sábado, 25 de junio de 2016

EL PACTO: CAPITULO 2





De todos los personajes que podrían haber entrado en su despacho un viernes cualquiera, tenía que ser Paula.


Era la única mujer que había logrado sacarlo de su disfraz de hombre de negocios, la única que podía presumir de haber dormido en su cama. La breve relación había sido salvaje, la realización de sus más locas fantasías.


Paula también era la única mujer a la que consideraba verdaderamente peligrosa, tanto para su bienestar como para su futuro. Y desde luego peligrosa para su autocontrol. 


Porque en Las Vegas no había podido resistirse a ella, y tenía la sensación de que nada había cambiado.


Pero no era ni el momento ni el lugar para pensar en ello. En quince minutos tenía una reunión con Valeria, que lo iba a matar por llegar tarde. Ya en la calle, paró un taxi.


En cuanto estuvo sentado en el asiento trasero, su mente regresó a la bomba que Paula había soltado en su despacho.


Estaba casado. Con Paula.


Dos años atrás le había parecido una idea estupenda unirse a alguien en el marco del Pacto de Adultos, simbólicamente, por supuesto.


El viaje a Las Vegas había surgido de la confusión ante el anuncio de sus padres. No solo iban a divorciarse después de treinta años de matrimonio, también partían la empresa Alfonso Enterprises. Al Couture para Bettina, Alfonso House Fashion para Pablo. Pedro permanecería en Al, y Valeria en Alfonso House.


Su legado de nacimiento había desaparecido. Incapaz de soportarlo, había volado hasta Las Vegas para olvidar.


Paula había sido un bálsamo para su alma rota. De no haber sido por la tormenta desatada en su casa, jamás habría accedido a su ofrecimiento. Y se había despedido de ella en esa habitación de hotel con un beso y regresado a Nueva York con un nuevo propósito.


Agruparía las empresas Alfonso bajo el mismo techo de nuevo, o moriría en el intento.


La reunión con Valeria era el siguiente paso. Pedro sería la cabeza de la nueva empresa como director ejecutivo. Al menos en eso estaban de acuerdo su hermana y él.


Incapaz de contenerse, realizó una búsqueda en Internet sobre el registro civil de Clark County, Nevada. Y allí estaba, su matrimonio con Paula Chaves-Harris.


¿Qué había sucedido? Pedro llamó a su abogado para que hiciera las averiguaciones pertinentes y salió del taxi frente a la cafetería que Valeria había elegido para su reunión secreta.


Tal y como esperaba, estaba sentada en un reservado al fondo. Irritada, tamborileaba sobre la mesa.


—¿Dónde estabas? Tengo una reunión con la empresa de publicidad Project Runway —la arrogancia de Valeria estaba al máximo—. No todos tenemos una posición acomodada en Al, cumpliendo los deseos de mamá día y noche. Yo trabajo.


—Hola a ti también —respondió él. A Valeria le encantaba sacarle de quicio, y él nunca se lo permitía—. Ya que estás tan ocupada, deberías haber elegido un sitio más cerca de tu reunión.


Pedro sacó de la cartera los papeles en los que se detallaba la reagrupación de Al Couture y Alfonso House Fashion y los dispuso sobre la mesa. Valeria se había encargado de la marca y el diseño. La idea era lanzar la nueva marca para la colección de primavera.


—Aquí dice que tú serás director ejecutivo —Valeria enarcó las cejas—. Pero no es cierto. Lo seré yo.


—¿Estás loca? ¿Crees que he puesto tanto empeño para trabajar para ti en lugar de para mamá? —Valeria no era capaz de manejar el puesto de director ejecutivo, un puesto que, además, era suyo.


—¿Y para qué crees que he estado trabajando yo? —ella sacudió su larga y rubia melena—. Alfonso Enterprises es mía.


—Y una mierda —Pedro no había previsto la sed de poder de su hermana.


—Yo soy la mayor. El primogénito dirige la empresa. Es un hecho.


—No es ningún hecho —Pedro bajó la voz—. He trabajado más que nadie, incluida tú.


