miércoles, 9 de noviembre de 2016

SOMBRAS DEL PASADO: CAPITULO 20





La flor y nata europea había acudido a la boda de Carlos Alfonso con Daniela.


Pedro estaba muy guapo con un traje oscuro y, a pesar de las reservas que tuviera para asistir a otra boda más de su padre, se las arregló para disimular mostrando su encanto sofisticado.


–Lo estás haciendo bien –murmuró Paula–. Estoy orgullosa de ti. Unas cuantas horas más y todo habrá acabado.


–¿Y cuál será mi recompensa?


–Sexo desenfrenado. Me gusta verte perder el control.


–Nunca pierdo el control.


–Claro que sí, señor Alfonso, y lo odias –dijo mirándolo a los ojos–. Estás acostumbrado a controlarlo todo: la gente que te rodea, tu trabajo, tus sentimientos… Me gusta sentir que soy la responsable de que pierdas ese control férreo. Deja de hablar y concéntrate. Es el momento de Daniela.


La ceremonia salió perfecta y Paula no tuvo dudas de que el amor entre Carlos y Daniela era sincero.


–Es la mujer ideal para él –le susurró a Pedro.


–Por supuesto que lo es. Cocina para él, cuida de su hija y hace su vida más fácil.


–Eso no la convierte en especial. Podía pagar a alguien para que lo hiciera.


–A su manera, ya la está pagando.


–No empieces –le reprendió, negándose a que estropeara el momento–. ¿Has visto cómo la mira? Solo tiene ojos para ella. Los demás podríamos desaparecer.


–Es la mejor idea que he oído en mucho tiempo. Hagámoslo.


–No, voy a pocas bodas y esta es perfecta. Algún día, serás tú el que se case –bromeó Paula.


–Paula…


–Lo sé, lo sé –dijo encogiéndose de hombros–. Todo el mundo sueña con bodas. Quiero que hoy todo el mundo sea feliz.


–Perfecto, hagámonos felices el uno al otro. Pero espera. Hay algo que tengo que hacer antes de marcharnos.


Dejó a Paula en la sombra, se acercó a su nueva madrastra y tomó sus manos entre las suyas.


Con un nudo en la garganta, Paula observó cómo se la llevaba aparte. No pudo oír lo que decían, pero vio a Daniela relajada mientras comentaban algo y reían. Al momento, Carlos se les unió.


Aquella celebración le había dejado a Paula una agradable sensación y la certeza de que aquella familia iba ser feliz para siempre.


Solo había una nube negra en el horizonte. Ahora que la boda había acabado, ambos volverían a sus vidas. En la suya, no había sitio para Pedro Alfonso. Aun así, les quedaba una última noche y no iba a estropearla pensando en el día siguiente. Estaba absorta en sus fantasías eróticas cuando Carlos apareció a su lado.


–Tengo un enorme favor que pedirte.


–Claro. 


¿Podéis quedaros esta noche con Chloe? Quiero estar a solas con Daniela. A Chloe le gusta estar contigo.Tienes mano para los niños.


Los planes de Paula de una noche erótica con Pedro para recordar se esfumaron. ¿Cómo negarse cuando lo suyo con Pedro era algo temporal y aquello era para siempre?


–Por supuesto.


Disimuló su decepción con una sonrisa y decidió darle la noticia de que iban a pasar la noche con un bebé cuando fuera demasiado tarde para que Pedro pudiera hacer algo. 


Así que, en vez de reclamar su ayuda para llevar las cosas de Chloe a la casa, lo hizo ella sola, después de pedirle a Daniela que le dijera que estaba cansada y que lo esperaba en Villa Camomile.


Estaba metiendo a Chloe en la cama, cuando oyó pasos en la terraza.


–Deberías haberme esperado –dijo Pedro apareciendo por la puerta.


–Calla, está durmiendo.


–¿Quién está durmiendo?


–Chloe –dijo señalándola en medio de la cama–. Es su noche de bodas, Pedro. No quieren tener que estar pendientes de levantarse para atender a un bebé. Tampoco tú tienes que hacerlo. Yo me ocuparé.



Pedro se quitó la corbata y la chaqueta.


–¿Va a dormir en la cama?


–Sí. Pensé que podíamos cuidarla juntos –dijo mirándolo, sin saber cómo iba a reaccionar–. Sé que va a estropear nuestra última noche juntos. ¿Estás enfadado?


–No, es lo correcto. Debería habérseme ocurrido antes.


–Puede que no nos deje dormir.


–Ya estamos acostumbrados –comentó con picardía en su mirada–. Dime qué quieres que haga. Quiero que la niña se sienta segura y querida.


Paula sintió que se derretía.


–No tienes que hacer nada. Y, si prefieres irte a dormir, está bien.


–Tengo una idea mejor. Tomemos algo en la terraza. Así, si se despierta, podremos oírla.


–Me parece buena idea. No tomé nada en la boda por miedo a que algo saliera mal.


–Sé a lo que te refieres –dijo él acariciándole el rostro–. Gracias por venir conmigo.


Paula sintió que sus latidos se aceleraban.


