rostro de Paula el verdadero motivo de su perturbación.


En aquel momento se dio cuenta de la tremenda equivocación que había cometido al llevarla. ¿A quién pretendía engañar? El error había estado en llevarla a su casa después de cenar en aquel restaurante, en vez de dejarla en su apartamento.


No era la mujer adecuada para él ni él el hombre adecuado para ella.


Se quitó la pajarita y se pasó la mano por la cara, maldiciendo en voz baja.


–¿Pedro?


Oyó su voz detrás de él y, al darse la vuelta, allí estaba. La luz de la piscina hacía que sus ojos centellearan. El vestido turquesa marcaba las curvas de su cuerpo y su melena rubia, recogida en una trenza griega, resplandecía como un halo. No había habido un hombre que no hubiera reparado en ella y estaba convencido de que no se había dado cuenta. Los celos siempre le habían parecido una emoción oscura y dañina, pero aquella noche los había sentido con toda su intensidad. Debería haberle comprado un vestido negro sin forma, aunque tenía la sensación de que no hubiera supuesto ninguna diferencia.


–Pensaba que estabas con Chloe. ¿Está dormida?


–Daniela se ha hecho cargo. No deberías haberte ido.


Parecía furiosa. No había ni rastro de la dulzura que había mostrado con el bebé.


El viento se había levantado y Pedro frunció el ceño al verla estremecerse y frotarse los brazos.


–¿Tienes frío?


–No, estoy muy enfadada, Pedro. No me parece justo que lo pagues con una niña, solo porque no soportas a su madre.


Pedro respiró hondo. No sabía hasta qué punto ser sincero.


–Lo que pasa no tiene nada que ver con Chloe, sino contigo.


–¿Conmigo? –dijo sorprendida.


–Eres la clase de mujer que no puede evitar tomar un bebé en brazos. Ves rayos de sol en mitad de la tormenta y finales felices por todas partes, y piensas que la familia es la respuesta a todos los problemas del mundo.


Paula se quedó mirándolo sin comprender.


–Me gustan los bebés, es cierto, y no veo por qué tengo que disculparme por querer tener algún día mi propia familia. Sé que a veces la vida es complicada y prefiero fijarme en lo positivo y no en lo negativo. Pero no entiendo qué tiene que ver eso con esta situación. Nada explica la manera en que te has comportado en esa habitación. Dices que la culpa es mía, pero no veo cómo…


De repente, la expresión de Paula cambió.


–Ah, ya lo entiendo –continuó–. Piensas que porque quiero tener una familia y me gustan los bebés soy una persona peligrosa con la que acostarte, ¿no es cierto?


–Paula…


–No, no pongas excusas ni busques una manera diplomática de expresar lo que sientes. Lo llevas escrito en la cara.


Se levantó la falda del vestido y se fue. Pedro apretó la mandíbula, consciente de lo molesta que estaba.


–Espera. No puedes volver con esos zapatos.


–Claro que puedo. ¿Cómo crees que me las arreglo? Antes de conocerte, nunca había subido en una limusina. Voy andando de un sitio para otro porque es más barato –dijo mirando hacia atrás.


Pedro la seguía sin saber muy bien cómo intervenir y evitar que se rompiera un tobillo.


–Deberíamos hablar de…


–No hay nada de qué hablar –estalló Paula, sin aminorar la marcha–. Tomo a tu hermana en brazos y temes que eso pueda cambiar nuestra relación. Te preocupa que esto deje de ser una cuestión de sexo y que me enamore de ti. Tu arrogancia es ofensiva.


Le iba a la zaga, preparado para sujetarla si se torcía un pie con aquellos zapatos.


–No es arrogancia, pero el incidente ha servido para confirmar lo diferentes que somos.


–Sí, muy diferentes. Por eso te escogí para acostarme contigo sin más. Es cierto que quiero tener hijos algún día, pero eres el último hombre con quien querría tenerlos.


–Eso no es… ¿Puedes parar un momento?


La tomó del brazo y la hizo darse la vuelta.


–Créeme, Pedro, nunca ha habido menos probabilidad de que me enamore de ti que en este preciso momento. Un bebé lloraba desconsolado y lo único en lo que podías pensar era en cómo salir de una relación que ni siquiera es tal. Ahora entiendo tus relaciones sin sentimientos. Se te da muy bien el sexo, pero eso es todo. Da más cariño un ordenador que tú.


Se soltó y continuó bajando por el camino. Pedro se quedó mirándola estupefacto tras su inesperado arranque. En términos sentimentales, le gustaba mantener alejadas a las mujeres. Nunca había aspirado a tener algo serio y no sentía nada cada vez que sus relaciones terminaban. No tenía ningún interés en el matrimonio ni en mantener un compromiso. Pero le preocupaba mucho que Paula estuviera molesta y la sensación le resultaba incómoda.


La siguió a una distancia prudente y se sintió aliviado al ver que se quitaba los zapatos al llegar a la terraza. Los tiró sobre una tumbona y siguió caminando. Las trenzas se le habían soltado por el viento y varios mechones de pelo le caían por los hombros desnudos.


Un hombre en su sano juicio la habría dejado a solas para que se tranquilizara. Pero él la siguió y entró tras ella en el dormitorio.


–Sal de aquí, Pedro.


–No –dijo quitándose la chaqueta y arrojándola a la silla más cercana.


–Pues deberías irte porque, tal y como me siento, sería capaz de darte un puñetazo.


–Estás muy guapa cuando te enfadas –observó y se acercó a ella–. ¿Podemos empezar de nuevo esta conversación?


–No tenemos nada más de qué hablar, Pedro. No des otro paso más.


–No debería haberte dejado con Chloe –dijo él sin detenerse–. Me he comportado como un idiota, lo admito, pero no estoy acostumbrado a relacionarme con una mujer como tú.


