miércoles, 9 de noviembre de 2016
SOMBRAS DEL PASADO: CAPITULO 19
Los siguientes dos días fueron un sin parar de actos sociales. Helicópteros y barcos iban y venían hacia el otro lado de la isla, así que Paula apenas era consciente de la existencia de otras personas. Para ella, todo giraba en torno a Pedro.
Había habido un pequeño cambio en su relación, aunque tenía la sensación de que era solo por su parte. En vez de frío y distante, ahora parecía estar en guardia.
Entre una celebración y otra, Paula pasaba el tiempo en la piscina y en la pequeña playa privada de Villa Camomile. Le encantaba nadar en el mar y, en más de una ocasión, Pedro había tenido que sacarla a pocos minutos de que tuviera que acompañarlo a alguna comida.
Él estaba ausente con frecuencia, pasando ratos con su padre. Después de aquella primera comida, había dejado de hacer preguntas impertinentes a Daniela y, aunque no era exactamente cariñoso con ella, al menos era educado.
Para eludir la locura de los preparativos de boda, Pedro decidió enseñarle la isla a Paula. El día antes de la celebración, la sacó de la cama justo antes de que amaneciera, después de una noche de más sexo que descanso.
–¿Qué horas son estas?
–Ya me darás las gracias. Ponte calzado cómodo.
Se puso unos pantalones cortos y unas zapatillas de correr y, bostezando, lo siguió fuera de la casa. Al ver una Vespa a la puerta, se detuvo en seco.
–Creo que algo extraño le ha pasado a tu limusina.
–Cuando era adolescente, esta era mi manera favorita de moverme por la isla –dijo Pedro subiéndose a la moto.
–¿No debería ponerme un casco o algo? –preguntó, colocándose tras él.
–Sujétate a mí.
Recorrieron los caminos de tierra, pasaron por playas preciosas y dejaron la moto junto a las ruinas de un castillo veneciano, desde donde continuaron caminado. La tomó de la mano y llegaron a la cima justo cuando el sol estaba saliendo.
El paisaje era impresionante y se sentaron a ver el amanecer.
–Podría acostumbrarme a vivir aquí. La luz, el clima, la gente… No puedo creer que te criaras aquí. Tienes mucha suerte. Aunque seguro que ya lo sabes.
Pedro sacó un termo de café y unas pastas que a Paula le encantaban.
–Las ha hecho Daniela.
–Confiésalo, te empieza a caer bien.
–Admito que lo que pensé que era sentimiento de culpabilidad es timidez.
–Te gusta.
–Bueno, quizá un poco.
–¿Ves como no pasa nada por reconocerlo? Todavía conseguiré que seas un romántico –dijo ella y se terminó la pasta que tenía en la mano–. Ha sido un comienzo de día perfecto.
–¿Ha merecido la pena levantarse?
–Sí, desde luego, pero sería más fácil despertarse si me dejaras dormir por la noche.
–¿Quieres dormir, erota mou? –dijo y la besó–. Puedo llevarte a la cama ahora mismo, si eso es lo que quieres.
Paula sintió que su corazón latía con fuerza y tuvo que recordarse que aquello era sexo y nada más.
–¿Qué otra opción tengo?
–Hay ruinas minoicas al oeste de aquí, si quieres que sigamos la excursión.
–Hay restos minoicos por toda Creta –dijo Paula, pensando en que no volvería a tener la oportunidad de pasar tiempo con Pedro Alfonso–. Prefiero la cama.
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