Toda su vida había estado enfocada a ocupar el lugar de su padre en la empresa. Valeria y Bettina tenían puestos fundamentales en el aspecto del diseño y la publicidad, pero no eran capaces de mantener a flote un barco como Alfonso y navegar en la dirección correcta. Hacía falta algo más que buen ojo para elegir colores para dirigir una empresa.


—Eso es mentira —Valeria agitó unos dedos de manicura perfecta frente a Pedro—. ¿Quién tuvo la idea de hacer esto juntos? Tú no. La fuerza está en la unión y en presentarles a papá y mamá unos hechos consumados. Sin eso, tú no tienes nada. No me digas que esperabas que yo te cediera el puesto de mando.


—Aquí nadie cede nada. Me he ganado el puesto con este plan de fusión, por no mencionar lo que he logrado como jefe de operaciones de Al Couture —solo con prometerse a Meiling Lim se había ganado el puesto de director ejecutivo.


El padre de su novia era el dueño del mayor imperio textil de Asia, y casándose con Meiling, Pedro estrecharía los lazos entre Al Couture y las fábricas textiles de ultramar. La unión había sido decidida en una sala de juntas y era una excelente idea comercial.


Los delicados rasgos de Meiling, y exquisitos modales, la convertían en la esposa ideal para un futuro director ejecutivo. Se gustaban y tenían metas comunes en lo profesional, básicamente, el beneficio que su unión iba a aportar a ambas familias. Ninguno buscaba una unión por amor, y estaban conformes con el acuerdo. Sería un matrimonio tranquilo y fructífero, muy distinto del tumultuoso y alocado que tendría con alguien como Paula.


Pedro tenía la increíble suerte de que la tradicional familia de Meiling pareciera lo bastante abierta de mente como para pasar por alto su origen occidental. Era un hombre que navegaba en un mundo mayoritariamente femenino. 


Necesitaba una ventaja, y ahí entraba Meiling. Nada iba a detener sus planes.


Salvo la equivocada idea de Valeria de arrebatarle el puesto de director ejecutivo. Eso solo pasaría cuando los camellos aprendieran a nadar.


—¿Por qué no nos preocupamos por quién será el jefe cuando la fusión sea un hecho? —sugirió Pedro.


Si no se centraban en los aspectos importantes, no habría ningún puesto de director ejecutivo que ocupar. Bettina y Pablo estaban muy a gusto como directores ejecutivos, cada uno de su mitad, pero, les gustara o no a sus padres, soplaban vientos de cambio.


—De acuerdo —Valeria asintió malhumorada—. Por ahora. Pero no creas que vas a ganar. No pienso ceder.


Tras discutir los detalles durante veinte minutos en el taxi que lo conducía de regreso a Al, Pedro llamó a Meiling. Lo mejor sería que supiera por él lo de la boda de Las Vegas. 


Con suerte, se contentaría al saber que ya tenía los papeles del divorcio.






EL PACTO: CAPITULO 1




Normalmente, un viaje sorpresa a Manhattan entraba en la lista de cosas realmente guay de Paula Chaves-Harris. 


La visita a una de las casas de moda más importantes del mundo hacía que lo fuera aún más. Pero explicarle al hombre al que llevaba dos años intentando olvidar que estaban casados, no lo era tanto.


Paula se removió inquieta en el sillón de cuero mientras esperaba ser conducida al despacho de Pedro Alfonso, jefe de operaciones de Al Couture. Y también su esposo.


—El señor Alfonso la recibirá ahora —anunció la recepcionista con frialdad—. Sígame.


Las mujeres siempre la trataban con frialdad, víctimas de los celos que despertaban los atributos que Dios le había concedido.


Al Couture bullía de actividad. Fascinada, Paula estiró el cuello para echar un vistazo a los patrones de los trajes dibujados con tiza y las muestras de tela dispuestas sobre las mesas.


A Paula le encantaba todo lo relacionado con la ropa. Y para alguien decidida a adquirir la mitad de la empresa de diseños de vestidos de novia de su hermana, Al Couture era más que un negocio. Era la meca de la moda.


Incluso ella tenía un par de vaqueros Al. Ignorante de la identidad del hombre que había llamado su atención en aquel club de Las Vegas, le había parecido alguien a gusto con su cuerpo y había deseado una parte de él. Solo dos años más tarde había descubierto que esa parte era más grande de lo que jamás habría podido soñar.