–¿Temes que no entienda las reglas? Créeme, no solo las entiendo, sino que las aplaudo. No querría enamorarme de alguien como tú. Y deja de mirarme así. De ninguna manera voy a acostarme contigo estando tan enfadada. Olvídalo.


–¿Nunca has tenido sexo furioso?


–El sexo tiene que ser dulce y tierno. ¿Quién querría…?


Pedro tomó su rostro entre las manos y comenzó a devorar su boca, sin saber muy bien qué era lo que tanto lo atraía de ella. Sin apartar los labios de los suyos, le levantó el vestido hasta la cintura, deslizó los dedos bajo sus bragas y percibió su cálida humedad. Luego sintió cómo trataba desesperadamente de bajarle la cremallera antes de que su mano se cerrara sobre su miembro. La empujó contra la pared, la tomó por los muslos y la levantó con facilidad, haciendo que lo abrazara con las piernas alrededor de sus caderas.


Pedro


Paula clavó las uñas en sus hombros mientras él la penetraba, rindiéndose al deseo incontrolado que sentía cada vez que estaba cerca de aquella mujer.


Salió y volvió a embestirla, provocando oleadas de placer en ambos. Desde ese momento, todo se volvió salvaje. Sintió sus uñas en los hombros y el movimiento frenético de sus caderas. Trató de ir más despacio y controlar los movimientos, pero ambos estaban fuera de sí y sintió las primeras sacudidas de Paula antes de rendirse a un clímax explosivo que borró todo de su mente excepto a aquella mujer.


Fue al dejarla en el suelo cuando se dio cuenta de que seguía vestido. No recordaba la última vez que había practicado sexo vestido. Solía tener más delicadeza.


–Me gusta el sexo furioso. Ya no estoy enfadada. Me has enseñado una manera nueva de poner fin a una discusión.


–Theé mou, el sexo no es la manera de poner fin a una discusión.


–Tú lo has hecho y ha funcionado. La adrenalina se ha canalizado en otra dirección y ahora estoy más tranquila.


Pedro estaba lejos de sentirse tranquilo.


–Paula…


–Sé que todo este asunto es difícil para ti, pero no tienes que preocuparte de que me enamore de ti. Eso no va a ocurrir nunca. Y la próxima vez que tu hermana pequeña llore, no se la pases a otra persona. Sé que no te gustan las lágrimas, pero creo que podrías hacer una excepción con una niña de dos años.


–Necesitaba consuelo y no tengo experiencia con bebés. Mi manera de resolver problemas es delegar funciones a aquellas personas que están mejor preparadas, y en este caso eras tú. Contigo se ha tranquilizado y conmigo no dejaba de llorar.


–Ya aprenderás. La próxima vez, tómala en brazos y reconfórtala. Tal vez así aprendas a relacionarte mejor y puedas practicar esa habilidad con adultos. Si no te resultara tan difícil expresar tus sentimientos, no habrías dejado pasar tanto tiempo sin ver a tu padre. Te adora, Pedro, y está muy orgulloso de ti. Sé que no te caía bien Carla, pero ¿no podías haber hecho alguna visita ocasional? ¿Tan difícil te resultaba?


–No sabes nada de ese asunto –dijo y respiró hondo–. Me mantuve apartado por sus sentimientos hacia mí.


–Es lo que digo. Porque vosotros dos os llevarais mal, él no tenía por qué sufrir.


–El problema no era ese. Ella sentía algo por mí –dijo y esperó a que cayera en la cuenta de lo que estaba diciendo, antes de continuar.


–Vaya. ¿Lo sabe tu padre?


–Sinceramente, espero que no. Me mantuve alejado para evitar que presenciara algo que pudiera hacerle daño. A pesar de mi opinión de Carla, no quería que su matrimonio terminase y menos aún que fuera por mi culpa, porque eso hubiera provocado un abismo entre nosotros.


–Pero al final fue precisamente lo que pasó y ni siquiera se enteró de por qué. ¿Crees que deberías habérselo dicho?


–Me hice esa pregunta muchas veces, pero decidí que no. Durante su breve matrimonio, le fue infiel en varias ocasiones y mi padre se enteró. No quería aumentar su dolor.


–Claro –dijo Paula con los ojos llenos de lágrimas–. Todo este tiempo pensaba que era por tu orgullo por lo que estabas decidido a castigarlo. Estaba equivocada, lo siento. Por favor, perdóname.


–No llores. No hay nada que perdonar.


–Te juzgué mal y saqué una conclusión equivocada. No volveré a hacerlo.


–No importa.


–A mí sí. Has dicho que tuvo aventuras. ¿Crees que Chloe puede no ser…?


Aquella posibilidad se le había pasado también por la cabeza.


–No sé, pero ya no importa. Los abogados de mi padre se están ocupando de que sea una adopción legal.


–Pero si no lo es y tu padre se entera…


–No cambiará sus sentimientos hacia Chloe. A pesar de todo, estoy convencido de que es hija de mi padre. Para empezar, tiene algunos rasgos característicos de mi familia.


–Empiezo a entender por qué te preocupaba que tu padre volviera a casarse de nuevo. ¿Es Carla la razón por la que no crees en el amor?


–No, ya me había formado esa opinión mucho antes de Carla.


Pedro esperaba que le hiciera más preguntas, pero, en vez de eso, lo abrazó.


–¿A qué viene esto?


–Porque te viste en una situación muy difícil y tu única opción fue mantenerte alejado de tu padre. Creo que eres una persona muy honesta.


–Paula…


–También porque te falló una mujer a una edad muy vulnerable. Pero sé que no quieres hablar de eso, así que no volveré a mencionarlo. ¿Por qué no nos vamos a la cama y hacemos las paces?