Un llanto procedente del dormitorio rompió la magia del momento.


–¿Puedes ir a verla mientras preparo un biberón?


–De acuerdo, pero no me culpes si lo empeoro todo.


Paula se apresuró a ir a la cocina y calentó la leche, sin dejar de oír los lloros. Al salir, el llanto había cesado y se detuvo junto a la puerta del dormitorio, sobrecogida ante la imagen de Pedro con su hermana en brazos, acariciándole la espalda mientras la sujetaba contra su hombro. Con su voz profunda, le estaba susurrando algo en griego.


No entendía lo que le estaba diciendo, pero parecía estar funcionando porque Chloe había apoyado la cabeza en su hombro y empezaba a cerrar los ojos.


–Siéntate y dale el biberón –sugirió Paula.


Pedro salió a la terraza y se sentó en una tumbona con la pequeña en brazos.


–Cuando dije que quería pasar la velada en la terraza con una mujer, no era esto precisamente lo que tenía en mente.


Sonriendo, Paula se sentó a su lado y le ofreció el biberón a la niña.


–Déjame a mí –dijo Pedro, quitándole el biberón de la mano.


–¿Lo ves? Tienes un don natural –comentó Paula al ver que Chloe empezaba a tomar la leche.


Cuando se la terminó, Pedro le devolvió el biberón a Paula.


–Está profundamente dormida. Ahora ha llegado el momento de ocuparme de ti –dijo mirándola con picardía.


Paula sintió un vuelco en el estómago.


–La meteré en la cama –dijo tomando a Chloe de brazos de Pedro.


–Yo iré a por el champán.


Paula llevó de puntillas a Chloe a la habitación y la metió en la enorme cama. Luego, cerró la puerta y dejó el biberón en la cocina.


–¿Se ha quedado dormida?


–Sí, no creo que se despierte. Está agotada –respondió y bebió un sorbo de champán–. Ha sido una boda preciosa. Me cae muy bien Daniela.


–A mí también.


–¿Crees que está enamorada? –preguntó Paula y bajó la copa.


–No soy un experto juzgando emociones, pero parecen muy felices juntos. Y estoy muy sorprendido por lo bien que ha recibido a Chloe.


–Creo que Chloe tendrá un hogar estable –comentó Paula, antes de quitarse los zapatos y sentarse en una tumbona.


Pedro se sentó a su lado, rozándole el muslo con el suyo.


–Tú no lo tuviste.


–No –dijo y se quedó mirando la piscina iluminada–. Era una niña muy enfermiza y creo que por eso pase de un hogar de acogida a otro.


–¿No quisieron adoptarte?


–Los niños mayores no son fáciles de ubicar, especialmente si son enfermizos. Cada vez que llegaba a una casa nueva, esperaba que fuera la definitiva. Pero ya está bien de hablar de esto. No te gusta hablar de familia ni de asuntos personales.


–Contigo, hago cosas que no hago con otras personas, como ir a bodas –dijo Pedro y le hizo girar la cara para besarla–. Tuviste una infancia difícil y aun así crees que es posible algo diferente.


–Porque no hayas conocido algo no quiere decir que no exista.


–Así que, a pesar de tus desastrosas relaciones, todavía crees que hay un final feliz esperando para ti.


–Ser feliz no tiene que ver con las relaciones. Ahora mismo soy feliz. Me lo he pasado muy bien –dijo esbozando una sonrisa falsa–. ¿Te he asustado?


Pedro no contestó. Acercó de nuevo su cabeza a la suya y se fundieron en un beso. Paula deseó que el tiempo se parara y que aquel instante durara para siempre.


–Nunca antes había conocido a alguien como tú –dijo ella cuando por fin se separaron.


–¿Frío e insensible? Eso es lo que me dijiste la primera noche.


–Estaba equivocada.


–No, no lo estabas.


–Te muestras así con la gente que no te conoce y con los que intentan aprovecharse de ti. Me gustaría ser como tú. Eres muy analítico. Hay otro aspecto de ti que no sueles mostrar al mundo, pero no te preocupes, es nuestro secreto.


–Paula…


–No temas. Todavía sigo sin estar enamorada de ti, pero no creo que seas tan frío como hace una semana.


«Sigo sin estar enamorada de ti».


Había dicho aquellas palabras muchas veces durante su corta relación y siempre de broma. Era su manera de recordar que lo suyo era diversión y sexo, y no algo más profundo. Hasta entonces. En aquel momento, se dio cuenta de que ya no era cierto.


No sabía en qué punto sus sentimientos habían cambiado, pero así era y aquella ironía le resultaba dolorosa. Siempre había buscado la compatibilidad en sus relaciones. David Ashurst le había parecido el hombre adecuado, pero había resultado ser un fiasco. Sin embargo, Pedro, que no cumplía ninguno de los requisitos en su lista, había resultado ser el hombre perfecto en todos los aspectos. Había demostrado ser honesto y leal con su familia, y, en parte, por eso lo quería.


Quería quedarse allí con él para siempre, respirar la brisa marina y disfrutar de aquella vida de felicidad. Pero no era lo que él quería y nunca lo sería.




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