—¿Señor Alfonso? —anunció la recepcionista—. Su visita ha llegado.


«Señor Alfonso». ¡Por favor! Ese hombre le había hecho más travesuras a Paula en un fin de semana que el conjunto de todos los hombres que le habían seguido en toda su vida. 


¿No había ni un solo hombre capaz de hacerle olvidar tanta perfección?


—Gracias, cielo. Yo me ocupo a partir de ahora —Paula esquivó a la mujer y entró en el despacho como si fuera la dueña del lugar. Así se conseguía llamar la atención.


Y ella necesitaba llamar la atención de Pedro para conseguir de él un divorcio discreto. Solo así podría enfrentarse a su padre y pedirle un préstamo para comprar la mitad del negocio de su hermana.


Además, no estaba preparada para estar casada con nadie. 


No hasta descubrir quién quería ser de mayor. Por eso a la fría luz de la mañana, la boda estilo Las Vegas de la noche anterior le había parecido cualquier cosa menos una buena idea. Se suponía que no habían rellenado el papeleo. Pero allí estaba, casada con Pedro.


Su marido se sentaba tras una moderna mesa de cristal. Sus miradas se cruzaron y Paula dejó de respirar. Por eso ningún hombre podía borrar la imagen de Pedro de su mente.


Esos pómulos eran dignos de matar por ellos. Los cabellos rubios, intencionadamente desordenados, suplicaban que alguien hundiera los dedos en ellos. Ingenioso y sensual, además escuchaba cuando ella hablaba. Los hombres apenas miraban a Paula más arriba de los hombros, pero Pedro le había pedido su opinión y aceptado sus ideas.


—Paula. Tienes buen aspecto —si le había sorprendido, no se notaba.


—Gracias por recibirme tan pronto —qué bonito dos personas reencontrándose cuando no habían esperado hacerlo jamás—. Tenemos un problema —no merecía la pena andarse por las ramas—. Cuanto antes y más discretamente podamos resolverlo, mejor.


—Espero que no estés a punto de anunciarme que te quedaste embarazada —de inmediato, Pedro adquirió una expresión hermética.


¿Por qué clase de mujer la tomaba? En realidad apenas se conocían. El salvaje fin de semana en Las Vegas no había tenido como intención encontrar a su media naranja.


—No, nada de eso —Paula agitó una mano en el aire y se acercó a la mesa.


—Entonces seguro que se puede solucionar —Pedro pareció relajarse—. ¿Qué puedo hacer por ti?


Paula había pasado horas deslizándose por el cuerpo desnudo de ese hombre, saboreando cada centímetro de su piel. Pero en esos momentos eran dos extraños, aunque sin serlo.


—Verás qué risa —ella sonrió—. ¿Recuerdas cuando encontramos ese sitio para casarnos y pensamos que sería estupendo sellar nuestro Pacto de Adultos con una boda en Las Vegas?


Tras cuatro rondas de tequila e incontables cosmopolitan y martinis, les había parecido una idea genial. Después del inicial cruce de miradas, no se habían separado el resto del fin de semana, embarcándose en una interminable conversación en la que ambos habían abierto sus almas más de lo que habían hecho jamás. Los dos habían buscado algo, cualquier cosa, que les ayudara a navegar entre la juventud y el resto de sus vidas.


El Pacto de Adultos nunca había consistido en permanecer casados, sino en demostrar que podían comportarse como adultos.


Curioso cómo ese matrimonio se había convertido en un problema de adultos.


—Claro que lo recuerdo —asintió él—. Es la única vez en mi vida que he seguido un impulso estúpido.


Paula suspiró. En eso se diferenciaban. Ella hacía estupideces continuamente. El Pacto de Adultos debería haberle proporcionado la fuerza para buscar un lugar en el mundo donde fuera apreciada por su mente, no solo por su físico. Pero ese lugar aún no lo había encontrado.


—Pues resulta que al final sí se registró la licencia de matrimonio.


—¿Qué? —Pedro adquirió una expresión dura—. ¿Cómo pudo suceder? Se suponía que ibas a romper los papeles.


—¡Y lo hice! Al menos los tiré a la basura —aunque no recordaba haberlo hecho con toda seguridad—. Nadie me dijo nada de romperlos.


—Es lo que se hace cuando no quieres que caigan en las manos equivocadas, Paula —él se sentó, exasperado—. Números de tarjetas de crédito, documentos legales. Licencias de bodas que al día siguiente comprendes que no deberías haber celebrado.


Pedro se mesó los cabellos y ella reaccionó de inmediato. 


Por un instante pensó que podrían recordar viejos tiempos en cuanto resolvieran ese lío. Un último revolcón en la cama de Pedro la curaría para siempre y podría pasar página.


Pero la feroz expresión de Pedro no resultaba muy alentadora.


—Pues así fue —insistió ella—. Llevamos dos años legalmente casados. Tenemos que arreglarlo. Y luego quizás podamos tomarnos una copa o dos…


—¿Arreglarlo? Entiendo. Has venido al leer el anuncio de mi compromiso y quieres cobrar —Pedro asintió—. ¿Cuánto quieres?


¿Pedro prometido? Eso era estupendo. Así seguro que querría solucionarlo rápida y discretamente. Pero por mucho que intentaba convencerse de lo bueno que era, Paula no lo lograba.


Saber que había pasado página mucho mejor que ella le produjo una punzada de amargura. No habría recuerdo de los viejos tiempos.


—No quiero tu dinero, Pedro. Solo un divorcio amistoso.


—Claro —sonrió él con sarcasmo—. En cuanto descubriste en Las Vegas que era el hijo de Bettina Alfonso, el símbolo del dólar debió bailar ante tus ojos. Registraste la licencia de matrimonio con la esperanza de cobrar más adelante.  Francamente, me impresiona que hayas tardado tanto.


—Es evidente que has olvidado que soy una Chaves-Harris —Paula lo miró boquiabierta—. No necesito tu dinero. Quédate con tu fortuna, firma los papeles del divorcio y sigue tu camino.


Por algún motivo, Pedro sonrió. Y la tensión se esfumó mientras se reclinaba en la silla.


—Si no has venido por el dinero. ¿A qué has venido?


—¿Tan complicado es? —Paula tenía que resolverlo antes de que se enterara su familia—. A los dos nos interesa un divorcio discreto.


—¿Ya has sacado los papeles? Estupendo. Dame una copia y se la pasaré a mi abogado. Cuando los firme te enviaré una copia. Gracias por venir. Te acompaño.


—¿Qué garantía tengo de que no lo filtrarás todo a la prensa?


Paula era muy consciente de que si su padre se enteraba de lo que había hecho dos años atrás, jamás le prestaría el dinero para comprarle a Carla la mitad de su empresa de diseño.


El préstamo era la clave del resto de la vida de Paula. Por fin podría considerarse algo más que Miss Texas. Por fin los demás la verían como a una adulta.


—¿Y por qué iba a querer yo airear algo tan ridículo como una boda en Las Vegas con una mujer a la que acababa de conocer y que fue lo bastante estúpida como para registrar el matrimonio?


—No te contengas, cariño. Cuéntame cómo te sientes —ella lo fulminó con la mirada—. Estamos en el mismo barco. Preferiría no haber descubierto que estoy casada con alguien lo bastante estúpido como para desearme. Aquí tienes una copia de los papeles.


—Haré que mi abogado les eche un vistazo. No te marches —le aconsejó él—. Quiero solucionarlo antes de que abandones la ciudad.


—Me quedaré unos días, pero no más. De modo que date prisa.


Paula anotó el nombre del hotel y el número de su móvil en una nota adhesiva que pegó a la solapa del traje de Pedro, en un último y ridículo intento de tocarlo.


Sentía lástima porque Pedro parecía haberlo superado. Pero la mayor lástima era que ella no podía decir lo mismo.






EL PACTO: SINOPSIS



Después de una noche de tequila y sexo, la espontánea boda en Las Vegas no debería haber sido legalizada. Pero Paula Chaves-Harris acababa de descubrir que seguía unida al irresistible empresario Pedro Alfonso. 


Ella necesitaba anular el matrimonio pero, para convertirse en el nuevo directivo de la empresa, él la necesitaba como esposa.

viernes, 24 de junio de 2016

TU ME HACES FALTA: EPILOGO





-¿Qué coño estás haciendo? ¿Te has vuelto loca de remate?
Pedro se bajó de Rufus furioso y se acercó al corral donde Paula estaba a punto de montarse en Pegaso.


-¡Cariño, sólo puedo hacerlo yo!- dijo acariciando el cuello de su caballo.


-¡Ni hablar!- saltó la valla y se acercó a ella como un toro furioso- ¡Acabas de terminar la rehabilitación y nos casamos en una semana!


-Pegaso no me hará nada. ¡Me quiere!


-Más te quiero yo como para aguantar otra vez un susto de ese calibre.


Ella le miró con ternura mientras Billy aguantaba la risa- ¿Me quieres, verdad?


-Sabes que sí- dijo entre dientes.


-¿Soy el amor de tu vida?


-¡Estás colmando mi paciencia!


-¿Recuerdas el día de mi cumpleaños? ¿Ese día en que dijiste que harías lo que fuera para que yo no te dejara?


-Paula…


-Pues quiero montar a Pegaso.


-¡Estás loca!


-Así demostrarás que me quieres y respetas mis sentimientos, pensamientos y todas esas cosas. Y te diré que te quiero.


Él entrecerró los ojos – ¿Me estás chantajeando para oírte decir que me quieres? ¡Ya sé que me quieres! ¡Si no, no te casarías conmigo!


-¿Estás seguro? Eres un buen partido- dijo cruzándose de brazos mirándolo analíticamente- Eres guapo, eres rico y estás loco por mí. –Él chasqueó la lengua haciendo reír a carcajadas a Billy- Pero no puedes estar seguro al cien por cien porque nunca te lo he dicho.


-Me lo dirás todos los días- dijo muy serio.


-Sí, después de montar a Pegaso te lo diré a todas horas, mi amor.- le dio un beso en los labios y se acercó a la silla.- Coge las riendas con suavidad- dijo ella metiendo el pie en el estribo.


-Me estás matando –dijo él entre dientes- como te pase algo…


-Estoy bien. ¿Crees que me pondría en riesgo cuando mis padres y Sara están a punto de llegar?- se puso de pie sobre el estribo y esperó la reacción de Pegaso que ni se movió del sitio- Buen chico, Pegaso- pasó la pierna sobre la silla y se sentó lentamente para que se acostumbrara a su peso.


-Muy bien, ya está. Ahora baja.- dijo Pedro aterrorizado.


-Cariño, dame las riendas-Paula acarició el cuello de Pegaso- Voy a darle una vuelta.


-¡Ni hablar! Baja ahora mismo antes de que te baje yo.


-Sólo un paseo por el cercado. No saldré- dijo mirándolo a los ojos- Te lo prometo.


Él le tendió las riendas y ella sonrió sujetándolas.- Bueno, mi precioso –le dijo a Pegaso que estaba muy calmado- Vamos a movernos un poco.- Apretó un poco los talones en sus flancos y se movió dando dos pasos- Muy bien, pequeño. Un poco más- Pegaso empezó a caminar alrededor del cercado mientras Pedro en el centro no perdía ojo. Billy la aplaudía desde fuera- ¡Eres la mejor, Pau!


Cuando consideró que era suficiente por ese día detuvo a Pegaso y pasó la pierna por delante para que Pedro que estaba esperándola la recogiera. Abrazándose a él, suspiró contenta- Te quiero, te quiero tanto que no podría vivir sin ti.- dijo Pedro besándola en los labios.


-Lo mismo digo, mi amor. Te quiero- se besaron apasionadamente mientras algunos de sus hombres silbaban y los vitoreaban.


Se alejó de él para mirarlo a los ojos-¿Sabes por qué quería montarlo hoy?


-No tengo ni idea. Alguna locura de las tuyas.-dijo llevándola a la puerta del cercado.


-Porque en cuanto te dijera que estaba embarazada ya no me dejarías subir.- Pedro se detuvo en seco y la miró como si quisiera matarla. Ella sonrió inocente- Recuerda que me quieres y que no puedes vivir sin mí.


Él se echó a reír abrazándola fuertemente- Dios, nena. Me faltabas tú.



TU ME HACES FALTA: CAPITULO 32






Una caricia en la mejilla la despertó y abrió los ojos para encontrarse a Pedro tumbado a su lado-¿También has dormido la siesta?


-No- respondió sonriendo- ¿Cómo estás?


-Bien. Algo dolorida pero bien.


-Es la mejor en su trabajo- dijo él poniéndose serio.


-Lo sé- alargó la mano y acarició su mejilla. A Pedro se le cortó el aliento- Lo siento.


-¿El que, cielo?


-Ser mala contigo.


-No eres mala.- la cogió por la cintura acercándola a él- Eres preciosa y aún más cuando te enfadas.


-Estoy hablando en serio- dijo mirando sus ojos azules.-No tenía derecho a echarte la culpa. Me subí a ese caballo.


-Porque confiaste en mí- susurró él –y te fallé.


Se miraron a los ojos durante unos segundos intentando descubrir lo que pensaba el otro- Tienes que quedarte, nena.


-¿Por qué?


-Porque si te vas me faltará algo.


A Paula se le cortó el aliento recordando la frase- Me faltabas tú- susurró ella.-Eso dijiste aquel día.


Pedro sonrió- Sí y hasta que no te des cuenta de que sientes lo mismo no pararé.


-Lo dices como si me quisieras- dijo aterrorizada porque dijera que no.


-Oh, claro que te quiero- la pegó a él acariciando su espalda- lo supe en el mismo momento que te caíste de morros en medio del avión.


-¿De veras?


-Sí y quise morirme cuando vi como ese caballo casi te mata- la besó suavemente en los labios- Te quiero, nena. Y haré lo que haga falta para que no me dejes.


-Eso tendrás que demostrarlo- dijo antes de besarlo en la barbilla.


-Claro que te lo demostraré.




TU ME HACES FALTA: CAPITULO 31




Los gritos de Paula se oyeron en toda la casa. Judy no se detuvo ni aunque le suplicó con lágrimas en los ojos que detuviera aquella tortura. Después de media hora Pedro entró descompuesto en la habitación- Ya está bien.


-¡Todavía no!- dijo levantando su pierna mientras Paula chillaba.


-¡He dicho que basta!-gritó Pedro acercándose.


Judy dejó la pierna delicadamente sobre la camilla plegable que habían colocado en su habitación mientras Paula sollozaba de alivio.


-¡Está sufriendo!- Pedro se acercó a la cabecera y le acarició su cara pálida.


-¡Le tiene que doler para mejorar! La rehabilitación es dura con una lesión como la suya. Los tendones, la rodilla y la cadera. Le va a doler al principio.


Pedro miró a Paula a los ojos- Nena, ¿estás bien?


-Esto es culpa tuya- dijo llorando como una niña.


-Lo sé- dijo pálido acariciando su frente.


-Ahora dame un beso y lárgate de mi habitación.


Él sonrió y se acercó para darle un suave beso en los labios. 


Al apartarse de ella se pasó una mano por su pelo negro nervioso- Me voy de la casa porque no lo soporto.


-Muy bien- dijo Judy acercándose otra vez a su pierna.-Será lo mejor para evitar los dramas.


Paula soltó una risita sin darse cuenta y Pedro la miró con una ceja levantada.- Sabes que han salido todos despavoridos de la casa para no escucharte.


-Es una exagerada.


-¡Exagerada!-gritó porque creían que era un quejica- ¡Me gustaría veros a vosotros en mi situación, malditos desalmados!


-Así está mejor- dijo Judy- Te prefiero furiosa que lloriqueando todo el día.


Atónita vio como Pedro salía de la habitación- ¡Estáis chiflados, estáis todos como cabras y en cuanto puede arrastrarme de este país, me vuelvo a Nueva York!


-Muy bien. Pues vamos allá.


Judy tenía razón. Cuando terminó con ella estaba agotada. 


Tanto que se quedó dormida en el sofá de mimbre del porche después de comer. Sintió como la levantaban y abrió los ojos- Duerme, nena.- dijo Pedro besándola en la coronilla- Te despertaré en una hora.


-Tengo que ir al despacho a trabajar- susurró contra su cuello.


-Ya irás- la tumbó sobre la cama y gimió dolorida.-Tienes mucho tiempo.